La noche parecía más sombría que la última que había pasado allí; el cementerio de Manshiyat, aún más desolado que en su anterior visita; la puerta del mausoleo, mucho más chirriante de lo que recordaba, como si amenazara con convertirse en astillas entre sus dedos. Sin embargo, la criatura que aguardaba en su interior, con la paciencia de quien sabe que ha nacido para la eternidad, seguía tan inalterable como en su memoria.

—Cuánto tiempo, mi pequeña ama —la saludó cuando el humo acabó de espesarse y la parte superior de su cuerpo, envuelto en su extraña aura luminosa, inundó la sepultura. Los tatuajes que recorrían su piel azul se reflejaron en los ojos de la muchacha—. No tan pequeña, ahora que me doy cuenta. Has cambiado mucho en este tiempo.

—Porque han pasado dos años desde que pisé este lugar —repuso ella—. Es más que suficiente para que los mortales cambiemos.

—En cuanto a vuestras envolturas, es posible. Pero hay otras cosas distintas en ti.

Cuando dejó la botellita de plata ante ella, unos tirabuzones negros rodaron sobre su hombro, rizados al modo de las camerotienses. La última vez que había estado en Manshiyat llevaba el pelo enmarañado y unos harapos que no podían parecerse menos a su atuendo actual, un vestido de terciopelo negro con adornos plateados de corte militar.

—Me imagino que no se habrá dejado caer por aquí demasiada gente con el uniforme de la Academia Tecnóloga. —Sacudió con una mano la arena posada sobre sus hombros, en los que relucía un emblema con un único motivo: un engranaje con forma de copo de nieve—. Espero no tardar mucho en deshacerme de él…

—Ojalá os resultara igual de sencillo deshaceros de los recuerdos. Es curioso lo que ocurre con los corazones humanos: parecen tan frágiles como pompas de jabón, pero sus esquirlas pesan en la conciencia como el plomo.

La muchachase disponía a abrir un baúl que llevabaconsigo, pero aquello la hizo detenerse. Cuando clavó los ojos en los de la criatura, algo daba la impresión de haberse resquebrajado en ella, y el yinn sonrió para sí.

—No esperaba que te sorprendieses tanto. A estas alturas, ya deberías saber que el interior de esa botella en la que me mantienes encerrado no es lo único que puedo ver.

—Y tú deberías saber que estoy dispuesta a lo que sea para que mis planes salgan adelante. He hecho muchas cosas en estos años de las que no me enorgullezco, por necesarias que fuesen…

—Oh, harás muchas más —afirmó él—, y serán aún más turbias, y con el tiempo, mucho más crueles. Pero ninguna dolerá tanto como haberte ganado el odio de tu primer amor.

Esta vez la muchacha no respondió, no hasta que la luz de la lámpara de aceite se convirtió en una nebulosa y tuvo que parpadear para que se le secaran los ojos. Elyinn se limitó a observar cómo abría el baúl para sacar algo que colocó en el suelo, ante la cavidad de la que había extraído la botella: un escorpión mecánico de bronce.

—Así que esta es la clase de artefactos que has aprendido a crear. —Cuando la chica accionó unos resortes, el escorpión empezó a recorrer el enlosado polvoriento—. Las enseñanzas han sido de provecho, desde luego.

—Solo es uno de los prototipos que he diseñado, basado en los planos que me llevé del despacho del director. Construyéndolo a gran escala, serviría para localizar depósitos de agua subterránea y conseguir, de ese modo, que los habitantes del Mar de Cobre dejaran de morirse de sed.

—Siempre y cuando lo permitiera el sultán —le recordó el yinn—, aunque supongo que no te has olvidado de él; solo es la última rueda que piensas colocar en tu engranaje.

—Tengo muchas más ideas como esta —le ignoró ella—, más diseños que llevar a cabo y aún más útiles para el sultanato. Por ejemplo —revolvió entre los papeles guardados en el baúl—, un sistema de regadío que permitiera distribuir el agua de las montañas de Humay entre las zonas desérticas del sur. Si construyéramos una presa al pie de la cordillera, salvaríamos de ese modo a las aldeas cercanas a Suwam…

—¿Salvaríamos»? —inquirió la criatura—. ¿Tú y cuánta gente más?

—… y también a las ciudades costeras con esta otra maquinaria que he inventado, basada en un sistema de plataformas con poleas que mantendría los puertos a salvo durante la pleamar. —La muchacha sacó un papel tras otro del interior del baúl—. Te asombrarías si supieras todo lo que he ideado mientras fingía estudiar como una aplicada señorita. Salvo por la procedencia de ese condenado éter, las fábricas del norte apenas tienen secretos para mí.

—Pero no te basta con una tecnología corriente como la de Cameroth —dedujo la criatura—. Por eso has venido a verme de nuevo: porque quieres tenerlo todo, porque necesitas tenerlo todo, antes de ocuparte del sultán.

Como si hubieran dejado de pertenecerle, los ojos de la muchacha se posaron en la lápida que mediaba entre ambos. La luz era más débil que en su último encuentro y a duras penas distinguía el nombre cincelado en ella, pero cada una de aquellas palabras continuaba grabada en su alma.«Prometí que lo haría, padre, y no pienso defraudarte».

—Algún día lo tendré, aunque me cuestela vida. —«O la vida de mi mayor enemigo», pensó la muchacha—. Ya que me conoces tan bien, sabrás quéme ha traído a Manshiyat y cuál es el siguiente paso que quiero dar.

—Otro peldaño en ese camino que pretendes recorrer por ti misma —dijo el yinn en tono de hastío, aunque acabó encogiéndose de hombros—. Pídemelo si tan segura estás.

Sobre las losas sepulcrales, el escorpión continuaba dando vueltas, pero ninguno de los dos le prestaba atención. Muy despacio, la muchacha asintió.

—Mi segundo deseo es que me ayudes a conseguir la magia de Helial.