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Las enfermedades que causa el estrés pantostático

El síndrome metabólico

El llamado síndrome metabólico o síndrome cardiometabólico es el enemigo número uno de la salud en las sociedades opulentas y desarrolladas, y comienza a serlo también en las sociedades emergentes, como China e India.

El síndrome metabólico se caracteriza por provocar una serie de alteraciones y enfermedades que suelen ir juntas: obesidad abdominal, diabetes, hipertensión, dislipemia aterogénica (aumento de los triglicéridos y del colesterol en LDL y disminución del colesterol en HDL), estrés oxidativo, tendencia a la coagulación de la sangre dentro de los vasos sanguíneos (estado protrombótico) y estado inflamatorio generalizado. El destino final de cualquier persona con síndrome metabólico, que no ponga las medidas y los tratamientos adecuados para controlar ese proceso, es la enfermedad cardiovascular y, como consecuencia, la muerte.

Para desarrollar el síndrome metabólico se necesita, en primer lugar, poseer una condición genética que predisponga a padecer resistencia a la insulina, que es la alteración que tienen en común todas las enfermedades que componen el síndrome. Estos genes son bastante comunes y en mayor o menor cantidad los llevan en su genoma cerca de un 40 por ciento de la población. Pero, como ya hemos explicado, hay que acelerar la expresión de estos genes perjudiciales mediante los mecanismos epigenéticos. En este caso, los principales agentes desencadenantes son: el sedentarismo, la alimentación incorrecta y el estrés pantostático crónico. Se puede obtener más información sobre los aspectos genéticos y epigenéticos del síndrome metabólico en mi libro El mono obeso (editorial Crítica).

Son numerosos los estudios experimentales realizados con seres humanos y en animales que demuestran la estrecha relación que existe entre estrés pantostático crónico y el síndrome metabólico. Destacan los estudios prospectivos y retrospectivos que, a lo largo de más de veinte años, se han llevado a cabo con funcionarios británicos de diferentes niveles que trabajan en las dependencias administrativas del Palacio de Whitehall, en Londres. En ellos se demuestra, sin lugar a dudas, la estrecha relación entre estrés laboral, síndrome metabólico y enfermedad cardiovascular. En el Whitehall Study II se concluye que, una vez excluidas las influencias negativas de conductas poco saludables como tabaquismo, sedentarismo, dieta incorrecta y abuso de alcohol, la mayor exposición a un estrés laboral durante catorce años ocasiona en proporción un mayor riesgo de padecer síndrome metabólico; es decir, a más estrés, mayor riesgo.

Destaca en estos estudios la gran influencia de lo que se denomina el «gradiente social». Esto significa que los funcionarios que padecen más riesgo de síndrome metabólico y enfermedad cardiovascular son los de nivel más bajo en la jerarquía. Es sorprendente que el estrés diario que le ocasiona a un administrativo el temor a que su jefe le regañe por algún pequeño error tenga consecuencias más funestas para la salud que el estrés que padece su jefe, que tiene que tomar cada día decisiones de gran responsabilidad, como decidir inversiones de millones de euros. En efecto, en los seres humanos, y ya veremos que también en comunidades de primates, las consecuencias negativas del estrés afectan sobre todo a los grupos menos favorecidos socialmente.

Es decir, todos los estudios muestran que el estrés crónico produce un aumento permanente de mediadores de estrés, en particular el cortisol y los componentes del sistema simpático, que son los que ponen en marcha las alteraciones que conducen al síndrome metabólico y aumentan el riesgo de mortalidad cardiovascular.

Muchas personas que padecen este tipo de estrés no están obesas. Pueden tener algunas de las alteraciones del síndrome metabólico, incluida una cierta cantidad de grasa en la cintura, pero se mantienen delgadas. Sin embargo en otras, por mecanismos aún no bien dilucidados, se ponen en marcha procesos que compensan su insatisfacción (sistemas placenteros cerebrales, endocannabinoides). El principal mecanismo compensador es la ingesta excesiva de los alimentos que nos causan mayor placer, todos aquellos que estimulan poderosamente nuestros sentidos del gusto y del olfato: dulces, alimentos salados y alimentos grasos. También se puede recurrir al consumo excesivo de alcohol. Todas estas compensaciones proporcionan muchas calorías y por ello las personas que desarrollan esta modalidad de respuesta al estrés son las que se convierten en obesas.

Una de las manifestaciones esenciales del síndrome metabólico y una de las principales señales de riesgo cardiovascular es la acumulación de grasa en la parte central del cuerpo, en la barriga; es la obesidad central o abdominal. Considerables estudios señalan la relación entre estrés pantostático crónico, resistencia a la insulina y obesidad abdominal. La relación no sorprende, ya que el tejido adiposo abdominal es una excelente diana para los mediadores liberados en el estrés crónico.

Aterosclerosis

Hay dos lípidos, los triglicéridos y el colesterol, que cuando aumentan en sangre por encima de determinados valores (150 mg/dL para los triglicéridos y 200 mg/dL para el colesterol) provocan la denominada dislipemia. El exceso de estos lípidos puede depositarse en la pared de las arterias y las van obstruyendo. A la larga, cuando este proceso se asocia con otros factores, entre ellos con una situación de estrés crónico y un estado inflamatorio generalizado, se van formando en las arterias unas placas llamadas ateromas y aparece el fenómeno de la aterosclerosis.

Esta situación puede durar años, durante los cuales el ateroma va creciendo y la arteria se va taponando. Sin embargo, puede llegar un instante en que, por causas diversas pero con frecuencia asociadas a una situación de estrés agudo (exceso de ejercicio desacostumbrado, muerte repentina de un familiar, amenaza de una separación matrimonial), se obstruye la arteria que está medio taponada y sucede el accidente vascular. Si la arteria obstruida es del corazón, ocurre el infarto agudo de miocardio; si es una del cerebro, sucede el ictus cerebral.

Además de la alteración lipídica contribuyen al proceso otras dos alteraciones del estrés pantostático crónico: el estrés oxidativo y el estado inflamatorio sistémico. Ya se ha comentado que para que el colesterol se pueda depositar en la pared de las arterias tiene que ir transportado por unas lipoproteínas LDL pequeñas y que se oxidan fácilmente, lo que se produce a causa del estado prooxidante del estrés. Por otra parte, la existencia del estado proinflamatorio hace que lleguen a la pared vascular mediadores inflamatorios (citoquinas, factor de necrosis tumoral y otros) que atraen a células inmunológicas, los linfocitos, y sobre todo a los macrófagos. Estos fagocitan todo el exceso de lípidos que penetran en la pared arterial y se transforman en unas células cargadas de grasas; son las células espumosas, que ya vimos y que contribuyen a formar la placa de ateroma. Además, los mediadores inflamatorios hacen proliferar las células musculares lisas de la pared de los vasos, que también contribuyen a que crezca el ateroma.

Numerosos estudios avalan la responsabilidad de las catecolaminas en la producción de estos problemas de salud. Por ejemplo, entre los simios que viven en jerarquías sociales muy estrictas, el macho dominante muestra una aterosclerosis acelerada cuando su jerarquía es inestable y se ve obligado a pelear a menudo por mantener su posición. Cuando a estos animales se les trata con betabloqueantes, unos fármacos utilizados para controlar el efecto de las catecolaminas, se consigue prevenir en ellos la aterosclerosis.

Hipertensión

La respuesta ante una amenaza global exige una activación del corazón y que se reorganice el flujo de sangre para que atienda las urgencias del organismo y lo defienda. El corazón acelera su funcionamiento para hacer circular la sangre a mayor velocidad y mayor presión por aquellos territorios que la precisan para la supervivencia (el cerebro y los músculos). Aumenta el ritmo de contracción del corazón (taquicardia) y también la cantidad de sangre que expulsa con cada latido. El resultado es que aumenta la cantidad de sangre que el corazón lanza al organismo cada minuto. Ya vimos que las arterias de determinadas zonas —como el territorio digestivo y la piel— sufren un estrechamiento por contracción de unos músculos que tienen en sus paredes. El organismo intenta reducir el paso de sangre por estos territorios que no intervienen directamente en la defensa del organismo. Por el contrario, se dilatan las arterias en los músculos y en el cerebro, donde se necesita que llegue sangre en abundancia.

Que el estrés aumenta la presión arterial es fácil de comprobar: cada vez que vamos al médico a tomarnos la presión arterial, esta es más alta que la que nos tomamos en casa en las mismas condiciones y a la misma hora. A este fenómeno se le denomina «hipertensión de bata blanca» y lo provoca el ligero estrés que les produce a algunas personas el simple hecho de acudir a un centro médico. Esta es una consecuencia de un estrés agudo sobre la presión arterial, el cual es reversible, ya que si el paciente se tranquiliza y se acomoda a la situación, cuando se la vuelven a tomar, ya la tensión es más baja.

Los mediadores que permiten esta respuesta cardiovascular son las catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), que actúan sobre los centros de control del ritmo y de la fuerza de contracción del corazón y aceleran y aumentan su rendimiento. También actúan sobre los músculos que contraen o dilatan las arterias, y aquí su acción es bivalente. Sobre unas arterias las dilatan (músculos) y sobre otras las contraen (digestivo y piel). No hay misterio, todo depende de qué receptores tenga en su superficie cada tipo de célula muscular arterial. Así, la respuesta depende del receptor sobre el que actúe el mensajero, no del mensajero en sí.

Este mecanismo es el que ha diseñado la evolución para activar de forma inmediata los sistemas circulatorio, respiratorio y metabólico con el fin de permitir la supervivencia ante una amenaza. Forma parte de la respuesta normal del estrés pantostático agudo. El problema surge cuando una persona está sometida a sobrecargas pantostáticas constantes que hacen que esté recibiendo descargas frecuentes de adrenalina y noradrenalina. Estos mediadores a través de receptores adrenérgicos activan otros mediadores muy potentes, como el sistema de renina-angiotensina (aumenta la producción de angiotensina II, el más potente agente hipertensor conocido) y la aldosterona, así como otras hormonas: ACTH, cortisol y ADH; esta última retiene agua en el riñón, lo que contribuye a aumentar la presión arterial.

Cuando la situación de estrés se reitera de manera continua, todos estos mediadores están en todo momento elevados, ocasionan cambios permanentes en el sistema circulatorio y se estabiliza la hipertensión. La persona se mide la presión arterial a diferentes horas del día y siempre la tiene elevada. El papel de la angiotensina II es tan importante que la mayor parte de las medicinas más eficaces para bajar la presión arterial tienden a reducir los niveles de angiotensina II en la sangre o a impedir que actúe.

Como en las patologías previas, la predisposición genética es importante para desarrollar una hipertensión por estrés crónico. También favorece el proceso la existencia de otros factores de estilo de vida como pueden ser el sedentarismo, la obesidad, el abuso de sal, dulces y grasas, y el tabaquismo.

Exploración cardiovascular y respiratoria

Si sospechamos que estamos padeciendo un estrés crónico deberíamos acudir al especialista para que nos realizara una exploración cardiovascular. Hay ciertas pruebas, sencillas y eficaces, para determinar estos niveles: medir la frecuencia cardiaca en reposo y tras actividad ligera, medir la presión arterial sistólica y diastólica y también los principales índices de actividad cardiaca. Todas ellas deben ser realizadas y evaluadas por personal médico especializado.

Disminución de las defensas

El estrés crónico pantostático ejerce profundos efectos depresores sobre el sistema inmunológico, que se encarga de defendernos frente a la invasión de agentes extraños. Numerosos estudios experimentales de investigación, tanto en animales como en seres humanos, avalan este efecto negativo del estrés crónico. Algunos de estos estudios se han realizado en personas que soportaban una carga de estrés crónico: como personas que se acaban de quedar viudas o recién separadas, en cuidadores de familiares con Alzheimer, en parejas de seropositivos ante el virus VIH, en estudiantes en épocas de exámenes, en pacientes con depresión o recién diagnosticados de cáncer. En todas estas personas la reducción de la actividad del sistema inmunológico a causa del estrés crónico ocasiona también una disminución de las defensas y sus cuerpos están más predispuestos a padecer infecciones (desde el sida a un simple resfriado) y el cáncer.

El mecanismo a través del cual un estrés pantostático crónico disminuye la actividad del sistema inmunológico es complejo. El sistema nervioso, el endocrino y el inmunológico están interconectados en redes bidireccionales o tridireccionales. El cerebro estresado manda señales capaces de influir en la actividad del sistema inmunológico y también, como ya hemos visto, actúa sobre numerosas hormonas. El sistema endocrino alterado en el estrés crónico afecta tanto al sistema nervioso como al inmunológico.

FIGURA. Existe un delicado equilibrio de interrelaciones entre los tres grandes sistemas. En el estrés agudo, de leve ansiedad, los mediadores liberados permiten una relación equilibrada entre los tres sistemas y proporcionan defensas y salud. El estrés crónico produce un exceso del mediador cortisol que, entre otras acciones, altera el delicado equilibrio entre los sistemas ocasionando disfunción y enfermedad.

Algunas personas que sufren estrés pantostático crónico presentan mayor propensión para desarrollar enfermedades autoinmunitarias (alergias, asma, afecciones inflamatorias intestinales, diabetes tipo 1), son más sensibles a afecciones respiratorias y gripales, y cualquier herida les tarda más de lo normal en curar.

Por otra parte, numerosos experimentos en animales y estudios en seres humanos demuestran que el sistema nervioso puede influir en la actividad del sistema inmunológico. Me viene a la memoria la última vez que tuve la ocasión de hablar con don Severo Ochoa, en un congreso de bioquímica en Benalmádena. Tratábamos sobre estos temas y él nos contó cómo en algunos hospitales estaban enseñando a unos niños a poner en marcha sus células inmunológicas para luchar contra el cáncer que padecían. Lo hacía utilizando unos videojuegos en los que las células cancerosas eran enemigas que los niños aprendían a destruir mediante las células inmunológicas que aparecían en las pantallas.

Evaluación del sistema inmunológico

Si sospechamos que padecemos una depresión del sistema inmunológico a consecuencia de un estrés crónico, por ejemplo, si se padecen con frecuencia infecciones, alergias o algunas enfermedades autoinmunitarias (asma, colitis ulcerosa) debemos analizar nuestra situación inmunitaria. Diversas pruebas analíticas sencillas pueden poner en evidencia el estado general de nuestro sistema de defensa. Son técnicas analíticas que miden: número de leucocitos, subpoblaciones de linfocitos y de células NK, respuesta de macrófagos, niveles de inmunoglobulinas, de citoquinas y de interferón.

Envejecimiento

Desde siempre, tanto la gente en general como los científicos han considerado que padecer una situación crónica de estrés acelera el proceso de envejecimiento. La experiencia de cada día demuestra que cuando nos reencontramos a algún amigo o familiar al que no veíamos desde hace algún tiempo y que ha padecido una larga y penosa situación estresante, su aspecto es como si representara más años de los que tiene. Y no es solo el aspecto físico el que se resiente; una situación estresante continuada también promueve muchas de las enfermedades que suelen asociarse con el fenómeno del envejecimiento.

Hoy día, gracias sobre todo a investigaciones muy recientes, conocemos cuáles son las bases bioquímicas y hormonales a través de las cuales un exceso continuado de mediadores de estrés pantostático puede acelerar el proceso de envejecimiento biológico. Hay numerosos sistemas implicados, pero destacan dos hormonas: el cortisol y la insulina. El exceso permanente de cortisol y la desorganización del metabolismo de la glucosa permite que actúen los agentes oxidantes (radicales libres de oxígeno) y se permanezca en un estado de inflamación sistémica. Todos estos factores, además de otros que se pueden sumar (sedentarismo, mala alimentación, obesidad, tabaquismo y otros), alteran los sistemas bioquímicos y genéticos que protegen a la célula frente al envejecimiento.

La edad biológica de nuestro organismo viene determinada en gran parte por el número de divisiones que ejecutan nuestras células. Es como si en el diseño genético de nuestra especie se especificara el número máximo de veces que pueden dividirse nuestras células. Una vez superado este uso previsto, caduca la garantía, las células comienzan a morir y los sistemas fisiológicos que dependen de esas células empiezan a fallar. Es la senescencia, que lleva a un deterioro progresivo y a la muerte.

El «cuenta divisiones», que señala a las células el número de veces que se han dividido, es una estructura ubicada en los extremos del material genético, que son los telómeros y que regulan la replicación cromosómica en el proceso de división celular. Cada vez que se divide una célula, se pierde parte del telómero y, finalmente, cuando este sufre un acortamiento máximo, la célula muere. En las células somáticas ya maduras se acortan los telómeros a razón de 15 a 25 nucleótidos (letras genéticas) en cada proceso replicativo. Por ello, las células solo pueden realizar un número determinado de divisiones; cuando estas se gastan, la célula muere. Este «desflecamiento» de los extremos del material genético, que sucede por el uso (división celular), puede ser reparado, en parte, por el enzima telomerasa.

Investigadores de la Universidad de California, liderados por Elissa S. Epel, estudiaron el comportamiento de la telomerasa en un grupo de personas sometidas a un estrés pantostático crónico: cuarenta mujeres que tenían que cuidar de sus hijos muy enfermos (cáncer) o con graves discapacidades. Utilizaron como grupo de control a veinte mujeres de edades y situación familiar y laboral similares a las mujeres estresadas, pero sin que se evidenciase que estaban sometidas a una situación de estrés crónico.

A todas se les extrajo sangre en diversos momentos y en sus leucocitos se les midió la longitud de sus telómeros. Recordemos que cuanto más largos tengan los telómeros (menos desflecamiento de uso) más veces pueden aún dividirse las células y más vida tienen por delante. Las mujeres sometidas a estrés crónico sufrían un acortamiento de sus telómeros, y era proporcional por una parte a la gravedad de la situación estresante y también al tiempo que llevaban padeciendo el estrés. Asimismo midieron la actividad del enzima telomerasa. Los niveles de telomerasa eran inferiores en las mujeres que sufrían un estrés crónico con respecto a las mujeres del grupo de control, que no estaban estresadas. Los datos de este estudio, confirmados por otros, muestran que la intensidad y la duración del estrés crónico inducen cambios en las células que favorecen el envejecimiento celular y, por tanto, el envejecimiento biológico del organismo completo.

Ya existen empresas que analizan el estado de los telómeros mediante técnicas relativamente sencillas, a partir de una gota de sangre. También se puede valorar la actividad del enzima telomerasa.

Cáncer

El cáncer es la segunda causa de muerte en las sociedades desarrolladas. Al hablar del estrés homeostático, decíamos que el cáncer es un proceso complejo por el cual algunas células del organismo desorganizan su estructura y su función hasta el punto de convertirse en células extrañas e independientes del organismo en el que habitan. Se reproducen por su cuenta, a gran velocidad, y acaban dañando de forma irreparable los órganos y tejidos corporales, primero en la vecindad (invasión) y luego a distancia (metástasis).

Se han propuesto diversos factores que pueden desencadenar esta transformación celular, entre ellos ciertos alimentos, los tóxicos (incluido el consumo de tabaco), algunos virus, ciertos genes y, sobre todo, el efecto de los agentes oxidantes (radicales libres). Al final, algo sucede en la maquinaria genética de alguna célula o de un grupo de células que altera su información genética y provoca el cáncer. Una de las situaciones que propicia la actuación de estos factores desencadenantes es el estrés pantostático crónico.

Hoy se conocen varios mecanismos a través de los cuales el estrés pantostático crónico puede desencadenar un cáncer; además, suelen actuar conjuntamente sumando sus efectos negativos. Uno de los mecanismos más interesantes tiene que ver con otro de los efectos del estrés crónico: la disminución de la actividad del sistema inmunológico. Ya hemos señalado el papel de vigilancia de las células inmunológicas que patrullan constantemente todos los rincones de nuestro organismo buscando todo lo que esté fuera de orden para neutralizarlo con sus potentes armas (las inmunoglobulinas), fagocitarlo y eliminarlo (macrófagos). Con mucha frecuencia, en los billones de células de nuestro organismo que no paran de reproducirse, pueden surgir errores, alteraciones que hacen que esas células sean diferentes. Las células vigilantes detectan estas anormalidades y las eliminan con rapidez. Este es el mejor método que tiene el organismo para hacer desaparecer tumores potenciales. Pero si hay menos vigilancia a causa de la inmunodepresión que se asocia a veces al estrés crónico, algunas células anormales tienen más probabilidades de eludir a los vigilantes inmunológicos, reproducirse a gran velocidad y dar origen a un tumor.

Un aspecto interesante de la relación entre estrés pantostático crónico y cáncer es la responsabilidad que tiene el sistema nervioso: la inervación del tejido tumoral, el efecto de los neurotransmisores en el crecimiento tumoral y cómo altera la actividad nerviosa la proliferación de las células tumorales. Numerosos estudios sobre la neurobiología del cáncer señalan que el cerebro modula señales neuroendocrinas e inmunológicas a través de las cuales puede controlar el crecimiento tumoral en los tejidos.

Finalmente, hay que tener en cuenta que para muchas personas que sufren estrés crónico existen otros factores que son cancerígenos en potencia, como la obesidad, una alimentación rica en grasas saturadas y baja en fibra y en vegetales, el consumo de drogas (incluidos el alcohol y el tabaco) y el sedentarismo. Estos factores ambientales también pueden actuar sobre la expresión genética de los genes capaces de inducir cáncer a través de mecanismos epigenéticos directos o potenciando los efectos de los mediadores de estrés.

Alteraciones cerebrales

Ya hemos visto que el cerebro es el órgano central que ordena la respuesta de estrés. No solo evalúa qué sucesos son o no estresantes, sino que también organiza las respuestas fisiológicas y de conducta frente a situaciones estresantes reales o imaginarias. Pero a causa de estas circunstancias, el cerebro es también una diana de las consecuencias negativas del estrés, y sufre cambios estructurales y funcionales en respuesta a un estrés tanto agudo como crónico.

Toda respuesta aguda ante una situación de emergencia que desencadena una respuesta de estrés pantostático ejerce una influencia positiva sobre el cerebro, ya que incrementa la atención y la memoria como elementos de una respuesta adaptativa que permite al organismo sobrevivir a esa amenaza y recordarla para evitarla en el futuro.

Pero las experiencias estresantes reiteradas a lo largo del tiempo ejercen un impacto negativo sobre algunas funciones cerebrales: se deterioran las capacidades de aprendizaje y de memoria, se acelera el deterioro cognitivo relacionado con la edad, y las neuronas de ciertas áreas cerebrales son más susceptibles de sufrir atrofias o necrosis.

Conviene recordar que la memoria es una función del cerebro que permite al organismo codificar, almacenar y recuperar información. Esta capacidad surge como resultado de la formación de conexiones sinápticas repetitivas entre las neuronas, lo que crea redes neuronales. A este fenómeno se le conoce como potenciación a largo plazo. Es una consecuencia más de la llamada plasticidad cerebral.

FIGURA. Las áreas cerebrales y las glándulas endocrinas relacionadas con el estrés están interconectadas funcionalmente. La corteza frontal y el hipocampo mandan señales inhibitorias que modulan la activación del hipotálamo. Hay un bucle de inhibición feedback mediante el cual el exceso de cortisol frena la hipófisis y el hipotálamo, regulando así su propia producción. También actúa sobre receptores (GRs y MRs) localizados en las neuronas de la corteza prefrontal y del hipocampo y modula la función de estas estructuras.

La memoria a corto plazo o «memoria operativa» (resultado de la simple excitación de la sinapsis para reforzarla o sensibilizarla transitoriamente) es la que permite al individuo interactuar con el ambiente. La memoria a largo plazo es un almacén de datos al que se hace referencia cuando comúnmente hablamos de memoria en general. Es en donde se almacenan recuerdos vividos, el conocimiento acerca del mundo, las imágenes, los conceptos, las estrategias de actuación, etc, y es la consecuencia de un reforzamiento permanente de la sinapsis gracias a la activación de ciertos genes y a la síntesis de las proteínas correspondientes. Uno de los neuromoduladores principales de la potenciación de sinapsis a largo plazo y de la memoria es el cortisol.

Sapolsky demostró ya en 2003 cómo el estrés severo y prolongado puede alterar la capacidad de plasticidad y aprendizaje del hipocampo. Pero un estrés ligero o transitorio puede mejorar estas funciones y facilitar la adaptación a un nuevo evento estresante. Esto apoya la idea general de que un estrés agudo, ocasional y no excesivo forma parte del aprendizaje vital, y en consecuencia es positivo. Un estrés crónico reiterado casi nunca se da en condiciones de vida naturales; por eso no es bueno para la salud.

Sin lugar a dudas, el responsable de estas diferencias es el cortisol. Numerosas investigaciones lo demuestran. Por ejemplo, un estudio realizado en el año 2000 en la Universidad de Zurich. Consistía en que 36 sujetos sanos memorizasen 60 nombres, sin relación entre unos y otros, que iban apareciendo a intervalos en la pantalla de un ordenador. A los sujetos se les evaluaba cuántas de esas palabras eran capaces de recordar inmediatamente después de aprenderse la lista (memoria a corto plazo) y cuántas recordaban al día siguiente (memoria a largo plazo). Los sujetos repetían el proceso dos veces. En la primera tomaban una tableta de cortisona, precursora del cortisol, y en la segunda, una tableta de un placebo. Cuando los sujetos tomaban la cortisona, las concentraciones de cortisol medidas en la saliva eran similares a las que se alcanzan de forma natural en una situación de estrés grave. En comparación con el placebo, la ingesta de cortisona reducía la memoria para recordar las palabras, sobre todo cuando la tableta se administraba una hora antes del inicio del test de recuerdo del segundo día.

Otra de las estructuras cerebrales que se ve afectada por el estrés crónico es la amígdala, que juega un papel principal en el aprendizaje emocional y en los efectos relacionados con el estrés tanto en lo que se refiere a la conducta como a la regulación del funcionamiento del hipocampo. Por esto, el daño cerebral del estrés crónico causa también daño emocional, ya que la alteración de las conexiones y las estructuras cerebrales hace que el sujeto sea más vulnerable a las presiones de cada día. Al final, esta situación acelera numerosos problemas mentales (ansiedad, depresión).

La magnitud del efecto del estrés crónico sobre el cerebro se pone de manifiesto por el hecho de que las alteraciones mentales relacionadas con el estrés constituyen la enfermedad ocupacional de crecimiento más rápido en Estados Unidos. Además, aumentan el riesgo de accidentes tanto domésticos como laborales.

Afectación de los nervios periféricos

Los nervios son como cables que conectan el cerebro con el resto del organismo. Transmiten señales a gran velocidad (impulso nervioso) mediante una especie de corriente eléctrica. Estos nervios-cables están recubiertos de un material aislante (como los cables eléctricos) de naturaleza grasa que se llama mielina y que permite la conducción del impulso nervioso en las mejores condiciones.

Existen numerosos estudios que muestran que varios moduladores y sustancias asociadas que se liberan durante el estrés pueden deteriorar la cubierta de mielina y ocasionar lo que se denomina desmielinización del nervio, que afecta a la velocidad de conducción nerviosa. Es un proceso parecido al que ocurre en algunas enfermedades nerviosas degenerativas, como la esclerosis en placas y otras.

Exploraciones neurológicas

Si sospechamos que una situación de estrés afecta a alguna de nuestras funciones cerebrales y nerviosas debemos recurrir a un especialista. Un examen neurológico evalúa las habilidades motoras y sensoriales, el funcionamiento de uno o más nervios craneales, la audición y el habla, la visión, la coordinación y el equilibrio, el estado mental y ciertos cambios en el ánimo y en la conducta, entre otros. Para el diagnóstico, son una gran ayuda las técnicas de imagen, como la tomografía axial computerizada (TAC) o la resonancia magnética. Y también técnicas electrofisiológicas como el electroencefalograma y los potenciales evocados somatosensoriales o la magnetoencefalografía.

Drogadicción

Es conocido que los sucesos estresantes pueden conducir al abuso de drogas. El estrés pantostático es uno de los principales responsables de que un individuo abuse del alcohol y de otras sustancias que crean dependencia, por ejemplo el tabaco, así como de la recaída después de un largo periodo de abstinencia. Incluso los niños expuestos a situaciones de estrés severo son más susceptibles al uso de drogas. Numerosos estudios clínicos y epidemiológicos muestran una gran asociación entre situaciones de estrés psicosocial en los primeros años de la vida (pérdida de los padres, abusos, maltrato) y un alto riesgo de depresión, ansiedad, conductas agresivas y abuso de drogas en la edad adulta.

Todas las drogas son placenteras y crean adicción porque actúan sobre determinadas estructuras cerebrales. Pero no todas las personas tienen la misma facilidad para hacerse adictos a una droga; depende de las características genéticas, bioquímicas y fisiológicas de cada uno, por ejemplo, la mayor o menor dotación de receptores neuronales para una determinada sustancia. En el caso del estrés pantostático crónico, lo que sucede es que algunos de los mediadores del estrés y neurotransmisores asociados utilizan las mismas vías neuronales que usan las drogas para producir sus efectos y pueden causar cambios en el cerebro similares a los que inducen algunas drogas. Por eso, la exposición crónica al estrés sensibiliza ciertas vías neuronales, sobre todo aquellas que utilizan la dopamina como neurotransmisor y que están muy relacionadas con la adicción a las drogas. En definitiva, los datos muestran que existe un principio intercambiable entre los efectos del estrés y de los psicoestimulantes, ya que ambos provocan el mismo efecto en los circuitos específicos del cerebro. De ahí que el estrés crónico favorezca la adicción a las drogas.

Una conducta que adquiere los mismos rasgos que una adicción a cualquier droga es la tendencia a comer de manera compulsiva. Hay numerosas razones por las cuales las personas con estrés comen en exceso, apuestan en casinos o buscan satisfacciones hedonistas diversas, como ya se ha comentado al hablar del síndrome metabólico. Los mediadores del estrés, al activar los mismos mecanismos cerebrales que las drogas, hacen desear de manera excesiva las recompensas placenteras.

Un estudio realizado en ratas reveló que, debido a un estímulo, presentaban altos niveles de cortisol en el cerebro (equivalentes a los niveles de los seres humanos con estrés) y mostraban un deseo exagerado por una gratificación (en el experimento fue comer una golosina). La sustancia cerebral del estrés triplicó la intensidad del deseo que tenían por conseguir alimentos con azúcar. Este resultado explica por qué las personas que sufren estrés tienen más posibilidades de sentir antojos más intensos y satisfacerse de manera compulsiva con actividades que generan placer, como comer, apostar, practicar sexo o consumir drogas.

Para saber más

Los ácidos grasos andan sueltos en el estrés

Cada respuesta de estrés se acompaña de la liberación de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina). Estos mediadores, al actuar sobre las células adiposas, metabolizan sus depósitos grasos y envían a la sangre una gran cantidad de ácidos grasos. Estas grasas son combustibles de gran calidad para la contracción muscular que en la naturaleza acompaña al estrés. Pero cuando no hay movimiento los ácidos grasos que se han liberado durante el estrés no se consumen, quedan circulando en sangre; si además el individuo es sedentario, estos ácidos grasos no se pueden quemar en un ejercicio físico posterior. A los ácidos grasos sobrantes no les queda otro remedio que ir al hígado para ser reutilizados. El hígado por una parte los empaqueta en forma de triglicéridos. Parte de estos triglicéridos quedan dentro de los hepatocitos dando origen al hígado graso, cuando este proceso se reitera con frecuencia. Otra parte de los triglicéridos salen del hígado para ser distribuidos por el resto del organismo. Además, los ácidos grasos son uno de los principales precursores del colesterol: el hígado transforma los ácidos grasos en colesterol. La situación se agrava cuando coinciden otros factores de riesgo como la obesidad, el sedentarismo y el exceso de dulces y de grasas en la alimentación.

El estrés del subalterno y sus consecuencias

Los funcionarios y los monos estresados mantienen permanentemente niveles elevados de cortisol en sangre. Esta hormona ejerce importantes acciones metabólicas dentro de su misión que es la de proporcionar recursos energéticos para la supervivencia del organismo estresado. Ya hemos visto que uno de los metabolitos más importantes en las emergencias es la glucosa, por eso una de las misiones del cortisol es aumentar la concentración de glucosa en sangre, sacándola de sus depósitos hepáticos y dificultando la acción de la insulina, cuya misión esencial es meter glucosa en las células. Por eso el cortisol induce resistencia a la insulina, el componente esencial del síndrome metabólico y de la diabetes tipo 2. El cortisol es muy diabetógeno y hay que tener precaución de no abusar de este medicamento, de gran uso como antiinflamatorio y antialérgico.

Los estudios realizados en diversos simios sociales han puesto en evidencia la gran influencia que ejerce el rango social en las consecuencias negativas del estrés a varios niveles: adrenocortical, cardiovascular, reproductor, inmunológico y neurobiológico. En los seres humanos ocurre lo mismo cuando se considera el estatus socioeconómico.

Robert Sapolsky ha dedicado parte de su vida científica al estudio del estrés en comunidades de primates como los babuinos y los chimpancés, que viven en grupos estables que se caracterizan por las interrelaciones de dominación y subordinación entre sus miembros. Esta circunstancia influye en el grado de estrés de los individuos, sus patrones alimentarios, sus pautas de reproducción y su estado de salud. En estas comunidades los animales subordinados desarrollan un gran nivel de estrés ya que se hallan sometidos al dominio tiránico del macho más poderoso, que es quien controla los emparejamientos, la reproducción y la alimentación. Estos monos estresados presentan niveles elevados de mediadores de estrés, en especial aumentos de cortisol en sangre e hiperactividad del sistema simpático y desarrollan alteraciones similares a las que se encuentran en personas con síndrome metabólico y acaban muriendo de problemas cardiovasculares. Resultados similares se han encontrado en ratas de laboratorio. Dos estudios tratan estos efectos del estrés en monos y en funcionarios:

Chandola, T., Brunner, E., Marmot, M. Chronic stress at work and the metabolic syndrome: prospective study. British Medical Journal. 332: 521-525.2006.

Sapolsky, R.M. The influence of social hierarchy on primate health. Science. 308: 648-652, 2005.

Obesidad y estrés

La obesidad está relacionada directa e indirectamente con el estrés crónico. Son diversas las vías a través de las cuales una situación crónica de estrés y la obesidad pueden desencadenar síndrome metabólico y enfermedad cardiovascular. La hipertrofia y la hiperplasia de los adipocitos hace que liberen mediadores inflamatorios que ocasionan alteraciones en órganos diversos como hígado, páncreas endocrino, músculos, miocardio y paredes vasculares.

Un mediador del sistema simpático, el NPY (neuropéptido Y), juega un papel importante en la obesidad asociada al estrés. El NPY se libera directamente sobre las células adiposas, allí actúa sobre unos receptores específicos (Y2) y estimula la formación de nuevas células adiposas a partir de precursores (preadipocitos), su llenado de grasa (adipogénesis) y además estimula la vascularización de ese tejido adiposo que crece (angiogénesis). Esto ocurre fundamentalmente en la grasa abdominal, ya que esas células tienen receptores para el NPY. Esta situación anormal ocasiona la transformación de las células adiposas, algunas de las cuales están tan llenas de grasa que se rompen, y que liberan adipocitoquinas inflamatorias y contribuyen a crear unos estados inflamatorios generalizados y a la producción de gran cantidad de radicales libres (estrés oxidativo).

En este tipo de estrés pantostático jerárquico y laboral, cuando la persona consume gran cantidad de calorías en forma de alimentos y de alcohol, adquiere una especial importancia un componente del sistema nervioso simpático: el NPY, como se ha demostrado en estudios realizados en personas, en primates y en ratas, y también en neuronas simpáticas cultivadas in vitro.

El NPY es un neurotransmisor que se libera en los nervios simpáticos frente a estímulos estresantes, sobre todo en situaciones de un exceso de alimentos grasos y dulces. Parece ser que estos alimentos activan, mediante mecanismos epigenéticos, la expresión de los genes que sintetizan el NPY en las neuronas del sistema nervioso simpático en respuesta a un estrés. Esta hiperalimentación potencia la respuesta de cortisol y este exceso de cortisol también potencia la secreción de NPY. Si a las neuronas simpáticas en cultivo in vitro se les crea una situación de estrés adicionando un corticoide en su medio de incubación, responden secretando NPY. Algunas publicaciones que tratan el asunto de la relación entre estrés y obesidad:

De Ferranti, S. y Mozaffarian, D. The perfect storm: obesity, adipocyte dysfunction, and metabolic consequences. Clinical Chemistry. 54: 945-955, 2008.

Kuo, L.E. y cols. Chronic Stress, Combined with a High-Fat/HighSugar Diet, Shifts Sympathetic Signaling toward Neuropeptide Y and Leads to Obesity and the Metabolic Syndrome. Annals New York Academy Sciences. 1148: 232-237, 2008.

Virtue, S., y Vidal-Puig, A. Adipose tissue expandability, lipotoxicity and the Metabolic Syndrome-an allostatic perspective. Biochim Biophys Acta. 1801: 338-349, 2010.

El estrés crónico es una de las principales causas de cáncer, y numerosas publicaciones demuestran los diferentes mecanismos a través de los cuales se produce esta funesta consecuencia del estrés. El punto de vista neurobiológico sugiere la conexión entre los mecanismos hormonales, nerviosos e inmunológicos en el desarrollo del cáncer.

Gerlinger, M. y Swanton, C. How Darwinian models inform therapeutic failure initiated by clonal heterogeneity in cancer medicine. British Journal Cancer. 103: 1139-1143, 2010.

Ondicova, K. y Mravec, B. Role of nervous system in cancer aetiopathogenesis. Lancet Oncol. 11: 596-601, 2010.

Sirera, R. y cols. Inmunología, estrés, depresión y cáncer. Psicooncología. 3: 35-48, 2006.

Taby, R. e Issa, J.P.J. Cancer Epigenetics. A Cancer Journal for Clinicians. 60: 376-392, 2010.

Estrés y afectación cerebral

El cerebro es otro de los órganos que sufren las consecuencias del estrés pantostático crónico. El cerebro adulto es más adaptable de lo que antes se creía. El cerebro muestra una capacidad de cambio que se denomina plasticidad: cambio en el número de neuronas y en el de sus conexiones.

La persistencia de niveles elevados de cortisol y de los otros mediadores de estrés ejercen efectos perjudiciales sobre las neuronas de ciertas áreas cerebrales del sistema límbico, en especial el hipocampo y la amígdala, que son las que juegan un papel central en el aprendizaje, la memoria y las emociones. El cortisol es mucho más importante que la adrenalina, ya que esta solo permanece unos pocos minutos actuando, mientras que los niveles elevados de cortisol actúan durante horas. El exceso de cortisol daña las estructuras cerebrales por sí mismo y además interfiere con la función de los neurotransmisores, las sustancias químicas que las células cerebrales usan para comunicarse entre sí.

El hipocampo juega un papel central en dos aspectos interesantes en relación al estrés, por una parte es la estructura responsable de la formación de la memoria declarativa (explícita) estable, necesaria para recordar el acontecimiento estresante y, por otra parte, es un regulador de la producción de hormonas del estrés, algo así como si vigilara que la respuesta neuroendocrina del estrés fuera la justa, que no sea excesiva. Por todo ello, es la estructura del cerebro con mayor concentración de receptores para los corticoides. Numerosos estudios en humanos y animales muestran que el estrés crónico y el exceso de hormonas de estrés deterioran las formas de memoria dependientes del hipocampo. Además de afectar a la memoria y a la plasticidad sináptica, el estrés y el cortisol pueden alterar la morfología de las conexiones entre las neuronas (dendritas) del hipocampo e inhibir la neurogénesis en el cerebro adulto, proceso que está relacionado con el aprendizaje y la memoria.

McEwen, B.S. Central effects of stress hormones in health and disease: understanding the protective and damaging effects of stress and stress mediators. European Journal Pharmacology. 583: 174-185, 2008.

—, Stress, sex, and neural adaptation to a changing environment: mechanisms of neuronal remodeling. Annals of the New York Academy of Sciences. 1204: 38-59, 2010.

Estrés y envejecimiento

El estrés crónico acelera el proceso de envejecimiento. Esto se descubrió por un grupo de psiquiatras y bioquímicos que estudiaron qué sucede con el material genético de madres que tienen a su cargo el cuidado de sus hijos enfermos de gravedad. En estas publicaciones están los detalles:

Epel, E. y cols. Accelerated telomere shortening in response to life stress. Procceding National Academy Science USA. 10: 17312-17315, 2004.

Epel, E.S. Psychological and metabolic stress: A recipe for accelerated cellular aging? Hormones. 8: 7-22, 2009.

Estrés y drogadicción

El estrés mantiene una peligrosa relación de doble vía con las drogas: por una parte las drogas agravan las consecuencias del estrés y, por otra, el estrés crónico promueve la adicción.

Dmitri, Y. Z. y cols. Drug-induced and Genetic Alterations in Stress-Responsive Systems: Implications for Specific Addictive Diseases. Brain Research. 16: 235- 252, 2010.