Capítulo 20

Castillo Dunvegan, Isla de Skye, Escocia

Cailean y Lena aparecieron envueltos en un agitado y luminoso viento que los envolvía, a poca distancia del puente que los separaba de la puerta principal. Los guardas de las torres dieron la voz de alarma, pero supieron al momento que se trataba del hijo pródigo, pues solo aquel guerrero podía ser capaz de aparecer de la nada envuelto en pura magia. Cailean la cogió de la mano para enfundarle seguridad y se encaminaron hacia la fortaleza donde las enormes puertas, más allá del puente, se abrían de par en par dejando ver a varias personas que los esperaban con impaciencia.

Se adentraron en la fortaleza, y varios guerreros los condujeron hasta el salón principal, donde la cena transcurría en medio de una reunión familiar.

—¡Cailean, por fin has llegado!, ¿por qué me has hecho esperarte tanto tiempo? —Una hermosa joven de pelo naranja y esponjosos rizos que llegaban hasta su cintura se levantó de la mesa y salió corriendo para lanzarse al cuello de Cailean y abrazarse a él.

El ímpetu de aquella muchacha hizo que Cailean tuviera que soltar a Lena para abrazarla cuando casi lo derribó al suelo. Él se rio por su desmesurada muestra de afecto y la besó en la cabeza. Solo Iona era incapaz de esconder sus sentimientos en aquella familia; era igual que su madre en eso. Lena sintió una punzada en su pecho cuando la cálida mano de él se separó bruscamente de la suya para prestar toda su atención a aquella bonita joven. Con el corazón en un puño deseó que no fuera su prometida o su... amiga especial.

—Iona, suéltame ya, o vas a hacerme daño con tus abrazos —bromeó Cailean. Era tan tierno con ella que, al haber presenciado esa íntima escena, Lena se sintió como una intrusa.

Los demás comensales de aquella mesa se levantaron tras la joven de pelo naranja para acercarse a Cailean y darse golpes en la espalda y varios abrazos. Una pequeña anciana con un elegante pañuelo que envolvía una larga trenza de blanco cabello se acercó a Cailean lentamente, ayudada por un bastón.

—Mi querido nieto, llevábamos días esperando tu regreso. Has tardado más de lo que creíamos —dijo la anciana mientras le daba unas palmaditas con afecto a la mejilla de Cailean.

—Abuela, las cosas se complicaron un poco —respondió él volviendo a su seriedad habitual.

—Pero ahora ya está aquí, Mai, y eso es lo que importa —añadió un apuesto hombre de unos sesenta años. Tenía un cierto parecido con Cailean, pero sus ojos eran de un color miel, iguales a los de otro hombre aparentemente más joven que estaba a su lado.

—Hermano, te veo bien. Has crecido algo este último mes —vociferó con guasa la grave voz de aquel hombre más joven mientras le palmeaba el hombro y Cailean asentía sin mucho divertimento.

El silencio entre aquel alboroto de abrazos y comentarios se extendió por toda la sala cuando los familiares de Cailean se dieron cuenta de la presencia que había quedado rezagada unos metros tras el druida. Iona, que había estado esperando con enorme impaciencia la llegada de una joven venida de un futuro tan imposible como soñado para ella, fue la primera en dirigirse a la forastera con premura.

—Oh, lo siento, qué falta de tacto por nuestra parte. —Cogió a Lena de las manos mientras le ofrecía una cálida sonrisa de bienvenida—. Soy Iona, la hermana pequeña de Cailean; bienvenida, lady Lena. Es un enorme placer tenerte entre nosotros; no puedes imaginarte las ganas que tenía de conocerte. Eres tal y como te imaginaba —Siguió con sumo entusiasmo y un brillo en sus ojos—. En su misiva, Cailean me contó que llegaríais pronto y me pidió que fuera tu acompañante para que no te sintieras sola en nuestro castillo mientras te alojaras aquí. Oh, vaya... sí que eres bonita, Cailean tenía razón cuando me contó en la misiva que tus ojos eran tan... —Un carraspeo sonoro tras ella hizo detener la verborrea de Iona, que tarde ya, se dio cuenta de que estaba hablando demasiado.

Lena se había sonrojado al instante. «Iona es su hermana, ¡qué alivio!» pensó. ¿Cailean le había hablado de ella en su carta?

—Gracias —solo atinó a decir algo abrumada.

Cailean se dio cuenta de su azoramiento y la vio tan perdida allí de pie entre una desconocida que le cogía las manos como si la conociera de siempre que no pudo evitar ir a su lado y posar su mano posesivamente sobre la baja espalda de Lena para calmarla. Iona se separó levemente y, perspicaz, inclinó la cabeza, entornando los ojos. «¿Desde cuándo Cailean se muestra tan cercano con alguien que no sea yo misma?», pensó su hermana.

—Lady Lena, esta es mi familia. Ya habéis conocido a Iona; él es mi padre Douglas. Señaló al hombre de sesenta años, que se acercó con un porte elegante y le cogió su mano para besarla cortésmente.

—Es un placer, milady. Ya deseábamos conocerla. —Lena asintió con la cabeza.

—El gallardo hombre de ojos miel y pelo alborotado es mi hermano mayor y el laird del clan MacLeod, Alistair —los presentó en un tono burlón. Su hermano era un hombre apuesto y muy viril, pero no eclipsaba el atractivo de Cailean, según pensó Lena cuando este se acercó y, al igual que su padre, le besó la mano.

—Y ella es mi abuela Mai, la que mantiene esta familia a raya. Sin ella todo esto sería un caos —volvió a bromear Cailean. Nunca lo había visto tan cómodo con nadie y mucho menos hacer tantas burlas seguidas. Era evidente la confianza que se tenían todos ellos.

Mai se acercó despacio con su bastón de vieja madera y se quedó mirando a la joven de arriba a abajo. Lena se sintió bastante incómoda ante el sigiloso escrutinio de la anciana, y sus verdes ojos se desviaron de ella a Cailean e Iona, que apretaban sus labios en una fina línea para no dejar entrever las ganas de reír que les causaba esa situación.

—Así que vos sois la descendiente de lady Moibeal... os imaginaba distinta. Dicen que Moibeal era bastante alta y su pelo, de un rubio tan claro que casi parecía blanco. —Lena intentó serenarse y cogió aire con lentitud—. Han pasado muchos siglos, lady Mai, y muchas personas de diferentes orígenes se han cruzado hasta llegar a mí. Me sorprende a mí misma ser la descendiente de quien Cailean dice que soy. —No iba a permitir que esa anciana la intimidara después de todo lo que había pasado hasta llegar allí. Así que irguió su espalda y levantó su barbilla para parecer más altiva y segura, siempre con su ya deslumbrante sombrilla.

Mai se fijó en el intenso brillo de sus ojos, algo casi mágico. Le recordó al brillo que solía tener su nieto Cailean antes que su madre muriera. Era algo hermoso y ancestral, puro y muy antiguo, y fue suficiente para convencerse de que esa era la muchacha a la que llevaban tanto tiempo esperando.

—Mm... es suficiente —murmuró sin apartar su vista de ella—. Está claro que eres su descendiente. Bienvenida a Dunvegan, querida. —Esta vez su arrugado rostro impertérrito se dulcificó, y una afable sonrisa le fue mostrada con aceptación. Lena soltó el aire contenido lentamente, sintiéndose algo más tranquila.

Los invitaron a sentarse a la mesa con ellos y, después de haber cenado y escuchado cómo Cailean narraba parte de su trayecto durante aquellas casi dos semanas, Lena ya deseaba que le permitieran ir a sus aposentos y así poderse dar un baño y descansar. Pese a que Mai no dejaba de observarla y que la dicharachera y amable Iona no cerraba la boca y estaba muy pendiente de su comodidad, deseaba un rato de silencio, un rato para pensar con calma los siguientes pasos que, según Cailean, deberían dar. Mientras tanto, Cailean, Alistair y su padre se habían abstraído en los acontecimientos del clan y su misión. Oyó cómo Cailean preguntaba por Anice, la esposa de Logan y su ya avanzadísimo embarazo, y Alistair le contó que la muchacha estaba saludable y daría a luz en los próximos días, lo cual hizo desear al druida que sus amigos regresaran pronto.

—Iona, no quisiera parecer descortés, pero me siento algo fatigada y desearía poder retirarme a mi recámara. ¿Sería posible si...? —Antes de que acabara la frase, la joven e impetuosa muchacha ya se había levantado para llamar a una doncella y ordenar que la acompañaran. Ahogando una sonrisa, Lena pensó que esa chica era eficiencia pura.

Pero, cuando ella se disponía a seguir a la joven sirvienta, sintió la enorme y reconfortante presencia de Cailean a su espalda. Le agarró el brazo con suma delicadeza y se dirigió a su hermana.

—Yo mismo la acompañaré, Iona, y me aseguraré de que todo sea de su agrado —dispuso con un rostro impertérrito que no daba opción a réplica. Luego se dirigió a la sirvienta—. Muchacha, haz que suban una tina con agua caliente. Lady Lena debe querer deshacerse del polvo y suciedad del camino.

Si a todos aquellos les sorprendió la galante y próxima actitud de Cailean, nadie lo demostró, pero todos ellos se lanzaron discretamente miradas de complicidad cuando el druida les dio la espalda para atravesar la puerta del salón junto a la muchacha. Antes de desaparecer, la astuta Mai lo llamó.

—Cailean, querido, no te demores con lady Lena; aún tenemos mucho de que hablar antes de que acabe la noche. No hagas esperar a tu pobre abuela en este frío salón, y apresúrate a volver cuando hayas acompañado a milady —le advirtió esta, alzando la mano en señal de impaciencia.

Cailean, que se había vuelto para atenderla, asintió con la cabeza para luego dirigirse hacia las escaleras que llevaban a las estancias. Antes que ambos llegaran a la puerta de la que sería su dormitorio, habiendo caminado juntos en el más absoluto silencio, Cailean le soltó el brazo para apresarla por la cintura y acercarla bruscamente a él, con pasión, con ardor. Lena, no sintiéndose para nada sorprendida por aquella muestra de fogosidad, pues deseaba tanto como él su contacto, se abrazó a su cuello y se fundieron en un profundo beso cargado de deseo, cargado de anhelo. Cailean subió su mano hasta la nuca de esta para acariciar su sedosa piel mientras se deleitaba con la jugosidad de aquellos dulces labios. Ella suspiró en su boca; él gruñó de impaciencia, viendo que aquello no podía seguir en medio del largo corredor, a merced de que alguien los descubriera.

Lena... —ronroneó sin apenas separar sus labios de ella.

—¿Qué?... —gimoteó al saber de antemano que debían parar aquello. Pero sus manos no podían dejar de acariciar el pelo de él mientras le mordía suavemente el labio.

—Deberíamos, tenemos que...

—Sí, lo sé... sí... tenemos que parar.

Reticentes, ambos se separaron, jadeantes, e insatisfechos. El Castillo Dunvegan era un lugar mucho más concurrido, y la familia de Cailean, muy propensa al control de todo lo que ocurría en el clan, así que iba a ser complicado que estos pudieran disfrutar de algún momento a solas. Cuando Cailean dejó, aquella noche en el castillo de Connor, que su cordura se perdiera en el deseo hacia lady Lena, nunca creyó que fuera algo tan profundo. Sí, sentía verdadera debilidad por aquella mujer, pero tal adicción lo tenía tremendamente confundido hasta tal punto que a veces le costaba pensar con claridad cuando no la tenía junto a él, y mucho menos cuando estaba cerca. Necesitaba sentirla; no solo su piel, no solo en un plano meramente físico, sino también espiritual, místico. Su energía lo envolvía de calmada paz y empezaba a sentir que sin su presencia le faltaba el aire.

—Será mejor que lo dejemos aquí, mi pequeña hechicera —dijo con picardía a la vez que abría la puerta de la alcoba de Lena para instarla a entrar—. La doncella subirá pronto para ayudarte con el baño, y yo tengo a Mai esperándome impaciente como si tuviera que morir mañana—. Volvió a sonreír irónicamente.

Lena se acercó y lo besó en la mejilla con rapidez, antes de que su deseo volviera a unirlos de nuevo.

—Buenas noches, Cailean.

—Buenas noches, milady.

***

El día siguiente fue mucho más entretenido de lo que Lena hubiese imaginado. Iona la despertó de buena mañana con una lista de actividades por hacer juntas. Según le había dicho, Cailean la había dejado a su cuidado y bienestar durante todo el día, ya que él y su hermano pasarían la jornada visitando a los miembros del clan que vivían a las afueras de la fortaleza. Iona era tremendamente habladora, pero un encanto de muchacha. Se desvivía por hacer que todo fuera del agrado de lady Lena. Durante la mañana, la hermana de Cailean le mostró el castillo; el salón a pleno día era mucho más hermoso y majestuoso. La gran mesa central siempre estaba decorada con grandes cuencos de fruta y, a ambos lados, dos majestuosas chimeneas con intrincados celtas hacían de aquella estancia un lugar acogedor. A pesar de ser verano, las noches eran bastante frescas y siempre mantenían encendida una de estas. Visitaron las amplias cocinas donde las jóvenes sirvientas se afanaban en amasar el pan que aquel día comerían, la amplia biblioteca y las estancias destinadas a los invitados de honor, como ella. Lena estaba maravillada al descubrir cada nuevo recodo y cada nueva historia que Iona, muy orgullosa, le relataba. El castillo de Dunvegan había sido residencia del clan MacLeod desde hacía siglos. Iona quiso llevarla a cabalgar por la tarde, pero sus planes se vieron frustrados al decirle Lena que no sabía cabalgar y que su hermano había empezado a enseñarle cuando estaban en el castillo de Connor.

—Pero sé disparar un poco con el arco —aclaró Lena con un brillo especial en los ojos cuando recordó lo bien que se lo había pasado junto a Baen y Logan. Luego frunció el ceño pensativa: «Quizás a lady Iona no le guste algo tan propio de hombres».

—¿Estáis de broma?, ¿en serio os gusta el arco? Madre mía, tenemos un montón de cosas en común, lady Lena. Yo adoro tirar con arco. Cailean me enseñó de pequeña y, siempre que puede, montamos competiciones, e incluso hemos llegado a hacerlo con otras gentes de clanes vecinos. —Era increíble el entusiasmo que mostraba aquella joven por todo—. Mandaré que nos traigan unos arcos y unas dianas en el patio. ¡Ya veréis lo bien que lo vamos a pasar! —gritó entusiasmada mientras le agarraba ambas manos con impaciencia.

—Pero recordad que justo estaban empezando a enseñarme; no soy rival para vos, lady Iona —aclaró con gestos teatrales. Iona se rio por su interpretación.

—No importa, yo os enseñaré. —Y, acto seguido, la asió de la mano y se la llevó directo al patio.

Horas más tarde, cuando Cailean y Alistair volvían de su entretenido día, les sorprendió el alboroto creciente que imperaba en el patio de armas de Dunvegan.

—¿Qué demonios ocurre allí? —preguntó impaciente Alistair, temiendo encontrar alguna trifulca entre sus hombres.

A Cailean pareció importarle poco lo que ocurriera, ya que sus pensamientos estaban sobre la mujer que deseaba tener en sus brazos. «¿Cómo debe haber pasado el día?», se preguntó deseando que su hermana Iona y su excesivo entusiasmo no la hubieran agotado demasiado. Pero la sorpresa de ambos fue inimaginable al contemplar a las dos muchachas competir con sus arcos, rodeadas por los guerreros y campesinos del clan, que las vitoreaban y animaban a cada tiro.

«¿Será posible...?», susurró Cailean al ver la alborotada cabellera de Lena ondear al viento mientras tensaba aquel arco. Un guerrero parecía darle instrucciones para mejorar su tiro, y sintió que los celos lo embargaban rápidamente por su desmesurada proximidad.

Alistair, viendo cómo aquel apretaba sus dientes con fuerza y hacía esfuerzos agarrando con tensión sus riendas por no salir al trote, sonrió. Su hermanito parecía sentir algo parecido al afecto por alguien que no fuera su hermana Iona.

—Parece que se están divirtiendo. Vamos a ver cómo van las apuestas —animó Alistair espoleando su caballo y dejando arrezagado al sorprendido druida.

Cuando llegaron allí, las apuestas estaban igualadas, pues lady Lena resultó ser una aprendiz realmente aventajada, que estaba prácticamente al mismo nivel que lady Iona. A un lado estaban los seguidores que vitoreaban a su estimada Iona, mientras que, en el otro, los gratamente sorprendidos por la llegada de aquella forastera que no parecía amilanarse ante la destreza de los escoceses.

—Vamos, Cailean, echa tu apuesta. La competición está muy reñida, hermano —gritó Alistair divertido desde la pequeña congregación de hombres que soltaban sus monedas.

—Yo no apuesto. Ya lo sabes, hermano —respondió él algo ceñudo mientras rodeada a la muchedumbre observando toda aquella situación y a su protegida.

Cailean sentía una mezcla de orgullo al verla tan integrada, tan hermosa, pero a la vez sus sentimientos se agriaban cuando una punzada de celos y temor a que alguien la dañara se colaba por sus venas. Tensó los músculos y a punto estuvo de salir en su búsqueda y llevársela cargada en el hombro cuando su hermano lo agarró del brazo.

—Cailean, la muchacha solo se está divirtiendo. Aquí no corre peligro —le advirtió con el semblante totalmente serio. Alistair conocía muy bien a su hermano y nunca lo había visto de ese modo con ninguna mujer.

El druida inspiró profundamente para serenarse. Su hermano tenía razón. Si cometía el error de ridiculizarla a ella y a él mismo, ese acto en público no sería beneficioso para nadie. Pero mantener aquella maldita farsa ante todos empezaba a desquiciarlo.

—Vamos dentro. Beberemos algo mientras las mujeres se divierten. Tranquilo: aquí no puede pasarles nada. —Arrastrándolo, se lo llevó al salón.