Después de una tirante comida y tras el ridículo de Lena con su confusión, la comida transcurrió algo tensa y poco distendida. Cielo santo... ¿Joe era un Stewart? Lo había confundido con el chofer. Él debería pensar que era una completa estúpida. Pero, de todos modos, él había sido su chofer en Liverpool y la noche pasada no lo había negado en ningún momento. ¿Pero qué hacía él de chofer en Liverpool cuando era el hijo de los Stewart?
La señora Effie le explicó que Joe se había ofrecido a recogerla al enterarse de que Evan no podría hacerlo, aunque no lo exculpó en ningún momento por su mala conducción; ni siquiera mencionó el hecho. Ni Joe ni ella volvieron a intercambiar palabra alguna. La conversación oída tras la puerta la dejó algo perturbada y solo tenía ganas de acabar con ese compromiso para volver al hotel. Aún le quedaban dos días allí, y el ambiente comenzaba a volverse algo enrarecido.
Tras la corta reunión en la que ella, el señor John y Ray tuvieron en la salita de estar, los prototipos para las prendas y sus modificaciones quedaron prácticamente decididos, con lo cual el trabajo más importante quedaba casi terminado. Antes de irse, pudo enviar los informes por mail a su empresa.
—Señorita Lagos, si quiere, puedo llamar a un taxi para que la lleve de vuelta al hotel —ofreció John amablemente.
—Yo puedo acercarla, padre. —En ese instante Joe entró en la salita.
—Ah... ¿habéis terminado ya?
—Sí. Ahora mismo Lena y yo nos íbamos —contestó Ray.
La amenazadora y punzante mirada que Joe le dirigió a su hermano heló la sangre de todos los presentes, incluso la de ella.
—Hijo... —John se dirigió a Ray mientras lo agarraba firmemente del brazo—. Creo que tenías algo importante que hacer con tu madre. Ella te está esperando.
Ray apretó los dientes y vio cómo sus puños se cerraban con fuerza. Se despidió de Lena y se marchó rozando con un seco golpe a su paso el hombro de Joe. Tras él, su padre hizo lo mismo, pero la tierna mirada que le dedicó a ella la hizo sentir todavía más confusa. Quizás Joe venía a disculparse y, por ese motivo, los dejaban a solas.
—Coge tus cosas: te llevaré al hotel —dispuso mientras le tendía su parka y su mochila.
Lena estaba atónita: no solo no se disculpaba, sino que encima pretendía que volviera a subirse con él en el coche. Abrió los ojos como platos y sintió que la furia volvía a acumularse en su pecho.
—¿Subir al coche?, ¿contigo? ¿Acaso crees que estoy loca? Creo que al menos merezco una disculpa. No entiendo cómo aún nadie lo ha hecho. Ah, bueno... déjame recordar... Ray se ha disculpado en cierto modo, pero ha sido el único. No pienso ir a ningún lugar contigo. Llámame un taxi. —Cada vez se sentía más encolerizada, y habían empezado a tutearse.
—Lena... —carraspeó para rectificar—. Señorita Lagos... coja sus pertenencias y suba al coche. —Su voz era cada vez más gélida y autoritaria, como si un abismo de hielo se hubiera instalado frente a ellos.
—Pídeme disculpas y quizás me lo piense.
Joe no podía creerse su suerte. Sabía de sobra que tratar con mujeres modernas no era fácil, pero le había tocado la más tozuda de todas. Si supiera al peligro al que estaba expuesta... si entendiera todo por lo que ella estaba allí... pero no, no podía saberlo todavía. Era demasiado pronto. Él se dio la vuelta, dándole la espalda a Lena, que permanecía con los brazos cruzados en su pecho y con una actitud de muy pocos amigos. Suspiró viéndose agotado por tener que mediar con esa mujer y finalmente volvió a mirarla a los ojos y se disculpó con sequedad.
—Lo siento.
—¿Solo «lo siento»? —preguntó airada Lena: quería más.
Joe cogió aire con profundidad y lo dejó salir con lentitud mientras contaba mentalmente hasta cinco. Pensó que, por suerte para ella, no se encontraban en su tierra. Si no, ya se la hubiese cargado al hombro para meterla en el coche.
—Siento haberos puesto en peligro y conducir como un loco —aceptó a regañadientes.
Lena se conformó. Bajó los brazos y cogió sus cosas para salir de la casa. Deseaba estar ya en el hotel. Joe podía ser tremendamente guapo, extremadamente viril pero, en aquel momento, Lena no halló ni una pizca de inseguridad al amedrentarlo. Con ese acto tan imprudente, había dejado de sentirse tan pequeña e inferior frente a ese dios celta, pues sus actos le habían hecho bajar un peldaño en su valoración personal.
***
Tras un tenso viaje en el que Joe condujo con tremenda calma, ella se percató de que él no dejaba de mirar por los espejos retrovisores hacia los demás coches. Se lo veía tenso. Al pasar delante de una tienda de suvenires, ya en Ayr, Lena pensó que era un buen momento para comprar los regalos que quería llevar a su vuelta.
—Joe, ¿podrías parar aquí? Necesito comprar algunas cosas. Luego volveré a pie hasta el hotel; no está muy lejos y me apetece tomar un paseo para... —Él no la dejó terminar.
—La esperaré aquí. Cuando acabe, la llevaré al hotel —dispuso secamente.
—Pero puedo volver and... —Volvió a ser interrumpida.
—La esperaré aquí.
Lena resopló pensando que era el tío más insufrible que había conocido. ¿Se podía ser más borde? En Liverpool le había parecido un hombre agradable. ¿Por qué ahora era tan imbécil?
—De acuerdo; volveré en seguida —respondió con acritud.
No se dio ninguna prisa en comprar los regalos; es más: se recreó y paseó por la tienda como si nadie ahí fuera la estuviera esperando. Mientras escogía qué taza comprarle a su padre, pensó con una burlona mirada que, si quería llevarla hasta el hotel, tendría que esperar a que ella acabara.
Estaba esperando pacientemente en la cola para pagar sus recientes adquiridos regalos, cuando un hombre alto, de mediana edad, calvo y vestido elegantemente con un traje oscuro, entró en la tienda.
—Disculpen, ¿es de alguien el jeep rojo de afuera?
Esta vez Joe no había cogido el elegante coche de empresa que conducía Evan, sino uno de la familia, y se había visto obligada a sentarse a su lado en el asiento del copiloto.
—Sí... es mío, bueno... en realidad es... —El desconocido la interrumpió.
—Creo que se lo lleva la grúa, señorita.
Joe había aparcado en doble fila, pero él estaba esperando dentro del coche.
—No, esto no es posible, dentro... —intentó explicarse Lena.
—Escuche... se lo están llevando. —Quizás Joe había salido un momento del coche...
Dejó la cesta sobre el mostrador y salió apresurada hacia afuera. Justo al pisar la calle se topó bruscamente con otro hombre, que la agarró por los hombros para evitar que cayera. Era alto, robusto, con gafas de sol. Y extrañamente parecía vestir igual que el hombre que la había advertido en la tienda. Levantó la mirada confusa y se disculpó.
—Disculpe —dijo algo sorprendida. Pero el hombre mantuvo sus manos fuertemente aferradas a ella.
Intentó zafarse de su agarre y se volvió hacia atrás buscando una salida, pero fue inútil. El hombre que había entrado anteriormente en la tienda se había posicionado tras de ella impidiéndole huir.
—Métela en el coche, rápido, antes que la vea Cailean —ordenó el primero.
¿Qué? ¿Pero qué significaba todo aquello?, ¿era una especie de secuestro exprés? Lena forcejeaba con ellos para evitar que la metieran dentro de una furgoneta negra cuando, de repente, unas enormes manos sujetaron el cuello de uno de los agresores. No tuvo tiempo de ver nada; todo era demasiado rápido y confuso. Le pareció ver a Joe apartar al hombre agarrándolo con una sola mano por el cuello y haciéndolo volar por los aires hasta estrellarse contra el muro de la tienda de suvenires. Luego, esquivó varios golpes del otro individuo, haciendo un rápido movimiento que lo colocó tras de su enemigo, lo que le permitió agarrarlo por el cuello con su musculoso brazo y dejarlo inconsciente, o quizás muerto al instante. Del furgón salió un tercer hombre que se dirigía corriendo hacia ellos. Era aún más grande que los otros dos, y Lena quedó paralizada sin saber hacia dónde moverse.
—¡Corre! —Joe le gritó mientras le hacía señas hacia la calle que daba al parque Corshill.
Lena salió corriendo; corrió sin demora, sin descanso. No paró en un buen rato. No sabía cuánta distancia había recorrido cuando, exhausta, se detuvo apoyando su mano sobre la verja que rodeaba el parque. El aire le quemaba el interior del cuello, intentando recuperar el aliento, cuando una mano la agarró firmemente por el antebrazo. En ese momento sintió cómo aquellas imágenes, lejanas y confusas que se le habían aparecido aquella madrugada en su apartamento volvían a reunirse todas, agolpadas y rápidas como una secuencia de fotos. La cabeza empezó a darle vueltas, y la visión de sus ojos se iba nublando, como aquella vez. Alguien la llamaba, repetía su nombre una y otra vez, pero sus ojos habían dejado de ver y un pitido ensordecedor se mezclaba con los sonidos del ambiente. De repente, en medio de la multitud de sensaciones, un pinchazo, o un corte, seguido de un escozor en la palma de la mano. Volvía a sentir que caía de nuevo, caía hacia la nada y, antes de desfallecer, antes de perder el control de su cuerpo y de su mente por completo, un extraño y apacible calor la envolvió. Como si un agradable abrazo la acunara con una delicadeza abrumadora mientras a su alrededor se desataba la más violenta de las tormentas. Cerró los ojos, y se dejó llevar.