Frank Sulloway
Profesor visitante, Institute of Personality and Social Research, Universidad de California (Berkeley); autor de Rebeldes de nacimiento... ¿Depende nuestro carácter del orden en que nacemos?
FRANK SULLOWAY: Durante las últimas dos décadas he experimentado un cambio fundamental en mis intereses profesionales. Empecé siendo historiador de la ciencia, y me preocupaban especialmente las cuestiones históricas acerca de las vidas intelectuales de las personas. Al intentar comprender el origen de la creatividad en ciencia, empecé a interesarme de modo gradual en los problemas del desarrollo humano, especialmente en la forma en que la teoría de Darwin nos ayuda a entender el desarrollo de la personalidad. Ahora, además de historiador, me considero psicólogo.
EDGE: ¿Cómo ocurrió este salto?
SULLOWAY: El salto lo determinó el tipo de preguntas que me hacía. Al principio me atraía el problema de por qué los científicos aceptan nuevas ideas. Si se examina la historia de la ciencia, es obvio que la mayor parte de individuos que han aceptado innovaciones radicales no lo hizo por conocer pruebas que otros ignoraban. Darwin es un buen ejemplo de ello. Cuando volvió de su viaje en el Beagle expuso en Londres sus famosos especímenes de las Galápagos. Seis meses después de su regreso, la mayor parte de los principales naturalistas de Gran Bretaña había visto los pinzones y los reptiles que Darwin había traído de las Galápagos, esto es, las pruebas cruciales que habían convertido a Darwin a la causa de la evolución (y que actualmente consideramos un ejemplo clásico de evolución en acción). John Gould, uno de los grandes ornitólogos del siglo xix, sabía mucho más de los pájaros de las Galápagos de Darwin que el propio Darwin. Gould corrigió muchos errores que Darwin había cometido durante el viaje del Beagle, como su idea de que muchos de los pinzones de las islas Galápagos eran, en realidad, las formas que habían llegado a imitar a través de la evolución biológica. Me explico: Darwin, por ejemplo, había confundido al pinzón curruca con una curruca, y pensaba que el pinzón de cactus era miembro de la familia Icteridae, una familia de pájaros completamente distinta. Gould corrigió estos errores y también mostró a Darwin que algunos otros pájaros que él no había reconocido como pinzones formaban parte de un grupo estrechamente relacionado entre sí. Darwin quedó atónito por estas y otras informaciones que recibió de Gould en marzo de 1837, e inmediatamente se convirtió en evolucionista. Lo más extraño es que a Gould no le sucedió lo mismo. Siguió siendo creacionista incluso después de la publicación de El origen de las especies. Esto es, el hombre que más sabía no vio más allá y el que menos sabía vio más allá. Me dio la impresión de que este desconcertante episodio de la historia del saber tenía alguna relación con el temperamento, el carácter o la personalidad. Desde luego, no tenía nada que ver con las pruebas científicas en sí. Darwin, Gould y muchos otros naturalistas contemporáneos tenían acceso a los mismos datos. Lo que nos lleva a deducir que las personas que dan saltos creativos en ciencias y en otros campos lo hacen, en parte, a causa de sus personalidades; especialmente por su capacidad de pensar de formas nuevas y no convencionales. En resumen, me empecé a interesar por la psicología.
EDGE: ¿Fue un salto mental puramente intuitivo?
SULLOWAY: Desde luego, la intuición tuvo un papel esencial en el salto. Por fortuna, el salto intuitivo fue seguido por la puesta a prueba de las hipótesis, un método que nos salva de convertirnos en astrólogos o en psicoanalistas.
EDGE: ¿Cómo llegó a hacerse consciente de esta idea?
SULLOWAY: Fue en parte intuición y en parte puramente pruebas científicas. A principios de la década de 1970 empecé a leer todo cuanto pude encontrar sobre psicología de la personalidad, en especial la literatura sobre estilo cognitivo, y también empecé a investigar en este campo. Acabé por tropezarme con la cuestión del orden de nacimiento, que estuve investigando durante dos décadas. Sin embargo, el orden de nacimiento no era más que la punta del iceberg de este proyecto de investigación. En el momento en que uno empieza a tratar el tema de la dinámica familiar, también se tropieza con otros factores importantes que provocan un determinado desarrollo de la personalidad.
EDGE: ¿Cuáles eran sus orígenes académicos?
SULLOWAY: Era estudiante de doctorado de primer año cuando desarrollé los intereses que han marcado mis trabajos sobre creatividad científica. Estaba empezando a trabajar en mi curso preliminar para un doctorado en historia de la ciencia. En aquel momento tenía previsto escribir una disertación doctoral sobre la vida de Darwin, sobre quien había investigado bastante. Por ejemplo, había seguido el viaje del Beagle alrededor de Suramérica y había realizado una serie de películas sobre el periplo de Darwin. También tenía mucha información sobre la conversión de Darwin al evolucionismo, y las razones específicas que la motivaron; y había empezado a escribir artículos sobre estos temas, que terminaron por ser publicados. En retrospectiva, me había topado con un problema —la conversión de Darwin— que cambió mi carrera por completo. En cierto momento llegué a considerar seriamente obtener un doctorado conjunto en psicología, y realicé casi todos los cursos necesarios en ese campo. Aunque finalmente no hice ese doctorado conjunto, había iniciado lo que se convirtió en una carrera profesional híbrida. Seguí con mis lecturas e investigaciones en psicología, mantuve mi anterior interés en biología evolutiva y también continué con mis investigaciones en historia de la ciencia, especialmente en el tema de las revoluciones en ciencia.
EDGE: ¿Dónde estaba en aquel tiempo?
SULLOWAY: Era estudiante de doctorado de la Universidad de Harvard. Cuando llevaba dos años de estudios de doctorado me convertí en Junior Fellow en la Society of Fellows,* una maravillosa experiencia. Ser un Junior Fellow me permitió trabajar en cualquier campo que quisiese. Ya no estaba bajo la supervisión directa de ninguna persona de mi departamento. Fue una experiencia fantástica, y la independencia que me ofrecía me sentó de maravilla.
EDGE: Hablemos sobre la tesis que le llevó a escribir su libro Rebeldes de nacimiento.
SULLOWAY: En esencia, lo que hallé en 1970 y luego comprobé empíricamente durante un período de veinte años, es que los aspectos de la personalidad que se hallan bajo el control del entorno están influidos en gran medida por los espacios familiares. A este respecto, el orden de nacimiento es especialmente importante, porque se trata de una fuente sistemática de diferencias en entornos familiares. Pero el orden de nacimiento no es una causa en sí misma. Más bien es un sustituto de los patrones de dinámica familiar que modelan, de hecho, la personalidad. Por ejemplo, los primogénitos son mayores en tamaño que sus hermanos menores. También son mayores de edad y tienden a tener un estatus superior. En su competencia con sus hermanos, hay ciertas estrategias que los niños mayores pueden aplicar y que los menores no pueden. Un hijo menor puede decidir dar un golpe a uno mayor, pero generalmente esto no es una buena idea, porque el mayor se lo puede devolver con más fuerza. En general, los primogénitos tienden a ser más agresivos; utilizan estrategias y tácticas en las que aprovechan su mayor tamaño físico.
Existe una importante dimensión de la personalidad denominada «agradabilidad/antagonismo» —una de las cinco principales— que presenta diferencias significativas según el orden de nacimiento. Esta diferencia en el orden de nacimiento se refleja en los espacios que suelen ocupar los primogénitos y los hijos más jóvenes. Los primogénitos suelen ocupar el espacio de un padre sustituto. Actuar como tal —esto es, ayudar con las labores de la crianza de los niños— es un método perfecto para obtener el favor de los padres. Es por ello que los primogénitos se suelen identificar más con sus padres, y también con aquello que sus padres más valoran. Los padres valoran el buen rendimiento de un niño en la escuela, de modo que los primogénitos son aplicados, hacen sus deberes y, en general, les va mejor en su vida escolar, y suelen estar proporcionalmente más representados en el mundo académico y en el Quién es quién. El espacio de la persona responsable y con buenos resultados es más probable que esté ocupado por un primogénito. Una vez ocupado este espacio, es difícil para un hermano menor competir con eficacia por él, aunque es frecuente que lo intenten. La estrategia habitual de los hermanos menores es ver si pueden competir con éxito en un espacio ya ocupado por un hermano mayor. Si no pueden, su mejor estrategia es ramificarse, esto es, abrirse a más experiencias e intentar hallar un espacio alternativo en el que no se vean comparados directamente con los hermanos mayores. Si un hermano mayor es un gran lanzador de jabalinas y uno menor no puede superarlo, quizá lo intente con el arco y las flechas. Y si ya hay otro hermano mayor que se está especializando en el arco y las flechas, entonces le compensará intentar la ballesta. La regla general es, pues, hacer algo distinto que sume valor a la unidad familiar en su conjunto. Como los famosos pinzones de Darwin, los hermanos menores se ocupan de la diversificación: intentan alejarse adaptativamente de las habilidades especializadas que ya están representadas por hermanos mayores que ellos.
Estos «efectos de contraste» entre hermanos explican la relación entre orden de nacimiento y ciertos tipos de creatividad. Es mucho más probable que los hermanos menores acepten innovaciones radicales en ciencias y en pensamiento social. Dentro de sus propias familias, se hallan en la cola del orden de alimentación, así que tienden a identificarse más con los desvalidos y a defender causas igualitarias. Los hermanos menores fueron los primeros que apoyaron la Reforma protestante y, después, la Ilustración. En su mayor parte, las causas perdidas de la historia han sido apoyadas por hermanos menores y combatidas por primogénitos. Esta diferencia histórica llega hasta el tipo de diferencias psicológicas en espacios estratégicos que los hermanos ocupan dentro de la constelación familiar.
EDGE: Ha afirmado que los hermanos menores tienen más en común con sus iguales que con sus propios hermanos.
SULLOWAY: En promedio, los primogénitos tienen una personalidad más parecida a la de los primogénitos de otras familias que a la de sus propios hermanos menores. De forma similar, el hijo más joven de una familia suele parecerse más al más joven de otra familia que a sus propios hermanos mayores. Los no primogénitos, en promedio, se parecen más entre sí que a los primogénitos.
EDGE: ¿Cómo comprobó esta hipótesis?
SULLOWAY: Hay diversas formas de comprobarla. Para mi libro Rebeldes de nacimiento me embarqué en dos asaltos empíricos hacia este problema. El primer método de ataque fueron las pruebas históricas. Recopilé datos de más de 6.500 participantes en las grandes revoluciones de la ciencia, de la política y del pensamiento social. Además, hice que seis o más historiadores expertos validasen la posición de cada individuo en cada una de las controversias. En conjunto, consulté a 110 expertos en historia para que examinasen mis listas de participantes en revoluciones y evaluasen si las listas eran representativas de los participantes en su conjunto. También pedí a los expertos que mencionasen individuos ausentes y que puntuasen a cada participante en una escala de aceptación o rechazo. La obtención de estas puntuaciones supuso un trabajo inmenso, sobre todo porque lo hice en persona. Volé un cuarto de millón de millas por todo el mundo para reunir estas evaluaciones de eruditos de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos. Mi segunda línea de investigación estaba relacionada con una reevaluación del conjunto de literatura existente sobre el orden de nacimiento. Existen más de dos mil publicaciones al respecto, y era necesario llevar a cabo un metanálisis para determinar si se han efectuado descubrimientos más significativos de lo que sería de esperar por azar. En mi metanálisis puse a prueba hipótesis específicas sobre estrategias de hermanos, utilizando como guía los cinco principales factores de la personalidad, los denominados «Big Five». Es decir, esperaba que los primogénitos fueran —en relación con los no primogénitos— fueran más (1) aplicados, (2) agresivos, (3) convencionales, (4) extravertidos en el sentido de la dominancia (los no primogénitos son más extrovertidos en el sentido de la sociabilidad) y (5) emocionalmente imprevisibles, en el sentido de enfadarse con más rapidez. Las cinco hipótesis se vieron confirmadas en mi metanálisis, que implicó un análisis estadístico de 196 estudios de orden de nacimiento controlados por clase social y número de hermanos.
EDGE: ¿Qué tipo de soporte económico tuvo para ello?
SULLOWAY: Mi colaboración con mis 110 valoradores expertos la llevé a cabo siendo beneficiario de una beca MacArthur, lo que supuso una oportuna fuente de apoyo para mi proyecto. La beca MacArthur fue de gran ayuda para enfrentarme con la inmensa cantidad de datos empíricos del proyecto y para superar uno de sus principales problemas, a saber: si yo he seleccionado las muestras históricas, ¿por qué iba nadie a fiarse de mis resultados? Fue un factor esencial que la clasificación de mis participantes históricos como partidarios u opositores de los cambios radicales la llevasen a cabo otras personas. Como beneficiario de la beca MacArthur, gasté hasta el último céntimo de mi estipendio en investigación y en gastos de mantenimiento.
EDGE: Una vez reunidos los resultados, ¿qué procedimientos llevó a cabo?
SULLOWAY: Después de reunir las muestras para cada uno de los 121 eventos históricos de mi estudio, codifiqué cada individuo hasta con 256 variables diferentes. Una de las características más singulares de Rebeldes de nacimiento es que investiga más de un centenar de posibles causas de pensamiento radical, e intenta clasificarlas en términos de su influencia global. ¿Es la clase social un buen predictor del radicalismo? Esta variable se encuentra en mi base de datos, de modo que puedo dar respuesta a esa pregunta: la clase social no es un buen predictor. ¿Lo es la edad? Lo es, como ya habían pensado Max Planck y otros, aunque no es tan bueno como las actitudes sociales o el orden de nacimiento. También comprobé un subconjunto especial de variables —las relacionadas con estrategias entre hermanos y dinámicas familiares—, muchas de las cuales resultaron también ser factores de predicción significativos del radicalismo. Por ejemplo, el espaciado de años entre hermanos es un predictor significativo: las grandes separaciones de edad entre hermanos provocan la disipación de los efectos del orden de nacimiento. El conflicto con los padres es también un predictor significativo de radicalismo, y es especialmente importante en el caso de los primogénitos. Los no primogénitos no necesitan que su madre sea ninguna horrible bruja para convertirse en radicales: ya tienen a sus hermanos mayores para inducir en ellos esta predilección de conducta. Pero los primogénitos que crecen en familias felices se suelen identificar con los padres y con la autoridad. Un conflicto significativo con el padre o la madre tiende a socavar este patrón de identificación, y hace que los primogénitos se identifiquen, en cambio, con los desvalidos. Cuando efectué la comprobación simultánea de todas estas variables distintas, el mejor predictor individual de radicalismo resultó ser el orden de nacimiento. Pero este no es, desde luego, el único predictor significativo. Los siguientes dos predictores en importancia son las actitudes sociales y la edad, seguidos por los conflictos entre padres e hijos.
EDGE: Su muestra de participantes en revoluciones radicales parece incluir personas con mucho talento, que tuvieron tanto éxito que se convirtieron en figuras históricas. ¿Serían de aplicación los mismos resultados si hubiese incluido en sus muestras a personas promedio?
SULLOWAY: Esta pregunta puede responderse de dos formas. La primera es tomar mi muestra de 6.500 figuras históricas y clasificarla por orden de celebridad. Yo lo he hecho, utilizando dieciocho medidas de celebridad distintas. Hay algunas personas, como Darwin o Newton, que son especialmente célebres. Pero a medida que descendemos en la lista, en orden de celebridad, llegamos a personas tan poco conocidas que ni siquiera los expertos en Newton o Darwin han oído hablar de ellas en todos los casos. Después de estratificar a los individuos según su celebridad, la pregunta que podemos hacernos es: ¿se disipa en alguna medida el efecto general del orden de nacimiento a medida que subimos o bajamos en la escala? En otras palabras: ¿están los efectos más notables asociados con la celebridad? Resulta que los más desconocidos de mi lista muestran prácticamente los mismos efectos en cuanto a la influencia del orden de nacimiento que los más célebres. Cierto es que no he incluido en mi estudio personas tan desconocidas que ni siquiera se dispone de información biográfica sobre ellas. Pero por extrapolación, si hay sesgos en mi estudio debidos a la selección de figuras célebres, deberíamos poder detectar su influencia después de ordenar las muestras según su celebridad.
La segunda forma de enfrentarse a este problema es estudiar a las personas corrientes. Por suerte, esta investigación ya se ha llevado a cabo. Como he mencionado antes, hay más de dos mil estudios publicados sobre el orden de nacimiento. La mayor parte de mi propia contribución a Rebeldes de nacimiento fue intentar comprender esta inmensa cantidad de literatura, que ha recibido numerosas críticas porque muchos de los estudios no están bien diseñados ni controlados para importantes variables de fondo. La forma más simple de resolver estos problemas es descartar los estudios que no estén bien diseñados. Si tomamos los restantes 196 estudios controlados para la clase social y el número de hermanos, podemos preguntarnos cuántas conclusiones significativas hallamos en ellos. Resulta que podemos hallar 86 conclusiones significativas. La pregunta clave es, pues, con qué frecuencia se da este número de conclusiones por azar. El procedimiento utilizado para dar respuesta a esta pregunta se denomina metanálisis. La respuesta es que podemos esperar obtener 86 resultados significativos por azar una vez de cada mil millones. De hecho, la literatura sobre el orden de nacimiento está en un buen estado de forma si la comparamos con otras áreas de investigación en psicología.
EDGE: Hablemos sobre los antecedentes intelectuales.
SULLOWAY: Se han escrito una gran cantidad de trabajos sobre orden de nacimiento y personalidad y, desde luego, sobre muchas de las otras variables que estudié en Rebeldes de nacimiento, incluido el género y el conflicto entre padres e hijos. Freud, por ejemplo, basaba su teoría del desarrollo de la personalidad en el conflicto entre padres e hijos, y la mayor parte de los aspectos de dinámica familiar que yo he estudiado también ha sido ampliamente estudiada por otros. En mi opinión, una de las contribuciones más útiles a Rebeldes de nacimiento fue mi esfuerzo para evaluar simultáneamente muchas influencias distintas que teóricos desde Freud a la actualidad han valorado como importantes.
EDGE: Dos preguntas: ¿qué pasa con los hijos únicos? ¿Y con las mujeres? Parece que todos los ejemplos de los que ha hablado son hombres.
SULLOWAY: He incluido en mi libro un capítulo sobre mujeres. En esta conexión he hecho un esfuerzo especial por hallar muestras históricas en las que una proporción sustancial de mujeres participasen en eventos radicales, precisamente para poder hablar con sustancia del sexo (y de las diferencias sexuales). En general, las mujeres que acaban apareciendo en los libros de historia como partidarias de causas radicales tienden a ser poco corrientes. Para empezar, son mucho más liberales que la media de hombres de la población. También es más probable que hayan experimentado un conflicto significativo con su padre o madre, y es mucho más probable que no sean primogénitas (de hecho, suelen ser nacidas en último lugar). En otras palabras, las mujeres que han entrado en los libros de historia suelen ser las rebeldes de la familia. Se trata de personas que han tenido la audacia de entrar en un mundo de hombres, porque no estaban dispuestas a quedarse paradas y hacer lo que se supone que las mujeres hacían antes del siglo xx. Su primera «revolución» consistió en entrar en mi muestra. La revolución histórica en la que más adelante participaron, y que atrajo mi atención, fue para ellas una segunda revolución. Como mi estudio contiene una proporción razonablemente grande de mujeres en ciertos movimientos radicales —por ejemplo, en la Reforma protestante y en 61 movimientos de reforma social que he estudiado en la historia de Estados Unidos—, puedo decir con confianza que los efectos del orden de nacimiento en el temperamento radical son ciertos para las mujeres tanto como para los hombres.
Los hijos únicos plantean otra cuestión interesante. Desde mi punto de vista, los hijos únicos son el experimento de control ideal. Representan lo que es no poseer ningún efecto de orden de nacimiento en absoluto: los hijos únicos no tienen hermanos, de modo que tampoco sufren rivalidad entre hermanos. De estas circunstancias se siguen dos predicciones. Una es que los hijos únicos deberían ocupar posiciones intermedias en muchos rasgos de personalidad. Esto es porque no padecen la presión de un hermano menor para ser especialmente aplicados o agresivos, ni la de un hermano mayor para ser particularmente osados o poco convencionales. De ahí que los hijos únicos deben hallarse en algún punto intermedio desde el punto de vista de la conducta. Y resulta que, en efecto, así es. En segundo lugar, los hijos únicos son libres de ocupar el espacio que quieran durante su infancia; por ejemplo, no tienen por qué preocuparse de quién va a ocupar el espacio que dejen vacante. Por ello, son libres de deambular de un espacio a otro. En consecuencia, deberían ser más variables que la media en sus rasgos de personalidad e intereses, y lo son. Los hijos únicos son el grupo menos predecible. Su conducta es difícil de prever porque sus opciones durante la infancia son mayores que las de las personas que crecen con hermanos.
EDGE: ¿Cuáles fueron las reacciones a su libro?
SULLOWAY: Ha habido diversas reacciones al libro, algunas de ellas previstas por mí y otras no. Una de las reacciones más sorprendentes fue la acusación de que yo era un «determinista». Esta acusación se presentaba en dos formas: una relativa al determinismo en un sentido general y la otra al determinismo genético. Ambas formas de la acusación me dejaron confuso. Si se lee mi libro con atención, es obvio que las estrategias de hermanos no son estrictamente «determinadas», sino más bien autodeterminadas. Los individuos disponen de una considerable libertad de opción sobre las estrategias adoptadas en la vida familiar. Por ejemplo, los hermanos menores son —en promedio— menos agresivos que sus hermanos mayores, pero siempre tienen la opción de serlo. Nada les impide dar un puñetazo en la nariz a un hermano mayor. Pero, generalmente, estos actos de agresión no son premeditados, porque los hermanos mayores pueden devolver el puñetazo con más fuerza. Los hermanos menores aprenden pronto esta lección y se comportan en consecuencia. En su mayor parte, las opciones que toman los hermanos en el curso del desarrollo humano son voluntarias. Por consiguiente, estas opciones son autodeterminadas. Llamar a estas acciones «determinadas» es dar la vuelta a las palabras. Todo el mundo sabe que es imprudente cruzar la calle en el momento en que es probable que un camión nos atropelle. Este hecho, al que la mayor parte de nosotros se adapta con prudencia, no significa que nuestras acciones sean predeterminadas. En resumen, hay cosas en la vida que están determinadas y otras que no, pero no creo que esta circunstancia sea como para hacerse mala sangre.
EDGE: Habla de probabilidades, no afirma que todos los primogénitos tengan estas características.
SULLOWAY: Exacto, mi punto de vista sobre la conducta es «probabilístico», en parte porque hay muchas variables diferentes que influyen en la personalidad, como el género, el conflicto entre padres e hijos, el orden de nacimiento y otras muchas que he documentado en mi libro. Se me puede acusar con razón de ser un multideterminista. Mi libro relata una historia muy compleja, en la que hay mucho espacio para las opciones individuales.
La segunda forma de la acusación de determinismo dirigida contra mi libro intenta dar de mí una imagen de determinista genético. Los pocos críticos que han intentado señalarlo no han entendido la diferencia entre un argumento puramente genético y un argumento de desarrollo. Es cierto que Rebeldes de nacimiento es, en gran parte, un libro darwiniano, pero obviamente eso no es lo mismo que decir que argumenta a favor del determinismo genético. Uno de los puntos más sutiles de mi argumento en Rebeldes de nacimiento es que se puede proponer un argumento darwiniano que sea además considerablemente ambientalista. En general no se habla de este tipo de argumentos porque este aspecto de la historia del desarrollo humano no se comprende demasiado.
He aquí el argumento resumido. Basándome en la teoría darwiniana, sostengo que los hijos están predispuestos (genéticamente) a competir por la atención paterna. El entorno interviene de forma inevitable, porque los individuos —a partir de contingencias como orden de nacimiento, género y separación de edades— tienden a ocupar distintos espacios en la familia. Esta parte del argumento no se basa en absoluto en el determinismo genético. No existen genes para ser primogénito o no serlo. Los hermanos se acaban diferenciando, en gran parte, porque distintos entornos familiares —o espacios, si se quiere— los llevan a adoptar diferentes estrategias en su intento de superar con vida la infancia. Como los primogénitos son más grandes que sus hermanos menores, es más fácil para ellos emplear tácticas de agresividad y tenacidad, que pasan a formar parte de su personalidad. Este punto de la teoría es, en gran medida, un argumento ambiental y de interacción. Mi razonamiento en Rebeldes de nacimiento es como el argumento de Pinker en El instinto del lenguaje. Sin duda los humanos disponemos de una capacidad innata para entablar comunicación verbal, una capacidad que no poseen otros simios. Pero el país en el que crecemos determina qué idioma aprendemos a hablar. Del mismo modo, tenemos integrada, en un sentido darwiniano, la competencia con nuestros hermanos por la atención de los padres, pero los aspectos específicos de la personalidad de cada uno son producto de características del entorno familiar en el que crecemos, del mismo modo que hablar alemán en un país y francés en otro son diferencias lingüísticas apropiadas producidas por el mismo instinto de lenguaje. Mi argumento, en resumen, no es solo sobre el nacimiento ni solo sobre la crianza, sino un argumento combinado naturaleza-crianza, en el que buena parte de los detalles psicológicos se hallan claramente en el lado del ambiente.
La mayor parte de los lectores de mi libro entendió correctamente este aspecto. En una entrevista con Ted Koppel en el programa Nightline, Stephen Jay Gould destacó esta lógica general al decir que el orden de nacimiento ofrece una de las mejores demostraciones del poder del entorno y es, en este respecto, un fantástico antídoto contra el tipo de argumentos de determinismo genético que se exponen en The Bell Curve. Para mí es irónico que algunas personas me hayan acusado de ser determinista genético y que me haya defendido públicamente de esta acusación uno de los principales críticos de ese punto de vista.
EDGE: Es interesante que Gould y Pinker, que con frecuencia no están de acuerdo entre sí, parezcan apoyar sus ideas. ¿Qué han dicho sobre el libro los adaptacionistas como John Maynard Smith, George Williams o Richard Dawkins?
SULLOWAY: No sé qué opinan Maynard Smith ni George Williams. Di una conferencia sobre mis ideas en la Sociedad del Comportamiento Humano y la Evolución en 1995, en donde Richard Dawkins daba la charla inaugural, y parecía impresionado por el argumento. Se refirió a mi artículo varias veces en su charla de conclusión de la conferencia.
EDGE: ¿Y Dan Dennett?
SULLOWAY: Tras la publicación de Rebeldes de nacimiento, Dan me envió una cordial carta en la que decía que había leído mi libro y que, en general, estaba de acuerdo con mi argumento. No me sorprende porque, para un darwinista sofisticado como Dennett, el libro no puede ser demasiado polémico. Es bastante razonable que, si los hijos compiten por la atención de los padres, concebirán estrategias para implementar esta competición en su favor.
EDGE: ¿Hay alguna persona determinada tras el ataque?
SULLOWAY: Los críticos no tienen una única disciplina en común. Las respuestas más interesantes al libro vienen ahora de psicólogos que están intentando comprobar y replicar algunas de mis conclusiones. Esto se está convirtiendo en una interesante fuente de posibles controversias, por las razones siguientes. Ya hay más de dos mil estudios sobre el orden de nacimiento, y más de la mitad de ellos no presentan conclusiones significativas. ¿Cómo es posible, si el orden de nacimiento tiene una influencia importante en la personalidad? La respuesta es doble. La primera parte es que los datos autoinformados no son demasiado fiables. Si hubiese podido preguntar a Robespierre si el propio Robespierre era un tipo perverso y vengativo, no creo que me hubiese respondido afirmativamente. Si hubiese podido preguntarle a Louis Agassiz, el acérrimo opositor norteamericano de Darwin, si se consideraba una persona reacia a aceptar ideas nuevas, me hubiese contestado, y con razón, «No, soy muy abierto a las nuevas ideas. Fui pionero en el desarrollo de la teoría de las glaciaciones». Pero el hecho de que Agassiz fuese muy abierto en lo que respecta a la teoría de las eras glaciales no se contradice con su vehemente oposición a la evolución. La evolución era una innovación radical, mientras que la teoría de las glaciaciones era una novedad más bien conservadora, aliada del catastrofismo. Más adelante, Agassiz utilizó la teoría de las glaciaciones como arma conceptual contra la evolución, afirmando que cada era glacial había extinguido la vida en la Tierra, y había sido necesaria una nueva creación por parte de Dios para repoblar el planeta. Cuando se le plantea a alguien una pregunta como «¿Estás abierto a nuevas ideas?», la mayoría de personas la interpretará de forma que se adapte a sus propios valores y sesgos. Todos estamos abiertos a algunas cosas. Lo que queremos comprender es de qué forma el orden de nacimiento y otras influencias sobre la personalidad canalizan nuestras predisposiciones a ser abiertos a la experiencia de formas específicas. Los tests de personalidad no son demasiado adecuados para captar estos efectos sensibles al contexto. En Rebeldes de nacimiento tuve cuidado en identificar el contexto social e intelectual de cada una de las innovaciones que estudiaba. Para cada revolución científica que examiné, modelicé el contexto social en términos de hasta qué punto era radical la innovación, cuánto tardó la revolución en resolverse y otras distintas medidas de «radicalismo». Estos marcadores de controversia resultaron ser excelentes predictores de la cuantía de los efectos del orden de nacimiento. Además, estos marcadores contextuales también resultaron ser predictores significativos de la eficacia de otros constructos explicativos como la edad, el conflicto entre padres e hijos y las actitudes sociales. En mi libro trataba constantemente con efectos de interacción persona-situación. Los psicólogos están ahora intentando replicar mis conclusiones sin prestar atención al contexto. Otro de los problemas de estos estudios es que los datos auto-informados tienden a producir efectos del orden de nacimiento bastante reducidos. Las consideraciones de potencia estadística nos indican que se necesita una muestra de entre quinientos y mil individuos para estar razonablemente seguro de que no se está perdiendo un verdadero efecto debido a error muestral. En psicología, el estudio promedio suele ser de unos doscientos cincuenta individuos. Los psicólogos han estado diseñando estudios para poner a prueba mis conclusiones, basados en muestras de doscientos a cuatrocientos sujetos. Estos estudios son generalmente incapaces de responder a la cuestión que se plantean los investigadores, lo que resulta una pérdida de tiempo y de esfuerzo. Por desgracia, la mayor parte de los psicólogos —hasta el día de hoy— no tiene en cuenta la cuestión de la potencia estadística.
Últimamente yo mismo he diseñado un estudio para evitar este doble problema de la potencia estadística y del sesgo de los datos autoinformados. La muestra incluye ya unos tres mil quinientos sujetos, y algunas de las preguntas que planteo tienen como objetivo explotar indicadores de conducta objetivos. Por ejemplo, si pregunto a las personas cómo de empáticas son, en una escala de uno a nueve, sé que no siempre voy a obtener una autoevaluación realista. Además, en su mayor parte, las personas no saben dónde se encuentran en una medida objetiva de la empatía. Quizá sepan que están más arriba del promedio, pero no saben si están en el percentil 60 o en el 70; no nos paseamos con «insignias de empatía» que nos identifiquen. De modo que las respuestas a este tipo de preguntas sufren una gran imprecisión. Los efectos pequeños, incluidos los del orden de nacimiento y otros aspectos de dinámica familiar, se pierden con facilidad. De modo que lo que he hecho en mi estudio ha sido incluir un segundo grupo de preguntas, que piden a los encuestados que se puntúen a sí mismos en relación con sus amigos, cónyuges y hermanos. Veamos el enfoque implicado en la comparación directa entre hermanos. Generalmente sabemos (o creemos que sabemos) si estamos por encima o por debajo de un hermano en la mayor parte de rasgos de la personalidad, de modo que el método de la comparación directa entre hermanos sirve para fijar cada escala de personalidad con una comparación concreta. Quizá nos equivoquemos al situarnos a nosotros mismos en tales escalas —en términos absolutos—, pero probablemente nos acercamos a la verdad al evaluar la diferencia relativa entre nosotros mismos y un hermano o hermana. Cuando las personas se comparan con sus hermanos, resulta que las correlaciones entre orden de nacimiento y personalidad son al menos el doble de grandes comparadas con las que se obtienen cuando los sujetos se autoevalúan sin referencia a nadie más.
EDGE: Está hablando de resultados estadísticos, pero muchas personas leen su libro y piensan en él en un nivel personal.
SULLOWAY: Bueno, estas dos perspectivas no tienen por qué ser incoherentes. Yo empleo técnicas estadísticas y grandes muestras para asegurarme de que estoy en lo cierto en cuanto a las relaciones que estudio. Una vez que un investigador obtiene la respuesta correcta mediante este método, puede ilustrar sus conclusiones mediante anécdotas, que representan el nivel de realidad personal que los lectores profanos buscan en un libro como el mío. El poder de las anécdotas para transmitir realidades emocionales es fantástico. Pero no considero que las pruebas anecdóticas prueben nada; en esta importante cuestión me alejo de la mayor parte de historiadores, que de hecho piensa que, cuando cuenta una historia, ha demostrado algo. Una historia no es prueba de nada; solo demuestra que algunas personas han sido lo bastante listas para encontrar datos que se adapten a sus hipótesis. El punto de vista que adopté en Rebeldes de nacimiento implicaba poner a prueba mi hipótesis con grandes muestras estadísticas, y a continuación ilustrar las diversas relaciones que había documentado, haciéndolo mediante una o más historias que dieran vida a estas relaciones. Por ejemplo, es más probable que los no primogénitos desafíen el statu quo y que provoquen la ira de sus padres mediante todo tipo de acciones extravagantes. Un ejemplo de esta tendencia es Voltaire: empezó como poeta cuando su familia, por diversión, enfrentaban a Voltaire y a su hermano mayor, Armand, en competiciones poéticas. La familia pronto descubrió que Voltaire era el terror de la poesía satírica, y que probablemente, en su mayor parte, sus mordaces poemillas iban dirigidos a su hermano mayor, al que la cosa no le hacía demasiada gracia; de modo que la familia decidió acabar con las competiciones poéticas. Al padre le preocupaba que su hijo menor acabase malgastando su vida en una profesión tan estéril como la literatura. «Te morirás de hambre», advertía a su hijo. Pero había nacido un poeta, y Voltaire se convirtió en la figura literaria más rica de la Europa del siglo xviii a través de la venta de sus procaces poemas, obras de teatro y libros. Su hermano Armand, por cierto, se convirtió en un fanático religioso. ¿Por qué se conoce a Voltaire? ¡Por sus cáusticas críticas a la iglesia Católica!
He aquí otra historia sobre Voltaire que no puedo evitar contar. Voltaire fue una vez testigo de una intensa discusión entre su padre y el jardinero de este. El padre de Voltaire era una persona terca. Finalmente despidió al jardinero, con las palabras «Espero que encuentre un patrón tan gentil y amable como yo». Voltaire pensó que ese comentario era ridículo: su padre, una de las personas más irascibles que conocía, diciendo al empleado al que acababa de despedir que tendría suerte si encontraba un patrón de carácter tan moderado como él. Poco después, Voltaire fue a ver una obra de teatro. Resultó que en la obra había una escena como la que Voltaire acababa de presenciar entre su padre y su jardinero. Al terminar la obra, Voltaire fue a ver al autor y le pidió si, en la siguiente representación de la obra, podía sustituir algunas palabras por otras más próximas a los comentarios de su propio padre. A continuación, Voltaire volvió a su casa e invitó a su padre a ver la obra. Su padre aceptó, y finalmente llegó la escena con el jardinero. Voltaire escribió acerca de este episodio: «Mi buen padre se sintió muy avergonzado». Esta historia refleja el uso de la cuchilla satírica en sus víctimas, algo a lo que Voltaire se dedicó durante toda su carrera. Algunos nobles se enfurecieron tanto con los ataques satíricos de Voltaire que lo hicieron apalear, o se las arreglaron para meterlo durante una buena temporada en la Bastilla. En cualquier caso, este tipo de relatos biográficos dan vida a una figura como Voltaire, y también ilustran el tipo de cualidades poco convencionales e irreverentes que los hermanos menores han exhibido a lo largo de la historia.
EDGE: ¿Cómo ha afectado su propio orden de nacimiento a su personalidad y a su vida?
SULLOWAY: Yo soy el tercero de cuatro chicos, pero a efectos funcionales soy un hermano menor, porque mi hermano Brook es nueve años menor que yo (e hijo de un segundo matrimonio). Durante nueve años crecí sin hermano menor, y no creo que Brook haya tenido demasiado influencia en mi personalidad. Pero mis dos hermanos mayores sí me influyeron; estábamos separados por unos dos años y medio de diferencia, y nos peleábamos continuamente. Creo que tengo un conjunto bastante típico de las características de personalidad de un no primogénito. Como persona que lleva más de dos décadas como investigador sin haber tenido nunca un trabajo formal, mi trayectoria no ha sido convencional.
EDGE: ¿Está familiarizado con los trabajos de Judith Harris sobre crianza?
SULLOWAY: Lo estoy; ella se ha centrado en la influencia de los grupos de pares sobre los niños. En respuesta a las conclusiones de los genetistas conductistas, que afirman que, en su mayor parte, las influencias ambientales no son compartidas por los miembros de la familia, ella y unos cuantos psicólogos sostienen que la familia tiene únicamente una influencia limitada en la personalidad. Un punto de vista alternativo, que yo suscribo, es que las familias no representan un entorno compartido. Por consiguiente, influyen a los hermanos de formas distintas, que no es lo mismo que decir que no tienen influencia en ellos. Creo que Harris hace hincapié correctamente en la importancia de los grupos de pares, pero es demasiado tajante cuando niega la importancia de las diferencias intrafamiliares sistemáticas. De hecho, ambos puntos de vista (la teoría de los espacios familiares y la de la influencia de los grupos de pares) coinciden en aspectos importantes. Por ejemplo, probablemente algunos miembros de la familia están influidos más que otros por sus grupos de pares, y suponemos que este será especialmente el caso de los hermanos menores, porque están más abiertos a las experiencias. Parece que, en particular, son los hijos que ocupan lugares intermedios los que más se identifican con grupos de pares en lugar de con la familia. Esta afirmación se puede comprobar de forma bastante sencilla, como hizo Catherine Salmon en una reciente disertación doctoral en la Universidad McMaster. Se plantea a las personas que respondan diez veces a la pregunta «¿Quién soy yo?». Es mucho menos probable que los hijos intermedios respondan «Soy un/una Brockman» o «Soy un/una Sulloway» respecto de los primogénitos o los últimos; es decir, los hijos intermedios no se identifican a sí mismos con la etiqueta familiar. ¿Por qué sucede esto? Desde un punto de vista darwiniano, sabemos que los hijos intermedios se encuentran en posición de desventaja: no tienen los mismos beneficios que los primogénitos, que reciben una mayor atención por parte de los padres, porque los primogénitos están más cerca de la edad de reproducción. El último nacido tiene la ventaja de ser el último hijo que los padres van a tener, de modo que estos le ofrecerán una atención especial para que no muera durante su infancia. Las crías que tienden a quedar al margen por falta de tiempo son las intermedias. ¿Cómo responden a ello? Buscan la orientación de los pares. Si una persona no recibe atención dentro de la familia, es prudente construir puentes hacia otras fuentes de apoyo.
EDGE: ¿Qué conclusiones puede sacar de su libro una madre o un padre en lo que respecta a la crianza de sus hijos?
SULLOWAY: En mi libro no trato directamente el tema de la crianza de los hijos, aunque cualquier lector puede sacar numerosas conclusiones pertinentes al respecto. Pero sí trato esta cuestión en las charlas públicas. Una implicación evidente de mis investigaciones es que la rivalidad entre hermanos no es patológica. Muchas personas creen que si hay rivalidad entre hermanos, los padres deben de haberse equivocado en algo. Esto es un error: la rivalidad entre hermanos es anterior a los dinosaurios. La competencia entre hermanos da forma a la conducta creativa; es parte del proceso mediante el que los niños aguzan sus simpáticas garras y se preparan para la vida. Cuando los padres entienden esto se sienten muy aliviados. En segundo lugar, los padres deben comprender por qué los hermanos rivalizan: esta competición forma parte de los esfuerzos por sentirse especial dentro de la familia, por sentir que uno no queda discriminado. En última instancia, la competencia entre hermanos no es más que optimizar el interés de los padres. Lo que quiere cada hermano es tiempo especial con el padre y la madre, y cuando estos se lo ofrecen, le hacen feliz. De hecho, si los padres aún no la han descubierto, esta es una información muy útil. Siendo diferente, cada hijo intenta desarrollar un conjunto de intereses especiales, un espacio familiar especial, para que los padres le presten atención a él y solo a él.
EDGE: ¿Hacia dónde se dirigen sus futuras investigaciones?
SULLOWAY: Considero que las conclusiones de Rebeldes de nacimiento no son más que un esbozo preliminar de los muchos problemas a los que nos enfrentamos al tratar de comprender el desarrollo de la personalidad. Asimismo, el libro solo ofrece una introducción somera a cómo podemos aplicar la teoría darwiniana a la comprensión de las adaptaciones aprendidas durante la infancia. Las adaptaciones infantiles no son aleatorias; tienen una finalidad, que es llevar los genes propios a la generación siguiente. Estas cuestiones suscitan la posibilidad de numerosos estudios futuros, estudios que exigirán una interfaz aún más sólida entre la biología evolutiva y la psicología del desarrollo. Creo que el futuro de esta área de investigación es apasionante.
Mi propia investigación será más psicológica que histórica, con el fin de poder dar respuesta a algunas de las cuestiones a las que no pude responder con el uso de datos históricos. En Rebeldes de nacimiento desarrollé modelos estadísticos que combinaban el poder predictivo del orden de nacimiento, los conflictos entre padres e hijos, el temperamento y otras variables para explicar qué hicieron realmente las figuras históricas durante las épocas de cambios sociales e intelectuales radicales. En este respecto, si trabajamos con personas vivas podemos llegar a conclusiones mucho mejores, ya que podemos plantear cuestiones específicas sobre la historia de su desarrollo; por ejemplo, la naturaleza de las estrategias empleadas en la interacción con los hermanos, y hasta qué punto estas estrategias (y las características de personalidad asociadas) predicen el comportamiento adulto. El salto a la investigación con sujetos vivos es algo así como pasar de una locomotora del siglo xix a un reactor del siglo xx en términos de la sofisticación que se puede esperar obtener, y se han llevado a cabo muy pocos estudios de esta índole.
Para llegar a la comprensión de las familias que necesitamos, son precisos estudios en los que se examina a todos los miembros de la familia simultáneamente. Cuando en el pasado los psicólogos querían estudiar una influencia como el orden de nacimiento, recopilaban datos de primogénitos y no primogénitos seleccionados de diferentes familias. Este enfoque hace que perdamos demasiada información. Le daré un ejemplo de por qué es conveniente estudiar individuos criados en la misma familia. Supongamos que uno es un primogénito. La estrategia habitual para dominar a los hermanos menores será actuar a lo duro, como Clint Eastwood (que, por cierto, es un primogénito, como casi todos los demás tipos duros de Hollywood: John Wayne, Sylvester Stallone, Bruce Willis y todos los actores que han interpretado a James Bond). Pero supongamos que un primogénito resulta ser tímido. Los tímidos no suelen optar por las tácticas de mano dura, sino que tienden a ser retraídos y físicamente cerrados. Esta disposición tímida socava su capacidad para ocupar el espacio típico del primogénito, de manera que es probable que un primogénito tímido desarrolle un conjunto de estrategias distinto para tratar con sus hermanos. Puede que estos individuos procuren mantener a sus hermanos menores en su lugar mediante el mal humor, o haciendo el vacío a los hermanos que los hayan ofendido. Hay muchas otras posibles estrategias, aparte de la mano dura. En el momento en que uno elige un conjunto de estrategias en lugar de otro, la puerta se abre para que un hermano menor adopte alguna de las estrategias que no se están empleando. Si se comparan dos sujetos de distintas familias, no se perciben este tipo de «coadaptaciones». Es necesario tener presente que el desarrollo de la personalidad tiene lugar en una especie de tablero de ajedrez. Los movimientos que efectúa un miembro de la familia los dictan los movimientos ya efectuados por otros miembros de la familia en el mismo tablero. Por extraordinario que parezca, se han llevado a cabo muy pocos estudios sobre el desarrollo de la personalidad desde esta perspectiva. Desde un punto de vista psicológico intuitivo —pero también desde un punto de vista darwiniano—, esta es la mejor forma de estudiar el desarrollo humano.
EDGE: Estos estudios ¿se llevarán a cabo en países occidentales?
SULLOWAY: Como la mayor parte de psicólogos vive en el mundo occidental, es donde se efectuarán el grueso de estos estudios. Pero, como a los psicólogos les encanta comprobar las replicaciones interculturales, empezaremos a ver estudios en lugares como África o el Sureste Asiático. Con el tiempo se efectuarán este tipo de estudios en todo el mundo, y debemos esperar ver algunos interesantes giros en la historia del desarrollo humano en unas culturas y en otras.
EDGE: ¿Le gustaría añadir algo más?
SULLOWAY: Debo decir que no tenía ni idea de en qué me estaba metiendo cuando me tropecé con el proyecto que culminó en Rebeldes de nacimiento. En retrospectiva, veintiséis años después, ha sido una de las cosas más interesantes que podía haber hecho. Nunca me aburrí mientras intentaba comprender qué hace que los seres humanos seamos humanos. Y el reconocer, dos décadas después de iniciar el proyecto, que la teoría de Darwin desempeñaba un papel fundamental en la comprensión de las diferencias humanas individuales fue también emocionante. Los misterios del desarrollo humano han sido un tema apasionante al que he dedicado mi vida, y espero seguir interesado en estos problemas y seguir progresando en su resolución.