68. Año 2016 (meses antes)

El marxismo puro soñaba con una sociedad sin opresión. Pero las prístinas ideas chocan con el tren de la realidad y se desvían de un rumbo que, imaginado, brilla sin mácula.

La criatura se volvió irreconocible para sus padres, los idealistas revolucionarios. Cada quien lo explicará a su manera. Lo cierto es que millones de personas vivieron aquellos relatos épicos de transformación y pagaron con su propia existencia la experiencia de la Historia.

El castillo tan poderoso de la URSS cayó, como predijo Trotski, a manos de los hambrientos del poder y los burócratas. Rusia, desembarazada de sus antiguas anexiones, se volvió pasto abierto para las mafias. “Y el lugar del marxismo-leninismo lo ocupa ahora la doctrina de la Iglesia ortodoxa rusa […] En la calle me cruzo con jóvenes que llevan camisetas con la hoz y el martillo, o con el rostro de Lenin. ¿Sabrán esos jóvenes qué es el comunismo?” Es la muerte del hombre soviético, como lo cuenta Svetlana Alexiévich.

El cambio inevitable también parece sobrevolar Cuba. Barack y Michelle Obama, llenos de estilo y corrección política, se pasean por las calles de La Habana. Aviones abarrotados de turistas norteamericanos llegan otra vez. No puedo sino imaginarlos trayendo de vuelta escenas como aquella inolvidable de la película Soy Cuba: rubios divirtiéndose en manada alrededor de una piscina poblada de sinuosas mujeres. Beben demasiado, comen demasiado, transforman lo que tocan en un escenario baladí.

Llega el viernes santo. Se ha reunido un mar de personas alrededor de un deslumbrante escenario. El cambio de dirección en esa veleta que es el tiempo trae a la ciudad un lucido concierto de los Rolling Stones.

Aquella música, tan largamente prohibida, enardece a las multitudes. Llega a este aislamiento como regalo del capitalismo: un fastuoso concierto gratuito patrocinado por la Fundashon Bon Intenshon que apoya proyectos de caridad. Detrás de la pantalla está el empresario Gregory Elias, presidente de la United Trust, una importante firma de asesoría para los paraísos fiscales en el Caribe.

Justamente a las 22:40 horas (prácticamente la misma hora en que meses más tarde caería Fidel en manos de la muerte), Mick Jagger grita a la multitud: ¿Están listos? Dos segundos después, en la noche cálida, aquellos músicos más famosos que Jesucristo (como diría John Lennon en el momento cúspide de su fama) rasgan con sus guitarras esos acordes del himno a la incansable codicia capitalista: “(I can’t get no) Satisfaction”.

“Tus sueños deben ser grandes”, gritan al oído miles de mercaderes vestidos de profetas. David Foster Wallace, con su estatura de genio, lo expresó en La broma infinita: la tristeza del capitalismo está en la adicción al consumo de toda clase de cosas. Sí, inatrapable tristeza surge de esa fallida posesión.

Aquellas verdes ranas de la Escuela asaltaban los viejos edificios que brillaban en la oscuridad como anhelados paraísos. Manejadas por el oscuro deseo, morían dentro, de hambre y de sed. Quedaban secas y arrugadas en los márgenes de un mundo estéril.

La perversidad del consumo infinito radica en que nunca sacia. Resulta irónico ver cómo los ricos y poderosos se parecen tanto a los paupérrimos: están condenados al hambre.

“I can’t get no satisfaction” es el inquietante clamor que nos acecha desde la uniformidad capitalista. Fueron a sembrarlo, ¡también allí!, los Rolling Stones cuando llegaron a La Habana.