La idea de no ver a mi papá por largo tiempo, aunque fuera en sus peores rachas de mal humor, dejó a mi familia sumida en una profunda tristeza. Todos los días, mi hermanita lo esperaba en las gradas delanteras de nuestra barraca y lloraba cuando al final del día él no aparecía. En la universidad, yo permanecía despierto durante la noche rezando y pensando en lo que debería hacer: ¿quedarme en la universidad o regresar a casa? Yo ansiaba cumplir mi sueño de terminar la universidad, pero la ausencia de mi papá había dejado un vacío en mi familia, que yo creía que era mi obligación llenar. La familia era siempre lo primero, de modo que me sentía desgarrado. Después de titubear mucho, decidí abandonar la universidad al concluir el primer semestre de mi segundo año y regresar a casa.
Después de las vacaciones de Navidad, regresé a Santa Clara para terminar las dos últimas semanas de clase. Estaba preocupado e irritable. Smokey advirtió que algo andaba mal y me preguntó qué era lo que me estaba molestando.
—Sólo estoy un poco preocupado por los exámenes finales—le dije. Resolví decirle mi decisión después de los exámenes finales porque no quería inquietarlo con mis problemas antes de entonces. Visité al padre O'Neill el viernes, le di mis saludos de parte de la señora Hancock y le conté sobre la visita que le hice y los dos regalos que ella me dio.
—Perfecto—dijo él—. ¡Me alegro de que la hayas conocido! Ella tiene un corazón de oro.
—Es cierto.
Cuando me dijo que me veía cansado y me preguntó si algo andaba mal, sacudí la cabeza y le conté lo que había sucedido en casa y lo que yo había decidido hacer.
—¡Oh, no! Cuánto lo siento. Puedo entender tus sentimientos—calló un momento y luego añadió firmemente—: Pero no comparto tu decisión de abandonar Santa Clara.
—Pero yo me siento responsable por mi familia, especialmente ahora que mi papá se ha ido.
—¿No crees tú que terminar la universidad es también tu responsabilidad? Piensa en los sacrificios que hizo tu familia para que tú estés aquí. Piensa en la gente que cree en ti y que aportó para que obtuvieras tus becas. ¿No piensas que tienes una responsabilidad hacia ellos, también? Además, recuerda lo que te dije. Todo sucede siempre por alguna razón, y debes tener confianza en Dios.
—Yo confío en Dios, padre. Y agradezco los sacrificios que la gente ha hecho por mí y no quisiera decepcionarlos, pero...
—Mira, hijo, yo sé lo difícil que es esto para ti, pero creo que deberías tomarte más tiempo para reflexionar sobre tu decisión en base a lo que hemos conversado. Mientras tanto, yo voy a ofrecer una novena por ti y tu familia.
Mientras más pensaba yo en los consejos del padre O'Neill, menos seguro me sentía respecto a mi decisión. Esa noche caminé por los Jardines de la Misión, tratando de aclarar mi mente. ¿Estaba siendo egoísta si me quedaba en la universidad? ¿Qué pasaría con mi sueño de ser maestro? Pensé en lo duro que trabajaban Trampita, Torito y mi mamá para lograr subsistir. Me sentía culpable. Regresé a mi cuarto y me esforcé por empezar la redacción de un ensayo para mi examen final de filosofía. Lo hice a un lado y me acosté, pero me resultó muy difícil conciliar el sueño.
Estaba tan deprimido y desmoralizado al llegar el domingo que no tenía ganas de ir esa tarde a la primera reunión para los nuevos candidatos de Sodality. Ante la insistencia de Smokey asistí, haciendo un gran esfuerzo de voluntad. Me senté en un asiento junto al pasillo al fondo del aula y traté de prestar atención al padre Shanks. Después que nos dio la bienvenida, nos unimos a él en una oración para el Año Nuevo. Él escribió luego en la pizarra:
"¿Cuál es el sentido y el propósito de mi vida?"
La pregunta despertó mi interés porque yo a menudo me preguntaba por qué mi familia y yo sufríamos tanto. Mi papá decía que estábamos maldecidos.
—Quiero que ustedes se respondan a sí mismos a esta pregunta—dijo el padre Shanks, caminando de un lado al otro del aula—. Ésta no es una pregunta fácil, pero todos debemos tratar de contestarla.
Se trasladó al fondo del cuarto, se paró junto a mí y continuó:
—¿Dónde podemos hallar algunas claves? En nuestra fe y en las experiencias de nuestra vida. Cada uno de nosotros debe reflexionar sobre nuestra fe y experiencias vitales, y tratar de extraer de el ellas la fuerza y el sentidos—se detuvo, colocó su mano derecha sobre mi hombro y explicó que muchas veces nos sentimos desconcertados por nuestras experiencias porque ellas no se presentan claramente definidas y rotuladas. Nos exhortó a no rendirnos y nos dijo que luchar era tan importante como hallar la respuesta. Se inclinó hacia adelante y me dijo en un susurro:
—¿Podrías por favor ir a mi oficina después de esta reunión?
Regresó al frente del aula, tomó la tiza, subrayó varias veces la pregunta en el pizarrón y dijo:
—Como sodalistas que son, quiero que ustedes analicen esta pregunta. Su educación y la profundización de su fe aquí en Santa Clara los guiarán en la búsqueda de una respuesta.
Al terminar la reunión, varios estudiantes se acercaron para hablar con él. Yo salí y lo esperé en la antesala de su oficina en Walsh Hall. A través de las puertas de vidrio de la entrada principal del edificio, lo vi subir pesadamente las gradas del frente llevando en su brazo izquierdo un manojo de carpetas. Le abrí la puerta.—Gracias—dijo él, recuperando el aliento. Abrió la puerta de su oficina y me invitó a entrar.
—Toma asiento—dijo. Dejó caer las carpetas sobre un montón de papeles que había encima de su escritorio, se sentó junto a mí y encendió un cigarrillo—. ¿Cómo es eso que he oído de que te quieres salir de Santa Clara?
Me sorprendí de que él lo supiera. El padre O'Neill tuvo que haberle dicho. Él debe haber leído mi mente, porque dijo:
—Sí, el padre O'Neill habló conmigo de eso.
—La razón...
—Yo sé cuál es tu razón—dijo interrumpiéndome—. El padre O'Neill me lo explicó. Y yo estoy de acuerdo con él. Creo que estás cometiendo un gran error. Yo sé que dentro de tu cultura se espera que los hijos vivan para sus familias y que las honren. Yo admiro eso, pero debes pensar también en ti mismo.
—Pero usted dijo que tenemos la responsabilidad de actuar como "guardián de mi hermano".
—Sí, es cierto. Pero, en este caso, piensa en las consecuencias a largo plazo. ¿No crees que tendrás más posibilidades de ayudar a tu familia una vez que termines la universidad y seas maestro? Es un sacrificio que estás haciendo ahora a fin de labrar un mejor futuro para tu familia, para ti mismo y para otros como tú. ¿No lo crees así?
—Eso tiene sentido. Quisiera pensarlo con más detenimiento—sentía que me dolían los hombros y la nuca.
—Estoy de acuerdo. Deberías darte más tiempo para reflexionar sobre eso. Confío en que tú tomarás la decisión correcta.
Al salir de su oficina, fui a la Iglesia de la Misión. Estaba silenciosa y vacía. Me arrodillé ante la imagen de San Francisco en la cruz y recé. Quizás no debí haberle mencionado nada al padre O'Neill acerca de eso. Pero tenía que decírselo por una cuestión de respeto. Él era mi amigo y confiaba en él. ¡Oh, resultaría más fácil si alguien tomara la decisión en mi lugar! Me levanté y me senté en la banca delantera y contemplé la pintura de San Antonio adorando al Niño Jesús que estaba a la derecha del altar. La figura del Niño Jesús se veía tan pura y pacífica que yo me acerqué al lado del altar, encendí una vela y recé un Ave María.
Regresé a mi cuarto y apunté algunos recuerdos adicionales sobre mi niñez, teniendo en cuenta lo que el padre Shanks había dicho sobre la necesidad de encontrar un sentido y propósito para nuestras vidas. Escribí sobre Torito, que escapó de morirse de una enfermedad que contrajo cuando vivíamos en Tent City. Él tenía tan sólo unos cuantos meses de edad cuando empezó a padecer de convulsiones y de diarrea. Mis papás le dieron té de menta, rezaron y consultaron a una curandera, que le frotó huevos crudos en el estómago. Cuando él empeoró, mis papás finalmente lo llevaron al hospital del condado, aun cuando no tenían dinero para pagar la consulta. El médico les dijo a mis papás que Torito se iba a morir. Mis papás se negaron a creerle. Llevaron a Torito a casa y toda nuestra familia rezó todos los días al Santo Niño de Atocha, hasta que mi hermano se curó.
Hice a un lado mis notas y repasé mi tarea para la clase de filosofía. Teníamos que escribir un ensayo breve sobre una de las obras que leímos durante el curso y relacionarlo con nuestra vida. Yo escogí el "Mito de la Caverna", que aparece en La República de Platón. Comparé las vivencias de mi niñez, creciendo dentro de una familia de trabajadores migrantes, con los prisioneros que estaban en la caverna oscura encadenados al piso y frente a una pared en blanco. Escribí que, al igual que aquellos cautivos, mi familia y otros trabajadores migrantes estábamos engrillados al campo día tras día, siete días a la semana, semana tras semana, por salarios muy bajos, y viviendo en carpas o viejos garajes que tenían piso de tierra, sin instalaciones internas de agua ni de electricidad. Describí la forma en que la simple lucha por llevar el pan a nuestra mesa nos impedía romper los grilletes, dándole un giro a nuestra vida. Expliqué que la fe y la esperanza en una vida mejor nos hacían seguir adelante. Yo me identifiqué con el prisionero que logró escapar y se sentía obligado a regresar a la caverna para ayudar a los demás a liberarse.
Después de concluir el trabajo, pensé en la pregunta del padre Shanks y el consejo que él y el padre O'Neill me habían dado. Ellos tenían razón. Yo tenía que sacrificarme y terminar mis estudios en la universidad.