16

 

 

 

 

 

—Tengo buenas noticias para ti, la visita a la clínica se ha programado para el próximo lunes —dijo Truly Stone por teléfono.

—¡Gracias a Dios!

Margie se desplomó contra la pared. Estaba exhausta por la preocupación y por las náuseas constantes; daba la impresión de que le daban arcadas después de todas las comidas, no solo por la mañana. Los estragos emocionales en sí eran agotadores. En sus sueños la perseguía el recuerdo de la violación y de todo lo que había ocurrido después, la vulneración de todo aquello que la definía como persona.

—En cuanto al coste…

—La fundación lo cubre —le aseguró Truly.

—¡Vaya! Os estoy muy agradecida.

Y así era, pero, por otra parte, en su corazón se estaba librando una batalla. Las células que estaban dividiéndose en su interior no le habían hecho ningún mal a nadie, pero eran el resultado del mayor daño imaginable. Dios, cuanto antes se llevara a cabo la intervención, mucho mejor.

—¿Fuiste a mi casa? ¿Viste a mi gato?

—Sí, y ya tienes el alquiler del mes que viene pagado también. Y no, lo siento, no vi ningún gato, pero dejé fuera varios tipos de comida.

—Gracias por intentarlo.

Soltó un largo suspiro de alivio y resignación. Después del lunes, todo habría terminado. Se habría liberado de Jimmy Hunt y de su brutal ataque, y de la agresión del sistema penitenciario del condado contra sus derechos. Hacía semanas que no se sentía tan esperanzada, e incluso saludó a Landry Yates con una sonrisa cuando él fue a verla horas después.

—Espero que me traiga buenas noticias, algo así como que el gran jurado se reunió antes de lo esperado y no existe acusación.

Él se movió con nerviosismo en la silla y se puso bien las gafas. Su teléfono empezó a vibrar, pero lo ignoró y, tras depositar su maletín sobre la mesa, sacó unos papeles.

—Es sobre su permiso del lunes.

Margie sintió una aprensión incipiente en el estómago.

—¿Qué pasa?

—Ha sido pospuesto. Se ha presentado una orden temporal de restricción.

—¿Qué mierda significa eso?

—Es para evitar que interrumpa su embarazo.

La visceral aprensión se solidificó, se volvió dura y gélida como el hielo.

—Pero ¿qué…? ¿Quién…?

—La familia, los Hunt. Se presentó en su nombre.

—Bueno, pues espero que les diga que mi decisión personal, protegida por mandato constitucional, no es de su jodida incumbencia.

—No es tan fácil. La intervención se aplazará para celebrar una vista.

—¿Una vista centrada en la decisión privada que he tomado relativa a mi propia salud, a mi propio cuerpo? A ver, déjeme adivinar: el juez es uno de los amiguitos del club de campo de la familia.

—No sabría qué decirle —contestó Landry, mientras su teléfono vibraba de nuevo.

—¿Y se puede saber cuál es el propósito de esa vista? ¿Podré estar presente? ¿Mi opinión cuenta para algo?

—El propósito es designar un guardián para el bebé nonato.

—¿¡El qué!?

No podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Según alegan, el nonato tiene derecho a que se le asigne un guardián.

Margie no entendía nada. No sabía de leyes, pero había estado leyendo sin parar e incluso ella se daba cuenta de que la situación era claramente absurda.

—¿Cómo cojones se enteraron de esto los Hunt?

—Son una familia influyente, les llega mucha información.

—Pues no van a evitar que ejerza mi derecho a optar por el aborto.

—Tiene derecho a impugnar la orden, pero existen cauces judiciales que hay que seguir. Puede presentar un recurso de urgencia…

—Vale, muy bien, pues hágalo. De inmediato.

—Necesitará un abogado para que se encargue del asunto.

—¿Y usted qué es? ¿Astronauta?

—Soy el abogado de oficio en su caso penal, no es la primera vez que se lo aclaro. Estamos hablando de una cuestión aparte. Tendrá que contratar a un abogado particular para que se encargue del asunto, porque no forma parte de la defensa que debo procurarle.

—No tengo dinero para pagar a un abogado particular.

—Podría intentar impugnar la orden sin contar con uno, pero sería una dura batalla.

—Ah, ¿y esto no lo es? Estar encerrada, que me ignoren, que me mientan, la preocupación por mi gato, haber quedado embarazada del hombre que me violó. ¿Cree que presentar un jodido recurso es más difícil que esto?

—Lo siento mucho.

Al menos tuvo la decencia de ruborizarse.

—Ayúdeme, Landry. Dígame lo que debo hacer.

Él respiró hondo e hizo un pequeño gesto de negación con la cabeza.

—Tengo una relación contractual con el estado. Mi trabajo consiste en defenderla en el caso penal.

—No estoy pidiéndole que se tome esto como un trabajo más, le pido que acepte representarme porque sería lo correcto. Nadie, ni siquiera los Hunt, puede obligarme a dar a luz en contra de mi voluntad. Eso es… es una barbaridad, ¡es algo que parece sacado de El cuento de la criada! —Sentía que había cambiado, que ya no era la aturdida y traumatizada muchacha que había llegado a la cárcel. Los Hunt estaban locos de atar, pero estaban fortaleciendo su sentido de la justicia y su seguridad en sí misma—. Sí, comprendo que su tarea consiste en defenderme, pero ayudarme a luchar contra esta absurda orden de restricción es… su deber, siendo como es un profesional que conoce al dedillo el funcionamiento de la ley.

Él apartó la mirada por un segundo, y entonces se volvió de nuevo hacia ella y se limitó a decir:

—Yo no trabajo así.

Y en ese preciso momento, al ver la frialdad que había en sus ojos y cómo apretaba los labios, Margie comprendió por fin lo que pasaba. La verdad la golpeó como un puñetazo en el estómago.

—Santo Dios —susurró—. Dios bendito. Cree que a una mujer no se le debería permitir tomar decisiones privadas sobre su propia salud.

Él no dijo nada, no hizo falta que lo hiciera. La invadió una aplastante sensación de derrota que la dejó sin fuerzas.

—Supongo que también cree que soy una asesina, que maté a Jimmy Hunt deliberadamente.

—No soy yo quien debe decidir eso. Estoy aquí para defenderla, de acuerdo a su derecho constitucional.

—Tengo otro derecho constitucional, ¿sabe cuál es? Someterme a un aborto. ¡Usted no tiene el poder de decidir qué derechos tengo! —Esperaba que su mirada fuera tan fría como el acero mientras le sostenía la mirada—. Estoy embarazada porque un monstruo me atacó. En este momento, la intervención es segura y sencilla, pero se me está agotando el tiempo. ¿Qué pasará si permite que me obliguen a llevar este embarazo a término? Venga, Landry, explíqueme cómo iría la cosa. ¿Me veré obligada a dar a luz al hijo de un violador en la cárcel?

—Por supuesto que no, la trasladarían al hospital.

—Ah, sí, es verdad. Tengo que cubrir el coste del transporte y la seguridad, aunque usted sabe perfectamente bien que no puedo permitírmelo. ¿Me esposarán a la cama? ¿Y qué pasará con el bebé?, ¿lo esposarán también? ¿Podré traérmelo a la cárcel? ¿Criaré tras las rejas al hijo de un violador?

—Los Hunt están haciendo valer los derechos del padre —dijo señalando el expediente que había dejado sobre la mesa.

—¿¡Que qué!? Eso es absurdo, ¡no hay padre! En este momento, ni siquiera hay un bebé.

—Los Hunt se han comprometido a asumir la custodia de su nieto…

—¡Por el amor de Dios! ¿Está escuchando lo que está soltando por la boca? Quiere que incube esta cosa como si fuera una yegua de cría, y que se lo entregue a una familia para que pueda criarlo y que termine igual que Jimmy: siendo un borracho, un violador violento…

—Yo no quiero nada, tan solo he venido a ponerla al tanto de la orden temporal de restricción.

—¿Hasta qué punto es «temporal»? ¿De cuánto tiempo dispongo?

Él tamborileó con los dedos sobre la mesa, su teléfono vibró de nuevo y Margie supo en ese preciso momento que estaba jodida, y no solo con lo del aborto, sino también con su propia defensa. Landry tenía demasiados casos entre manos y no contaba con recursos suficientes; además, no creía en ella. No creía en los derechos de la mujer; todo lo contrario, estaba convencido de que estaba justificado controlarlas. No iba a luchar por ella, no era más que una obligación para él.

Le fulminó con la mirada y llamó al guardia.

 

 

—No sé qué decir —admitió Truly, atónita, cuando Margie la llamó desesperada—. Qué dilema tan horrible para ti. He hecho unas cien llamadas a mis contactos y espero que esto se resuelva a tiempo.

Pero el tiempo era el enemigo. Los minutos se hacían eternos, pero los días pasaban volando.

Gracias a lo que había leído sobre traumas derivados de una agresión sexual, Margie sabía que no es que estuviera loca, sino que padecía trastorno de estrés postraumático. Ya estaba destrozada por el terror y la preocupación y, por si fuera poco, ahora tenía la presión añadida de aquel nuevo desastre. El aplazamiento del aborto ya le había infligido un sufrimiento emocional extremo, y sabía que los riesgos médicos a los que iba a enfrentarse irían incrementándose con cada día que pasara. Estaban perfectamente documentadas las consecuencias que podría tener en la salud mental de una mujer el hecho de ser obligada a dar a luz al hijo de su violador, de tener que criarlo a pesar de lo incierto que era su futuro. Quién sabe, puede que terminara por enloquecer después de todo.

No se veía capaz de seguir soportando aquella espera mucho tiempo más.

Truly contactó con grupos de defensa de los derechos de la mujer, centros de salud femenina y voluntarios legales. Todos ellos coincidían en que la orden de restricción era objetable desde un punto de vista objetivo y sería retirada.

Sin embargo, el proceso requería tiempo, y eso era algo que Margie no tenía.

Al final se le permitió recibir la visita de un abogado de oficio en prácticas llamado Harry Brooks, un chico tan joven como Truly e igual de sincero. Hubo un atisbo de esperanza. Él le dio información alentadora al citar la ley palabra por palabra, justificando el claro derecho de una mujer —incluso de una que estaba encarcelada— a tomar sus propias decisiones privadas en lo relativo a su salud, pero tuvo que presentar un recurso para impugnar la orden. Era cuestión de cumplimentar los documentos necesarios, y de hacerlo debidamente y en su debido plazo.

Se toparon con obstáculos que parecían haber sido erigidos por un sistema corrupto. Les asignaban una fecha para la vista y, de buenas a primeras, la agenda sufría cambios y la cosa volvía a retrasarse. Estaban a merced de la coordinadora del juzgado, una mujer llamada Karen Castro que resulta que era gran amiga de una ayudante del sheriff llamada Belle Fields. Y, mira por dónde, el apellido de soltera de esta última era Hunt. Aquella familia tenía tentáculos en todas partes.

Harry presentó dos recursos de urgencia, uno de ellos dirigido al Tribunal Supremo del estado. El juzgado de apelaciones declinó actuar de inmediato.

—Tenemos fecha tentativa ante el juez de apelaciones en cuatro semanas —le dijo Harry.

Margie lo miró horrorizada.

—Pero no… ¡No podemos esperar tanto! ¿Qué parte de «recurso de urgencia» no entienden?

—Es lo más pronto que pudieron ofrecernos.

—No. Eso me llevaría al segundo trimestre. Sabes lo que significa eso, ¿verdad?

Sintió que empalidecía de golpe. Interrumpir un embarazo más avanzado comportaba que se acrecentara el riesgo de que surgieran complicaciones. Más normas y limitaciones, más restricciones, más pesadillas sobre lo que iba a suceder.

En el fondo de su mente acechaba una realidad que iba haciéndose notar más y más: cada vez faltaba menos para que el feto fuera viable, para que no fuera una agrupación de células, sino una persona.

—Insistí en que se trata de una emergencia —le aseguró Harry, antes de que pudiera preguntárselo.

Daba vueltas en el catre noche tras noche, no podía conciliar el sueño; vomitaba y perdió peso. Solía darle demasiadas vueltas a la cabeza mientras yacía en el fino colchón, contemplando el techo. Pensaba en división celular y extremidades incipientes y en la idea de que un pequeño grupo de células que tenía dentro estaba adueñándose por completo de su cuerpo.

 

 

Y entonces reflexionaba sobre el hecho de que la mitad del ADN procedía de Jimmy Hunt… universitario, atleta estelar, hijo del hombre más adinerado del condado. Violador.

Una noche en particular, tras despertar de un sueño inquieto, probó a ponerse de espaldas y a hacer los ejercicios de respiración que, según la señora Renfro, podrían ayudarla con la ansiedad. Permaneció allí tumbada, inhalando: dos, tres cuatro; aguanta, dos, tres cuatro. Y en ese momento notó… algo. Una especie de revoloteo que no se debía a la ansiedad —bien sabe Dios que esa sensación la conocía a la perfección—, sino que era como si algo se agitara de forma casi imperceptible en su interior, algo vital, algo ajeno a su propio cuerpo.

Se esforzó por ignorar la sensación, por no pensar en todas las implicaciones que acarreaba, pero su mente se negaba a aquietarse. «¿Y si…?», insistía en preguntarse una y otra vez. Si no hacía nada, si se limitaba a rendirse y a renunciar a sus derechos personales, estaría aceptando un cambio radical en su vida: dar a luz al hijo de un violador. Su mente, su cuerpo y su alma sufrirían cambios permanentes por tener que soportar un embarazo obligado durante meses, por tener que pasar por un calvario que jamás habría elegido si la decisión estuviera en sus manos.

Si los Hunt se salían con la suya, un bebé llegaría al mundo en cuestión de meses. Y ella seguiría estando allí encerrada, a la espera de que se celebrara el juicio. A menos que hiciera algo drástico, la familia de Jimmy reclamaría la custodia del niño.

Al día siguiente, presentó una solicitud de urgencia para acudir a la enfermería; estaba tan desmejorada por la falta de sueño, por la ansiedad y las náuseas, que se le permitió ir de inmediato. Hasta el momento, daba la impresión de que nadie se había dado cuenta de que solo iba cuando la enfermera que atendía era la señora Renfro. Era la única persona que la veía como a un ser de carne y hueso, la única cuya compasión parecía real.

La señora Renfro había intentado apelar a la administración para que Margie recibiera más cuidados médicos, pero sus esfuerzos habían sido infructuosos.

—Eso demuestra que a los Hunt no les importa lo más mínimo el bebé —afirmó Margie—. De ser así, se asegurarían de que yo estuviera sana. Lo único que quieren es vengarse.

La señora Renfro le dio un ligero apretón de solidaridad en el hombro.

—Estoy documentándolo todo detalladamente, Margie —aseguró, y se inclinó un poco hacia delante para que la funcionaria no pudiera oírla—. Yo creo que lo que está pasando es ilegal. Mantendré los registros a buen recaudo, por si llegaras a necesitarlos en el futuro.

La idea de llegar a exigir que se hiciera justicia parecía descabellada en ese momento, pero la bondad de la enfermera hizo que los ojos de Margie se inundaran de lágrimas.

—¿Cómo es posible que mi vida se haya convertido en esto? —Hizo un amplio gesto con el brazo—. Me siento increíblemente indefensa, atrapada. Están provocando un retraso de forma deliberada, para que se me agote el tiempo y no pueda recurrir al aborto.

—Sí, eso es lo que parece.

—Al principio, la decisión era fácil, pero ahora… se complica más con cada día que pasa —señaló, y presionó los nudillos contra su labio inferior—. Resulta que anoche, cuando estaba tumbada en mi catre, me pareció notar algo.

—¿El qué?

Margie bajó las manos a su regazo antes de contestar.

—Un movimiento, una especie de… revoloteo.

—¿Notaste cómo se movía el bebé?

—Puede ser.

—Aún es pronto, podría tratarse de indigestión. Gases. Es algo bastante habitual.

—Esto me pareció distinto, estaba tumbada boca arriba y lo sentí.

—Bueno, estás delgadísima. Y existen dos fechas en las que pudiste concebir.

Margie retorció las manos sobre su regazo.

—Pues… eh… resulta que… en un principio, cuando me di cuenta de que estaba embarazada, tenía claro lo que tenía que hacer. Por mi propio bien. Estaba más claro que el agua, no había dudas. Tenía muy claro cuál era la decisión correcta.

—Fuiste muy clara conmigo y la ley está de tu parte —afirmó la señora Renfro. A continuación le tomó la tensión—. ¿Qué es lo que piensas ahora?

—Que. No. Quiero. Estar. Embarazada —dijo enfatizando cada palabra. Cuánto agradecería que ese deseo fuera una realidad. Bajó la mirada al suelo—. No puedo hacer nada al respecto por mi cuenta, pero ahora entiendo por qué, desde el principio de los tiempos, las mujeres han buscado y seguirán buscando la forma de interrumpir un embarazo indeseado.

—Ay, Margie, cuánto lo siento.

—Me han obligado a esperar tanto que ahora no puedo dejar de pensar en que no puedo evitar que siga pasando el tiempo. Al principio, mi actitud era clara: «Voy a hacerlo», pero ahora la cosa va progresando hacia «¿Seré capaz de hacerlo?».

—¿Qué tienes en mente?

—No puedo dejar de pensar en lo que pasaría si retrasan tanto el asunto que termino por dar a luz.

—¿Quieres tener un bebé?

—Dios, no, ahora no es el momento. Además, ¿el hijo de Jimmy Hunt? ¡Ni hablar! Sí, ya sé que el bebé no tiene la culpa de que su padre fuera un monstruo violento, pero yo sería consciente de esa realidad y viviría con esa carga a cuestas.

La señora Renfro tomó su termómetro para tomarle la temperatura y se limitó a decir:

—Ajá.

Margie estaba familiarizada con esa vaga respuesta. La empleaba cuando quería demostrar que estaba prestando atención, pero prefería guardarse su opinión.

—En fin… —Inhaló hondo para armarse de valor y entonces exhaló la pregunta—: ¿Qué pasa cuando una reclusa da a luz? Lo digo de forma hipotética.

—El bebé permanece con la madre hasta un máximo de dieciocho meses y entonces lo llevan a vivir con familiares o padres de acogida hasta que la madre sea puesta en libertad.

Margie no tenía familia, así que tan solo quedaba una opción: padres de acogida. ¿Tenía derecho a escogerlos ella? Queen y Cubby, quizás, o alguien de la iglesia.

—¿Qué pasa si tardan en soltarme?

La señora Renfro apartó la mirada y se puso a revisar algunos de los instrumentos que tenía en el carrito.

—Mientras la madre permanece en la cárcel, habría visitas, como con cualquier otra persona.

Margie intentó visualizar la situación. Un niño pequeño al que obligaban a entrar en la sala de visitas, debatiéndose y reacio a acercarse a la desconocida que permanecía tras la mampara de plexiglás. No era vida para un crío.

—He visto cómo lo viven otras reclusas y son mujeres que sí que quieren a sus hijos. Es una pesadilla.

—Lo siento, Margie. Ya sé que dista mucho de ser una situación ideal, pero los niños tienen mucho aguante.

—No tendrían por qué tenerlo. Deberían tener derecho a disfrutar de su niñez —afirmó. Vio cómo el manguito del tensiómetro se desinflaba y el resultado apareció en la pantalla. Tomó una profunda y trémula inhalación y dio voz a la opción a la que estaba dando vueltas en la cabeza—: ¿Y darlo en adopción?

La idea se le había ocurrido en medio de la noche, se había colado en sus pensamientos como una sigilosa intrusa. Había recordado el encuentro del pasado con aquella chica llamada Tamara Falcon, que había sido adoptada por una familia adinerada y vivía como una princesa en una torre dorada.

—¿Estás poniendo esa opción sobre la mesa? —le preguntó la señora Renfro con voz suave.

—Se han puesto sobre la mesa todas las opciones habidas y por haber, menos la que necesito —apuntó, y se secó una lágrima furtiva—. A estas alturas, no estoy segura de nada. Renunciar a él para que lo adopten es una de las pocas opciones que tengo en mis manos, ¿verdad?

—Podría ser, pero ten en cuenta que lo de «renunciar a un niño» es una terminología que ahora aconsejan evitar.

—Pueden llamarlo como quieran, pero temo que se me agote el tiempo y terminar dando a luz a un bebé que no quiero.

—Los Hunt se han ofrecido a quedárselo —le recordó la señora Renfro.

—No. Santo Dios, no. A esa familia no le entregaría ni un perro rabioso. Ya criaron a un monstruo, ¿por qué iba a darles otra oportunidad para hacer lo mismo? No, ¡ni hablar! —Se le ocurrió una posibilidad horrible—. Ay, mierda, ¿podrían intentar arrebatármelo?

—Estando en un proceso de adopción, eso sería ilegal incluso para ellos. Como madre biológica, tienes pleno derecho a elegir.

—Y como ser humano tengo pleno derecho a defenderme cuando estoy sufriendo una violación, pero héteme aquí. Perdone, pero es que no confío lo más mínimo en este sistema.

—Vayamos paso a paso. Por tus palabras, interpreto que estás planteándote otras alternativas al aborto. ¿Estoy en lo cierto?

—Eh… no. O sí. A lo mejor. Bien sabe Dios que no sería mi primera opción, pero todos estos retrasos están empujándome en esa dirección. En caso de hacerlo, si optara por la adopción, tendría que asegurarme de que el bebé iría a parar lo más lejos posible de los Hunt. Querría buscar a unos completos desconocidos que pudieran darle una vida genial, que no le hicieran vivir con el hecho de que su padre murió de un tiro mientras violaba a su madre.

Sus propias palabras la impactaron, era como si estuviera oyéndolas por primera vez de boca de una desconocida. Guardó silencio durante unos segundos mientras imaginaba cómo se desarrollarían los acontecimientos a tiempo real… llevar a término el embarazo, dar a luz, entregar el bebé. ¿Cómo se sentiría una persona al pasar por algo así? Se estremeció y le dio vueltas y más vueltas a la pulsera de reclusa que le rodeaba la muñeca.

—¿Estás segura de querer plantearte esta opción, Margie? —le preguntó la señora Renfro—. Porque, una vez que se cancele la orden temporal de restricción, seguirás teniendo derecho a interrumpir tu embarazo.

—No, no estoy segura de nada. Si me ofrecieran la oportunidad de llevar a cabo el aborto ahora mismo, aceptaría sin dudarlo. Pero es que… dentro de poco será demasiado tarde.

—Si quieres, puedo contactar con los de servicios sociales y conseguirte información sobre los procesos de adopción.

—Vale, está bien. No digo que vaya a decidirme por esa opción, pero tampoco que la descarte. Tal y como van las cosas, estoy perdiendo las esperanzas. Necesito un plan B, joder.