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La bandeja de entrada de Margot estaba repleta de alertas de motores de búsqueda por el artículo que se había publicado recientemente. Buckley se lo había mandado previamente y ella lo había leído con rapidez y una extraña sensación de desconexión. Ver sus propias palabras en negro sobre blanco creaba una especie de distancia rara entre lo ocurrido y ella; los viejos sentimientos de vulneración, de sentirse violada, empezaron a endurecerse y a convertirse en vindicación.

La entrevista se había desarrollado en el transcurso de tres días, y no solo por lo ocupada que estaba con el restaurante, sino porque revivir el incidente había sido muy duro. Hallar en su interior la fuerza necesaria para hablar alto y fuerte sobre lo ocurrido, para contar su verdad, había sido increíblemente liberador. No era lo mismo que contárselo a Jerome, eso había sido una conversación privada. Con Buckley se centró en los hechos, y esos hechos habían bastado para que nuevas oleadas de dolor y trauma la golpearan de lleno. Buckley había ido ganándose su confianza poco a poco, había creado un espacio donde ella había podido hablar y sentirse escuchada. Ir recordando de nuevo los hechos del caso había sido un ejercicio profundo que la había llevado a ahondar aún más en él, a ir arrancando una capa tras otra hasta llegar a un rincón de su ser que todavía estaba en carne viva, que no había sanado a pesar de los años de lucha para recobrar su equilibrio en el mundo. Para darse ánimo, se había recordado a sí misma que, una vez que saliera publicado el artículo, lo leerían mujeres que podrían llegar a encontrarse en una situación similar algún día. Quería que personas de todas partes supieran que tenían derecho a contar sus respectivas historias y que tenían derecho a seguir contándolas hasta que alguien las escuchara por fin.

Para darle algo de privacidad y para evitar que los trols de turno la emprendieran contra su restaurante en las redes, Buckley concluyó el artículo con la siguiente frase: Margie Salinas se cambió de nombre y regenta un restaurante en California.

Margot era consciente de que la publicación del artículo tendría consecuencias y estaba preparada para ello; al menos, eso creía. La reacción fue como una oleada que se originó en Texas, cuando la noticia llegó a los medios de comunicación, y se extendió a toda velocidad hasta llegar a California. Tal y como cabía esperar, el impacto fue polarizante: algunos se sintieron realmente conmovidos y se indignaron por lo sucedido; otros, por el contrario, afirmaron que no era más que otra mujer despechada que había cometido un asesinato con impunidad. Cuando se enteró de que los planes de construir el estadio y la estatua estaban siendo revisados, abrió una botella de cerveza importada Lambic y se la bebió enterita mientras contemplaba el cielo nocturno.

 

 

Margot estaba en su despacho al día siguiente, echándole un vistazo a las últimas publicaciones sobre el tema, cuando Anya la interrumpió con un tentativo toquecito en la puerta.

—Traigo noticias.

Aquellas simples palabras bastaron para que se le encogiera el estómago. Sabía que estaba asumiendo un riesgo al exponer su historia ante el mundo entero.

—¿Muy malas?

—No, a menos que te parezca horrible ser la ganadora del premio Divina de este año.

—¿¡Qué!? —Margot se levantó de la silla como un resorte—. ¿Quién?, ¿yo? ¡No puede ser!

El Divina era mucho más que un premio gastronómico, ya que no solo premiaba el aspecto culinario. También tenía en cuenta el temperamento y la humanidad de un chef, su carácter, sus valores, sus políticas de empresa, la forma en que manejaba el negocio, el ambiente que reinaba en la cocina y la imagen que tenían de esa persona tanto sus empleados como sus colegas de profesión. Los días en los que había chefs que montaban berrinches, que trataban fatal a sus trabajadores y que les pagaban una miseria estaban contados. Los nominados al premio no solo habían sido seleccionados por su maestría como cocineros, sino por el ambiente de trabajo que creaban para los empleados y por lo que aportaban a sus respectivas comunidades.

En ese momento, deseó no haberse terminado aquella cerveza Lambic la noche anterior, ya que era una selecta importación procedente de Bélgica.

—Necesito una cerveza —susurró, mientras intentaba asimilar semejante noticia.

—Son las diez de la mañana —le recordó Anya.

—Es que necesito algo en lo que verter las lágrimas —dijo Margot.

 

 

Jerome y sus muchachos habían lustrado bien sus zapatos para asistir a la entrega del premio de Margot. Tal y como él les dijo a Asher y Ernest, presenciar cómo le entregaban a alguien el preciado premio Divina al mejor chef emergente no era algo que ocurriera todos los días. Los niños no estaban demasiado entusiasmados con lo de la ceremonia, pero se les hacía la boca agua solo con pensar en el banquete posterior con comida gourmet.

Se sentía orgulloso al verlos vestidos con sus trajecitos y sus lustrosos zapatos, estaban guapísimos. La mayor parte de los asistentes pertenecía a la realeza culinaria: críticos gastronómicos con fama a nivel mundial, magnates del mundo de la hostelería, blogueros e influencers con cantidades ingentes de seguidores y representantes de las asociaciones sin ánimo de lucro que apoyaban a los trabajadores del sector. El Canal Culinario estaba cubriendo el evento en directo; Buckley DeWitt, el periodista de Texas, también estaba presente. Su artículo había provocado una fuerte marejada en Texas, y las olas habían ido extendiéndose hasta llegar a California. Leer el artículo había recordado a Jerome lo difícil que debía de haber sido para Margot recomponerse después de la pesadilla por la que había pasado. Sentía la necesidad de cobijarla en su corazón y protegerla allí por siempre.

Mientras contemplaba a toda aquella gente que había asistido a la ceremonia, pensó para sus adentros: «Esto, cielo, que esto sea lo que te ayude a dejar atrás el pasado por fin: conseguir un sueño rodeada de amigos y familiares».

Ese era el momento de Margot, se había matado a trabajar. Puede que él no llegara a saber jamás la totalidad de los desafíos a los que ella había tenido que enfrentarse, pero estaba claro que había luchado con uñas y dientes por salir adelante. Margot había soportado retos y sacrificios que destruirían a la mayoría de la gente, y esa ceremonia de premios era una merecida recompensa.

Se dio cuenta de que tenía un mensaje de texto de Florence, pero decidió dejarlo para después. Era el momento de Margot, su momento para brillar, y él quería saborearlo al máximo. Las cámaras grabaron toda la ceremonia: Margot recibió una medalla que colgaba de una cinta con los colores del arcoíris y la directora de la asociación dio un discurso en el que elogió sus logros. Jerome sonrió al verla ruborizarse ante tanto halago, el tono encendido de sus mejillas le recordó al color de las rosas preferidas de su madre.

Un fotógrafo de eventos capturó el momento y los invitados alzaron sus respectivos móviles para tomar sus propias fotos. Después, en el banquete posterior, la rodeó una multitud formada por empleados, inversores, periodistas y amigos; algunos de ellos eran fans y querían que les firmara el menú conmemorativo.

Sintió como si el corazón se le estuviera expandiendo en el pecho. Qué satisfacción llegar a ese punto en el que uno veía las cosas con total claridad. El amor que sentía hacia Margot era de los de para siempre, se lo decía el corazón. El sentimiento era tan claro que resultaba inconfundible, y contrastaba con la amarga decepción que le había atormentado tras el divorcio.

Fue a sentarse con Ida B. y Frank, que habían asistido al evento.

—Mirad a mi chica, está radiante.

—Sí, así es. Has elegido bien —dijo Ida.

—Y que lo digas.

—¿Quién es esa mujer? —preguntó ella de repente—. La que está agitando el bolígrafo y el menú.

—Ni idea, no la reconozco. A lo mejor es otra fan.

Se levantó y se abrió paso entre los invitados en dirección a Margot. Tenía grandes planes para esa noche. Ida y Frank iban a llevarse a los niños de vuelta a la ciudad y él iba a ir con Margot a la Hacienda Bella Vista, donde había reservado la suite Grande Patron para una celebración privada. Tenía el anillo en el bolsillo.

Llegó junto a ella justo cuando la desconocida la alcanzó por el otro lado.

—¿Margie Salinas?

Margot se tambaleó ligeramente. Frunció el ceño y miró a un lado y otro.

—¿Disculpe?

—Margie Salinas, también conocida como Margot Salton —dijo la mujer.

Margot se quedó como paralizada y su semblante empalideció visiblemente. Miró a un lado y otro de nuevo, pero daba la sensación de que no veía nada. Parecía un animal atrapado.

Y entonces fijó la mirada en la mujer y frunció el ceño.

—¿Quién cojones es usted?

La mujer le entregó el sobre, presionándolo con firmeza contra su mano para que no lo soltara.

—Considérese notificada.

 

 

—¿Una demanda por difamación?

Margot contempló fijamente el documento impreso e intentó no hiperventilar. «Inhala, dos, tres, cuatro; exhala, dos, tres, cuatro.»

Se había refugiado en la lujosa suite de la Hacienda Bella Vista. Jerome la había reservado con la intención de disfrutar de una velada romántica, pero en ese momento no estaban pensando en romanticismos ni mucho menos.

Roy y Octavia Hunt, demandantes, contra Margie Salinas, alias Margot Salton. Habían ido a por ella con una demanda por el artículo del periódico. Querían que les pagara una indemnización por contar la verdad sobre su fallecido hijo violador.

Si Jerome no le hubiera pasado un brazo por la cintura para sostenerla, lo más probable es que se hubiera caído desplomada.

—No nos dejemos arrastrar por el pánico —dijo él. Al ver la mirada que Margot le lanzó, se apresuró a añadir—: Perdona, no es buena idea decirle eso a alguien que está al borde de un ataque de pánico. Podremos solucionar esto juntos.

—Voy a vomitar.

—Respira hondo, cielo. Aquí me tienes, ya verás como todo se soluciona en un santiamén.

Margot no lo tenía tan claro, pero agradeció que intentara tranquilizarla.

—Menuda familia, son una pesadilla.

Se quitó la medalla y la dejó a un lado.

Jerome depositó el sobre doblado en una mesita auxiliar y se aflojó la corbata. Margot lo tomó entonces de las manos y alzó la mirada hacia él, consciente de cada latido de su propio corazón. Había sido cauta, había ido acostumbrándose a la idea de amarlo. Tenía claros sus sentimientos y, hasta la llegada de aquel sobre, había empezado a creer que su relación podría tener un futuro.

Sin embargo, la demanda de los Hunt la hacía plantearse si realmente tenía derecho a vivir la nueva vida que había ido construyéndose después de la violación, después de pasar por la cárcel, después de dejar a Miles con sus dos papás y seguir su propio camino. Con el artículo había desatado una tormenta en el condado de Hayden, Texas, y tenía la impresión de que Jerome no era consciente del alcance de la situación.

Él empleó una cerilla para encender el fuego en la chimenea, que ya estaba preparada, y el cálido resplandor de las llamas bañó la preciosa habitación de ambiente clásico. La tomó de la mano, la condujo hasta el sofá situado frente a la chimenea y tironeó con suavidad para que se sentara junto a él. Le quitó los zapatos y empezó a masajearle los pies con delicadeza.

—¿Qué te tiene tan pensativa? Espero que sea el premio, pero tengo la sensación de que no es así.

—Estoy orgullosísima de haber recibido ese premio, y lo que más me enorgullece es que tanto Ida y tú como los niños estuvierais allí conmigo. Me he sentido como si tuviera una familia, y no tengo palabras para explicarte lo que eso significa para mí.

Jerome le bajó el pie y la rodeó con los brazos.

—Significa que no tienes que enfrentarte sola a esto, que me tienes a tu lado. En las duras y en las maduras, siempre.

—No te merezco —susurró ella.

—Lo que no mereces es la absurda demanda esa.

—Absurda o no, tengo que hacerle frente. Los asuntos legales no se resuelven solos, por muy vengativos o frívolos que sean.

—Iré contigo.

—No, ni hablar. Los Hunt son problema mío, no tuyo. Hacen todo esto para intentar arruinarme, no permitiré que te involucres. No voy a dejar que te expongas ni que expongas tu patrimonio si el juez falla en mi contra.

—Eso no va a pasar.

—En el condado de Hayden, Texas, puede pasar cualquier cosa porque está controlado por los Hunt. Estuvieron a punto de condenarme a cadena perpetua por pegarle un tiro al tipo que estaba violándome, me vi obligada a tener un bebé porque me pusieron un obstáculo tras otro para que no pudiera interrumpir el embarazo a tiempo… Los Hunt están buscando la forma de arrebatarme todo lo que tengo, e intentarían haceros lo mismo a los niños y a ti si descubren lo importantes que sois para mí.

—Las cosas no funcionan así. No pueden tocarme y no permitiré que te toquen a ti.

Esa noche Margot durmió entre los brazos de Jerome, pero fue un sueño inquieto. Por mucho que le doliera admitirlo, era obvio que jamás podría dejar atrás del todo lo ocurrido en el pasado. Lo único que podía hacer era intentar mantenerlo tan alejado de su presente como pudiera.

Jerome había dicho que no iba a permitir que la tocaran; reflexionó sobre aquellas palabras, les dio vueltas y más vueltas en la cabeza. Ella no podía ser menos, estaba decidida a protegerlo a su vez.

 

 

Jerome estaba en el vestíbulo de su casa cuando oyó la voz de su exmujer.

—Jerome.

Se volvió sorprendido. A quien esperaba en ese momento era a Margot, quien pensaba regresar a Texas sin él porque estaba decidida a resolver aquel problema por sí sola. Deseaba con todas sus fuerzas ir con ella, pero se resistía a ese impulso porque, teniendo en cuenta la pesadilla que Margot había vivido, no quería inmiscuirse a la fuerza en la situación ni arrebatarle su independencia. Tenía que confiar en que ella se las arreglaría bien sin su ayuda. Le había prometido que pasaría a despedirse de camino al aeropuerto.

—Florence.

Abrió la puerta mosquitera y le indicó que pasara.

Ella contempló con semblante inescrutable la casa que habían compartido en el pasado. Era un día bastante caluroso y todas las ventanas estaban abiertas para dejar entrar un poco de aire.

No se veían casi nunca y apenas hablaban. Desde que habían resuelto lo del divorcio y el acuerdo de custodia de los niños, habían mantenido las distancias. Los niños iban de una casa a la otra como quien toma el tren para ir al trabajo: la puerta automática se cerraba tras uno de los progenitores y pasaban a estar con el otro. Aquello se había convertido en una rutina y, en las escasas ocasiones en las que tenían que comunicarse por algo, lo hacían a través de mensajes de texto. De modo que, cuando su exmujer le había preguntado si podían verse en persona, había sospechado de inmediato que pasaba algo. Aunque no esperaba que se presentara en ese preciso momento.

Aquella era la casa que habían compartido. Era el lugar que albergaba diez años de recuerdos, de rutinas compartidas y celebraciones, de momentos felices con los niños y de frustraciones y discusiones. Sin embargo, Florence se había convertido en una desconocida, era como tener delante a alguien con quien te cruzas alguna que otra vez en el gimnasio o en la iglesia. Y estaba embarazada. Verla así, con la barriguita prominente y de lo más lozana, le recordó a aquellos tiempos del pasado en los que nada parecía imposible, en los que su relación parecía viable.

—¿De qué quieres hablar? —le preguntó.

Esperaba que no se tratara de algo relacionado con Ernest otra vez.

—Los niños me han dicho que estás enamorado, que lo más probable es que termines casándote con ella.

«Si ella me acepta, claro que sí», pensó él para sus adentros, antes de contestar:

—De momento se llevan muy bien con ella. No te han dicho lo contrario, ¿verdad?

Ella lo miró ceñuda.

—Según ellos, es una especie de figura de acción de Barbie.

—Es una mujer genial.

No quería entrar en detalles. Cuando Florence se había ido a vivir con Lobo, él lo había encajado como un puñetazo en el estómago porque aquello significaba el cierre definitivo de una puerta que quizás, solo quizás, había quedado un pelín abierta. La imagen mental que tenía de la familia que había formado había cambiado de forma irrevocable. Ahora le tocaba a él dejar atrás el pasado y era Florence la que iba a tener que encajarlo.

—Estoy preocupada, Jerome. Cuando la busqué en Google…

—¿Que la buscaste…? Vaya, Flo, qué gran idea. Te felicito.

—Venga ya, ¿me estás diciendo que tú no buscaste información sobre Lobo cuando empecé a salir con él?

Jerome optó por no contestar. Pues claro que se había informado sobre aquel tipo.

—En fin, la cuestión es que estoy preocupada. No por ti, eso no es de mi incumbencia, sino por los niños.

—¿Porque es blanca?

—Eso no ayuda que digamos, pero no, no es ese el problema.

—¿Porque es joven?

—Déjate de tonterías. Es por esto, este es el problema —dijo, y estampó una revista en la mesa que había entre ellos.

Se había sentido inmensamente orgulloso de Margot cuando aquel artículo había salido publicado. En la portada de la revista salía una estilizada rubia sobre una bota vaquera de cuero, con el titular El indomable espíritu de lucha de las mujeres de Texas. Resultaba irónico, porque los Hunt parecían haberse olvidado de ese factor al insistir en meterse con Margot.

En el silencio provocado por las inesperadas palabras de Florence, oyó que la puerta de un coche se cerraba en el exterior.

—Tiene un pasado, al igual que nosotros. Todo el mundo lo tiene.

—Jerome, ¿eres consciente de lo que estás diciendo? Por el amor de Dios, ¡le pegó un tiro a un hombre!

—Se defendió de un violador.

—Lo que le pasó fue horrible, no lo niego, pero estamos hablando de mis hijos. No me gusta la idea de que la tengan cerca.

—A mí nunca me cayó bien Lobo, pero confío en tu buen juicio. Confía en el mío.

—Él no mató a nadie. Lo siento, Jerome, pero no puedo aceptarlo. Si decides seguir con ella, tengo intención de renegociar lo de la custodia de los niños.

—No serías capaz…

—Se trata de mis hijos. Estoy hablando muy en serio, Jerome. Eres un hombre fantástico, un buen padre. Mereces volver a encontrar el amor, pero esto… No, no puedo permitir que esa mujer esté cerca de mis hijos.

—La decisión no es tuya.

—Puede que sí —dijo Margot entrando en la casa. Tenía el semblante tenso y muy pálido, era obvio que les había escuchado—. Soy Margot —le dijo a Florence—. Perdón por interrumpir, no era mi intención. He pasado a despedirme de camino al aeropuerto.

Florence se llevó la mano al vientre en ese gesto protector que parecían adoptar todas las embarazadas.

—Mira, no tengo nada en contra de ti. Confío en el buen juicio de Jerome y me gustaría llevarme bien con su pareja, pero esto… lo que pasó en Texas. Debió de ser horrible, pero… estamos hablando de pegarle un tiro a alguien y eso me aterra. Solo estoy pensando en mis hijos.

—Porque eres una buena madre. Supongo que harías lo que fuera con tal de protegerlos y lo respeto.

—Has dejado clara tu posición —dijo Jerome, y mantuvo la puerta abierta para invitar a Florence a salir.

Ella le lanzó una mirada elocuente al marcharse, una que él recordaba bien: estaba advirtiéndole que aquella conversación no había terminado.

—Yo también tengo que irme —le dijo Margot—. Mi Lyft me espera fuera para llevarme al aeropuerto. Y no voy a discutir con tu ex, Jerome. Ella tiene razón, tiene derecho a sentirse como se siente. No quiero tener la culpa de que pases menos tiempo con tus hijos.

—Eso no sucederá —afirmó. Se sentía frustrado con Florence y sufría por Margot—. Te juro que…

—No es solo eso, se trata de mí. Es que… no creo que pueda seguir con esto, Jerome.

—¿A qué te refieres exactamente?

—A lo nuestro, a nuestra relación.

—Venga, cielo, no lo dirás en serio…

—Tengo que ir a Texas y lidiar con la situación y, para serte sincera, no sé si estoy lista para tener una relación. Pero tú sí. No puedo pedirte que me esperes.

—No me lo has pedido.

El conductor de su Lyft tocó el claxon.

—Tengo que irme, lo siento.