El Ur1

En una revista que cuida las buenas maneras, hay un artículo de un señor que invita a la reflexión; no por la tesis en sí misma, que hace ya tiempo nos meten por los oídos, y si es posible nos embuten en las cabezas, sino porque la tesis, solo muy ligeramente suavizada como síntesis, de pronto, por imperativo del genius loci al que se asoma, debe ser compatible con las mismas buenas maneras contra las que se dirige. Se trata sencillamente de la inquietud por que el hombre primitivo pueda pervivir en nosotros y de la alegría de que dé tantas señales de vida. Pero como el hombre primitivo con buenas maneras no es ningún verdadero primitivo, su apologista no encuentra otra manera de resolver el problema que ejecutando una danza en torno al Ur de oro repitiendo sin cesar su nombre. Pero como en el lenguaje del culto señor el Ur y las buenas maneras no se llevan bien, no recurre precisamente al Ur, contra el que ya no caben argumentos, sino a las buenas maneras, para justificar una buena educación que es tan cociliadora que hoy se amista metafísicamente con la barbarie para mañana ejercerla físicamente –por conciliación.

Donde el Ur pasta, no está lejos la irrupción que una vez fue imaginada de una manera completamente distinta por el viejo y bueno expresionismo, y desde hace tiempo es aplicada como patrón de la sagrada primitividad: «Para comprender la irrupción de lo primitivo en todo el orden occidental es necesaria una breve reexposición de la historia de Occidente en relación con este acontecimiento.» Que será muy breve, pero que deja cabida a una declaración de simpatía cautelosa, pero clara, por la barbarie que se percibe en los sobrecargados clichés de la filosofía de la vida, pero que es más rotunda en la hostilidad a toda ilustración: «La Ilustración [...] ya no deja sitio a la primitividad. La niega o la reduce a estupidez, superstición o represión artificial de las fuerzas del espíritu. Cada vez más se propone como ideal refinar toda barbarie, cultivar todo lo “natural” y humanizar todo lo rudo. Con desprecio se mira atrás y abajo a una Edad Media oscura, fatalmente inclinada a la barbarie».

Contra todo esto hemos hecho grandes progresos: ahora nos inclinamos inofensivamente a la barbaire. «Ahora Europa sufre» –¿cuántas veces le ha sucedido ya?– «una sacudida en sus cimientos. La superficie de la tierra está ondulada y revuelta. Se han abierto grietas y abismos. Nunca un arado había penetrado tan profundamente en dos milenios. Los hombres se hunden en la tierra». Las buenas maneras impiden calificar de bárbaro al milagro de la Creación que acontece en estas profundidades ctónicas. Lo que acontece es la guerra. Las grietas y abismos no se abren desde las profundidades míticas. No son en absoluto grietas, menos aún abismos, sino sencillamente cráteres de obuses. Los producen proyectiles que vienen de arriba. Pero sea como sea: «El mundo primitivo, el hombre primitivo han despertado de su sueño». Sabemos ya lo que está ocurriendo: «Los dos poderes enfrentados en la “guerra cultural” desatada son, vistos globalmente, la vieja Europa civilizadora, tecnificada, el “superimperio”, y la joven Europa primitiva y bárbara, [...] el hombre bárbaro, precientífico, irracional y mágico».

Aunque ahora la cosa se pone peligrosa: pues ¿qué saldrá de la cultura que como tal es garante de las buenas maneras? Un nuevo milagro espontáneo la ayudará: el Ur se multiplica por división: «Ahora hay que conceder que la primitividad de nuestro presente es menos primitiva que la de hace 1.500 años». Esto es, hay más de una primitividad. Pero la segunda es la de las buenas maneras y nos conduce a la síntesis: «El tipo del aviador muestra qué hombres tan ricos y fascinantes puede crear la unión de los dos mundos». El hombre primitivo y aviador se convierte en hombre con cultura, y tan solo tiene la modesta misión de combatir el americanismo y el bolchevismo, que naturalmente son reducidos a un denominador común: «Y el hombre primigenio vive de manera natural en la cáscara formal que nuestra técnica y nuestra civilización le han fabricado. En el fondo solo se resiste a ver en ella un santuario. Como le piden el americanismo y el bolchevismo».

Y hasta aquí se ha llegado. Ideas con las que Nietzsche acabó loco se han vuelto tan baratas, tan llanas, tan manejablemente civilizadas, que dentro de poco refinados hombres jóvenes, en caso de que quieran diferenciarse en sus cocktail-parties, se harán sus escalpelos con navajas de afeitar en nombre de la sínteis de Ur y civilización.

Solo hay un consuelo: el de la inconsecuencia. «El bárbaro no solo es rudo, sino también dúctil. El racionalista es raso y sin ningún punto de ataque.» ¿Y si el Ur solo irrumpe para terminar siendo como un buey? ¿No preferiríamos seguir siendo hombres?

1932

1 Prefijo alemán, aquí sustantivado, que significa lo primero, el comienzo, lo originario o lo primitivo. [N. del T.]