Discurso de recepción en el XV Congreso Alemán de Sociología1
Mi muy estimado público aquí presente. El que esta tarde venga yo en nombre de la Sociedad Alemana de Sociología a decir ante todo unas palabras de agradecimiento a quienes han contribuido a organizar el congreso sobre Max Weber, tiene algo de usurpación. El tiempo de preparación de este congreso fue todavía el que duraba la antigua presidencia de un cargo. Para hablar de los méritos, mi querido colega Stammer está mucho más cualificado que yo. Pero es para mí una auténtica alegría expresar mi gratitud ante todo al señor ministro de Hacienda Müller. Sin la generosa ayuda del Land de Baden-Württemberg, este congreso nunca habría tenido lugar. Al mismo tiempo me parece estupendo tener ocasión de decirle al señor Stammer, sobre quien recayó la mayor parte del trabajo de preparación, cuánto le debemos, e igualmente al señor Topitsch, que cooperó enérgicamente como director del comité local a pesar de que tenía que redactar su extensa ponencia para el congreso. Los citados señores han desplegado una actividad organizativa mucho mayor de lo que razonablemente se esperaría de cualquier intelectual; por eso, nuestro agradecimiento a ellos no puede ser el convencional en estos casos.
Ustedes comprenderán que no pueda citar los nombres de los 40 ponentes e intervinientes que prepararon sus aportaciones. Pero me parece legítimo que haga una excepción con nuestro presidente honorífico Leopold von Wiese y con los señores Raymond Aron, Herbert Marcuse y Talcott Parsons. Su obra guarda profunda y genuina relación, aunque pueda ser antitética, con la de Max Weber. Los tres célebres profesores que han venido aquí desde el extranjero han sellado con su presencia lo que aquí y ahora nos une.
Otra expresión para la seriedad de lo que ustedes pueden esperar de los participantes es, como subrayaba el señor Stammer, que la fecundidad de Max Weber no se evidencia en una escuela o en un grupo de seguidores de Max Weber. Esto sería lo último que la apasionada objetividad de Weber hubiera querido. Si algo lo caracterizaba era el que, en muchos ámbitos, sus propios hallazgos científicos lo llevaran mucho más lejos de las posiciones metodológicas que adoptaba. Él mismo proporcionó el modelo a seguir: dejarse inspirar por él no significa repetir o pormenorizar lo que él aportó. Max Weber se mantuvo firme en la razón con plena conciencia de la problemática social ahí encerrada. Fiel le es quien tiene presente la lógica inmanente de lo tratado, en lugar de hacer de Weber, como tan alegremente se hace, un héroe de la convicción. Su actualidad radica principalmente en el examen crítico. Reconoció muchas de las aporías y dificultades que sus teorías suscitaban como propias de la realidad social. La mayor de todas, la de la implatación del dominio burocrático, no dejó de desarrollarse en los más de 40 años trascurridos desde su muerte hasta rematar en el actual mundo administrado. Por eso, el que nos preocupemos por articular también una crítica a la propia concepción de Weber de este desarrollo es una de las tareas más urgentes de nuestro congreso. No hemos de temer irnos a la mera historia de las ideas en cualquier momento en que tratemos de las perspectivas esenciales de la sociedad real de nuestros días.
El que el gobierno del Land de Baden-Wurtemberg haya ayudado a la organización del congreso de forma tan generosa; el que este tenga, casi podría decirse, carácter estatal, es un síntoma del que nos alegramos. El que la política no solo tolere una ciencia, en su propio concepto, crítica como la sociología, sino que además la apoye activamente, significa que afortunadamente se ha alejado de lo que Weber consideraba la esencia de la política: la pura «aspiración a participar en el poder o a influir en el reparto del poder». Me parece una hermosa paradoja que la solidaridad del Estado con un congreso dedicado a Max Weber contradiga el contenido de su filosofía política. En ello cabe vislumbrar el potencial de un clima político distinto en el que la relación del Estado con las cosas del espíritu no se agote en una voluntad prescrita. La simpatía del Estado democrático por la ciencia de la sociología, proscrita con Hitler, indica que algunos responsables políticos de los Länder no conciben el Estado como mero instrumento, más o menos formal, para la imposición de objetivos poco claros e intereses particulares, sino que se preocupan de la relación de las instituciones con la realidad social viva con vistas a la realización de la razón y la libertad. Ellos y el Estado cuyo poder ejecutivo representan no verán ya el análisis y la crítica científicos de la sociedad como una vanidoso deporte de intelectuales, sino como algo necesario para que el Estado cumpla su misión.
Todos sabemos que la sociología no se corresponde ni puede corresponderse del todo con el enfático término que la nombra. Sería sentimental lamentar que con la elaboración de métodos y técnicas cada vez más refinados, con la implantación cada vez mayor de la sociología como ciencia especial, se haya paralizado gran parte del impulso crítico que la animó en sus comienzos y que el propio Weber anatemizó con su célebre exigencia de neutralidad axiológica. En la historia de los dogmas de la sociología ha sido la regla desde Saint-Simon y Comte que bajo el signo del desencantamiento del mundo un investigador reprenda a su precursor por metafísico; convendría meditar sobre esta regla. Todos nos damos cuenta de que la sociología tiende hoy en todo el mundo a convertirse en técnica social conforme al modelo de las ciencias de la naturaleza y su correspondiente técnica. Al tiempo que se torna, como estas, aplicable y útil, esta perfecta integración amenaza con hacer que la sociología olvide el análisis; no faltan ya quienes se hermanen con la ominosa positividad. Hay que aprender en Max Weber que en su hora histórica tanto una como otra de estas dos cosas fueron posibles: que la sociología no rechazase la tendencia a constituirse en ciencia especializada y, sin embargo, tampoco se plegase a ella. La sociología no ha producido hasta hoy en Alemania ningún especialista tan imponente como Max Weber, pero a pesar de ello y de la denominada neutralidad axiológica, Weber en ningún momento perdió el contacto con las cuestiones esenciales de la sociedad entera y su estructura. Estas cuestiones determinaban su trabajo científico especializado solo con la elección de los temas. Quien estudie los grandes textos sociológicos de Weber, sobre todo Economía y sociedad, y no solo los de teoría de la ciencia, encontrará que a pesar del método neutral, que en su aplicación no era tan neutral como se pretendía, la reflexión sobre un futuro de la humanidad que pudiera calificarse de humano constituía el nervio mismo de las argumentaciones. Sus prognosis y sus propuestas no escapan a una crítica como la que mi amigo Herbert Marcuse ha hecho con toda franqueza en su ponencia. Pero esta crítica tiene con Weber un motivo común: el no querer separar exteriormente, en ramas, el registro de faits sociaux y la dilucidación de las cuestiones vitales de la sociedad como un todo. Ambas cosas vienen mediadas una por la otra: sin una teoría del todo, sin auténtico interés por su conformación, no hay ninguna averiguación que resulte productiva; sin concentración en lo empírico, hasta la más lograda teoría puede degenerar en sistema ilusorio. La tensión entre ambos polos es el elemento vital de nuestra ciencia; ella se expresa necesariamente en las más agudas polémicas entre especialistas. Los sociólogos no tienen que clamar en los actos conmemorativos por el acuerdo, por la unanimidad entre ellos para abandonarse a una pretendida coincidencia en las convicciones científicas. Su idea es demasiado formal, y en nuestro ámbito la apelación a la misma sirve de bien poco, dado que sus objetos son las necesidades y los intereses inmediatos de los seres humanos, cuyo estudio no puede separarse de ellos mismos. Sería ideológico en el más estricto sentido negar esto. La sociología no puede, por razones sociales, pretender constituir una conciliadora república de especialistas en la cual estén permitidos los demás sectores científicos. Pero nosotros podemos reconocer y considerar reflexivamente las divergencias insalvables, lo que ninguna conciliación anticipada puede suprimir. Esto haría justicia a la sombría obra de Weber, enemiga de todo optimismo oficial y toda fraseología. Mucho hay que destacar de sus ricos y ramificados escritos, pero yo resaltaría sobre todo la fuerza para resistir la poderosa tendencia social. Para ello habría que llevar el concepto de racionalidad, para él el más importante, más allá de los límites de la relación medio-fin en los que ha quedado confinado. Quizá la mejor manera de asumir su herencia sea contribuir un poco, mediante una serena reflexión sobre su ratio, a una organización racional del mundo.
1964
1 El XV Congreso Alemán de Sociología tuvo lugar en Heidelberg del 28 al 30 de abril de 1964; su tema fue «Max Weber y la sociología hoy». Adorno pronunció su discurso como presidente de la Sociedad Alemana de Sociología en el castillo de Heidelberg la tarde en que se celebró la primera sesión.