Sexo veraniego 3:

El parque

 

A ella le encantaba sentarse en un café, en un día de verano como éste. La terraza en la plaza de la ciudad estaba inmersa en una cacofonía de voces, ruidos de tazas de café chocando con los platos y de sillas raspando los adoquines. El sol brillaba y Alice no tenía idea de cuánto tiempo llevaba sentada allí hablando con Eddie, pero todo iba muy bien. Así se interrumpieran, encontraban conexiones con lo que el otro decía y se entendían casi a la perfección. Y las demás personas a su alrededor eran meros personajes de fondo. Los ojos de Eddie eran hermosos y su expresión era de pura alegría. A Alice le encantaba cómo la miraba. Le hacía sentir un delicioso hormigueo.

Y entonces recordó que no llevaba ropa interior bajo su fino vestido de algodón. El tejido de la silla se sentía bien contra sus nalgas. Se sentía secretamente desnuda, como si estuviera guardando un secreto a los demás clientes del café. Eddie le estaba contando sobre un viaje en velero que había hecho y lo increíble que había sido ver el mar abierto por todos lados. Sobre un trueno que salió de la nada, el relámpago que golpeó el horizonte y el enorme camión cisterna que tuvieron que esquivar con rapidez. Ella lo miraba fijamente a los ojos. Moría de ganas por compartir su secreto con él y sintió un violento aleteo en el pecho, como si tuviera un pájaro atrapado adentro.

Imaginaba su reacción al contarle; casi tumbando su taza de café, aclarando nerviosamente su garganta y quizás incluso tartamudeando un poco, y sonrió con expectación. En ese momento, se dio cuenta de que estaban en silencio. ¿Había durado demasiado? Eddie tomó su taza y bebió un poco de café.

— No llevo ropa interior —dijo cruzando una pierna sobre la otra.

— Genial...—respondió él dejando su taza de nuevo con cuidado sobre la tambaleante mesa.

Observó el vuelo bajo de una paloma, cómo extendía sus alas y aterrizaba tan suavemente como una pluma sobre los adoquines. Y luego la miró de nuevo, tan intensamente que ella no pudo concentrarse en nada más.

— ...Quiere decir que puedo tomarte cuando quiera.

Y cuando le dirigió una sonrisa alegre y encantadora, ella sintió ganas de morder esos labios.

— Ten cuidado porque puedo trepar bajo tu vestido como el lobo feroz —dijo.

Ella río y bajó la vista. Acto seguido, bajó la pierna. El vestido se deslizó hacia arriba, exhibiendo más deslizó su muslo. No podía quedarse quieta. Era hora de salir de ahí.

— Entonces vamos, enorme lobo feroz —dijo ella.

 

El parque quedaba justo al otro lado de la calle. Al cruzar, Alice apretó su mano y se abrazaron mientras esperaban que el semáforo cambiara. Él apoyó una mano en su nuca y la atrajo para besarla. En respuesta, ella pellizcó ese magnífico trasero. Instantes más tarde se estaban acariciando sobre la ropa. Él jugueteó con su vestido. Luego exploró discretamente todas sus zonas erógenas: los lóbulos de sus orejas, sus senos, sus labios, su cuello, sus labios y entre sus piernas. Ni siquiera el ruido insistente de la luz verde pudo devolverlos a la realidad. Los peatones pasaban por su lado. Un hombre mayor de bigote espeso miró a Alice a través de ojos entrecerrados, y el hechizo se rompió.

Ella cruzó la calle hasta la mitad y tan pronto como Eddie ocultó su erección, corrió tras ella. El parque se extendía en todo su verdor frente a ellos, impregnado de luz solar y lleno de gente que disfrutaba el día.

«Por fin haremos lo que he estado esperando toda la mañana», pensó Alice y comenzó a imaginar a Eddie con menos ropa.

Con emoción y determinación, estudió a la multitud. Había familias con niños gritones que corrían y saltaban en el agua de la fuente, y un poco más lejos, un grupo de jóvenes bebía cerveza y escuchaba música en altavoces de baja calidad, sobre la grama. Había personas bronceándose, distribuidos en la grama cual minas estratégicamente situadas en un campo. Los que más parecían disfrutar eran una pareja de jóvenes apuestos sobre un mantel de picnic, que irradiaban amor bajo el sol. El café junto a la entrada estaba completamente atestado.

Entonces divisó un árbol a un lado, que proyectaba una sombra considerable detrás de él. Sujetó con fuerza la mano de Eddie y se abrió paso con determinación hacia el árbol. Sentía un hambre insaciable en su interior y nada la detendría. Le gustaba salirse con la suya y siempre hacía lo posible por lograrlo. Pronto Eddie entendió lo que se proponía. Eran muy parecidos, estaban hechos para la acción, con mucho coraje y poco miedo en sus decisiones. Ya él le había demostrado cuán atrevido podía ser. Por intuición, se pusieron cómodos sobre la grama fresca.

Ella se sentó a horcajadas sobre él y él le acarició los muslos con delicadeza. Se deleitó con la piel suave y el profundo escote. La aprieta y acaricia, con fuerza y pasión, y Alice se frota contra su pene duro y todo es maravilloso. Ella sabía lo que pasaba por su mente.

«Maldición, soy muy afortunado. Ella es fantástica, increíblemente hermosa y genial. Está loca de remate, no tiene límite alguno. ¿Cómo puedo ser tan afortunado? ¿Cómo me gané el paquete completo? Quiero estar dentro de ella. Quiero penetrar su vagina increíblemente estrecha, con fuerza, hacerla gritar y gemir y estremecer por doquier, ahora mismo. Escucharla gemir. Deslizar mi gran pene, entre sus senos, entre sus hermosos labios y lengua, su maravillosa boca.»

Entonces desapareció todo lo remotamente parecido al lenguaje civilizado. Y quedó algo más bien primitivo, proveniente tal vez de los inicios de la comunicación humana. Pero Alice no necesitaba palabras para entenderlo, las manos moviéndose por todo su cuerpo se le decían todo. El deseo siguió aumentando, el hambre incrementó. «Quiero tenerlo dentro de mi ahora mismo», pensó ella. Pero Eddie no tenía prisa en dar el paso siguiente. La exploró pacientemente y a fondo. Rozó su piel con las puntas de los dedos y notó lo sensible que era a su tacto. Alice observó su rostro, los rasgos delicados, los ojos vagando por su cuerpo y los labios suaves y ligeramente separados.

Era su expresión de excitación. La que exhibía justo antes de alcanzar el orgasmo. Ella pasó los dedos por su suave cabellera, la despeinó y le acarició el cuero cabelludo. Esperó pacientemente, se dejó explorar y su excitación siguió en escalada. Las hormonas enfurecidas recorrían su cuerpo y estaba cada vez más mojada.

Se sintió expuesta. Miró a su alrededor otra vez. Todos los usuarios del parque estaban ocupados en sus asuntos. Habían aparecido muchos más que se recostaron sobre la grama corta de color verde brillante. La hierba suave le hacía cosquillas en las piernas mientras Eddie tironeaba su vestido juguetonamente sobre los senos.

Ella pensó: «Oh Dios, esto es tan excitante. ¿Alguien nos podrá ver? ¿alguien estará pendiente? Quiero quitarme la ropa y estar desnuda, completamente desnuda, quiero sentirlo dentro de mí, quiero tener sexo.»

 

Eddie levantó la vista para descubrir que Alice había cerrado los ojos. Y sus labios se movían en un suave murmullo. Tiró del vestido con suavidad y se regocijó exponiendo brevemente el pezón erecto, para volverlo a ocultar nuevamente. Olvidó que estaban sentados en medio del parque con muchas otras personas alrededor. Completamente absorto, volvió a exponer el pezón, como jugando a las escondidas, y lo pellizcó con fuerza. Ella emitió un suave gemido. Abrió la boca y, con la visión borrosa, lo obligó a besarla. Él recorrió sus muslos y los acarició bajo el vestido. Deslizó las manos fácilmente por esas piernas hermosas y torneadas.

Y estiró los dedos con avidez para llegar hasta su abertura, que estaba completamente empapada. Ella empezó a moverse contra él. Cuando él liberó su pene, que ella deseaba con locura, ambos miraron rápidamente a su alrededor en todas direcciones. La persona más cercana era un hombre con el torso desnudo que sostenía un libro abierto para proteger su rostro del sol. Los zumbidos de la multitud eran como notas sutiles en una pieza musical relajante. Su pene estaba duro y ella se deslizó sobre el sensible miembro. Se sintió maravilloso. La intimidad fue instantánea y fantástica. Se sentía tan bien que casi no había necesidad de moverse.

Una ligera brisa hizo crujir las hojas de los árboles, la sombra bajo la que estaban se desplazó y el calor del sol fue placentero. El parque rebosaba de vida y felicidad, de voces y risas, pero nadie sabía lo que ellos hacían. Era su pequeño y sucio secreto. El vestido los cubría y sus movimientos eran tan sutiles que las personas tendrían que detenerse y mirar con atención, para saber lo que estaba pasando. Y nadie lo hizo porque todos los demás estaban ocupados en sus cosas. Eddie acarició la parte superior de sus muslos y rodeó sus piernas con los brazos para tocar cada centímetro de su piel. El sudor resbalaba por sus nucas. Eddie susurró entre dientes, casi siseando:

— Eres maravillosa, maldita sea. Eres tan sexy. Quiero cogerte todo el día. Nunca quiero dejar de cogerte...

 

A poca distancia, una chica y un chico reposaban juntos sobre una sábana. La joven llevaba pantalones cortos de jean y su camiseta estaba levantada para exponer su espalda al sol. No era una postura especialmente cómoda. Había imaginado que sería increíblemente agradable y romántico llevar una sábana al parque, pasar el día con Rickard en el calor y divertirse. Sin darse cuenta, su relación había alcanzado el punto en que ya no existía la certeza de que todo lo que hicieran sería agradable siempre y cuando estuvieran juntos, y el parque era aburrido.

Además de que no podía encontrar una posición cómoda. Quería irse a casa, pero no sabía que quería hacer Rickard. Parecía estar bien, tendido sobre un costado, con el codo sobre la sábana y la cabeza apoyada en la mano. Llevaba puestos sus anteojos de sol estilo aviador que usaba todos los días de verano porque mantener los ojos entrecerrados por el sol le provocaba dolor de cabeza. Y eso lo ponía increíblemente malhumorado. Se veía muy bien con ellos, excepto que nunca se sabía hacia dónde miraba, como ahora.

En muchos sentidos, estaba absorto en sus pensamientos. Pero en realidad estaba completamente concentrado en la pareja que estaba debajo del árbol. La escena lo excitó tanto que sintió la urgencia de tener sexo simplemente por observarlos. Había visto a la pareja entrar al parque y prestó especial atención al contoneo de las caderas y a la melena suelta de la mujer. La vio sentarse sobre él, bajo la sombra del árbol. Se obligó a mirar hacia otro lado y se había dado la vuelta para mirar a Caroline. Era hermosa. Estar con ella se sentía maravillosamente bien, como un departamento acogedor lleno de luz en una noche penumbrosa de invierno.

Pero volvió a levantar la vista, poseído por una curiosidad que no podía controlar. Y entonces vio a la mujer levantarse con cuidado, con una mano bajo el vestido. Para luego volver a sentarse lentamente. Rickard lo comprendió todo. «Están cogiendo», pensó.

El pene de Rickard estaba duro y palpitaba. Ver a una pareja teniendo sexo en medio del parque, en un día de verano, era como ganarse la lotería. Lo cual no sucedía a menudo. Estaba feliz. Observó a su novia y empezó a fantasear. Con desnudarla en cuanto atravesaran la puerta de su departamento, y luego ducharse juntos.

Le encantaba enjabonarla y acariciarla por todas partes, bajo la ducha.

En su fantasía siguen allí hasta que ambos están rebosantes de deseo. Luego van a la cama tomarse la molestia de quitarse las toallas. Él separa sus piernas y la lame. Rickard, que ya estaba muy caliente, pasó una mano por el trasero de su novia y apretó una nalga. Su mano seguía órdenes de su pene. Y podía seguir viendo lo que estaba sucediendo debajo del árbol, por encima del hombro de Caroline. Como electricidad a través de su cuerpo, casi podía sentir el placer de esa pareja. Cómo trataban de ocultar cautelosamente lo que estaban haciendo. Se sentía parte de todo aquello, aunque una parte oculta.

Llevó su mano al muslo de Caroline, caliente por el sol. Lo acarició y apretó suavemente, justo donde a ella más le gustaba. Sin mirarlo, sin mediar palabra, ella simplemente separó las piernas y suspiró. Descendió su mano hasta la cara interna del muslo, sin ocultar sus intenciones de rozar la vagina. Ella levantó un poco las caderas, un gesto de invitación que llegó directo a su corazón. Entonces movió la mano por debajo de su estómago, le desabrochó los pantalones cortos y le bajó el cierre. Cuando sus dedos pasaron por debajo de su ropa interior y llegaron hasta su vagina suave y cálida, su cuerpo se estremeció.

Ella suspiró y gimió. Juntó rápidamente los muslos y le lanzó una mirada intensa de perplejidad, antes de mirar a todos lados.

— ¿Qué estás haciendo? —susurró ella.

Aunque volvió a gemir al intentar respirar.

— Mira en esa dirección, junto al árbol.

— ¿Qué?

— Mira allí —dijo señalando a los amantes bajo el árbol.

Caroline tuvo que fijarse bien, pero finalmente su mirada se detuvo en la pareja a la sombra del árbol. Era cierto. Después de mirarlos con atención, no había duda. Ella lo estaba montando.

— Están cogiendo —dijo Rickard—. Y tienen rato en ello. Es bastante sexy, ¿no crees?

Ante toda respuesta, Caroline gimió. Él separó sus labios y expuso su clítoris, acariciándolo con las puntas de los dedos. Ella se aferró a su hombro, como una persona a punto de caerse se aferra desesperadamente a la rama de un árbol.

 

Rickard se quitó los anteojos y la miró a los ojos con intensidad. Ahora estaban ellos dos solos. Ella sintió la respiración acelerada en su mejilla. Se inclinó para besarla y gimió de gratitud cuando ella deslizó una mano hasta su palpitante entrepierna. Palpó y apretó el músculo rígido sobre la tela y aunque lo deseaba más que nada en ese momento, no tuvo el valor de liberarlo. Al mismo tiempo, Eddie movió su mano bajo el vestido de Alice y su reacción fue instantánea. Su rostro expresaba todo lo que sentía, sin palabras.

Cualquiera que los mirara en ese punto, incluso desde el otro lado del parque y con la más mínima experiencia, entendería lo que estaba sucediendo bajo la sombra del árbol. El sonido de un teléfono se escuchó por encima de sus jadeos. En el celular que estaba encima de las cosas dentro de su bolso a medio abrir, se podía ver el número de Anna bajo el nombre de ‘Gatita’.

— Es Anna. Tengo que atender la llamada.

Y justo cuando Alice contestó el teléfono, Eddie pasó el pulgar por su abultada y suave perla, haciendo temblar su voz con el inminente orgasmo. Anna entendió de inmediato. Olvidó la razón de su llamada y en lugar de ello preguntó:

— ¿Qué estás haciendo?

— Estoy... estoy en el parque.

— ¿Tú sola?

— Noooo.

— ¿Con Eddie?

— Ajá.

— Cogiendo, ¿verdad?

— Ajá.

Anna dejó salir una carcajada de sorpresa y Alice gimió sin reservas, pero lo suficiente bajo como para que los usuarios más cercanos del parque no pudieran oírla. Anna se concentró en los sonidos y la habitación en la que estaba se desvaneció, quedando en total oscuridad. Los gemidos eran muy seductores, como el canto de una sirena, y ella quedó cautivada. De pronto estuvo muy consciente de la ropa que llevaba puesta, los pantalones de chándal y la fina camiseta que casi se pegaba a su piel. También estaba consciente de las reacciones de su propio cuerpo. El anhelo hizo que su piel temblara y encendiera una llama entre sus piernas. Antes de que Alice contestara el teléfono, ella recorría su departamento y jugueteaba con cosas como hacía siempre que hablaba por teléfono, pero luego se hundió en el sofá.

Alice gemía en el fondo. Y Anna imaginaba la escena. Lo imaginó todo, lo que sentía Alice. Se sumergió aún más en el sofá, apoyó las piernas en la mesa y comenzó a tocarse. Disfrutó la tensión y el hormigueo en su cuerpo. Todo era muy extraño, demasiado íntimo. Tal vez no era correcto, pero no pudo resistirse, los gemidos se sentían increíblemente cercanos. Los sentía en su interior. En medio de la confusión, no sabía qué la excitaba más, qué estaba bien o qué estaba mal, pero estaba muy caliente e hizo lo que le pareció correcto en el momento.

Cuando Alice alcanzó el orgasmo, ya tenía una mano dentro de sus panties. Los gemidos en el teléfono se hicieron más rápidos y rítmicos. Casi pudo escuchar el grito reprimido. Anna se sentía tan bien al tocarse, que casi era doloroso. Frotó su vagina con fuerza. Del otro lado de la línea, Alice jadeaba. Ambas disfrutaban en sincronía. Anna ya había trascendido cualquier sentimiento de vergüenza. Simplemente estaba excitada. El orgasmo la atraía como un río a una cascada. Las paredes que la rodeaban la admiraban en silencio. Los muebles se retiraron e hicieron espacio para la enorme onda explosiva.

La máxima liberación. El pene de Eddie seguía dentro de Alice. Mientras apretujaba sus senos con fuerza. Ella se inclinó hacia adelante para que él pudiera morder y chupar sus pezones. ¿Nadie en el parque se había dado cuenta? ¿Y a quién le importaba? Alice escuchó los gemidos de Anna y los disfrutó. Ahora los roles estaban invertidos. Tomaban turnos para disfrutar del placer de la otra. Lo compartían todo. Como si Anna estuviera allí mismo sobre la grama, acariciándose. Ella la habría ayudado a alcanzar el clímax. Entonces Alice tuvo una idea brillante. Comienza a reírse y se muerde el labio. Se enfoca en lograr su cometido.

— Anna, espera. Cuelgo y te llamo enseguida.

Y Anna estaba de nuevo sola en su departamento. Ahora se sentía vacío y oscuro, y el silencio era casi abrumador. Entonces el teléfono sonó de nuevo. Era una video llamada de Alice. Sintió una punzada en el corazón y oprimió el botón de responder. La pantalla mostraba a Alice sonriendo de oreja a oreja, con un fondo verde y Anna pudo ver la pared que delimitaba el parque y toda la gente allí. Entonces la imagen se distorsionó como si el teléfono se hubiera caído en una licuadora y lo siguiente que vio fue a Alice levantando su vestido. Un pene erecto entraba y salía de ella. Los jugos blancos y cremosos bajaban por el falo cual resina. El miembro brillaba de humedad.

Por encima de todo, se escuchaba el golpeteo constante de cada embestida. Anna no pudo evitar maravillarse por la osadía de su amiga. Alice se dejaba llevar por la emoción y la adrenalina por sí sola estaba a punto de llevarla al clímax una vez más. Estaba consciente de su entorno y miró a su alrededor una vez más. «¿Nadie notará lo que hacemos?», pensó. Aunque parecía imposible, la situación se puso mucho mejor. En medio de su arrebato desenfrenado, se sentía como una criminal a la que se le ocurrió un plan brillante, justo delante de muchos testigos potenciales que no comprenderían nada. Muchas de las personas allí presentes se concentraban en la pantalla de sus teléfonos.

Justo como Anna, que sería su cómplice. Entonces Alice se encontró con una mirada intensa, la de un hombre hermoso. Sintió a Eddie dentro de ella. Estaba muy cerca de su segundo orgasmo. Ese hombre la estaba mirando directamente a ella. «Él lo sabe», pensó. Detecta su mirada perspicaz y excitada, mantienen contacto visual, como si estuvieran pegados el uno al otro. Le dirige una sonrisa sensual. Luego fue interrumpida por los gemidos de Anna a través del teléfono y la sorpresa la llevó inmediatamente al clímax. Eddie alcanzó su orgasmo al mismo tiempo. Su semen se disparó dentro de ella y sintió una conexión con el universo entero.

Era como beber directamente del sol. El cielo azul se precipitó sobre la grama verde y se sintió como en una cama gigante y magnífica. En la que cabe el mundo entero. Casi como si todos se estuvieran revolcando los unos con los otros. La visión desapareció tan rápido como apareció, derramándose como pintura. La vida cotidiana volvía a ser tangible. La gente en el parque. Hombres y mujeres, niños y adultos. Alice tomó consciencia de su escasez de ropas. El viento sopló contra su cuerpo sudoroso, la refrescó y al mismo tiempo ahuyentó la sensación de satisfacción. Sus cuerpos estaban unidos. Se sintió un poco sola y miró a Eddie al que nada parecía importarle mucho.

Lucía como si estuviera listo para ocultarse dentro del árbol. Y justo así se sentía ella. Estaba a punto de quedarse dormido. Pero Alice estaba lista para irse. Anna, por su parte, se sintió perdida. Alice terminó la video llamada con un «hablamos más tarde». Y luego colgó. Se había sentido invadida por una sensación de libertad y todavía tenía maravillosas réplicas del orgasmo. Pero también estaba confundida. Algo había crecido en su interior, pero no sabía exactamente qué. Por un instante, no se reconoció a sí misma. Y sus pensamientos seguían centrados en Alice. Se dirigió a la cocina, para calmarse un poco. El escurridor estaba lleno de vasos y platos.

Abrió los armarios y guardó todo en su lugar. Los sonidos de la porcelana y de las viejas puertas de madera la distrajeron y encontró consuelo en la sencillez de la tarea. Debía asimilar ideas y sentimientos, aunque de una manera tranquila y placentera. Anna sintió que algo significativo había cambiado. No era nada malo, pero ella no sabía muy bien qué era. Y al mirar por la ventana, sintió que era un día hermoso. Se sintió llena de expectativa. Como si lo mejor estuviera por venir.