Para Juan Carlos Rodríguez
Mas no pueden pesar sobre esa sombra
Algunas violetas,
Y es grato así dejarlas,
Frescas entre la niebla...
LUIS CERNUDA
I
HAS llegado de nuevo. Te esperaba
para tenderte el brazo perdido de los humos,
la curva de los muelles, la soledad ajena
de Columbia University
y esta ceniza fría
en los párpados rotos
de la ciudad sin sueño.
Imagínate ahora
aquel cielo cansado,
aquellos ojos tuyos
de mil novecientos veintinueve,
extraviados entonces,
recorriendo los puentes
como un gesto sin fondo.
En este Sur
de vigas y de luces
puede llegar la muerte una mañana,
pero extraña
la experiencia que tiene la historia entre sus muslos
de milenario amor,
paciente amor salvaje
contra todos nosotros.
Imagínate ahora
los andamios,
la habitación vacía y el deseo
hundido como un barco
que buscara el suicidio.
Has llegado hasta Harlem,
bajo el sordo rumor de los motores
vas a quedarte mudo,
con tu sudor a solas, con el miedo,
para ver cómo cierra los ojos de la muerte,
cómo besa los labios de su último amante.
Era mil novecientos veintinueve.
No debió ser extraño,
porque estabas allí después de todo,
sobre el turbio desagüe de la vida.
II
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
F.G.L.
DESPUÉS
de la prisa cansada de los últimos trenes
nada vuelve. Sólo queda
tu rostro sobre Broadway
y es difícil, de tanta soledad,
cerrar los ojos sin dudar que existes.
Absurda
esta lengua de fuego que parte el horizonte,
que se extiende indomable sobre los corazones,
multiforme y herida,
que revienta y parece
la sonrisa forzada de una máscara rota.
Sola
la ciudad se disfraza en un escalofrío
y sus ojos te apuntan
lineados y ciegos
como un rastro de dientes que se olvide en los hombros.
Entonces
el alcohol es la sangre que desnuda los labios,
porque viene la noche,
porque llega la muerte sobre un brazo doblado
para dejarte a solas con tus años.
Triste por los olivos,
mientras Harlem entorna sus ventanas,
el tiempo es una brisa que ya nadie recuerda.
III
AQUÍ,
después de tantos años y una guerra,
todo es como entonces.
En la voz aguardiente de los tiempos
el horario es el mismo, los abrazos cansados
siguen llegando tarde
y la vida entristece
como un golpe de niebla escondido en las manos.
Aquellos ojos nuestros
esperan ser tendidos
sobre mil novecientos diecisiete
corazones en sitio.
Ya ves, sólo decirte
que es posible la vida, que me espera
como una herida abierta sobre otra bocana,
para surgir debajo de los números,
romper la soledad, tomar la calle
y disponer las fechas en su sitio.
Hoy no puede pesar sobre esta sombra
un ramo de violetas,
y es dulce así dejarlas
frescas entre la niebla
con un rumor de cuerpos que no cesa
y esta lágrima extraña
que llamamos historia.