ESTE oficio artesano de cultivar palabras
lo heredé de maestros que salían
a navegar por el lenguaje.
Yo vi cómo encendieron el horno y el destino.
Amasaron los verbos,
soñaban la madera.
Vi también cómo el viejo hablaba entre los jóvenes.
Por eso entiendo ahora
lo que me dice el pescador,
el modo de pensar del campesino,
la voz azul de las carpinterías,
los ojos del que mira a un niño o a un enfermo.
Es la complicidad de los oficios
que trabajan el mundo
y obedecen las leyes del día y de la noche,
la luz del sol y de la luna.
Al otro lado de la aldea,
hoy se extiende el infierno
de una lengua de bárbaros:
prima de riesgo, bonos, rescates, intereses,
banqueros, fondos de inversiones.
Suena el lenguaje tóxico
igual que las trompetas de un ejército innoble,
como las armas de los asesinos.