A Mariano Maresca
VEN,
te ofreceré Granada, amor,
llena de muerte
si aceptas el infierno con mi mano.
Descubrirás
sobre su piel de luces escondidas
un paisaje perfecto para el crimen,
la vieja edad del ojo con que miran
las estatuas de mármol,
los móviles que guarda
cada balcón abierto de los suyos.
Ven,
con el último abrazo te entrego la ciudad.
Para la huida
laberintos azules son sus calles,
exactas son sus fuentes
en la persecución,
mientras cada frontera de la ciudad cerrada
se estrecha como un límite
final de la aventura.
Serán ciertas aún
las últimas sonrisas, las últimas caricias
sobre los callejones,
sentirse todavía distintos y encendidos,
como ahora que beso la pólvora en tus labios
con un viejo recuerdo
a lucro y gasolina.
Pero es otro ya el tiempo. Exactas
estas calles también para la muerte,
alhóndigas y aceras
confluirán en la muerte,
debajo de las águilas acechará la muerte
sin sorpresa. Y también los portales
serán todos la muerte.
Como un brazo extendido
yacerá la ciudad a tu regreso, te buscarán
dormida en un diario,
ocultarán la broma perfecta de tu lógica,
se sentirán heridos:
eran quizá lo mismo
mercenarios y víctimas,
sólo gestos distintos en tus ojos.
Oh muerte,
te ofrezco la ciudad y con ella sus odios,
a ti te entrego el crimen,
la última pasión.
Ven,
te enseñaré Granada, amor,
llena de ti,
y dejaremos juntos
sobre cada cadáver una última lágrima
que sonría distante,
descubierta en la sombra
como diciendo adiós.
El largo adiós, amor, que tú sugieres.