POR eso te he llamado.
Qué sensación extraña
la de esta casa que fue mía,
con sus cuatro ventanas y su número
vigilando el portal.
Ahora se aleja como un barco
por la ciudad antigua.
El azar callejero
pudo haberme traído hasta mi infancia,
sin ascensor, cuarto derecha,
de niño primogénito
que persigue la luz en los tejados,
y no sabe perder,
y se mancha con tinta de bolígrafo.
Pudo haberme traído
al estudio del joven profesor
con horario nocturno
y manchas de utopía,
felino independiente del octavo,
que regresa muy tarde
con las uñas del alba.
Pero estoy en la acera de un recuerdo encendido,
aquí, junto a los árboles
de la que fue nuestra primera casa,
con un temblor oscuro,
como si conociese
a un extraño por dentro,
al saber de memoria,
en sus habitaciones y sus luces,
todo lo que defienden
las ventanas cerradas
de aquel primero izquierda.
Es como si tuviese tu nombre sin tus labios,
como si te mirase
desde la lejanía de la mesa de enfrente.
Por eso te llamé,
sólo para decirte que tardo diez minutos,
que van a dar las doce de la noche
a 23 de junio del año 2007,
y que voy para casa,
que ya vuelvo,
no más que media vida,
no más de diez minutos.