NO tuve más remedio que seguirla.
Bajé con ella al día. Conocí
gentes que fueron de mi condición,
conversaciones de palabras lentas.
Hablo de aquella edad que nos otorga
la sensación de verse en un mundo inmediato,
la ciudad que nos llama
en los mismos lugares,
en las mismas penumbras
donde hay ojos que siguen
el deseo desnudo de tus ojos,
amor que pide tiempo,
razones que parecen
tus razones.
Pero de pronto cambia el mundo en las ciudades,
y aunque sé que cultivo mi deseo,
para vivir aquí, entre los jóvenes,
recorro sus caminos y comprendo
que traigo la distancia
no sé si de otra edad o de otra tierra,
testigo de otra gente
que no sabe beber, que tiene prisa
y que aprende a besarse en los rincones,
con otra historia, con su propio tiempo.
La ciudad no me sigue, va con ellos.
Y escucho atentamente por si algo me llama,
para sentirme vivo,
para ir aprendiendo con la noche
cómo ladran ahora los fantasmas
del tiempo y la poesía.