HE derramado el vino tantas veces
sobre el mantel. Los dedos de la aurora
saben por mí que el rojo
no es el color de una bandera,
sino el cielo que rompe
en el amanecer de la ciudad.
He llegado a la noche tantas veces
sin salir de mi noche. Los extraños
saben por mí que el negro
no es el color de una bandera,
sino lluvia y paredes quemadas por la lluvia,
la herida del carbón en la memoria.
Nunca estuvo en mi mano ser feliz.
Pero conozco la alegría. Muchos
saben por mí que el blanco
no es el color de una bandera,
sino el jazmín sereno de la mortalidad,
sus pétalos blindados por el sol de la tarde.