NO parece un paisaje,
sino la descripción desalentada
y seca de un paisaje.
Con las paredes sucias.
Con la crueldad del sol taxidermista
a las tres de la tarde.
Porteros automáticos,
balcones viejos, nombres de almacenes,
la taberna cerrada.
El mes de agosto empuña
su linterna realista y su distancia,
igual que un paseante.
Madrid, calle vacía,
anécdota de vidrios y letreros,
de relojes ocultos.
Porque existe una esquina
donde suele citarse la memoria
con la imaginación,
y las huellas se hunden
hasta pisar, no sé, dudosamente,
la conciencia del tiempo.
En un escaparate
cabe el invierno, fluyen los otoños,
la primavera mueve
las ruedas del verano.
Es una sensación, sólo un minuto,
pero hay sombras y días
para salir del cine,
para crecer en un portal antiguo,
para aburrirse mucho
o ser feliz y verte
regresando a tu casa del colegio
una tarde de lluvia.
Es tu ciudad. De pronto
camino hasta perderme por las calles
de la memoria ajena.
Una sombra en mi sombra,
vuelve a pasar tu tiempo y se hace mío.
También me ocurre a veces
después de algún poema.
Se convierten en calles las palabras
a la sombra del tiempo.
Ese tiempo que habla nuestro idioma,
pero sólo pronuncia nuestros nombres
con acento extranjero.