¿QUÉ se puede explicar
en este laberinto con maletas y llaves?
Sólo las estaciones del peligro
y la necesidad.
Son ya las cuatro y diez. El profesor,
que cada día aprende a vivir en voz alta,
recita los poemas elegidos.
Hay silencio en la clase
y miradas que cruzan el silencio.
Dudar es necesario.
La sospecha nos brinda
una buena lección, pero conviene
que nadie imponga un frío,
que cada cual elija sus dudas y sus llaves
para que las maletas al abrirse
no resulten vacías.
Porque tampoco es justo
pedirle al sol de mayo que no deje
la piel de una certeza en la ventana.
Nunca ha sido de ley
olvidar lo que somos,
aquello que debemos defender
para que las palabras que decimos
no huelan a cerrado.
Quien vive necesita confianza.
Con las llaves perdidas abrimos la memoria.
El poema recorre un continente,
toma una habitación,
deshace su maleta.
Siempre recién llegado,
al dudar en los dogmas y afirmar en la nada,
el profesor procura,
más que decir verdades, no mentir,
más que dar ilusiones, no romperlas.
Dedicará sus años
a buscar entre sombras
una razón de claridad
y a descubrir en ojos indecisos
el equipaje abierto de un poema,
su rara conmoción,
cuando en la vida ocurren
las cosas que suceden en la literatura.
Los ojos de un alumno
son viajeros urgentes. Sólo hacen
preguntas como arenas movedizas,
preguntas por la próxima estación
en un viaje de largo recorrido.