QUE la vida y los libros
son brazadas de un mismo nadador,
resulta fácil de entender.
A la luz del recuerdo
la lluvia sucedida en una página
suele caer en los tejados
de la ciudad más nuestra.
De mil formas se puede comprender
la existencia real
de lo que vive a cuenta de las nubes.
Yo lo aprendí leyendo
a Jaime Gil de Biedma.
A cuenta de aquel joven que buscaba
la civilización de las noches de junio,
y de una Barcelona de posguerra,
con sótanos, licores y días de oficina,
yo habité los poemas
que me fueron haciendo como soy,
en mitad de una tarde,
en el cruce velado
de la prudencia y de la tentación,
con dos llaves, dos ropas y una luz
que viene de otra parte.
He llegado al espejo de una casa
vestido con las ropas del otro domicilio.
Sensato para el brujo,
perdido entre los cuerdos,
desclasado, dispuesto a ser feliz
por puro compromiso de tristeza,
reconozco la noche para entender la luz
y me gusta reírme con la duda
que siempre va conmigo
igual que una certeza,
mojarme con la nube que sucede
en una tarde antigua
al doblar una página.
La herencia literaria
se pide como un crédito.
Yo lo aprendí en Granada, meditando
palabras de familia
con Jaime Gil de Biedma.