LA memoria no es
un animal doméstico.
Prefiere cazar sola
y vivir las preguntas cruzadas de la noche.
Bajo por la escalera mecánica del metro,
busco los arrabales del pasado,
y en dirección contraria
vengo hacia mí,
subo también camino del presente
a cruzarme conmigo.
¿Quién paga el alquiler de la ciudad
que sabe de memoria la lección de mañana?
Los ojos que se cruzan un segundo
son el lugar de paso
que nos concede el tiempo para sentirse vivo.
Adiós,
pregúntale a los ríos de Granada
por mis labios de hoy,
y que el murmullo del balcón
te dé noticias últimas del viento,
de la calle Lepanto,
de los coches domados
por las tapicerías del domingo,
de las consignas de la juventud
resueltas en el sol de los inviernos,
de las amantes rotas por la noche,
del buen amor tan sucio, de los libros,
las botellas vacías, las huelgas generales,
de todo lo que el viento se ha llevado
y pregunta por ti, por mí,
al fondo de este cielo turbio de amanecer,
que se apoya en Madrid
o en el reloj cansado del cuarto donde escribo.
El tiempo es una mesa revuelta y una lámpara
que saca la cabeza de las sombras
igual que un nadador cuando respira.