... pero me quedaba un resto de capacidad de conocimiento que me hacía saber que estaba levantando las rodillas y bajando el mentón para unirlos y que por fin estaba sano y salvo en la oscuridad del seno del que nunca había emergido.
HORACE MCCOY
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... pues su bala abrió con su beso un agujero...
DASHIELL HAMMETT
Su arma no apuntaba a nada, y era en particular como un bello descuido corriéndole las manos. Allí —casi un falo de plomo pensabas hace tiempo— naufragaba despacio, porque en él era todo menos fuego; tal vez rabia, a lo peor un trágico rastro de miedo a los desnudos o el pudor de saberse violado finalmente.
Y no había sentido en sus maneras. Sólo un resto, acaso doloroso, de aquella rebeldía que tanto manejaba.
Ya sin muerte, ni siquiera sus ojos parecían bohemios.
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... Humo. Hedor. Calor. Ruido...
DASHIELL HAMMETT
Llegabas como un prestidigitador callejero a quien le falla un truco. Un revuelo de polvo
que levantaba huellas
parecía tu mala sensación de estar herido.
Si era lógico imponer el piano de Chopin acoplado a tu risa, lo diría más tarde la soledad barroca de los discos. Y a qué tanto teatro para acabar llorando como una trompeta, sonámbula
que sabe estar
sin rumbo.
Y es que también el miedo suele dejar resaca.
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... detrás de ella, el cielo gris de febrero prometía más lluvia...
DASHIELL HAMMETT
No es que no creas en la rara nostalgia de un cuerpo agonizando, ni en la torpe mentira del que se cree vivir en primera persona. Te gustaría el viento como un pulso metido por la carne, la lluvia cuando empieza a humedecer los párpados, y un año de regresos y vueltas con esa risa tonta del que desgarra el miedo.
Lo que pasa es que llevas por los labios la muerte reducida a un silogismo, y te sabes como un reaparecido con la bufanda roja derramada en los hombros.
Y luego queda el ansia,
ese impudor de verse más solo que la una.
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... los del pueblo lo ahorcaron de todas las maneras porque era un negro. Su pantalón seguía formando en la entrepierna un bulto irrisorio...
BORIS VIAN
Al principio sus pies y el viento eran un compás sobre el aire; así como una ola de carne sin fin, que se iba y venía con el sol apagado
de
la
iner-
cia.
Pero luego se abandonó su cuerpo a un tiempo en suspensión ilimitado. Cuando vuelves la espalda ya no sientes su olor, ni notas la opresión de sus párpados rotos, todavía en sorpresa.
Pero lo ves lejano, en forma de mal espantapájaros, y vuelves a escuchar el quejido de un roce (o va-y-ven), y el compás de sus pies volando levemente hacia la altura.
Y entre tanta tragedia y tanto escombro un resquicio de carne aún erecta volvió por fin ridícula la muerte.
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... hablar no es una gran ayuda...
WADE MILLER
Porque después de todo llegar así, así tan de repente, y encontrarnos vacíos de cuerpo y de palabra, no es obligar los labios tan sólo a un artificio, ni deshacer la risa que tanto nos estudia.
Lo difícil es ver que nada va contigo y aprender que el suicidio ha pasado de moda y no es lógico amar y ser irremediable.
Por lo demás existen otros cuerpos que nos parecen lentos y es impune ignorarlos de la misma manera.
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... es el cuerpo de una muchacha que está viendo morir a su amante...
AGATHA CHRISTIE
Yo sé que no sostienes un pétalo de carne con tus manos (y la derrota es fiel como un arrecife en llamas recorriéndote, como cualquier detalle de una anécdota estéril, y un labio cayendo, sobre ti cayendo impunemente).
Después se hace tibia y decente la esfera de tus límites y desciendes al borde de los ojos: tu piel y él sobre el abismo, rompiendo aquel dilema de cuerpos para el cielo, de noches con historia, mientras un arrebato sin freno de amantes puntuales destrenza en humo el rastro de tu infancia.
Fuese nada la tierra que os sostiene.
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... un sórdido escenario que lucía el espíritu del mundo...
ROSS MACDONALD
Se hace largo y cansado o nunca más monótono ni triste volver con la desidia del que habita en desorden, soterrar un corazón lluvioso y ser más tarde lo que se dice impropio de un consuelo educado.
Podemos decidir llegar más pronto y menos ebrios, arreglarnos el pelo que rompe nuestra frente y hasta ofrecer una débil sonrisa por descanso. Pero cómo te oprimen sus piernas de prostíbulo, su cadera inocente a fin de cuentas y esa delicia pálida de aquel carmín corrido por la almohada.
Fumábamos entonces, tal vez sin engañarnos. Porque ella era limpia en el oficio, dulce y sentimental entre las sábanas.