ALLÍ,
lejana y verde a veces,
con promesas de torpe seducción,
me espera la ciudad, su solitaria
mansedumbre de amante envejecida.
Nerviosos en la prisa,
como vidas o velas sin destino,
aceleran su viaje
los cristales del coche por los últimos campos.
Empuja el viento ahora matrículas extrañas,
como debe empujar indiferente
gaviotas amarillas a los árboles
cuando llega el otoño.
Allí,
la llamarada verde del ciprés
parece un mástil triste
porque pone
olor de puerto viejo,
marineros borrachos en la sombra.