COGERSE la cintura,
detenerse en los bordes,
imitar un deseo mucho menos social,
la vida suele ser como este baile,
como el último tango de la noche.
Junto a la orquesta húmeda,
que toca de memoria
por la felicidad,
las parejas se agrupan y los espejos miran.
París en la pantalla,
una casa vacía,
dos cuerpos despoblados y rozándose.
El frío de la calle. La lentitud del mundo
y un cigarro al salir.