LEVÁNTATE,
gobierna tus caderas, comienza el día
por una decisión
donde arriesgar tu nombre.
Después
hace falta decir que cambiaste la escena,
que has vencido también
la inocente sonrisa del espejo
y que prefieres hoy
la nueva brujería de los escaparates.
¡Levántate! Tienes
partido el cuerpo como un siglo.
Gobierna tus caderas. Son
las fuerzas inmensas del desorden,
las que habitan el ojo
apagado de los puentes, el pliegue
final de las esquinas, las calles
que han sabido de nuestra soledad,
las pequeñas tabernas
o las plazas,
camaradas
callados para el amanecer,
allí donde dejaste
tu resaca y los ojos
en las aguas heladas de sus fuentes,
donde el musgo y el miedo
nos delatan la edad de la ciudad en que vives.
Despierta: haz ese gesto
del que vence las sábanas y el tiempo.
Pierde por fin
tu nombre y su mentira,
y sobre la ciudad
(esa magia cerrada,
ese refugio último)
reinen también ahora
las fuerzas del desorden
y tu morbosidad.