Capítulo II
Los Evangelios ocultos
Después de haber desaparecido durante unos 1.700 años, la única copia conocida del Evangelio según Judas, autentificada, fue presentada por primera vez al público en forma masiva durante 2006.
Un escrito conocido por los expertos que muestra la verdadera faceta del apóstol que –a ojos profanos, miradas superficiales y pensamientos dogmáticos o interesados– supuestamente traicionó a Jesús vendiéndolo a los romanos.
El manuscrito de 26 páginas en papiro, escrito en dialecto copto, fue en 2006 motivo de una extensa nota en la prestigiosa revista estadounidense “National Geographic”. El documento, llamado Códice de Tchacos, está ahora conservado en el museo copto de El Cairo.
Es necesario tener en cuenta que si bien la antigüedad del documento es mucha, solo se trata de una copia correspondiente a una versión más antigua que fuera redactada en griego, y que los especialistas admiten como procedente del siglo III o IV.
De cualquier modo, la existencia de este Evangelio es antiquísima. Fue comprobada por San Ireneo, primer obispo de Lyon, la capital de la Galia (actual Francia), quien lo denunció en un texto contra las herejías a mediados del siglo II.
El manuscrito, encuadernado en cuero, que se cree fue copiado cerca del año 300 después de Cristo, se descubrió en la década de 1970 en el desierto egipcio de El Minya.
Luego circuló entre los comerciantes de antigüedades para arri bar primero a Europa y luego a Estados Unidos, donde permaneció en el cofre de un banco de Long Island (Nueva York), durante 16 años antes de ser nuevamente comprado en 2.000 por el anticuario suizo Frieda Nussberger-Tchacos.
Preocupado por su deterioro, Nussberger-Tchacos entregó el manuscrito a la fundación suiza Maecenas, en febrero de 2001, con el fin de preservarlo y traducirlo.
Luego de restaurado el documento, el trabajo de análisis y de traducción estuvo a cargo de un equipo de coptólogos (cristianos de Egipto) dirigido por el profesor Rudolf Kasser, quien por entonces ya se había jubilado de la Universidad de Ginebra. Kasser destacó que ja más vio un manuscrito en tan mal estado. Le faltaban dos páginas, la parte superior de las hojas donde figuran los números estaban rotas y había cerca de un millar de fragmentos.
Para reconstruir el puzle más complejo jamás creado por la Historia, el profesor fue apoyado por el conservador de papiros Florence Darbre, y el experto en dialecto copto Gregor Wurst, de la Universidad de Augsburg (Alemania).
Contrariamente a la versión que se deduce de los cuatro Evangelios oficiales, este texto, al que puede sin dificultad definirse como uno de los Evangelios Apócrifos, indica que Judas Isca riote era un iniciado que traicionó a Jesús a solicitud de él, en medio de un plan urdido personalmente por el Maestro y que estaba en conocimiento de un reducido círculo conformado por quienes eran de su real confianza; entre ellos María Magdalena y, probablemente, también su madre.
El pasaje clave del documento es aquel donde Jesús dice a Judas: Tú los sobrepasarás a todos. Tú sacrificarás al hombre que me recubrió.
De acuerdo a los exégetas, esta frase significa que Judas ayudará a liberar el espíritu de Jesús de su envoltorio carnal. Obviamente ese es el punto de vista que se desentiende de lo iniciático –esto es, del proceso necesario para que la Transmutación tenga lugar hasta completar la Obra– y pone énfasis exclusivamente en lo dogmático, creencial, para sostener que Jesús es el Mesías.
Empero, la interpretación que cabe es diferente.
Lo que el Maestro está señalando es que Judas Iscariote resulta una presencia imprescindible en el proceso que le quitará todo lo que de “hombre común” hay en Él permitiendo la aparición del Hombre Nuevo, pleno y activo en todas sus posibilidades.
Este descubrimiento espectacular de un texto antiguo, no bíblico, es considerado por algunos expertos como una de las más importantes actualizaciones desde los últimos 60 años en lo que refiere a nuestro conocimiento de la Historia y de diferentes opiniones teológicas al comienzo de la era cristiana, señaló Terry Garcia, uno de los responsables de la revista estadounidense.
Los especialistas no han tardado en manifestarse al respecto. Así Elaine Pagels, profesora de religión en la Universidad de Princeton (Este) y una de las grandes conocedoras mundiales de los Evangélicos Gnósticos manifiesta:
El descubrimiento sorprendente del Evangelio de Judas, como aquellos de María Magdalena y de varios otros de estos documentos ocultados durante cerca de 2.000 años, trastoca nuestra comprensión sobre los inicios del cristianismo.
Agregando que:
Estos descubrimientos hacen estallar el mito de una religión monolítica y muestran cuán diverso y fascinante era realmente el movimiento cristiano en sus comienzos.
EL EVANGELIO OCULTO DE JOSÉ DE ARIMATEA
(FRAGMENTO)
José de Arimatea, hermano carnal de Jesús, empresario y miembro del Sanedrín, escribe su Evangelio que fuera prolijamente negado al conocimiento público. Es claro que el mismo José no lo ha redactado para que fuera de conocimiento público; lo que sí hizo con su “carta” a veces mal designada “Evangelio.”
Lo que el hermano de Jesús relata es todo cuanto hace a los verdaderos hechos ocurridos con el Maestro, un iniciado de los más notables que ha tenido la humanidad desde los albores de nuestra especie; pero, al fin y al cabo, sencillamente un hombre; nada menos que un hombre.
José de Arimatea deja aquí constancia de todo cuanto es menester para que se comprenda qué ocurrió con su hermano una vez descolgado de la cruz. Un legado que solo quienes pueden leer la vida de Jesús en clave iniciática conseguirán entender.
No obstante lo cual, las más insignes figuras de la Contrainiciación –esto es, los personeros de las Fuerzas de la Oscuridad (que por lo general se presentan como Caballeros de la Luz…)– persiguieron a los poseedores de este documento, lo ocultaron siempre que les fue posible, en todo momento temerosos de que se conozca lo realmente sucedido y las causas que lo motivaron.
Empero, siempre hubo copistas para difundirlo con estricta reserva y quienes lo tuvieron en cuenta para discernir.
Los fragmentos que transcribo a continuación tienen un estilo literario en absoluto despersonalizado del original. Mantengo el sentido. Pero, de esta forma, me aseguro de despistar a quie nes intenten descubrir datos que, por el momento, han de seguir vedados.
Tal como habíamos convenido siendo media noche en punto nos dirigimos a la tumba y corriendo la piedra de acceso encontramos al Maestro que aún yacía en un descanso profundo.
Ninguna dificultad tuve con quienes custodiaban la tumba. Simples soldados que enseguida cedieron ante la autoridad que yo envestía y el dinero que sin escatimar hube de darles.
También cuidé darles instrucciones sobre lo que debían manifestar ante las autoridades y cuanto bajo ningún motivo tenían que revelar. El Sanedrín ya se ocuparía de enriquecerlos más aún y confirmar las mentiras que tenían que difundir para que nunca oídos indispuestos supieran lo decidido por el Maestro, ni lo que nosotros habíamos hecho o de lo que teníamos decidido ocuparnos.
Una vez en el interior de aquella tumba que yo adquiriera con suficiente antelación, pues nuestros planes nunca fueron producto de improvisación alguna, sino todo minuciosamente previsto desde años, desde los días en que a nosotros, junto al Maestro, nos fueron revelados los más trascendentes misterios en las arenas de Egipto, María Magdalena con su ternura y disposición que le fueron por lo permanente características y la firmeza de su carácter, se ocupó junto a otras dos de las mujeres elegidas de comenzar a curar las terribles heridas que había en Su cuerpo.
El Maestro mantenía una lucidez implacable. Tal como había hecho en ocasiones menos privilegiadas, otra vez usó su capacidad para aislar la mente del lacerado cuerpo.
El poder de Su Espíritu que hubo alcanzado era tal que con eso se ayudaba en la curación del cuerpo.
María Magdalena junto con las otras dos designadas atendieron las heridas e hicieron las curaciones necesarias. Para eso usaron las sustancias vegetales enseñadas en la hermandad.
Jesús pudo erguirse un poco. Y dijo: José todo fue perfecto porque todo fue hecho tal como lo dispuso el Padre.
Le respondí: Aun faltan cosas. Debemos sacarte de aquí. Disponer cambios en tu aspecto, trasladarte lejos.
Eso ahora –dijo Él– es asunto menor. Será hecho. Mas lo esencial es lo que ha de cumplir en la mañana esta mujer que ahora está a Mi lado atendiendo mi afligido cuerpo.
Jesús se refería a que en la mañana próxima María debería mostrarse tan sorprendida como todos al hallar la tumba abierta y sin cadáver.
Apenas aquellos que Él había elegido conocían lo que ocurría. A los otros les esperaba una misión diferente.
El Maestro se interesó por cómo se encontraba Judas. Dijimos de su fortaleza espiritual, de su decisión y entendimiento. Mas Jesús dijo: “Temo por él”.
Yo entendí que la tarea ordenada a Judas era terrible. Sería aborrecido por todos quienes fueron sus afectos de tanto tiempo. Solo quienes pertenecemos al círculo íntimo del Maestro y hemos planeado junto con Él la tarea para alcanzar la concreción de la Gran Obra mediante el uso de Su cuerpo mortal tenemos certeza de la entrega, obediencia e iluminación del Iscariote. Mas los seguidores de Jesús lo aborrecerán. Quienes sepan de su conducta verán de perseguirlo para calmar sus afectadas pasiones de hombres mediocres, mezquinos y frustrados. Hay entre nosotros quienes mostraron demasiada debilidad y cobardía, otros que van a exhibirla en las jornadas venideras, y lo hecho por Judas les servirá para endilgarle culpas que pertenecen a ellos y sus almas.
Hemos comprobado que Judas es fuerte en Espíritu. Pero él debe quedarse en esta tierra y, tal vez, he pensado, hemos pensado, el Maestro se ocupa por eso, que aún teniendo certeza del bien realizado, de las pruebas iniciáticas que Judas atravesó sin parpadeo siquiera, aún con todo esto, no consiga mantenerse con fuerza suficiente y destruya su vida. María Magdalena, cuyo pensamiento tanta atención pone el Maestro, besó al Iscariote en el momento sagrado de su designación como muestra de coincidencia. Besó su frente, el entrecejo y mantuvo unos instantes sus manos ente los cabellos de Judas y este mirándola con una mirada que a todos nos pareció venida de otro sitio, lloró con lágrimas muy lentas y todo su cuerpo inmóvil. Permanecimos en silencio por un lapso imprecisable hasta que ella expresó que era aquel un momento de gran regocijo y no cabía la tristeza ni el dolor puesto que lo realizado permitiría la transmutación del hombre en Hombre.
Una vez que el Maestro se sintió restablecido como para ser trasladado por nosotros, siempre ayudado por las mujeres colocó sus ropas sin calzado pues las heridas no permitían que lo usara y fue retirado de la tumba.
Quedaron esparcidos lienzos y vendajes. Provocaría mayor impresión para completar el propósito, cuando en pocas horas hallaran el lugar vacío.
Conozcamos, antes de seguir, algunos datos sobre José de Ari matea, propietario de la amplia tumba excavada en roca viva donde es sepultado el cuerpo –no el cadáver– de Jesús con ayuda del sacerdote fariseo Nicodemo y que es depositado cuidadosamente envuelto en lino fino y aromáticas especias que, de inmediato, le ayudaron a comenzar a reestablecerse de las numerosas y algunas muy profundas heridas.
El Nuevo Testamento aporta pocos datos sobre José de Arimatea. Era rico y un discípulo secreto de Jesús (Juan 19: 38). Ya aquí surge un tema para el análisis, ¿por qué discípulo secreto? Lucas nos permite saber que era miembro del Gran Consejo del Sanedrín, lo que hace que gozara de reconocida autoridad.
Apóstol Lucas. Su evangelio tiene una finalidad pastoral: su intención es la profundización de la fe. Muestra a Cristo como el salvador de los hombres y mujeres, resaltando su espíritu de misericordia.
Hombre recto y bueno (Lucas 23:50) Mateo (27:57-60) y Marcos (15: 43-5) coinciden en que fue él quien, personalmente, se presentó ante Poncio Pilato para reclamar el cuerpo de Jesús. Es innecesario resaltar, pero igual lo haremos, que había que ser suficientemente poderoso para conseguir una repentina audiencia con el gobernador romano de Judea.
Ahora bien, aún de este modo, no cualquiera podía solicitar el cuerpo de un muerto. Las costumbres judías indicaban que era deber del pariente masculino más cercano encargarse del entierro. Este hecho ha fortalecido la idea de que se trataba de uno de los hermanos carnales de Jesús, seguramente el de mayor edad y prestigio en la comunidad.
Discípulo secreto, miembro del Sanedrín, hombre poderoso económicamente, hermano, seguidor y compañero iniciático del Maestro… todo lo necesario para convertirlo en persona de confianza capaz de mantener todos los secretos que hubiere necesidad de guardar.
Otros autores ya han llamado la atención sobre las peculiares características de este hombre.
Así Louis Monloubou escribe:
José de Arimatea, hasta entonces desconocido, se enfrenta a Pilato y coloca a Jesús en una tumba digna de él.
Por otro lado D. Roure analiza:
Lucas insiste en que el sepulcro, excavado en la roca, aún no había sido usado. Quizá José de Arimatea no creía en que Jesús fuera el Mesías, pero esto no era obstáculo para que trate su cuerpo con el máximo respeto. Sin duda, José se había abierto a la predicación de Jesús sobre el reino de Dios.
Interesante la reflexión de Monlobou en el sentido de que la persona a que nos referimos era hasta entonces desconocida. O sea, no se lo menciona en las Escrituras. Sin embargo, irrumpe sin mayor explicación y con una tarea por demás delicada. A la vez, Roure hace hincapié en dos cuestiones valiosas para entender lo que realmente estaba sucediendo.
La primera es que el sepulcro no había sido usado, a decir de Lucas. Fundamental para un lugar, excavado en la roca, esto es, puro de toda pureza, sin impregnaciones de desarmonías humanas, que habrá de servir de templo singular donde deberá acontecer una de las ceremonias más sagradas en las que pueda par ticipar un hombre, como lo son los rituales que permiten lograr la Gran Obra sobre uno mismo.
El otro detalle a consignar es que Roure comprende también que seguramente José no creía que Jesús fuera el Mesías. Y esto es así pues José tenía conocimiento cabal respecto de lo que le estaba sucediendo a Jesús.
Llegado a este punto conviene explicar al lector por qué nos interesa tanto trabajar con textos fuera de los Evangelios.
Ocurre que las piezas menos conocidas son, a su vez, las que resultaron menos modificadas por copistas y afectadas por intereses político–sociales de cada momento. Obsérvese que el Nuevo Testamento ha sido interpolado y adulterado innumerables veces por los más diversos motivos. En ocasiones meros y no intencionados errores de los copistas o traductores.
Un reciente estudio computarizado hecho en los Estados Unidos sobre textos evangélicos que databan del año 100 al 600 de nuestra era evidenció que, como mínimo, había huellas de seten ta y cinco personas distintas interviniendo en la redacción.
Si nuestras lecturas avanzan sobre los textos no canónicos encontremos revelaciones igualmente interesantes. El Evangelio de Pedro expresa que José de Arimatea era –además de todo lo antes dicho– nada menos que amigo personal de Poncio Pilato.
EL EVANGELIO DE NICODEMO
El Evangelio de Nicodemo es el que incluye relatos que parecen surgidos de la más fértil imaginación; pero que analizados adecuadamente arrojan mucha luz para entender qué estuvo pasando en aquellos tiempos fundadores, hace unos dos mil años.
Afirma Nicodemo que después de la crucifixión, el Sanedrín ordena encarcelar a José de Arimatea. Esto se hace con esmerado cuidado a punto tal que la puerta de su celda es cuidadosamente ce rrada de manera que en modo alguno pueda huir. Empero –siempre de acuerdo a Nicodemo– estando en su encierro apareció Jesús resucitado y lo transportó milagrosamente a su casa. Una vez allí le indicó que permaneciera cuarenta días.
Al abrir la celda y hallarla vacía, los sacerdotes quedaron muy sorprendidos puesto que los cerrojos y la cancela no estaban rotos ni siquiera forzados. Lo sucedido los llevó a admitir públicamente que José era una persona de tal desarrollo espiritual que le escribieron una carta con disculpas y le pidieron que se reuniese con ellos en la misma Jerusalén.
Durante la reunión José manifestó varias cosas pero una en particular es clave y, al parecer, hasta el presente no se tuvo muy en cuenta. Veamos.
José aclara que Jesús se manifestó en el interior de su celda y que con su ayuda consiguió salir de la misma hasta aparecer en su residencia. Y de inmediato agrega que también había otros resucitados además de Jesús. Un tema esencial. Aquí se advierte cómo todo lo ocurrido no ha sido más que una puesta en escena de una historia previamente establecida.
El mismo grupo al que pertenece José de Arimatea, después de la “muerte” de Jesús, ordena encarcelarlo para transmitir a quienes lo escuchen un relato absolutamente iniciático.
Los cuarenta días que Jesús le indica debe permanecer en su casa sin salir es el símbolo del aislamiento previo a una nueva ceremonia de iniciación. El traslado, sin necesidad de instrumentos ni herramientas físicas, materiales, perceptibles, es símbolo del desarrollo pleno del Espíritu, búsqueda esencial de todo iniciado. La carta pidiendo disculpas y reconociendo sus capacidades es algo así como el salvoconducto que allana cualquier complicación futura. Y la aclaración de que hay otros que fueron capaces de resucitar implica algo valiosísimo: es la certeza de que lo realizado por el Maestro ha sido hecho igualmente por otras personas… y que también acontecerá en lo futuro.
La transmutación es posible para toda aquella persona –hombre o mujer– que acepte seguir las indicaciones del Padre; aún aquellas que desde la mentalidad profana uno preferiría dejar de lado. “Padre”, aquí, debe leerse como “Maestro.” No hay iniciación posible si, previamente, no fue establecida una correcta interrelación Maestro/Discípulo.
Es conocido que existe, entre los denominados apócrifos, uno atribuido a José de Arimatea también llamado Declaración de José de Arimatea. Pero no tiene ninguna relación con el texto que acabamos de transcribir (con estilo agiornado al castellano coloquial actual). Hay otro apócrifo que es la Narración del Pseudo José de Arimatea y también existe el Tránsito de María, supuestamente un Evangelio escrito por José de Arimatea.
Tanto este como otros valiosos documentos hallados en Egipto durante la fiebre expedicionaria de la segunda mitad del siglo XIX permanecen ocultos a las miradas profanas. Desde el momento mismo de su hallazgo fueron cuidadosamente preservados y sometidos a un exhaustivo análisis de reconocidos especialistas, todos ellos pertenecientes a órdenes iniciáticas creadas muchos siglos atrás.
Sería un buen ejercicio –que, además, llenaría de sorpresas– para el lector realizar el trabajo de cruzar los siguientes datos: nombres de expedicionarios famosos que realizaron hallazgos en Egipto y su pertenencia a sociedades secretas. Habida cuenta de la cantidad de información fidedigna que hay hoy en Internet la tarea es muy adecuada para una noche serena o una tarde de domingo frío y lluvioso. Se podrá comprender, de esta manera, que aquellos arriesgados ingleses, franceses, norteamericanos e, inclusive, alemanes, belgas e italianos no recorrían, con verdadero esfuerzo, el país del Nilo solo con inquietudes arqueológicas, sino que también estaban tras la recolección de documentos a los que, de una u otra manera, se menciona desde muy antiguo en las escuelas esotéricas.
Sobre el Evangelio de José de Arimatea puede decirse que fue rescatado –junto con otros documentos que tratan de la vida de Jesús así como la de otros importantes iniciados contemporáneos a Él– de entre los restos de una gran edificación, que se hallaba cubierta de arena desde hacía siglos, en la que funcionó una de las afamadas escuelas de misterios en los días del gran esplendor de la civilización egipcia.
De acuerdo a nuestras informaciones algunos de estos rollos viajaron –siempre en el más absoluto secreto– a los Estados Unidos y en 1892 miembros de la famosa y legendaria Pinkerton National Detective Agency fueron contratados para asegurar el traslado del material desde la costa atlántica a una región mediterránea no determinada.
En ese lugar funcionaba –y, entendemos, todavía es así– una biblioteca conformada solo por textos de temas religiosos y espirituales donde trabajan varios expertos en traducción e interpretación de lenguas comunes al Oriente Medio de hace dos milenios.
Todo lo que estamos señalando puede resultar entre extraño e increíble para quienes carecen de datos suficientes. Lo usual es suponer que los Evangelios son solo cuatro y conforman el Nuevo Testamento. Pero no es así. Desde el primer siglo hubo decenas de estos testimonios. Algunos más comprensibles para la población de entonces; otros casi incomprensibles por abordar cuestiones filosóficas o teológicas complejas.
Tomemos, por ejemplo, el llamado Evangelio de Simón Pedro (Simón Bar Jonas) del cual fueron hallados fragmentos durante una exploración en tierras faraónicas en el invierno de 1886/7. O sea que ya lleva más de un siglo de descubierto. Pero es muy raro que se lo mencione.
La gente ni siquiera suele pensar que un Evangelio, por más que se lo considere apócrifo, pueda haber sido encontrado en Egipto.
EL EVANGELIO DE SIMÓN PEDRO
Era el invierno de 1886 a 1887 en Ajmin, antigua Panópolis, la época en que se puede trabajar en las excavaciones en el Alto Egipto sin sufrir las elevadas temperaturas reinantes en otros momentos del año cuando, de entre las cosas guardadas en el sepulcro de un monje cristiano, se rescataron 66 pliegos de pergamino, datado alrededor del siglo VIII, que contiene fragmentos de varios textos apócrifos. Entre ellos se encuentra una copia fragmentaria del Evangelio de Pedro, en griego.
Cómo era realmente en su versión original este escrito; es imposible tener certeza. El fragmento rescatado comienza en mitad de una escena. Por otro lado, y como se verá luego, el hecho de haberse encontrado junto a los despojos mortales guardados en esta tumba, la cantidad de 66 pliegos, dos veces 33; una cifra simbólica mueve, como mínimo, a prestar atención y tenerlo en cuenta.
El trabajo está redactado en primera persona. En su versículo 20 el autor se presenta con el nombre de Simón Pedro. Estudios actuales descartan que sea de autoría del apóstol. Los fragmentos llegados a la actualidad son los correspondientes al Juicio, Pasión y Resurrección. Pero lo que aquí interesa señalar es que advertimos marcadas diferencias con respecto al Nuevo Testamento.
En lo que hace al origen de estos escritos, al comienzo, los investigadores se entusiasmaron suponiendo que databan cercanos al año 70 de nuestra era. De haber sido de este modo, sus autores (o autor) eran contemporáneos a los acontecimientos mismos toda vez que lo más probable es que Jesús tuviera más de 33 años a la fecha de la crucifixión. Esta es una cifra simbólica conformada por dos veces el número del espíritu. Tres simboliza lo espiritual. Cuatro lo material. Un iniciado que despliega el máximo de su desarrollo espiritual, de su fuerza interior, que consigue absoluta armonía cósmica, puede señalarse con el número 33 y por todo iniciado será comprendido lo que se quiere destacar en relación a las capacidades efectivamente demostradas por esa persona.
Hasta un autor considerado académico y cristiano como Armand Puig –decano de la Facultad de Teología de Cataluña– refiere en su biografía de Jesús que, por un lado, empezó su vida pública después de los 30 años; probablemente a partir de haber cumplido los 35 años. Y, por otro, que su nacimiento hay que ubicarlo entre el 1 de octubre del año 7 antes de nuestra era y el 30 de septiembre del año 6 antes de nuestra era.
El número 3 también se halla implícito en el 12; así se habla de “los doce discípulos” como un grupo especialmente elegido cuando lo cierto es que se torna imposible conocer con certeza cuántos lo conformaron habida cuenta de que, por ejemplo, se han quitado de las Escrituras toda referencia a los discípulos de sexo femenino. ¿Acaso aquella mujer que lava los pies del Maestro y luego los seca usando sus largos cabellos podría ser una desconocida? ¿Cualquiera llegaba hasta la mesa del Señor y este aceptaba que lo atendieran de tal manera? Doce es una cifra siempre pre sente en el terreno simbólico: los 12 trabajos de Hércules, las 12 constelaciones del Zodíaco y tantos otros ejemplos. Dos veces 12 conforman las 24 horas del día. Doce horas antes de mediodía, doce horas después de mediodía.
Actualmente se acepta que el Evangelio de Simón Pedro data de la primera mitad del siglo II.
El fragmento del Evangelio de Simón Pedro comienza con una frase asombrosa:
Pero de entre los judíos nadie se lavó las manos, ni Herodes ni ninguno de sus jueces.
O sea que echa por tierra lo que canónicamente se brinda co mo cierto. Cabe destacar que con posterioridad al hallazgo del ma nuscrito de Ajmin fueron rescatados otros tres breves fragmentos que le corresponden. Uno de ellos procede aparentemente de una copia del siglo II o principios del siglo III en el que José de Ari matea solicita el cuerpo de Jesús para darle sepultura (Vers. 23/24 Ajmin). Los otros dos, sobre los que no puede establecerse con justicia a qué se refieren debido a su brevedad, lucen cual diálogos entre el Maestro y Pedro. Los expertos insisten en que como no se corresponden con el manuscrito de Ajmin, podrían no ser parte de la versión inicial del Evangelio atribuido a Pedro.
Castigo divino cayendo sobre Herodes, en un grabado de Otto Venio.
Pero continuemos observando diferencias entre los textos canónicos y este otro. Y que encajan perfectamente en un relato de sucesos iniciáticos.
Es obvio que este texto habría resultado de muy difícil entendimiento –si no de absoluta incomprensión– para el mundo profano. Nada de esto sería entendido por el pueblo y mucho menos serviría para crear una religión.
Veámoslo en detalle.
En el relato de la Pasión, es Herodes, no Pilatos, quien ordena la ejecución de Jesús, y tanto el monarca como los jueces se niegan a declararse inocentes de la sangre de Jesús.
Al momento de la crucifixión el evangelista escribe:
Mas él callaba como si no sintiera dolor alguno (versículo 10).
Recordemos aquí las características del iniciado según lo expresan los sacerdotes de las escuelas esotéricas del Antiguo Egipto:
El discípulo de Hermes era callado, nunca discutía ni trataba de convencer a nadie acerca de nada. Encerrado dentro de sí mismo, se absorbía en meditaciones profundas y finalmente, por este medio, penetraba en los secretos de la Naturaleza. Se ganaba la confianza de Isis y entraba en relación con los verdaderos iniciados.
Según el mismo escrito cuando parece estar a punto de expirar Jesús grita con la energía que aún habita en su cuerpo:
¡Fuerza mía, fuerza mía, tú me has abandonado! (versículo 19)
Una expresión que difiere en mucho de aquella que encontramos en Marcos (15:34)
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
De acuerdo al relato atribuido a Simón Pedro se desprenden cosas importantes para nuestro estudio. En primer lugar queda evidenciado que Jesús estaba practicando algún tipo de trabajo espiritual o mental sobre su cuerpo de manera tal que el castigo recibido no le afectaba en la forma en que normalmente hubiera sucedido en cualquier persona normal.
A la vez, cuando se enoja consigo mismo porque las fuerzas flaquean es, sin dudas, a causa de que está haciendo efecto el fuerte anestésico que le fue administrado en la esponja que, para el entendimiento profano estaba embebida en vinagre, pero que era en realidad una sustancia para provocarle casi de inmediato un estado similar al coma profundo del que sería rehabilitado una vez depositado en la tumba –sin estrenar y adquirida para ese propósito exclusivamente tiempo antes– propiedad de José de Arimatea.
Sigue el relato señalando la aflicción de los discípulos (versículo 26) y coincide con Mateo (27:62-66) en que los sacerdotes piden a Pilatos soldados para que vigilen la tumba. Pedro agrega que entre ellos había un centurión de nombre Petronio. Los discípulos afligidos son la gran mayoría, todos aquellos que ni idea tenían sobre los verdaderos planes del Maestro. La guardia que piden los sacerdotes hace suponer a quien no entiende la trama que es para evitar que la piedra que cierra la tumba sea removida; en verdad la causa es opuesta. La labor de estos hombres será la de permitir el ingreso de José de Arimatea, María Magdalena y el resto del grupo, evitando que miradas indiscretas pudieran observar lo que estaba reservado solo a iniciados.
Llegado a este punto es importante advertir que, a partir del momento en que Jesús es depositado en la tumba, esta se convierte en un templo, en un lugar sagrado; sabiamente se elige un sitio amplio y excavado en la roca que simboliza el reingreso al útero materno –en este caso nada menos que la Gran Madre Tierra– de donde saldrá renovado, en plenitud de sus poderes humanos magnificados al extremo posible que solo los grandes iniciados se encuentran en condiciones de alcanzar.
El templo o logia siempre tiene guardianes externos que aseguran privacidad y alejan a quienes apenas buscan curiosear. Aún hoy en día, aunque más no sea de manera alegórica, las sociedades secretas e iniciáticas –rosacruces, Masonería– hacen referencia a quien cuida exteriormente el templo y mantiene lo que sucede en el interior fuera del alcance de las miradas profanas.
El Evangelio de Simón Pedro trae relatos sobre temas que no figuran en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, refiere sucesos ocurridos tras el depósito del cuerpo de Jesús en la cueva. Explica que, además de los guardias romanos, había otras muchas personas congregadas allí. Precisamente las miradas indiscretas a que nos referimos antes, pugnando por acercarse a la tumba y, seguramente, tocar la piedra de acceso a la que de inmediato se le estarían atribuyendo poderes milagrosos, o solo para mirar qué estaba pasando.
Por eso fueron necesarios los soldados actuando a modo de cuidadores externos del sitio sagrado donde ocurrirían los pasos finales de la Gran Obra, de la Transmutación Perfecta en la persona de Jesús el Nazareno.
La versión incluida en este texto es plena en símbolos esotéricos. Así el versículo 35 señala que en la noche los estremeció una gran voz en el cielo y fue entonces cuando se abrieron los cielos y bajaron de ellos dos varones en medio de un gran resplandor. Dos varones en medio de un gran resplandor; o lo que es igual: dos seres de Luz o “de la Luz”. Ocurrió en ese momento que la piedra puesta en la puerta del sepulcro se retiró a un lado y los dos varones entraron en él. ¿Se movió sola la piedra? ¿Acaso fue un efecto psikinético de los que hoy explica la parapsicología pero que, por entonces, parecía algo milagroso?
Agrega el evangelista que mientras los guardias despertaban a su centurión y le explicaban lo acontecido, todos vieron a tres hombres saliendo por la puerta del sepulcro, dos de los cuales servían de apoyo a un tercero, y una cruz que iba en pos de ellos (versículo 39). Tres –una vez más el número del espíritu–. Ninguno de los cuales se parece a Jesús, sino que se los describe como de gigantesca estatura. Se escucha una voz proveniente de los cielos, que pregunta: ¿Has predicado a los que duermen? Y la cruz responde: Sí (versículo 41-42).
¿Has predicado a los que duermen?, puede tomarse como una expresión para referirse al centurión que dormía y a otros que también lo hacían en los alrededores. Pero no es así. El término “dormido” es usual para referirse a quienes todavía “no vieron la Luz”, los que no atravesaron siquiera una primera iniciación que les permita “despabilarse”, “perder el sueño”, “abandonar la dormición” que simboliza estar en la oscuridad de la ignorancia, desconocer la tradición hermética, los principios primordiales.
El relato agrega que, al día siguiente, cuando María Magdalena llega hasta el sepulcro, lo encontró vacío, con un joven vestido de blanco sentado sobre una roca en el interior de la sepultura.
En la parte final del manuscrito fragmentado leemos:
Yo, Simón Pedro, por mi parte, y Andrés, mi hermano, tomamos nuestras redes y nos dirigimos al mar, yendo en nuestra compañía Leví el de Alfeo, a quien el Señor… (versículo 60).