Capítulo X
Judas Iscariote:
el hermano terrible
Todo aquel que fuere iniciado en alguna orden o escuela esotérica y que haya leído el relato evangélico sobre los hechos previos y posteriores a la crucifixión de Jesús ha de haber comprendido de inmediato que se trata de un relato en el que se encuentran todas y cada una de las etapas de la experiencia iniciática: la soledad, pues el tránsito es una vivencia personal, la manifestación del miedo frente a lo desconocido, que empero debe atravesarse puesto que permitirá un crecimiento, avance y desarrollo personal imposible de conseguir de otra forma, la confrontación con el maestro o guía (“Padre, aparta de mí este cáliz” donde ese “padre” en verdad debe leerse como quien conduce, quien favorece ese tránsito obligando al discípulo –en este caso Jesús ya, prácticamente, en su última etapa para conseguir la verdadera condición de maestro– a avanzar por encima de sus temores profanos y las consabidas limitaciones psicofísicoespirituales), el dolor físico, la humillación, la vergüenza, la exposición ante quienes hasta ese momento son, al menos en apariencia, sus pares así como desconocidos, vecinos y enemigos; es decir: tan humanos y profanos como él, ignorantes de que en cada persona anida la posibilidad de un hombre nuevo, trascendente, pleno, espiritualmente completo; precisamente “hecho a imagen y semejanza del Creador”.
Esa y no otra es la travesía que Jesús ha decidido, no sin algunas flaquezas que siempre alcanza superar, llevar a cabo; la transmutación completa, la concreción del Opus, la “resurrección” no en el sentido de morir en lo físico sino la necesaria “muerte simbólica” para que –de ella, cual Ave Fénix– aparezca el hombre en plenitud, armonía, con todas sus potencialidades activas.
Todo fue dispuesto para ello. Inclusive la necesaria presencia de un ayudante, un colaborador secreto, un puente tendido que –por lo delicado de su misión– debe permanecer entre tinieblas.
Se trata de Judas Iscariote. Es el elegido para que el proceso de transmutación resulte ineludible.
Los demás discípulos no pueden, no deben, enterarse de lo que está ocurriendo so pena de malograrlo como estuvo a punto de hacerlo Pedro en su total imposibilidad de discernir las parábolas de su Maestro.
Ese Pedro que afirma aceptará la muerte antes que negarlo y después le niega tres veces; ese Pedro que no puede mantenerse una hora despierto cuando el Maestro lo solicita especialmente; ese Pedro temeroso que busca las callejuelas para ocultarse cuando apresan a Jesús, ese es el que ha de edificar la Iglesia. Sinceramente re sulta, como mínimo, extraño.
¿Qué capacidad para semejante obra podría albergar un hombre atento, ante todo, a cuidar su pequeña y oscura vida?
Ni siquiera es cierto que haya sido Pedro quien desenvaina la espada cortando la oreja de uno de los soldados; Mateo refiere que esto lo hace uno de los que acompaña a Jesús pero no dice quien.
Este tipo de sucesos así como la desaparición de toda persona de sexo femenino en papeles destacados en torno a la vida de Jesús de acuerdo a los Evangelios canónigos es, igualmente, sospechosa. Un rabí necesariamente debía casarse y tener hijos; otra cosa implicaría en aquellos tiempos deducir que había sido maldecido por Dios.
¿Por qué solo hay varones en torno al Maestro? ¿Cuál es la razón por la que las mujeres no aparecen en los relatos salvo en situaciones menores o desagradables?
Por eso es muy importante tener en cuenta los Evangelios no admitidos por la Iglesia como los hallados en Nahagmadi (Egipto) de origen copto, una comunidad también constituida en forma iniciática pero claramente diferenciada por estar sustentada desde el principio femenino que constituyó la columna vertebral de su formación espiritual.
Allí, en aquellos escritos escamoteados a los cristianos, se relata una historia que completa a la perfección la obra del rabí Jesús el Nazareno; un hombre extraordinario, pero un hombre. Nada menos que un hombre. Puesto que lo que Él pudo está al alcance de cualquiera de nosotros en la medida en que estemos dispuestos a vivir nuestra existencia acorde a las leyes universales, a la tradición hermética, a la búsqueda del hombre antes de la caída.
Es importante darse cuenta de que el cristianismo no habría pasado de ser una secta o un grupo de entre tantos de no haber sido por la decisión del emperador Constantino de convertirla en la religión oficial del Imperio Romano. Algo necesitaba –percibió su sagacidad política– para unir a pueblos de tan diferentes raíces. El cristianismo fue lo que encontró.
Pero ese hallazgo es menos de Constantino que de su madre, la futura Santa Helena. En verdad es esta mujer, tan especial, de tan firmes convicciones, la que prepara el campo –en especial con su larga peregrinación a Tierra Santa en busca de reliquias como la cruz, la corona de espinas y los clavos utilizados en la crucifixión del Maestro– la que realiza el trabajo esencial para la labor siguiente de Constantino.
Pero volvamos a Judas Iscariote.
Pongamos atención en que todo en este relato –tomo para nuestro trabajo el Evangelio de Mateo– tiene dichos donde aparece siempre el número tres o uno de sus múltiplos perfectos: el doce. Tres las veces que ora entre los olivares. Treinta son las monedas. Tres las veces que Pedro niega. Doce los apóstoles. Doce el número de legiones de ángeles… Tal cosa no es casual. Revela la profunda simbología del proceso iniciático cuyo número es el tres.
Tres es símbolo del campo espiritual. Cuatro del material. Tres por cuatro: doce. La integración, lo completo, el cosmos, la armonía, el respeto al principio primordial.
Judas está preparado no solo para ayudar a que Jesús concrete su tránsito iniciático, sino –y lo que quizás sea mucho más elevado– para tener la certeza de que por esta razón el recorrido iniciático de Judas será de mucho mayor compromiso. Su vergüenza y humillación no ha de durar horas como ocurre con el Maestro, sino siglos. En la memoria de los profanos su nombre aparecerá como sinónimo de traición barata (“treinta monedas”) y de la forma más reprobable de conducta.
Lo cierto es, en cambio, que Judas hace las veces de hermano terrible, aquel que conduce al futuro transmutado mientras el candidato duda y de no mediar la acción resuelta de este hermano terrible, los sucesos no se desencadenarían nunca, transformando la posibilidad en frustración. Algo que toda la gente común sabe bien, pues lo atraviesa en su vida diaria.
Un análisis del relato hecho por Mateo permite confirmar que Judas Iscariote y Jesús tenían total certeza de los pasos que estaban dando y que fueran acordados en secreto y de ante mano; que había otros en conocimiento de lo mismo como el dueño de la casa donde ocurre la Última Cena; que los discípulos no solo permanecen totalmente ajenos a los acontecimientos planificados –por lo que Jesús debe repetir una y otra vez que hay que dejar que las cosas pasen pues de ese modo fue previsto apelando para ello a los profetas– sino que su conducta en general es deleznable: huyen, se alejan, escapan.
De haber entendido las palabras del Maestro, ¿a qué hubieran temido?, ¿por qué razón no lo hubieran acompañado en una situación dramática pero que llevaría a Jesús –según Él mismo indica– a un plano superior? Los discípulos poco o nada han comprendido sobre los motivos por los cuales el Maestro se comporta de este modo.
En algunos párrafos se menciona a la resurrección. Una idea nada infrecuente. Ya procede del Egipto faraónico donde, no olvidemos, Jesús vive sus primeros años de vida llevado por sus padres. Un tiempo que fue obliterado en los Evangelios canónicos y rescatado en los apócrifos.
Todo lleva a pensar que Jesús recibió varias iniciaciones, en diferentes grados, cada vez de mayor intensidad y provecho. La primera en Egipto; tal vez en la pirámide atribuida a Kheops. Fue iniciado igualmente en la Orden Esenia. Ahora se disponía a la mayor prueba; la última a la que un hombre puede aspirar: su transmutación absoluta. “Ser a imagen y semejanza del Creador.” ¿Cómo es posible si no entender que tras la presunta resurrección sus discípulos, teniéndolo frente a ellos, no consiguen reconocerlo? Espíritu, mente y cuerpo trasmutaron. La esencia aflora en plenitud pero la persona ya no puede percibirse como antes. Lo que C. G. Jung llamaba “el Arquetipo de Muerte y Resurrección”. El mito griego del Ave Fénix capacitada para resucitar de entre sus propias cenizas. Alegorías de la transmutación alquímica. Del trabajo, de acuerdo a las enseñanzas de la tradición hermética.
Pasemos, ahora, a nuestra interpretación de los hechos.
MATEO 26
1- Y aconteció que, como hubo acabado Jesús todas estas palabras, dijo a sus discípulos:
2- Sabéis que dentro de dos días se hace la Pascua, y el Hijo del hombre es entregado para ser crucificado.
Jesús anuncia los hechos futuros para conocimiento de quienes le escuchan y lo hace como si estos supieran de qué se trata. Va preparándolos. De la manera en que habla no hay dudas de que tiene perfecto conocimiento de todos los pasos que habrán de sobrevenir. Ya informa que va a ser “entregado.”
3- Entonces los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, y los ancianos del pueblo se juntaron al patio del pontífice, el cual se llamaba Caifás.
Coincidente con el anuncio a los discípulos Caifás reúne al Sanedrín. ¿Cómo es que el Maestro conoce que esto está ocurriendo? ¿Es lícito pensar que los máximos sacerdotes y escribas eran parte del acuerdo establecido por Jesús para que su transmutación tuviera real concreción?
El punto es esencial porque si ocurrió como suponemos, y todo fue un plan urdido entre los mayores exponentes del desarrollo espiritual de aquel lugar y momento –a fin de cuentas Jesús es un rabí, un maestro–, ninguno traicionó a ninguno, ninguno buscó la muerte de Jesús (puesto que todos tenían conocimiento del plan y de que no habría de morir sino que cambiaría de condición) aunque a los ojos profanos y de Roma así parecería con lo cual se evitaban miradas indiscretas.
4- Y tuvieron consejo para prender por engaño a Jesús, y matarle.
Precisamente, para lograr este propósito a través de un engaño, había un engañador ya previsto: Judas Iscariote.
5- Y decían: No en el día de la fiesta, porque no se haga alboroto en el pueblo.
Extraña esta conducta si no se tiene en cuenta lo antes dicho. Por un lado se afirma que se quiere matarlo para dar un escarmiento, pero por otro se busca que el pueblo no se alborote. Que se enteren, pero que no se enteren, en verdad, contrario al comportamiento usual que implica que el pueblo esté presente y vea lo que acontece. De allí surgiría el escarmiento…
6- Y estando Jesús en Bethania, en casa de Simón el leproso.
7- Vino a él una mujer, teniendo un vaso de alabastro de unguento de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa.
8- Lo cual viendo sus discípulos, se enojaron, diciendo: ¿Por qué se pierde esto?
9- Porque esto se podía vender por gran precio, y darse a los pobres.
10- Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué dais pena a esta mujer? Pues ha hecho conmigo buena obra.
Téngase muy en cuenta, por lo que diremos seguidamente, esto de ha hecho conmigo buena obra.
11- Porque siempre tendréis pobres con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis.
¿A qué pobres se refiere el Maestro? ¿Y cuál es la causa por la que siempre habrá pobres? ¿Por qué pone a los pobres en comparación con Él diciendo que no siempre lo tendrán? Una de dos, o está afirmando que la injusticia reinará por siempre en la Tierra, o aquí pobre es sinónimo de “profano”; de quien nunca recibió la Luz transformadora.
12– Porque echando este ungüento sobre mi cuerpo, para sepultarme lo ha hecho.
Jesús explica, buscando ser entendido, de la manera que le es posible ante un auditorio poco calificado, lo que está ocurriendo. Una mujer –que no ha de haber sido una mujer cualquiera– llega hasta el Maestro colocando en los cabellos de Él y en toda la piel del cuerpo algo que el evangelista llama “ungüento.” Tampoco cualquier ungüento. Es algo costoso. Tanto es así que los discípulos, menos interesados en el bienestar de su guía y mucho más en el dinero que pudiera reportarles la venta de aquella misteriosa sustancia, plantean la conveniencia de haberlo vendido.
Peculiares seguidores estos, que anteponen el dinero al bienestar de Él. Por eso el Maestro explica que lo ha hecho por ser necesario para cuando sea sepultado. ¿Qué quiso decirles con esa afirmación?
Obvio que sus oyentes –a más desconocedores del plan tramado– nada entienden. Lo cierto es que Jesús ha recibido, de manos de esta mujer, un necesario tratamiento merced al cual su cuerpo podrá recibir con menor daño y dolor las mortificaciones que le aguardan. Se trata de un elixir preparado para que pueda soportar con menor sufrimiento lo que tendrá que atravesar cuyo efecto se potenciará con el paso de las horas adquiriendo el mayor provecho al momento de los tormentos.
13– De cierto os digo, que donde quiera que este Evangelio fuere predicado en todo el mundo, también será dicho para memoria de ella, lo que esta ha hecho.
LA ESPOSA DE JESÚS
Aunque muy pocos parecen haber reparado en esto, no hay que ser demasiado lúcido para comprender que no cualquiera podía aproximarse a Jesús llevando un ungüento y ser autorizado a echarlo sobre el Maestro. Es de sentido común pensar que tuvo que tratarse de una mujer conocida por todos, suficientemente cercana al Maestro como para poder arrojar un líquido sobre su cabeza y que ninguno hiciese otra recriminación que el desperdicio económico.
Además de esto, preguntémonos: ¿quién era el acaudalado que financió la compra? Una mujer aparece de pronto portando algo costoso que a ninguno llama la atención. Lo más probable es que se tratara de la misma María Magdalena; la mujer de Jesús, su esposa amada. Y la reconvención dineraria que hacen algunos discípulos, otra de las manifestaciones de envidia tan frecuentes hacia ella como lo han registrado algunos de los Evangelios Apócrifos.
Esto también explica el motivo por el cual Mateo –sea quien fuere en verdad el primero en escribir este texto que ahora analizamos– mantuvo en el anonimato a esta mujer; en el supuesto caso de que las primeras versiones guardaran, efectivamente, tal anonimato, ya que es probable que fuera quietado el nombre a medida que los Evangelios se reescribieron.
Tan importante es lo que la mujer ha hecho, que Jesús lanza una advertencia que parece haber pasado desapercibida para todos desde entonces. Afirma que cuando se prediquen los Evangelios también será dicho para memoria de ella. ¡Vaya dato! Los Evangelios cuando se predican no se hacen solo en nombre de Él, sino de dos personas: el Maestro y aquella desconocida. Hecho que nos pone en alerta sobre el punto clave de que hay una mujer a la cual los cristianos tienen el deber de recordar y que, sin embargo, no solo no es recordada sino que ni siquiera puede decirse quién era ella.
María Magdalena es mencionada tanto en el Nuevo Testamento canónico como en varios evangelios apócrifos como una distinguida discípula de Jesús.
Jesús pone en su mismo nivel a dicha mujer, que es quien lleva a cabo un ritual sanador.
Se les ha escapado aquí, a quienes se ocuparon de “pulir” las Escrituras, un hecho valiosísimo en el que se comprueba el lugar tan especial –de privilegio puede decirse– en que el Maestro colocó al principio femenino.
Ella cuida a Jesús. Ella tiene el conocimiento. Ella lo protege. Jesús la encuentra su par, lo que en ningún momento de los Evangelios ocurre con ninguno de sus seguidores.
11- Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los príncipes de los sacerdotes,
12- Y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le señalaron treinta piezas de plata.
13- Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle.
14- Y el primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que aderecemos para ti para comer la pascua?
15- Y él dijo: Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa haré la pascua con mis discípulos.
Otro pasaje que ya ha llamado la atención de varios estudiosos: Id a la ciudad a cierto hombre y decidle… Pero, ¿quién es este hombre que tiene en su casa todo preparado para la Última Cena? Deberíamos pensar que se trata de otro de los miembros de la trama que secretamente ha urdido Jesús. Cierto hombre es una expresión que suena más a texto corregido a posteriori con el único fin de borrar las señas sobre quién era el dueño de la casa. Cruzando datos, en base a todas las fuentes de que se dispone en la actualidad –y aún habiendo demasiadas en secreto– puede afirmarse que era la residencia de su adinerado hermano (en el doble carácter de hermano carnal y hermano iniciático) José de Arimatea.
Va de suyo que Jesús solo podía pasar su última cena en un ambiente familiar, seguro y a resguardo, donde tendría la comodidad y disposición requerida. Era la residencia de José de Arimatea, de planta baja y primer piso, con comida y bebida en abun dancia y sirvientes confiables en cuanto a la reserva. Por eso los discípulos encuentran sin dificultad el sitio. Todo estaba combinado de antemano.
16- Y los discípulos hicieron como Jesús les mandó, y aderezaron la Pascua.
17- Y como fue la tarde del día, se sentó a la mesa con los doce.
Poco importa, realmente, si en la mesa hubieron doce o muchos más. Lo probable es que fueran un mayor número. Pero como ya hemos señalado aparece esta cifra –doce– para mantener la lectura simbólica en clave esotérica. Cuatro veces tres: doce. Lo espiritual en su máxima expresión multiplicado por cuatro, el número de la materia: integración armónica e infinita de los opuestos. La obra final y anhelada del alquimista.
18- Y comiendo ellos, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me ha de entregar.
…uno de vosotros me ha de entregar.
Jesús continúa, paso a paso, lentamente, dando información a sus discípulos sobre lo que va a pasar. No duda. No titubea. Todo se encuentra perfectamente planificado. Y solo las personas de absoluta confianza –aquellas cuya capacidad espiritual e intelectual está demostrada– forman parte del proceso.
19- Y entristecidos ellos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor?
20- Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ese me ha de entregar.
Es bien simple comprender que ante tamaña afirmación un perjuro verdadero se habría limitado a comer de cualquier otro plato que no fuera el que utilizaba el Maestro. Tampoco hubiera preguntado si habría de ser él; mas bien hubiera buscado pasar desapercibido. Pero no lo hace, se muestra. Y Jesús colabora para ello. Es un teatro: hay un libreto, actores y espectadores.
10- A la verdad el Hijo del hombre va, como está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado! bueno le fuera al tal hombre no haber nacido.
11- Entonces respondiendo Judas, que le entregaba, dijo. ¿Soy yo, Maestro? Dícele: Tú lo has dicho.
12- Y comiendo ellos, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed, esto es mi cuerpo.
13- Y tomando el vaso, y hechas gracias, les dio, diciendo: Bebed de él todos.
14- Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados.
15- Y os digo, que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.
Al afirmar que aquel hombre por quien el Hijo del hombre es entregado, bueno le fuera al tal hombre no haber nacido, el Maestro arroja confusión entre los lectores bíblicos profanos, puesto que la interpretación que estos hacen de la sentencia es que lo está maldiciendo por traidor. No hay tal cosa. Lo que leemos en clave iniciática es una gran verdad, reiterada en mitos y leyendas de todas las culturas y todos los tiempos, aquel que es designado para servir de llave hacia la transmutación es la persona que luego será motivo de escarnio de los profanos quienes, al carecer de Luz, en modo alguno pueden entender lo necesario de ese proceder y lo interpretan de manera mezquina, a su modo; una manera equivocada pero comprensible en quienes opinan sobre lo que desconocen.
LOS CAMINOS QUE SE BIFURCAN
Jesús, después, se refiere a que la próxima vez que beba vino ya será el hombre nuevo, el que ha completado todo el proceso de individualización a que puede aspirar un humano. El reino de mi Padre es como decir “el mundo de mi guía”, el sendero de la luz o cual si hubiera expresado: “Entonces sí seré Maestro”.
La mención a la sangre que será derramada por muchos es referencia a todas las persecuciones que hubo pero que seguirían sobreviniendo sobre quienes están dispuestos a lograr consigo mismos la obra, la transmutación definitiva. Y, en verdad, hasta hoy mismo esto sigue sucediendo. Por eso el iniciado debe callar tantas veces como números tiene el infinito.
16- Y habiendo cantado el himno, salieron al monte de los Olivos.
17- Entonces Jesús les dice: Todos vosotros seréis escandalizados en mí esta noche; porque escrito está: Heriré al Pastor, y las ovejas de la manada serán dispersas.
Una vez más Jesús anuncia los hechos que sucederán.
La comparación del pastor y el rebaño es interesante; habla de la asimetría entre uno y los otros que se producirán sin el guía. El Maestro ya sabe que cuando Él logre su propósito tan elevado, quienes hasta ese entonces le seguían, llamándose discípulos, no podrían seguir el mismo camino. Tan solo quedarán la melancolía, el recuerdo, la evocación de haber compartido aquellos tiempos únicos.
16- Mas después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea.
Se advierte, de acuerdo al modo en que habla Jesús, que cuando se refiere a la resurrección no la asocia con su traslado a “otro mundo” o cosa que se le parezca. Lo que anuncia es que volverá a dirigirlos para conducirlos fuera de Jerusalén y llevarlos hasta Galilea. Nada especial ni espectacular en verdad. ¿No hay aquí una clave simple y sencilla para entender a qué tipo de muerte y resurrección se está refiriendo Él?
17- Y respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos sean escandalizados en ti, yo nunca seré escandalizado.
18- Jesús le dice: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
19- Dícele Pedro. Aunque me sea menester morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo.
Como se observa, los discípulos tienen la característica de personalidad típica de la gente profana, del hombre común, del pueblo que confunde decir con hacer. Los discípulos, muy entusiasmados y sin tener una idea mínima sobre aquello de que les habla el Maestro, afirman que no lo negarán, no lo dejarán, preferirán morir antes que eso.
Frente a los hechos concretos la reacción será diferente. Tal como ha ocurrido con tantos acontecimientos de la historia entre líderes y seguidores.
20- Entonces llegó Jesús con ellos a la aldea que se llama Gethsemaní, y dice a sus discípulos: Sentaos aquí, hasta que vaya allí y ore.
Empiezan, a partir de este momento, los pasos rituales que Jesús debe completar para que su ceremonia de iniciación alcance el grado supremo que esta le depara. Por eso necesita aislarse, separarse del grupo sin que este deje de estar cerca. La tarea en que está embarcado requiere, ya mismo, de necesarios ejercicios de concentración mental intensos, preparatorios del estado alterado de conciencia, que deberá adquirir para superar exitosamente los tormentos a que se lo someterá. No alcanzaría con el ungüento de aquella mujer, ni con otra bebida que le será administrada, como se verá en su momento, cuando ya esté colgando de la cruz.
21-Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera.
Otro signo inequívoco de la vivencia iniciática previa a atravesar los pasos concretos que a ella conllevan, son el acrecentamiento de los sentimientos de tristeza y angustia. Todo quien ha pasado por una experiencia iniciática lo sabe. Una lánguida y sutil tristeza, pues hay un perfil de la personalidad de uno mismo que morirá: intereses, búsquedas, gustos, relaciones que desaparecen para siempre dando paso a nuevos horizontes. Amigos y afectos que ya no estarán junto a uno. Y la angustia frente a lo deseado pero temido por desconocido.
No hay atajos en el campo iniciático, ni agentes facilitadores. La transformación –mucho más que ello, la transmutación– solo es dable mediante la experiencia personal de estados que alteran la conciencia a tal punto que la energía misma de lo viviente se manifiesta. (Es por esto que la llamada Sábana Santa que se encuentra en Turín muy probablemente no sea la sábana donde fue envuelto Jesús mientras completaba su trabajo esotérico de “resurrección”, pero sí la que fue utilizada por alguna otra de las pocas personas –entre hombres y mujeres– que fueron capaces de realizar travesía interna semejante desde aquella fecha a la actualidad).
21- Entonces Jesús les dice: Mi alma está muy triste hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.
¡Imposible no entender tan transparente simbología! Su alma está muy triste hasta la muerte. Debe entenderse que el alma estará triste hasta que la transformación (representada por la “muerte” como siempre se ha utilizado en la alquimia) haya acontecido. Como se trata de un hecho sacro que requiere quietud, atención, fraternal afecto y recogimiento, el Maestro pide que le acompañen el sentimiento.
22- Y yéndose un poco más adelante, se postró sobre su rostro, orando, y diciendo: Padre mío, pasa de mí este cáliz; pero hágase tu voluntad y no la mía.
Es este uno de los instantes más difíciles del proceso iniciático. Allí muchos, desde la mítica, legendaria e histórica Atlántida –madre de todas las escuelas de sabiduría esotérica– y hasta el presente, han fallado, trastabillado, dudado y regresado por donde habían llegado. El guía (que aquí aparece como el padre; es decir el que estipula la ley, quien indica cuáles son las normativas para cumplir el proceso) exige a Jesús que complete su transformación mediante la cual podrá hacer uso voluntario de todas aquellas fuerzas cósmicas que habitan en potencia a los humanos.
Jesús no duda; en el mejor de los casos lo que está haciendo es pedir tiempo; pasar el cáliz implica darle de probar la copa a otro antes que a uno, es cierto. ¿Quién no ha pensado en pedir un poco más de tiempo cuando estaba frente a la puerta que lleva al sendero de la transmutación? Pero conlleva la idea de que, aunque sea más tarde, finalmente uno beberá de ella. Esto es, aceptará hacer lo necesario para completar la iniciación final.
Superando ese temor tan natural y hasta necesario para dar el valor que tiene cada acto iniciático, Jesús reconoce la autoridad, sabiduría y clarividencia (no en el sentido parapsicológico del término sino en su etimología de “ver claro” de tener absoluta comprensión de lo que conviene realizar) del guía –el padre– y se dispone a atravesar las dolorosas pruebas.
23- Y vino a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así no habéis podido velar conmigo una hora?
El sendero iniciático es personal y de una soledad absoluta. En estos pasajes se evidencia eso. Ninguno puede acompañar a Jesús en el esfuerzo. Ni siquiera en los primeros rituales requeridos, como lo es trabajar la concentración mental para adquirir un estado especial de conciencia.
Ninguno de los discípulos está preparado, ni en lo mínimo, para semejante cosa. Entre ellos el propio Pedro.
¿Realmente Jesús afirmó que tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia o se trata –como pensamos– de otras de las tantas frases modificadas de los Evangelios con la sola intención de excluir –por ejemplo– a María Magdalena?
24- Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu a la verdad está presto, mas la carne enferma.
25- Otra vez fue, segunda vez, y oró diciendo. Padre mío, si no puede este vaso pasar de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
26- Y vino, y los halló otra vez durmiendo; porque los ojos de ellos estaban agravados.
27- Y dejándolos fuese de nuevo, y oró tercera vez, diciendo las mismas palabras.
Jesús ya se encuentra plenamente decidido a continuar. Entiende cabalmente que está solo y que quienes hasta el presente lo siguieron no pueden hacer nada fuera de eso. Servirán, en el futuro, para relatar historias seguramente exagerándolas y olvidando enseñanzas que no estuvieron capacitados para comprender.
Además, ¿quiénes son estos discípulos que lo acompañan pero que no pueden seguirlo? Ninguno de los que el Maestro incluyó en su plan secreto, por cierto. ¿No se encuentran con Él las mujeres? Pareciera que no. Quizás estén ocupadas preparándose para las tareas que les aguardan ya que todo lleva a pensar que ellas se encontraban en perfecto conocimiento del plan urdido y a cada una le cabía cierta responsabilidad.
28- Entonces vino a sus discípulos y díceles: Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores.
Entregado en manos de pecadores debe leerse “puesto en manos profanas” porque –y no deja de ser paradójico– se trata aquí de un pasaje iniciático al que se ha echado manos de profanos para realizarlo. Son meros instrumentos, ignoran los motivos ciertos y escondidos de por qué y para qué están participando de estos hechos.
Poncio Pilatos entrevé –dada su astucia y capacidad política– que en torno a todo esto que está sucediendo con Jesús hay cosas que carecen de sentido.
De la lectura de los Evangelios queda claro que Pilatos se da cuenta de que algo ocurre fuera de su comprensión y a lo que se hallan vinculados desde el Sanedrín hasta el mismo Jesús.
46- Levantaos, vamos: he aquí ha llegado quien me ha entregado.
¡No puede ser más evidente! Jesús avisa que todo está por comenzar. Solo quien conoce lo que ha planificado puede pronunciarse de tal modo.
47- Y hablando aún él, he aquí Judas, uno de los doce, llegó, y con él mucha gente con espadas y con palos, de parte de los príncipes de los sacerdotes, y de los ancianos del pueblo.
48- Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, aquél es: prendedle.
49- Y luego que llegó a Jesús, dijo: Salve, Maestro. Y le besó.
50- Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces llegaron, y echaron mano a Jesús, y le prendieron.
Sorprendente secuencia. Jesús avisa una y otra vez cuánto habrá de acontecerle. Nota que Judas Iscariote se acerca hasta donde ellos se encuentran (lo que, por otro lado, aclara que no fue uno de quienes por tres veces se quedaron dormidos cuando el Maestro pedía que lo acompañaran.) El Evangelista confirma que Judas arriba con los pecadores que vienen a prenderlo.
Mas cuando el supuesto “traidor” cumple su misión, Jesús lo interroga: ¿A qué vienes? ¿Cómo a qué vienes puede preguntarse con justo derecho el lector de las Escrituras. Si Él mismo ha dicho una y otra vez que esto pasará y lo dirá de nuevo más tarde. ¿A qué atribuir esta innecesaria pregunta? Y la respuesta es una sola: Jesús tiene que fingir sorpresa –seguir actuando un guión predeterminado, como ya hemos dicho– para que los soldados y la muchedumbre no sospechen que están siendo objeto de un plan que desconocen. Es la única causa por la cual pudo haber interrogado de ese modo.
10– Y he aquí, uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del pontífice, le quitó la oreja.
Entonces Jesús le dice: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán.
¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles?
¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras, que así conviene que sea hecho?
13- En aquella hora dijo Jesús a las gentes: ¿Como a ladrón habéis salido con espadas y con palos a prenderme? Cada día me sentaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis.
Jesús, como buen rabí, recuerda las veces que enseñaba en el templo. No una ni dos, sino frecuentemente. Para aquellos judíos este maestro era uno más de los tantos rabinos (maestros) que predicaban a las puertas del Segundo Templo que sería destruido un par de décadas después. Y, preguntémonos otra vez, ¿cuál es la causa por la que Jesús dice estas cosas? Precisamente para distraer, para dar la impresión de que está desconcertado, de que Él nada tiene en relación a cuanto ocurre.
14- Mas todo esto se hace, para que se cumplan las Escrituras de los profetas. Entonces todos los discípulos huyeron, dejándole.
15- Y ellos, prendido Jesús, le llevaron a Caifás pontífice, donde los escribas y los ancianos estaban juntos.
16- Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del pontífice; y entrando dentro, estábase sentado con los criados, para ver el fin.
17- Y los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos, y todo el consejo, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregale a la muerte;
18- Y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se llegaban; mas a la postre vinieron dos testigos falsos,
19- Que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo.
20- Y levantándose el pontífice, le dijo: ¿No respondes nada? ¿qué testifican estos contra ti?
21- Mas Jesús callaba. Respondiendo el pontífice, le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, Hijo de Dios.
22- Jesús le dijo: Tú lo has dicho: y aun os digo, que desde ahora habéis de ver al Hijo de los hombres sentado a la diestra de la potencia de Dios, y que viene en las nubes del cielo.
23- Entonces el pontífice rasgó sus vestidos, diciendo: Blasfemado ha: ¿qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora habéis oído su blasfemia.
24- ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: Culpado es de muerte.
25- Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de bofetadas; y otros le herían con mojicones.
Atendiendo a este relato es innecesario anotar que Jesús hace todo cuanto se encuentra a su alcance para ser condenado a muerte.
Caifás –que como Judas quedó para la lectura superficial de la historia como otro de los culpables– una y otra vez hace preguntas buscando que el prisionero se defienda; le otorga intersticios para que consiga evitar su condena. La actitud de Jesús persigue lo opuesto. Quiere que lo condenen. Sus respuestas son sibilinas, ambiguas; ni niega ni afirma. Permanece en silencio.
Diciendo: Profetízanos tú, Cristo, quién es el que te ha herido.
Y Pedro estaba sentado fuera en el patio: y se llegó á él una criada, diciendo: Y tú con Jesús el Galileo estabas.
71- Mas él negó delante de todos, diciendo: No sé lo que dices.
72- Y saliendo él a la puerta, le vió otra, y dijo a los que estaban allí: También este estaba con Jesús Nazareno.
73- Y negó otra vez con juramento: No conozco al hombre.
74- Y un poco después llegaron los que estaban por allí, y dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu habla te hace manifiesto.
75- Entonces comienzo a hacer imprecaciones, y a jurar, diciendo: No conozco al hombre. Y el gallo cantó luego.
76- Y se acordó Pedro de las palabras de Jesús, que le dijo: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliéndose fuera, lloró amargamente.
Hay que distinguir el hecho de que el evangelista haya cuidado dejar para los futuros seguidores el relato del comportamiento indigno de Pedro. A ningún otro de los discípulos hace referencia. Pero de Pedro sí y en detalle. Algunos analistas cristianos suponen ver en esto el valor de la conversión, de cómo una persona pusilánime, mezquina y falsa puede transformarse por acción de la fe en un titán.
Podría ser. Pero es dudoso.
Psicológicamente ¿cómo creer que semejante cadena de debilidades mientras tenía al líder delante hayan variado hacia lo diametralmente opuesto cuando ya no contaba con Él?
Existen quienes sostienen que tras lo que la cristiandad llama resurrección Pedro encontró la fuerza necesaria para constituirse en el eje fundamental de la erección de la Iglesia. Quizás. Pero también es posible que el evangelista haya buscado dejar en claro quién fue quién en aquel entonces y que, arteramente, ciertos pasajes fueran quitados. Claro que no ocurrió así en los Evangelios Apócrifos. Entonces, alguien tuvo que decidir que estos cuatro que conforman los Evangelios Canónicos fueran los de “inspiración divina” y los restantes no.
Ahora bien, ¿sabe el lector que tales escrituras de inspiración divina fueron las historias más superficiales y por ello atrayentes para el pueblo, que se decían de memoria en plazas y tabernas hacia fin del primer siglo y durante el segundo de esta era?
¿Sabe el lector que a la gente le gustaba oírlos porque cuentan historias de vida y no versan sobre temas profundos?
¿Sabe el lector que estos relatos tuvieron para aquellos tiempos el mismo atractivo que muchos siglos después el canto de los juglares, en el siglo XX el radioteatro y hoy en día las novelas televisivas?
Así son las cosas.
Conviene, llegado este punto, recordar palabras de Jesús:
No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, pero sí aquél que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Ya que cuando llegue la hora, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos prodigios? Más yo les responderé: Jamás os conocí; ¡apartaos de mi, obradores de maldad!
Muy obvio es, para la lectura de cualquier iniciado, que lo que el Maestro está anunciando es que solo conocerá a quienes también haya completado su proceso personal de transmutación. A eso se refiere con entrar al reino de los cielos es lo que se consigue aceptando ser transformado. Hacer la voluntad de su padre (su guía como ya hemos dicho) es permitir la guía de quien ya superó el trance.
Es muy importante también, para evitar confusiones, señalar que Jesús está dejando en claro que profetizar, expulsar demonios y hacer muchos prodigios no es signo inequívoco de haber dejado la profanidad. Con hacer esas cosas no alcanza para lograr la plenitud de las esencias humanas que proceden de la armonía del cosmos.