Capítulo XII
La orden de Jesús
El Jueves Santo de 2007, durante una homilía en Roma desde la Basílica de San Juan de Letrán, el papa Benedicto XVI, admitió, por primera vez en la historia de la Iglesia Católica que, como lo hemos postulado en muchas de nuestras conferencias, artículos y en este mismo libro, hubo una importante relación entre Jesús y la Orden de los Esenios. Aunque cierto es que tal vínculo recién pudo comenzar a establecerse en el campo de la arqueología, debido al hallazgo en 1947 de los Manuscritos de Qumran, o Manuscritos del Mar Muerto, precisamente, en Cisjordania. Hallazgo que, en concordancia con los de Nahagmadi en Egipto, como indicamos en otro capítulo, fueron demasiado “casuales” como para no sospechar que eran asuntos conocidos desde mucho antes y se dieron a la luz en el momento acordado siguiendo los lineamientos decididos por quienes son los grandes titiriteros de la humanidad.
Ratzinger admitió que, probablemente, Jesús celebró la Pascua con sus discípulos de acuerdo con el calendario de la comunidad de Qumran; vale decir, un día antes de la fecha establecida por el ritual judío oficial. Y lo hizo sin cordero, como la comunidad de Qumran, que no sacrificaba animales. En palabras del propio Ratzinger: “En lugar de cordero se ofreció a sí mismo, ofreció su vida”.
Esa tarde, el Papa explicó que si bien esta hipótesis no está totalmente aceptada por todos, es la que mejor explica las aparentes contradicciones entre los diferentes Evangelios. Vamos a recordar que en el de Juan, Jesús muere crucificado durante la Pascua judía, cuando se sacrifican los corderos en el Templo de Jerusalén, en tanto que los otros tres evangelistas afirman que durante la noche de Pascuas, Jesús estaba celebrando su Última Cena.
Así, siguiendo Jesús el calendario ritual esenio, celebró las Pascuas un día antes, con lo que el relato de Juan dejaría de entrar en contradicción con los otros tres textos.
Los esenios, una orden inciática conformada por disidentes judíos, adversarios de fariseos y saduceos, autores – entre el siglo II a. J y el siglo I d. J – de los rollos luego ocultados a modo de biblioteca cerrada en las grutas situadas en la zona costera del Mar Muerto, con lo cual dichos materiales se transformaban en los textos bíblicos más antiguos, y en la fuente histórica más cercana al Nuevo Testamento. De hecho, a partir del momento en que los científicos confirmaron la historicidad de los rollos, desarticulando la postura de que habían sido fraguados para edificar un mito sobre Jesús, una parte importante de su historia puede ser reconstruida.
Luego de la explicación del significado de la celebración de la Pascua de Israel, Ratzinger, explica en su homilía:
Esta cena con sus múltiples significados fue celebrada por Jesús con los suyos en la noche antes de su Pasión. Teniendo en cuenta este contexto, podemos comprender la nueva Pascua, que Él nos dio en la Santa Eucaristía. En las narraciones de los evangelistas, se advierte una aparente contradicción entre el Evangelio de Juan, por una parte, y lo que nos dicen Mateo, Marcos y Lucas, por otra. Según Juan, Jesús murió en la cruz precisamente en el momento en el que, en el templo, se inmolaban los corderos de Pascua. Su muerte y sacrificio de los corderos coincidieron. Esto significa que Él murió en la vigilia de Pascua y que, por lo tanto, no pudo celebrar personalmente la cena pascual, al menos esto es lo que parece.
Y agrega más adelante el papa Benedicto XVI, entrando ya en la controversia propiamente dicha entre los Evangelios:
Según los tres evangelistas sinópticos, por el contrario, la Última Cena de Jesús fue una cena pascual, en cuya forma tradicional Él introdujo la novedad del don de su cuerpo y de su sangre. Esta contradicción hasta hace unos años parecía imposible de resolver. La mayoría de los exegetas pensaba que Juan no había querido comunicarnos la verdadera fecha histórica de la muerte de Jesús, sino que había optado por una fecha simbólica para hacer de este modo evidente la verdad más profunda: Jesús es el nuevo y verdadero cordero que derramó su sangre por todos nosotros.
ESENIOS, LOS PROTAGONISTAS PRIVILEGIADOS
El origen de esta orden que habitó en Qumran, ubicada a unos 17 kilómetros al sur de Jericó y al norte de Ain Gidi, a la vera del Mar Muerto, se remonta al 197 al 142 a. J, y su existencia, al menos hasta el siglo I d.C. quedó absolutamente probada, a partir de los Manuscritos del Mar Muerto, y con el reconocimiento del Vaticano, también, la presencia de Jesús y Juan el Bautista entre ellos.
El mensaje de los esenios llamaba a abandonar las normas usuales de las cosas existentes hasta entonces para sumarse a una comunidad con reglas propias. Se retiraron al desierto entre el 166 y el 159 a. J, tras la revuelta macabea, que habían apoyando, pero que dejaron de hacerlo en disidencia con sus resultados finales. Bajo la conducción de un maestro de justicia, comenzaron a preparar “el camino del Señor”.
Dentro de la orden los bienes eran comunes y el trabajo se distribuía en función de las necesidades y la capacidad de cada miembro. Una parte del fruto del trabajo comunitario se reservaba para asistir a huérfanos, pobres, forasteros, viudas, mujeres solteras ancianas, y esclavos fugitivos.
Para ser aceptado se debía pasar por pruebas rigurosas que se extendían por el plazo de dos años, y una vez incorporado, el nuevo miembro debía comprometerse, a través del juramento, a una vida dedicada al estudio de la Ley, tanto como a practicar la humildad y la disciplina. No permitían miembros mujeres.
Vivían como campesinos humildes, y los numerosos estudios que realizaron con plantas y minerales, los llevaron a descubrir aplicaciones en la medicina; por ejemplo, con los efectos curativos de ciertos vegetales.
Conducidos por el maestro de justicia que, por las referencias recogidas en los rollos del Mar Muerto, habría comenzado a liderar la orden en el 150 a. J, los esenios se opusieron a la autoridad del sumo sacerdote Jonatán, hermano de Judas Macabeo, al considerar que el líder religioso había dejado de ser fiel a Dios. Así, marcharon a Kirbert Qumran, y allí desarrollaron una intensa actividad, fundando lo que se conoció como Ciudad de la Sal, en el desierto de Judea.
Si bien se los conoció como la comunidad de Qumran, los esenios estuvieron también en Jerusalén, en el siglo I, y en Egipto, en los alrededores de Alejandría; lo que naturalmente los relaciona de alguna manera con las escuelas esotéricas faraónicas así como con los sabios maestros que transitaban la Biblioteca de Alejandría que tanto conocimiento reservado solo a los iniciados más distinguidos proveía.
Excelentes constructores (más recientemente hubiéramos dicho “verdaderos masones”) los esenios diseñaron magníficos depósitos de agua en medio del desierto, y gran cantidad de lavabos que, además de abastecerlos del vital elemento, funcionaban. Creían en el juicio final, la resurrección, la vida eterna, la gloria para los fieles a Dios, y el castigo para quienes no lo eran. También en Satanás, como enemigo de Dios, y en ángeles caídos.
Afirman en sus escritos:
Quienes caminan en el espíritu de la verdad recibirán curación, una larga vida de paz y fecundidad, junto con toda bendición perpetua y alegría eterna en una vida sin fin, una corona de gloria y un manto de majestad en la Luz inextinguible. Por el contrario, los que caminen en el espíritu de las tinieblas verán una multitud de plagas de mano de todos los ángeles de destrucción, condenación eterna por la fuerza vengadora de la ira de Dios, tormento sin fin y desgracia perpetua, junto con la extinción infamante en el fuego de las regiones tenebrosas.
Sobre el origen del nombre de la orden se manejan varias posibilidades. La primera es que deriva del griego osseos que significa “santos”. Podría también provenir del arameo hasidei, “los piadosos”, o bien del hebreo, osei, que sería algo así como “hacedores”, en este caso de la ley.
Desde el punto de vista político, para llamarlo de algún modo, tienen una postura sumamente avanzada para su tiempo: postulaban que los poderes humanos eran siempre opresivos, por lo que abominaban de las guerras; y si se dice de ellos que son la esencia del cristianismo primitivo (el cristianismo fue en gran medida el esenismo triunfante, escribió Joseph Ernest Renan), también podría considerárselos como la base del socialismo primitivo.
Proclamaban:
¿Qué pueblo desea ser oprimido por otro más fuerte que él? ¿Quién desea ser despojado inicuamente de su fortuna? Y sin embargo ¿cuál es el pueblo que no oprime a su vecino? ¿Dónde está el pueblo que no ha despojado a otro de su fortuna?
Olivier Manitara en Los esenios, cuenta que la orden estaba perfectamente organizada por jerarquías. Así, estaban quienes residían en las escuelas–monasterios, localizadas en lugares cuidadosamente escogidos, otros que vivían en villas rodeadas de paredes bajas, y por fin quienes habitaban en las ciudades de grandes edificios que pertenecían a la comunidad.
Habían creado, también, un aceitado sistema de información mediante el cual llevaban noticias a todos los centros habitados de cada país.
Gracias a tan perfecta organización, postula Manitara, fue que Jesús pudo alcanzar cada uno de los hechos que se propusiese.
Luego de ser admitidos en la orden, con la categoría de Hermano, se le proveía la ropa blanca de lino, y un bastón que lo acompañarían por el resto de sus días. La indumentaria simbolizaba el poder del bautismo y la pureza del alma. El bastón, en tanto, el conocimiento de las leyes secretas de la vida, tanto como la capacidad para utilizarlas armoniosamente. Era imprescindible tener por lo menos 21 años para poder aspirar a la iniciación.
Los caballeros del Temple. La orden fue fundada por los esenios nucleados en el Priorato de Sión. El grupo había huido luego de la destrucción de Qumram.
Se sabe, también, que eran dueños de una avanzada retórica y que podían curar ciertas enfermedades mediante la entonación de sonidos.
Herederos de la Orden de Malquisedec, los Hijos de la Luz, como se denominaban a sí mismos, mantuvieron un fuerte enfrentamiento con los judíos a quienes acusaban que contaminar el santuario, debido a los sacrificios de animales que realizaban. También el calendario utilizado era un punto controversial. Los esenios se regían por el calendario solar mientras que en Jerusalén se valían del lunar, por eso, precisamente, las liturgias no coincidían cronológicamente.
Sin embargo, los esenios dejaron grabados en la historia sucesos impresionantes. Entre ellos, la actitud que tuvieron cuando los romanos arrasaron Qumran. El historiador Flavio Josefo, apenas deja espacio para la imaginación:
La guerra romana ha probado su fuerza de carácter en toda circunstancia: los miembros apaleados, torturados, quemados y sometidos a todos los instrumentos de martirio con el fin de arrancarles alguna blasfemia contra el legislador o para hacerles comer alimentos prohibidos, no ha podido obligarles ni a lo uno ni a lo otro, ni siquiera sus torturadores han podido alardear de haberles hecho derramar una sola lágrima. Sonrientes durante los suplicios y burlándose de sus verdugos, expiraban con alegría como si pronto volvieran a revivir.
Por el brutal ataque a Qumran ocurrió en el año 70 d. C. de la ciudad no quedaron más que escombros. Los pocos esenios que lograron salvar la vida se refugiaron en el seno de comunidades cristianas que los acogieron. Aquellos últimos esenios formarían el Priorato de Sión, formación oculta de la Orden del Temple.
LA MIRADA DEL HISTORIADOR
El historiador judío Flavio Josefo (n. 37 d. J, en el seno de una familia sacerdotal de Judea) escribió cuatro libros, todos en griego (La guerra de los judíos, Antigüedades judías, Contra Apión y Autobiografía) y es, acaso, una de las mayores fuentes disponibles con que se cuenta para conocer a los grupos religiosos y políticos que dominaban la escena en tiempos de Jesús.
Así, tanto en el primero como en el segundo de los libros, el historiador define a los esenios.
Dice, por ejemplo, en La guerra de los judíos:
Entre los judíos había tres sectas filosóficas. Los secuaces de la primera son los fariseos, los de la segunda los padeceos y los de la tercera, que tienen la reputación de mayor santidad, reciben el nombre de esenios. Estos son judíos de nacimiento, y los unen lazos de afecto más fuertes que los de las otras sectas. Rechazan los placeres, estiman la continencia y consideran como una virtud el dominio de las pasiones. Permanecen célibes, y eligen los hijos de los demás, mientras son maleables y está a punto para la enseñanza, los aprecian como si fueran propios y los instruyen en sus costumbres. No niegan la conveniencia del matrimonio ni pretenden acabar la generación humana, pero se guardan de la lujuria femenina, convencidos de que ninguna mujer es fiel a un solo hombre.
En el mismo libro, Flavio Josefo define lo que para el lector actual sería algo así como la postura ideológico-política que sostenía la orden en cuyo seno se formó Jesús. Es interesante observar la enorme cantidad de puntos de contacto que existen con los postulados socialistas, elaborados dieciocho siglos más tarde.
Desprecian las riquezas y su forma de vida en comunidad es extraordinaria. Entre ellos ninguno es más rico que otro, puesto que, de acuerdo con su ley, los que ingresan en la secta deben entregar su propiedad a fin de que sea común a toda la orden, tanto que en ella no existe pobreza ni riqueza, sino que todo está mezclado como patrimonio de hermanos (…) Eligen administradores encargados de sus propiedades comunes, y son tratados con absoluta igualdad en cualquiera de sus necesidades.
Más adelante, el historiador da cuenta del sistema de justicia que regía a los esenios, tanto como del orden social que los regulaba.
Expulsan de su orden a aquellos que incurren en delito grave, y a menudo ocurre que el repudiado muere de modo miserable, porque tanto por sus juramentos como por su condición, no tiene libertad para recibir comida y bebida de otros; se ve obligado a alimentarse de hierbas, con lo cual su cuerpo se va adelgazando hasta que, finalmente, muere…
Sin embargo, Josefo recalca algo que ha mencionado como una de las virtudes fundamentales de la orden: la piedad.
Por esta causa muchas veces se compadecen de ellos y los readmiten cuando están al límite del agotamiento, considerando que sus faltas han sido suficientemente castigadas con estos sufrimientos casi fatales.
Pero antes de la condena, existe, lo que para el lector contemporáneo equivaldría a un tribunal, un juicio justo, y un cierto concepto de unanimidad en las sentencias.
Son muy justos y equitativos en sus juicios, en los que intervienen no menos de cien miembros, pero lo que estos deciden es inapelable. Después de Dios, honran el nombre de su legislador (Moisés), y si alguno habla mal o blasfema contra él, es condenado a muerte. Obedecen de inmediato a los ancianos y a la mayoría, de forma que, si diez están reunidos, ninguno hablará en contra de los deseos de los otros nueve.
LOS ESENIOS Y SU TIEMPO
Resulta innegable que a partir de 1947, en que cerca de 900 rollos aparecieron en unas cuevas cercanas a las costas del Mar Muerto, y se comprobó la historicidad de dichos manuscritos, los esenios dejaron de ser un grupo casi desconocido, al menos para quienes no son especialistas en historia, para convertirse en la comunidad más importante en tiempos de Jesús. Mucho más, a partir de que el propio Papa admitió la presencia de Jesús en el seno de dicha orden.
Así, comprender el escenario político y social que los rodeó resulta fundamental, tanto como el modo de vida dentro de la colonia. El sacerdote Ariel Álvarez Valdés, en un trabajo que publica la tradicional revista católica argentina “Criterio”, señala que en el 152 a. J, Judea estaba gobernada por un joven y ambicioso militar, de nombre Jonatán Macabeo. Eran tiempos en que el país estaba en guerra con Siria, y los recursos económicos se tornaban fundamentales para el sostenimiento de la contienda.
El templo era, por entonces, el único lugar del cual el joven gobernante podía extraer los fondos necesarios. Las ofrendas y diezmos que ofrecían los judíos del país y del extranjero engrosaban las arcas que manejaba, exclusivamente, el sumo sacerdote.
Frente a tamaña disyuntiva, Macabeo decidió expulsar al sumo sacerdote legítimo y asumir él dicho cargo.
Semejante actitud –escribe Álvarez Valdés– provocó gran escándalo entre los judíos, porque desde la época del rey Salomón todo candidato a sumo sacerdote, para ser legítimo, debía pertenecer a la familia Sadoq, requisito que Jonatán no cumplía. ¿Quién era Sadoq? Era un antiguo sacerdote del siglo X a. C. a quien, según la tradición israelita, Dios le había confiado el auténtico culto del templo. De este modo, Jonatán se convirtió en el primer sumo sacerdote no sadiquita de Jerusalén, en ochocientos años.
El sumo sacerdote expulsado –el maestro de justicia que habría de liderar a los esenios– huyó a Siria junto con otros altos dignatarios del Templo, y desde allí, comenzó a hacer contacto con los líderes de otros grupos judíos descontentos para pedirle el reconocimiento de su legítima autoridad.
Tuvo éxito.
Con el apoyo garantizado de numerosos grupos, el maestro de justicia le escribió a Macabeo instándolo a que le devolviera el cargo, a cambio de lo cual sería reconocido y apoyado como gobernante.
Dice Álvarez Valdés que la reacción del joven militar fue inmediata y violenta. Averiguó en qué lugar se refugiaba el clérigo y, aprovechando una fiesta religiosa lo tomó por asalto intentando asesinarlo. No lo logró, y debió conformarse con saquear sus bienes y apoderarse de sus posesiones.
Dos años después de haberse marchado al exilio, el Maestro de Justicia regresó a Palestina, y con apoyo de los grupos judíos que lo respaldaban, fundó algo que bien podría llamarse la “Unión Esenia”, haciendo nacer la mayor organización religiosa judía para el tiempos del nacimiento de Jesús.
No sabemos en dónde se instaló el Maestro de Justicia –escribe el autor–. Quizás en alguna zona desértica y retirada del país –pero no ciertamente en Qumrán, porque la colonia de Qumrán aún no existía–. Y desde allí fue trazando los lineamientos de su nueva organización. Poco a poco numerosos judíos empezaron a incorporarse en la nueva agrupación. No era necesario, para ello, abandonar sus familias ni sus trabajos. Simplemente debían comprometerse, cada uno donde vivía, a cumplir las leyes de la pureza, de alimentación y de vida establecidas por el Maestro de Justicia; y reunirse diariamente en grupos de diez para una comida ritual.
Mapa que permite establecer la ubicación exacta de los asentamientos esenios. Se puede observar también la localización exacta de la colonia Quamram, en donde se estableció la orden luego de la muerte del primer maestro de jusicia. La colonia se alzó, aproximadamente, en el año 100 a.C., a la vera del Mar Negro en una zona desertica e inhóspita.
Jonatán no volvió a molestarlos ni a intervenir, y los esenios, gradualmente, se fueron convirtiendo en el grupo más grande y respetado entre los judíos.
Alrededor del 110 d.C., el maestro de justicia murió, y fue reemplazado por otro sacerdote que no solo tomó su lugar, sino que también decidió que la comunidad se mudase a una localidad situada en las orillas del Mar Muerto. Allí crearon una suerte de editorial religiosa, produciendo gran cantidad de manuscritos que se fueron repartiendo a lo largo y a lo ancho de todo el país. El objetivo era proveer de material de estudio a las diferentes comunidades esenias, esparcidas por localidades distintas.
Apunta Álvarez Valdés que la legendaria colonia de Qumrán se alzó aproximadamente en el año 100 a. J, y que se trataba de un edificio bastante grande para la época, unos 80 metros de lago por 50 de ancho y contaba con varias dependencias, siendo la principal la sala de confección de manuscritos. Existía también un taller en donde se trabajaba y cosía el cuero para las páginas, se dibujaban los renglones, se confeccionaban las tapas y se recortaban los bordes de los rollos. Había además una gran biblioteca que almacenaba cerca de mil volúmenes y documentos en estantes o vasijas de barro.
El edificio contaba también con una sala de lectura y con un archivo en el que se almacenaban ejemplares dañados, o que ya no se usaban. El resto de las dependencias se distribuían entre cocinas, panaderías, establos, una curtiembre para obtener el cuero de los manuscritos, un taller de zapatos, piletas para higienizarse y una gran piscina que era utilizada para los baños rituales. No había baños, por lo que para las necesidades fisiológicas, los miembros debían alejarse a unos doscientos metros del edificio, hacer un pequeño pozo en la tierra con una pala, evacuar en cuclillas, sin quitarse la túnica, y luego tapar el pozo.
Qumrán tampoco contaba con habitaciones para los miembros. Cada uno de ellos debía procurarse una cueva en la que vivir. La dependencia principal del edificio era, lógicamente, la sala de reuniones que podía albergar a cerca de 60 personas. Allí se reunían los miembros tres veces al día para orar. Esto ocurría por la mañana, antes del almuerzo y antes de la cena.
La sala de reuniones era una dependencia sagrada, por lo cual estaba terminantemente prohibido ingresar a ella sin antes purificarse. Para esto se había construido en la entrada una piscina para las ablaciones.
La vida en Qumrán era rutinaria y fuertemente disciplinada. Entre el agobiante calor y el viento salitroso que lastimaba la piel, los miembros de la orden cumplían con meticulosidad cada acción que debían llevar adelante a lo largo del día.
Así la describe Álvarez Valdés:
Por la mañana, los esenios bajaban de sus grutas para la oración colectiva, de cara al sol naciente. Luego venía el trabajo en las distintas ocupaciones; cerámica, agricultura, pastoreo, o la copia de los manuscritos. Al mediodía regresaban a la colonia para el baño ritual y el almuerzo comunitario. El superior bendecía el pan y el vino, y luego comían frugalmente, mientras en silencio escuchaban la lectura de la Biblia. Terminado el almuerzo regresaban a sus tareas, hasta la puesta del sol, en que volvían a reunirse para la oración, el estudio de la Ley, y la cena comunitaria. Entrada la noche, volvían a sus grutas para dormir.
La rutina se repetía sin variantes cada día.
La comunidad del Qumrán estaba regida por un sistema de disciplina muy estricto y con sanciones muy normalizadas, las que básicamente consistían en la exclusión de la comida comunitaria por diferentes periodos de acuerdo con la gravedad de la infracción. Por ejemplo:
–Criticar a un sacerdote: un año.
–Dormirse, cabecear o desperezarse durante la oración: seis meses.
–Escupir en una reunión: un mes.
–Mostrar las partes íntimas por descuido, llevar la ropa rota, o reírse sin razón: también un mes.
–Hablar cuando otro lo está haciendo: diez días.
Pero alejándonos ahora del trabajo de Álvarez Valdés y regresando al escenario político de la época de los esenios en tiempos de Jesús, valdrá la pena consignar, por ejemplo, que existía en Palestina una monarquía herodiana sometida al poder de Roma, hecho que indignaba a la mayoría de los judíos. Política y religión se imbricaban profundamente (de hecho las autoridades políticas y religiosas eran las mismas) por los que los grupos religiosos participaban en forma activa en el terreno político, con excepción, precisamente, de los esenios que entendían a la religión separada de la vida política.
Desde al ángulo estrictamente religioso, convivían, junto a los esenios, los saduceos, que pertenecían a la nobleza tradicional y de allí salían la mayoría de los sacerdotes, y los fariseos, que eran escribas y doctores en la ley, mayoritariamente, y estrictos en cuanto a lo religioso. Con ellos, Jesús confrontó varias veces, y fueron quienes más incidieron para que se llevase adelante la crucifixión. Tuvo, sin embargo, también, puntos de contacto y coincidencia.
En el aspecto político, los saduceos aceptaban el poder romano y colaboraban con él, en tanto que los fariseos confrontaban contra el Estado, apoyando y organizando todo tipo de revueltas. Junto a ellos, un grupo fundamentalista, los sicarios, con formaban el costado más extremo en la lucha contra los ocupantes, y solían valerse de la violencia para ello.
Por fin, con poca influencia en el escenario político–religioso, estaban los helenistas, que eran los judíos nacidos fuera de Judea, en el extranjero. Hablaban y rezaban en griego, y tenían sinagoga propia.
Jesús, como esenio, no comulgaba con ninguna de esas posturas, pese a que sí lo hacían algunos de sus discípulos. Mateo era publicano, por tanto adhería a la postura saducea; Simón era celota, tanto como los fariseos, y Judas Iscariote, sicario.
De muchas maneras, y en buena medida gracias a las enseñanzas esenias, el cristianismo rompió con aquel modelo teocrático imperante.
La ley era la palabra de Dios y el precepto fundamental que debía guiar la vida de los judíos, y era leída diariamente, y en forma extensa y desmenuzada los días sábados.
El templo era el lugar sagrado por excelencia porque representaba la presencia de Dios entre su pueblo. Desde lo religioso, además de la oración, se ofrecían sacrificios a Dios, y todos los judíos donde fuere que vivieren debían acudir al menos una vez al año a rezar.
Construido por Salomón, el templo estaba situado en el monte de Sión, el punto más alto de Jerusalén, y era una plaza rectangular de unos 300 por 500 metros, rodeada de arcos. Funcio naba como Parlamento, lugar de reuniones, banco, centro comercial, etc. Allí, también se recaudaban los diezmos y se repartía dinero entre los pobres.
También allí se reunía en Sanedrín, una suerte de poder en sí mismo, porque cumplía funciones legislativas, judiciales y ejecutivas. Estaba compuesto por 71 miembros y conducido por el sumo sacerdote.