Capítulo XIII
Maximus
Ha de provocar asombro, en quien no está familiarizado con estas cuestiones, el hecho de que acontecimientos sucedidos hace veinte siglos puedan provocar tantos trastornos y disgustos todavía.
Empero, es así.
Se trata de una historia ocultada, falseada, mezquinada muchas veces, corregida y arreglada de acuerdo a la conveniencia de épocas, intereses y enfoques políticos.
Ciertamente, ¿quién habría afirmado durante su vida que Jesús, el Iniciado –Jesús, el hombre entregado por sus padres para que fuera instruido como Maestro de Sabiduría, formado primero en Egipto y luego por la Orden de los Esenios en el desierto próximo al Mar Muerto– podía ser el Mesías? ¡Nada menos que el Hijo de Dios morando entre los mortales terrestres! Y aún en ese caso, ¿de qué Dios? ¿Acaso del Jehová a quien le place ser temido y que sus aterrados fieles sean capaces de quemar vivo al primogénito como se lo ordenó a Abraham? ¿O es ese Dios diferente, misericordioso, contenedor y comprensivo del que hablan los Evangelios? ¿Por qué, tratándose de un Dios único, la Biblia exhibe ante los ojos de cualquier buen lector –que no es menester ser erudito para esto– dos perfiles manifiestamente diferentes para definir a una misma entidad? ¿Acaso una divinidad esquizofrénica, escindida? ¿O, claramente, se trata de dos fuerzas celestiales distintas?
No es una cuestión menor. Debido a que, muy probablemente, del correcto análisis de muchos pasajes del Antiguo Testamento pueda entenderse de manera adecuada ciertos hechos esenciales que después aparecen incluidos en la vida de Jesús.
Jehová es el Dios de los Ejércitos. Pero no es el Dios del Cielo y de la Tierra. En el Génesis se habla de hijos del Cielo que viendo que las hijas de los hombres eran bellas, las tomaron como sus mujeres y de allí surgieron personalidades extraordinarias. Eran hombres longevos hasta el asombro, capaces de mantenerse vivos e inteligentes por más de una centuria, de mente creativa, originales, realmente diferentes, constructores de la historia de la humanidad.
Otras creencias, mitos y leyendas los llaman “semidioses” o “héroes”; pero están refiriéndose a lo mismo. El Populh Vuh hablando de la aparición del hombre en la Tierra afirma: soy hijo del barro pero también del cielo estrellado.
Jehová es, entonces, el Dios que transita la Tierra, ordena y manda, establece los designios, no solo del pueblo judío sino de tantos otros. Pero hay alguien superior, muy por encima, que parecería tratarse de aquel al cual Jehová obedece: es el Innombrable. Un Dios que tiene nombre pero que no puede decirse, ni escribirse. Al cual solo el supremo sacerdote, una vez al año y encerrado en el Sancta Santorum puede mencionar. Y lo que es más: establece las conexiones para comunicarse directamente con Él.
El Ángel que previene a Isaac del sacrificio, de Rembrandt. Abraham significa “padre-dirigente de muchos”, designación con que Dios sustituyó a su nombre anterior, Abram.
Todo lo que comenzó en tiempos de Jesús y en una pequeñísima región del Oriente Medio sigue hoy provocando tanto convulsiones como asombro.
Es precisamente por esto que se puede entender el extraño encuentro (entre tantos otros acontecimientos enigmáticos o, al menos, de compleja explicación para cualquiera) ocurrido el Día de la Virgen (8 de diciembre) del año 2000, cuando faltaban solamente veintitrés días y algunas horas para que comenzara efectivamente el siglo XXI.
Estaba frío a la vera del lago –donde se hubo fijado la cita– con el imponente y siempre conmovedor marco de los alpes suizos, los pinos verdes, el cielo infinitamente despejado salvo algunas nubes blancas, filamentosas, en uno de los extremos del horizonte opuesto del que estaba apareciendo el sol. Todo era quietud y silencio, apenas quebrado por el vuelo de silenciosos pájaros que insistían en sus piruetas a ras de las aguas quietas, transparentes.
Maximus –así le gustaba que lo llamaran– se dirigía al encuentro matinal atildado como de costumbre. Sobrio, sí. Pero con distinguida sobriedad, para el siglo XIX tal vez. Para caminar por aquella Londres victoriana que amanecía perturbada con los crímenes del Destripador.
Sin dudas esos eran los tiempos, usos y costumbres que anidaban en el espíritu y la mente de Maximus.
Pero no estaba, en aquellos días, a pocas calles del Tamesis. Esto era el corazón de Europa y el calendario indicaba que estaba por ocurrir algo que no solo la población profana, sino casi todos los grupos iniciáticos, aguardaban con expectativas: la apertura al tercer milenio.
Maximus había desayunado puntual a las 6.45 con otros tres hombres –coincidentes en el poco hablar– que solían entenderse mejor mediante gestos y miradas.
Hubo, además, en ese desayuno realizado en el mismo hotel donde estuvieron hospedados esa noche, una mujer que difícilmente dejaría de ser notoria. Una israelí de actitud desafiante pero a la vez serena, concreta y decidida. Alrededor de un metro setenta de estatura, cabellos largos, lacios, castaños, hasta los hombros. Ojos verdes, piel aceitunada apenas.
Ella fue quien más habló en ese amanecer. Parecía necesitada de persuadir al auditorio de que las ruinas de Quirbet Qumran no lo eran de un monasterio esenio, sino, apenas, de una fábrica de vasijas. Que los Manuscritos del Mar Muerto eran parte de una biblioteca escondida a las apuradas en tiempos de la destrucción del Segundo Templo. Seguidamente la dama desarrolló una serie de conceptos tendientes a fundamentar que Jesús nunca habría estado en aquel lugar durante su juventud.
Los hombres escuchaban muy silenciosamente y con parsimonia bebían tazas de té humeante. Maximus acompañaba los panecillos untándolos con jaleas artesanales, moviendo el cuchillo con su mano izquierda y sin quitar la mirada del rostro de la mujer.
En un momento dado, y siempre con movimientos pausados, dejó todo sobre la mesa, acomodó la espalda en el amplio sillón de cuero, frotó sus manos como quien busca entrar en calor –lo que era innecesario puesto que la temperatura en la sala era más que agradable– para decir:
–Estimo que enseguida habrá Ud. de afirmar que en los rollos hallados en las cuevas no hay referencia alguna al Jesús de los cristianos…
–No es lo que yo traiga para explicarle. A Ud. le consta –se apresuró a enfatizar la mujer– que los manuscritos están, desde un primer momento, en manos de los más prestigiosos eruditos…
–Vea –interrumpió uno de los que estaban absolutamente callados–, como a Ud. le consta, todos los que estamos en esta mesa somos iniciados. Ud. misma, aún siendo mujer, ha recibido la iniciación. Por lo tanto dejémonos de engaños. ¡Los manuscritos están llenos de textos peligrosos si llegan a manos profanas! Provocarán confusión y serán mal entendidos.
El hombre hablaba elevando el tono de voz y de manera enfática. Le costaba expresarse en inglés, denotaba su origen italiano. De todos modos no hubo sobresaltos en el ambiente. Estaban desayunando en una sala pequeña, decorada con boaserie finamente trabajada y ventanales abiertos. Aislados de los demás pasajeros podían conversar en reserva.
–Lo que mi querido hermano quiere expresar –terció nuevamente con su legendaria calma Maximus, demasiado legendaria como para sospecharla parte natural de su personalidad, lo que llevaba a deducir que era una típica impostura que, como el jugador de póquer, se esfuerza para que el adversario ignore sus verdaderos pensamientos, las cartas que tiene y las jugadas que hará– es que tenemos certeza absoluta de quién fue Jesús y cuál su misión. Puede Ud. regresar para transmitir esto a su jerarquía. Igualmente explíqueles que no es posible llevar mayor desentendimiento que el ya sembrado en los pasados diecisiete siglos.
Al decir esto su voz varió trasuntando la ironía que la frase llevaba.
–Pero es que esa no es la cuestión sobre la que queremos acordar. Estoy aquí para que veamos qué hacer con lo que va a suceder en estos próximos años. Hay cosas que ya no podrán permanecer ocultas. Desde los Estados Unidos, bien lo sabe su orden, se están disponiendo las cosas para empezar a difundir en grande. Empezarán con un libro, o con artículos en revistas de gran tiraje. O con una serie de televisión.
–Sí, es cierto. El arquetipo del año mil está nuevamente en acto. Y van a aprovecharlo. Lo mismo sucede con el principio femenino. ¡No puede detenerse! De una u otra forma Occidente se modifica… y eso implica repercusiones en Oriente. Aunque, estimo, como siempre sucedió cada vez que se habla públicamente de esto, la gente termina con mayor confusión que cuando lo ignoraba todo.
El hombre que hablaba era alto, delgado, rubio, ojos celestes, de cabellos cortos. Atlético. Con lentes oscuros hubiera lucido como agente del FBI o de la CIA. En ropa deportiva lo habrían confundido con un experto esquiador. No era ni lo uno ni lo otro. O, tal vez, sí era alguna o ambas cosas. Pero en esa reunión lo que interesaba era su condición de pastor evangélico y médico especializado en psicología junguiana; una psicología creada por un discípulo disidente de Sigmund Freud, y después amplificador de las teorías de lo inconsciente. Un suizo llamado Carl Gustav Jung.
Tanto Freud como Jung habían pertenecido a la Orden Masónica lo que, por tramas ignoradas aún por sus más pertinaces discípulos, siempre los mantuvo fraternalmente unidos más allá de las anécdotas tantas veces repetidas por unos y otros; apenas anécdotas banales, carentes de sustancia.
–Eso que Ud. llama repercusiones –terció la mujer– es lo que nos tiene ocupados. Habrá problemas en Oriente Medio, habrá conflictos con los países árabes. No nos conviene. No queremos eso. Probablemente algunas regiones del mundo islámico insistan más con férreas disposiciones que pongan a la mujer en lugar de mayor sumisión a lo masculino.
–Sí, es cierto. Eso va a suceder. Y también errará Occidente queriendo inyectar su modo de vida entre los musulmanes. Claro que también les sirve a algunos fundamentalistas –musitó Maximus– para insistir en que es el momento de iniciar la construcción del Tercer Templo. Sin el Tercer Templo erigido el Mesías no puede llegar, afirman algunos, ¿cierto?
–¡Fundamentalistas de ambas partes!
–¡De todos lados! Fundamentalistas hay en todos los grupos –concluyó uno de los que hasta el momento estaba mudo–. Aunque, por supuesto, hay que analizar muy bien si eso que en superficie aparece como fundamentalismo no es en verdad la fachada que oculta otros intereses, torcer el rumbo interno de la humanidad con propósitos oscuros. Hay que recordar siempre el Manuscrito de la Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de la Oscuridad recobrado en las cuevas del Qumram.
–Sobre eso, conviene recordar que en el Libro de los Misterios (IQ27, 6-8), uno de los textos recuperados en aquellas cuevas, se lee:
Esto será para vosotros la señal de lo que sucederá: cuando la prole de la perversidad sea encerrada, la maldad desaparecerá ante la rectitud, como las tinieblas ante la luz. Y como el humo se desvanece y ya no existe más, así la maldad se desvanecerá para siempre y la rectitud se mostrará como el Sol, ordenador del mundo. Todos los que retienen los misterios de la rebeldía dejarán de existir, el mundo se henchirá de conocimiento y jamás habrá ya en él insensatez.
–“…misterios de la rebeldía…”, noten Uds. qué expresión. Iluminada, ciertamente. Y vaya aclaración de este documento, señalar que hay quienes “retienen” tales conocimientos. Adviertan que, tal como venimos sosteniendo, la llave para todos los cambios es dar a luz lo que desde tiempos inmemoriales permanece en “el misterio.”
–Pero mire si se han dicho y difundido tonteras. ¿Quiere una idea más absurda que la resurrección? ¿Reencarnación?, bueno, al menos puede pensarse como posibilidad. Cualquiera está en condiciones de imaginar que, tras el óbito, algo se desprende, algo inmaterial, pero no como esos tontos que pretenden pesar el alma usando una balanza, que en lo futuro consigue incorporarse a otra sustancia. Al menos, en abstracto, es pensable. Pero ¿reencarnación el Día del Juicio Final donde el alma se reincorpora valiéndose de los huesos hechos polvo y de una carne que reaparece donde se hubo extinguido? ¡Que no otra cosa que eso es la resurrección! Una peculiar forma de reencarnación producida en el mismo cuerpo que tuvo en vida el muerto…
–Nosotros, los judíos, que respetamos y observamos la Tradición –terció la joven con suaves modales, voz clara y actitud decidida todo el tiempo– nos oponemos a que los restos mortales sean removidos de donde fueron enterrados, aunque esto haya ocurrido hace siglos o milenios, porque estamos persuadidos de que siempre es posible que algo se desprenda de ellos, algo que tiene chispa divina.
–Es otra cosa. Otra cosa –dijo el hombre seco y cortante–. Lo que me parece tan grosero es la creencia en la resurrección. ¡Fíjese que se habla de la “resurrección de la carne”, algo insostenible de acuerdo a los conocimientos científicos de hoy en día!
–Correcto. Ese es el punto. Son ideas concebidas en medio de una gran ignorancia racional, con total desconocimiento científico.
–Desconocimiento para el vulgo, al que siempre fue sencillo engatusar con propuestas a futuro, temores y castigos. Porque todos en esta mesa conocemos muy bien que el conocimiento estaba; oculto, secreto, pero estaba y fue manejado tendenciosamente.
–De nuevo: las fuerzas de la luz contra las de la oscuridad.
–Con solo analizar la supuesta “resurrección” de Jesús se constata que lo ocurrido fue una completa transmutación, a punto tal que hasta modificó su cuerpo físico.
El llanto sobre la tumba, de Van Der Weyden. María Magdalena participa en el entierro de Jesús.
–Y vaya que es así, que cuando se muestra ante sus discípulos más cercanos estos no lo reconocen.
–Eran profanos. No se trataba de Judas Iscariote, José de Arimatea, ni mucho menos de María Magdalena; todos confiables que habían pasado por las ceremonias de iniciación, eran hermanos en el espíritu y conocían los planes de Jesús para fingir su muerte física y desaparecer de la vida pública.
–Carl G. Jung explica muy bien la importancia del “dios oculto.” Un dios que camina entre los mortales no puede ser divinizado; es, apenas, un gobernante; en el mejor de los casos un rey…
–También es probable que se hubiera disfrazado para que no lo reconocieran… A fin de cuentas Maestro y todo, mal la habría pasado si volvían a prenderlo.
–Eso de que Jesús se disfrazara, cambiara de ropas, de forma de usar el cabello, rasurarse y todo eso, me recuerda mucho una anécdota del Che Guevara. Lo que les digo es real, no leyenda. El Che se dispone a viajar a Bolivia con identidad cambiada. Para asegurarse de que su nueva imagen es segura decide ir a cenar a su propia casa, donde se encuentran su mujer y sus hijos, diciendo que es otra persona, muy amiga del Che. No lo reconocen. Pero ocurre un suceso que alarma a Guevara. Es cuando uno de sus hijos le dice: “Oh, tú tomas el vino con soda, igual que acostumbra papá”. Pero si no fuera por ese hecho, por todo lo demás no lo reconocen.
–Ninguno de nosotros aquí –terció Maximus– piensa que Jesús hubiera muerto en lo físico y después resucitado. Una de las mayores claves se encuentra en la edad que indican los evangelistas, 33 años, para ese momento. Con solo ese dato está todo dicho. Véanlo de este modo: El templo masónico del R:.E:.A:.A.: se encuentra sostenido por 33 columnas de sólida construcción que, por sus simbolismos y alegorías, representa la perfección del hombre; el modelo del templo espiritual que debemos levantar en nuestro Yo interior; y cada uno de nosotros nos constituimos en cada una de estas columnas. Como digo, cierto tipo de templo masónico está sostenido por 33 columnas. ¿Por qué? Pues debido a que tales 33 columnas representan la iniciación perfecta. La edad simbólica de Jesús al momento de su muerte igualmente simbólica. Podemos afirmar, entonces, que el grado simbólico alcanzado por el Maestro en su evolución es el grado 33.
–¿Sabían Uds. que en Okinawa, en el Japón, aún hoy, existe la creencia de que recién después de 33 años de muerto el alma del difunto deja este mundo espiritual, que sería algo así como un purgatorio, para pasar a integrarse a un plano superior, una esfera de perfección. El concepto es qué se hace uno con la divinidad? Si analizamos la cifra 33 encontramos que está compuesta por 3 y 3; y si multiplicamos 3 por 3, tenemos como resultado 9, la perfección.
–En la masonería existe –señaló la dama sin dejar su dulzura al hablar– lo que se llama el Supremo Consejo Grado 33. Representa el último estadio del conocimiento filosófico: El amor a la Humanidad. Exactamente lo que predicó el rabí Jesús.
–Claro, claro –se apresuró a decir el hombre que pocas veces hablaba–, pero recuerde que esa es una creación reciente de la Masonería. Demasiado moderna. El Primer Consejo Supremo del Grado 33 se constituyó en 1801, en Charleston, Estados Unidos. Y lo notable es que la ciudad de Charleston se encuentra situada justamente en el paralelo 33.
–Si me permiten retomar un tema que dejamos sin concluir –comenzó diciendo uno de quienes acompañaba a Maximus– y que hace a este encuentro de hoy, debemos convenir en que una de las razones, si no la principal, a mi juicio, por la que ha habido tanto secreto en torno a los Manuscritos del Mar Muerto es que en varios de esos documentos (en este momento estoy pensando en el bautizado Rollo de Agradecimiento) se encuentran establecidas, más allá de cualquier duda razonable, las bases de lo que, alrededor de un par de siglos más tarde, se convirtió en las escrituras evangélicas.
La mujer acomodó su pelo usando solo la mano izquierda y como toda respuesta movió afirmativamente la cabeza. Los demás hicieron también gestos en ese sentido. Maximus estiró su brazo hacia el sombrero negro de alas anchas comenzando, a la vez, a levantarse de la silla e iniciar los protocolares saludos de despedida.
Cada quien tenía tarea que hacer y órdenes para cumplir. Quedaba poco para la llegada del nuevo milenio y si algo faltaba, era tiempo.
SARA
Maximus acomodó su cuerpo atlético de casi dos metros de altura, de piel, músculo y hueso, sin un gramo innecesario, en el mullido asiento de la limusina. Tenía alrededor de sesenta años de edad pero, merced a su desarrollado poder mental, conseguía sostener en armonía una existencia muy exigente. Sus más allegados conocían a la perfección su frase preferida: “Siempre estoy empezando, siempre siento y me parece que nada de valía hice aún”. Se exigía y pedía lo mismo a sus seguidores.
Maximus era un hombre del siglo XIX viviendo intensamente las postrimerías del XX y el comienzo del tercer milenio. Vestía trajes oscuros, corbata, y encima una capa larga y abrigada de forro rojo, sombrero de ala ancha, blandía un antiguo bastón (que escondía el afilado estoque) y guantes para tiempos fríos como estos.
Algunos, no todos, conocían que bajo el saco portaba siempre un Smith & Wesson, 38, especial, de seis tiros. Un arma que ya no calificaba. Hubo quienes asociaron esta presencia con el hecho de que durante mucho tiempo era aquella el arma reglamentaria de los agentes del Federal Bureau of Intelligence (FBI). ¿Costumbre adquirida en una actividad que ninguno atribuiría a Maximus? Como fuera, la limusina era blindada y tanto el chofer como su acompañante estaban fuertemente armados. El guardaespaldas era a la vez su asistente personal. Conocía a la perfección lo que significaba cada gesto o mirada de Maximus. En veinte años había compartido con él sus gustos privilegiados por la música clásica, los museos y las expediciones, como aquella al Desierto de Gobi donde su jefe estuvo al borde de la muerte después de que lo picara un escorpión mientras movía piedras de una milenaria construcción derrumbada vaya a saber cuánto tiempo antes.
También lo acompañaba en los placeres de la buena vida. Bon vivant y notable gourmet, Maximus, en los escasos momentos de placer que solía prodigarse, requería de esbeltas compañías femeninas que supieran ser solícitas y calladas. Así era su chofer. Una mujer de 1.90 m., piel oscura, atlética, de músculos de pantera, siempre vestida como varón, atenta cual un búho y resbaladiza como anguila. No se le conocían compañías masculinas y Maximus le otorgaba, siempre, la tarea de la elección de una acompañante que a la chofer le resultara atrayente. El hombre confiaba su vida y sus días a aquellas dos personas.
Todo muy raro habida cuenta de que, a los ojos profanos, se trataba de una persona vinculada al mundo de los grandes negocios, de quien se decía que había acumulado una fortuna jugando a los vaivenes de las bolsas emergentes de los países del Tercer Mundo. Empero, una vez más, está claro que no todo es como aparenta.
Mientras el automóvil negro recorría a razonable velocidad –a él no le gustaba viajar a más de ciento veinte kilómetros por hora porque apreciaba concentrar su mirada en el paisaje– la impecable ruta helvética, sus pensamientos volvieron a concentrarse en aquellas dos entidades diferentes de la Biblia: Jehová y el Dios Padre de Cristo.
Estaba convencido de que las Escrituras se referían a dos distintos, no se referían al mismo. Jehová posee ejércitos, juzga más que con crudeza o crueldad, con sadismo. Parece necesitar para su placer o disfrute que las personas tiemblen ante su existencia. Destruye, se enoja, premia y castiga. Es un verdadero amo que obliga a los fieles a convertirse en servidores sumisos, obedientes, impotentes para rebelarse. Jehová quiere esclavos, se sorprendió pensando. Pero no cualquier tipo de sometido; porque como fue dicho “Jehová vomita a los tibios”. Jehová quiere realizadores, gente de acción dispuesta a concretar las obras de su plan en la Tierra.
Sus pensamientos regresaron a otro de los temas recurrentes en sus momentos de abstracción: los Hijos del Cielo que tomaron a las hijas de los hombres al encontrarlas agradables a su percepción. ¿A qué se refería el Génesis con esto? Los Hijos del Cielo no podían ser otros que la descendencia de Jehová. Pero ¿se trata de varones entonces? Está claro que no tomaron a las mujeres terrestres de manera simbólica sino sexualmente, por ello engendraron a los “semidioses” o “héroes” que se mencionan en todos los mitos, leyendas y libros sagrados de todas las civilizaciones dispersas por el orbe.
Sí, Jehová es demasiado humano, demasiado pensante, demasiado sujeto a reacciones emocionales. Al Dios del Antiguo Testamento le brota humanidad por donde se lo mire.
En cambio Dios Padre de Cristo es en absoluto diferente. ¡Si hasta es capaz de enviar a su hijo para que sufra toda clase de torturas, humillaciones y vergüenzas para permitir a la humanidad librarse del mal!
Adan y Eva, de Durero. El libro del Génesis relata la historia de la creación de una manera espiritual. Adán y Eva serán los protagonistas de una narración que concluirá con el pecado original y la expulsión del Paraíso que Jesús remedió con su sacrificio.
Cada vez que pensaba en esto Maximus se estremecía comprendiendo la vuelta de tuerca completa expuesta en esta situación. Ya no es el creador de conductas sádicas con su pueblo, sino un creador dispuesto a que sufra algo suyo con tal de entregar una llave de liberación para ese pueblo. ¿Cómo se explica tan rotundo cambio?
Por otro lado y recordando aquello de: “Todo es una gran mentira” la frase preferida de Sara a cuyo encuentro se dirigía Maximus, reflexionó sobre si estas enseñanzas de Jesús tenían como finalidad mostrar a Roma como el enemigo o como un protector a quien había que soportar a cambio de ciertas ventajas. Entregar la otra mejilla para que también sea abofeteada ¿era una manera de proponer la revolución o una forma de aceptar el poder del César?
Como fuera, las enseñanzas de Jesús deben ser entendidas en clave iniciática. Por eso las parábolas, por eso los mensajes elípticos que en mucho guardan semejanza con Ouspensky y Gurdieff del siglo XX y de tantos otros maestros antes y después de Él.
Por eso también el Evangelio de Judas celosamente protegido por los gnósticos. Aunque, como señalara la mujer judía, esos cuidados no darían para mucho tiempo más y todo comenzaría a darse a conocimiento público; aunque así y todo, solo unos pocos entenderían las pistas, estarían en condiciones de comprender los códigos, recorrer los senderos adecuados con la perseverancia y el esfuerzo que eso conlleva hasta dar con la verdadera luz.
Sara aguardaba desde hacía algunos minutos caminando displicentemente a orillas del lago, lugar dispuesto para la cita. Sitio ideal. Aislado de ojos y oídos indiscretos. Paisaje abierto, difícil para la planificación de cualquier atentado. Además, de un país confiable.
Sara había llegado en un Volvo que estaba blindado, sacado de la fábrica hacía dos meses. De impecable azul metalizado. No era la limusina de Maximus, quien se empeñaba en utilizar modelos de los años cincuenta, sesenta o setenta. Su chofer seguía en el auto sin apagar el motor. El guardaespaldas había dejado su asiento para moverse a cubierto de los pinos y, discretamente, portaba un arma larga.
Sara, poco más de cuarenta años, con algunos kilos de más que no le quitaban belleza, cabellos largos oscuros y piel muy blanca, tenía reconocida fama de poseer una inteligencia fuera de lo común. Algunos conocían su pertenencia a una de las órdenes más antiguas de Jerusalén creadas para asegurar el regreso de Jesucristo a la Tierra.
–Por más esfuerzos que el Vaticano haga, las verdades históricas, o por lo menos las mejores aproximaciones a lo que realmente ocurrió, van a tomar estado público. Como tú sabes, la Iglesia ya no tiene el poder necesario para acallar a quienes van comprendiendo cómo son las cosas. Toda la vida de Jesús explicada a través de los Evangelios es como esos cuentos que nos leían cuando chicos. De un lado los buenos, del otro los malos. Y por eso los eligió Constantino, desprendiéndolos de los demás, a los que llamaron Apócrifos, aprovechando la popularidad que tenían entre la población. Tú sabes que la gente entonces era iletrada, los Evangelios eran relatados en voz alta y quienes se reunían para escucharlos los vivían como si fuera, hoy, una telenovela. Pero todo eso es pasado. La manipulación de que fueron objeto estos documentos es innegable. ¿Qué persona culta no sabe hoy que ninguno de los cuatro evangelistas fue el autor de las páginas que se les atribuyen?
Maximus había recorrido en muchas ocasiones todos aquellos sitios por donde los escritos atribuidos a Mateo, Lucas, Juan y Marcos refieren que caminó Jesús.
Así conocía la casa de Pedro, exhumada por los arqueólogos y hoy cubierta por una enorme semiesfera de plexiglas a través de la cual los turistas y peregrinos observan la enorme residencia. Sí, porque la casa de Pedro –aquella sobre la cual Jesús habría de edificar su Iglesia– no era la de un pobre pescador dueño apenas de un botecito y unas redes. De ninguna manera.
Pedro, casado con la joven que resultó heredera de una verdadera empresa naviera que recorría el lago Tiberíades (un mar cerrado) y cuyos bienes, de acuerdo a la ley de entonces, terminó administrando él, tenía su residencia en uno de los lugares más privilegiados de la ciudad: a la vera del lago y al lado de la sinagoga.
La residencia era tan importante que hasta contaba con pieza de huéspedes en suite: un baño, incluyendo una amplia bañera y aguas corrientes. En ese cuarto de huéspedes descansó Jesús muchas noches y en aquella tina depositó su cuerpo para mitigar fatigas.
Los seguidores de Jesús no eran pobres ni ignorantes. Contaban con servidores que atendían sus hogares y a sus familias; con empleados que se ocupaban de sus negocios. Por eso les resultó simple responder al pedido de Jesús, “deja tu casa, tu familia, tus cosas y sígueme”.
–Seguro que te encuentras debidamente informado de que hace relativamente poco tiempo se produjo, sobre el cielo de Belén, una formación astronómica similar a aquella del tiempo del Nacimiento. Ni los servicios de inteligencia, ni las urdimbres de las sociedades secretas han podido, hasta ahora, determinar si fue una mera coincidencia o es que ha nacido el Anticristo o Él nuevamente está en la Tierra.
–¿Coincidencia? ¿Dices “mera coincidencia”? ¡Estás hablando conmigo –dijo Maximus sin cambiar su tono de voz que en cualquier otro se habría alterado– y ambos sabemos que no estamos aquí para poner paños fríos presentando posibilidades en las que ninguno abreva! “Casualidad es el rótulo que damos a aquellas cosas cuyas causas ignoramos”, dijo el hermano Leibniz hace siglos. Nosotros tenemos la certeza de que no hay casualidades. “Lo que es arriba es como lo que es abajo”, enseñó el maestro Toth, de manera que si hubo tal configuración sobre el cielo de Belén algo, necesariamente importante, tuvo que suceder al unísono en ese lugar.
–Extraño que –dijo casi lacónicamente Sara– utilices el nombre de Toth y no el de Hermes Trimegisto que es lo habitual hoy en día…
–Los griegos robaron toda la sabiduría esotérica e iniciática a los egipcios. Los romanos hicieron lo mismo. Mercurio… Hermes… Nombres para referirse al poderoso Toth –hizo aquí una pausa, desviando los ojos hacia su guardaespaldas que miraba fijamente a la otra orilla del lago–. Lo mío son las Escrituras, allí se encuentran todas las claves para la armonía en plenitud. La búsqueda hay que realizarla en Medio Oriente. Se equivocan los que lo hacen en los extremos. Todo muy lindo y revelador, sí. Es acercarse. No es llegar –volvió a observar los movimientos del guardaespaldas y efectuó un casi imperceptible movimiento con su antebrazo derecho golpeando la capa; ningún otro de haber estado presente lo habría notado, pero Sara sí, porque sabía que cuando Maximus entreveía el peligro necesitaba dar ese breve, mínimo y seco golpe constatando que su arma estaba donde debía encontrarse; recién entonces siguió hablando–. Desayunamos con esa mujer que debe ser del Mosad o de la Autoridad de Antigüedades de Israel o alguna cosa de esas; es una iniciada, tampoco de lo dudo, y entonces merece todo nuestro respeto. Quiere que convenza a la Hermandad que Jesús no tuvo relación con la comunidad esenia y que, ¡nada menos!, nunca estuvo en Quirbet Qumram. El primer cuarto de siglo del tercer milenio que se aproxima va a ser fatal irremediablemente para las creencias judeocristianas. Ya no hay manera de evitar lo que se estuvo frenando por mil setecientos años. ¿Advertirás que los Estados Unidos, aliado con los más conspicuos representantes de la Vieja Europa, empiezan a sentar las bases políticas y militares para las Nuevas Cruzadas?
–Fuerte golpe han dado al Vaticano al no poner en la Constitución de la Comunidad Económica Europea ni la más mínima mención al cristianismo y eso que el Papa lo pidió una y otra vez muy especialmente. Es todo un indicativo de hacia donde van las cosas.
–Algo encontrarán para explicarle a la población profana, de a poco, lo que permaneció tanto tiempo oculto. Con distintos niveles de imbecilidad. Es como las capas de una cebolla; se saca, se saca y siempre quedan más. Muy pocos consiguen contemplar el núcleo fresco, vital, jugoso. A unos les vendrá bien la explicación por la democracia, a otros por el petróleo, a quienes por los valores de Occidente, a tales contra las izquierdas. Todos creerán que entienden por qué ocurre lo que ocurre. ¿Cuántos profanos podrán entender que es una guerra de fuerzas esotéricas?
–¡Creerán! Has dicho muy bien. La gente cree. Y confunde lo que cree con lo perceptible, y lo perceptible con lo real. ¿Quiénes se darán cuenta de que Jesús solo fue uno, aunque muy especial, en un plan surgido en las escuelas de sabiduría originarias, aquellas de la Noche de los Tiempos?
–Los profanos nunca comprenderán los símbolos ocultos en las Escrituras. Pensándolo correctamente, ni siquiera sé porque les digo esto ahora. En verdad todos quienes estábamos en esta sala conocemos desde antaño que los Libros Sagrados son, precisamente, para preservar la memoria en clave, de manera que su comprensión sea vedada a quien no ha hecho el recorrido pertinente.
–Lo mismo sucede con la Gran Pirámide; donde igualmente fue iniciado Jesús como no podía ser de otra manera. ¡Miren qué atrevimiento el de los egiptólogos científicos, los de la conserva cultural, confundir la tina de iniciación con un sarcófago para poner cadáveres, momias! ¿De qué otra manera pueden rotular estos “padres de la razón”, que no pueden permitirse aceptar que el razonamiento cuando no está iluminado por la espiritualidad, necesariamente, en lugar de ganar altura comienza a hundirse en cenagosos pantanos de tinieblas y oscuridad…
–¡Compárese el desarrollo armónico y prudente de los maestros alquimistas con el “progreso” científico que lleva a Hiroshima y Nagasaki! Por eso el “orden establecido” (y en eso hay tantos científicos racionalistas positivistas como religiosos con un interés superlativo en sus beneficios materiales) se ocupa de construir una historia mezquina, tergiversada, falsa; conscientemente mentirosa y que engaña a conciencia. No hay error, ingenuidad, ni inocencia en esto.
–De allí que les resulte imposible clasificar para qué fueron construidas las tres grandes pirámides egipcias. Y cómo está lleno de piezas que no encajan en el rompecabezas que se inventaron –por que tendrían que aceptar que se trató de civilizaciones mucho más desarrolladas que la nuestra actual pero desde otros principios, modelos y esencias– entonces tienen que ocultar. Recuerdo cuando llevé a mis hijos a ver la película de Indiana Jones donde consigue rescatar el Arca de la Alianza… y termina con una imagen donde es ocultada para siempre en un enorme hangar lleno de otros hallazgos incómodos vedados a la humanidad…
George Bush. Primer mandatario de una de las potencias del mundo que no solo interviene en conflictos de tipo religiosos sino que también participa activamente en saqueos a museos del Oriente Medio.
–Es interesante advertir cómo Hollywood transmite lo que de otro modo está prohibido decir. Incluyendo ese interés desmedido de los jerarcas nazis por localizar las herramientas necesarias para el adecuado uso de la Tradición Hermética.
–George Bush no es ajeno a eso. Cómo no lo fue su padre. ¿Recuerdan esos peculiares robos y pillajes realizados en los principales museos de Bagdad en coincidencia con el arribo de los militares norteamericanos para derrocar a Sadham Hussein? No he visto en los medios demasiados comentarios al respecto. Pero entre nosotros, los miembros de la orden, nos quedó muy claro que respondían a instrucciones de apoderarse de ciertas piezas milenarias de poder y hacerlas desaparecer figurándolas como robos. ¿Acaso los que pretenden ser poderosos de la Tierra no han buscado siempre los mismos elementos de poder, fracasando una y otra vez, puesto que no tienen la preparación iniciática para hallarlos?
–Me resulta tan tonto pensar en que un humano, aún uno de nosotros, pueda salir en busca de tales hallazgos; hay que comprender que el poder lo encuentra a uno y cuando te encuentra es menester dejarse llevar enfrentándose a muy peligrosos horizontes. Quienes permiten que la vida fluya en su personalidad, sin apresurarse, sin lentificar, sin querer controlar las fuerzas universales, esos logran el objetivo. No es para timoratos…
–El Antiguo Testamento refiere que Jehová vomita a los tibios… Un importante concepto sobre las preferencias del que no puede ser nombrado; sobre todo proviniendo del Antiguo Testamento, tan diferente al Dios pregonado por los Evangelios. Es interesante que ese Jehová cruel, que pide ser temido y capaz de atormentar a sus fieles y destruir de manera implacable a sus enemigos, exprese que vomitará a los tibios. Lo que, por inferencia lógica, permite entender que a buenos y malos no vomitará. Solo a los tibios. ¿Y qué son los tibios sino la gran mayoría de la humanidad? Los que no toman decisiones, los que vacilan, los de mentalidad gris, los cobardes, los temerosos, aquellos que tras su muerte ninguna huella humana quedará de su paso. ¡Y qué imagen la de vomitar! ¿Qué hombre ignora las sensaciones previas, durante y posteriores al vómito? El malestar previo, lo nauseabundo… Ese aflojamiento psicofísico durante el acto de vomitar… Y el alivio inmediato tras haber vomitado. Jehová utiliza una imagen muy clara sobre lo que provocan los tibios. Es decir, los eternamente indecisos, quienes no arriesgan, los que no dejan huella humana…
ELCAIRO
Supe que Maximus habló de mí. Fue en 2002 en la reunión del Equinoccio de Otoño en París. “¿Sabe Ud. dónde está Las Heras ahora?, habría preguntado.
Le explicaron que planificaba un nuevo viaje a la Isla de Pascua lo que, al parecer, le interesó especialmente.
Aquel peculiar hermano del espíritu hubo tomado conocimiento, en su época, sobre mi primer viaje, realizado en 1991, a la isla más alejada de todos los continentes, puntas apenas, sobre las aguas del Pacífico de los volcanes Ranu Raraku y Ranu Kao, con la finalidad de someterme a varias iniciaciones, cumpliendo los rituales tal como se realizaban antes del arribo de los primeros europeos.
Maximus interrogó entonces sobre las características de mi acompañante de ese momento, una mujer de acentuados rasgos aborígenes, con antepasados incaicos y dedicada al campo esotérico.
Con esa “clarividencia” no parapsicológica sino lógica, producto de una mente siempre dispuesta a cruzar multiplicidad de datos, Maximus, según me enteré mucho después, esbozó la idea de que dicha mujer era necesaria en mi vida por sobre todo porque sin su presencia a mi lado mi primera peregrinación a Tierra Santa jamás habría tenido lugar.
“Va a traerle disgustos y en ese periodo tendrá que sufrir mucho”, me dicen que dijo Maximus en voz apenas audible, pero lo suficientemente clara como para que quienes estaban a su lado, y me conocían, lo escucharan. Igual, todos se cuidaron de que yo no supiera esto hasta renovado mi camino de Luz.
Finalmente tuve mi encuentro con Maximus. Fue en el invierno de 2004, en el Hotel Hilton de El Cairo. Recibí su invitación directamente en el aeropuerto, apenas después de pasar migraciones y mientras buscaba el cartel con mi nombre del chofer que me llevaría. Una dama de puros rasgos árabes y con los atavíos clásicos, sonrió y extendió su brazo derecho para entregarme un sobre. Dentro, una invitación manuscrita de propia letra de Maximus ofreciéndome tener nuestra primera conversación, solos, cara a cara y con todo el tiempo necesario.
Dejé mi equipaje en la habitación que el convento me había designado y ya, mientras me duchaba, comencé a preparar la mente para un encuentro siempre esperado que, por otro lado y de ante mano, sabía que estaría en todo momento dirigido por mi interlocutor.
Refrescado y con ropa cómoda –el invierno en El Cairo no es demasiado riguroso– salí para llegar de a pie al Hilton a la hora solicitada.
Al no verlo en la confitería –nunca había yo estado con aquel hombre, pero tenía la certeza de que lo conocía más que muchos otros que sí lo trataban– fui a la conserjería y pregunté.
Unos minutos después estaba yo haciéndole compañía en su más que amplia suite. Fue una gran emoción y un abrazo pleno y fraterno. Pude advertir la satisfacción de Maximus por que estuviera allí.
–Hay mucho de que hablar, mucho que decirnos –aseguró.
Tras cartón me preguntó si había visto antes una Glock. No, por supuesto.
Me mostró y comenzó a enseñarme sin siquiera interesarse por si el tema me atraía o no. (En otro momento yo comprendería que Maximus tenía muy claras las ideas sobre qué cosas llamaban mi atención y cuáles no).
–La combinación de tres seguros automáticos y un sistema de doble acción constante hacen que esta sea la pistola más segura del mundo –me comentaba, mientras me entregaba el arma para que jugara con ella sin cuidados.
Siguió sin esperar a que yo lo mirara siquiera:
–Esta es una Glock 17; tiene menos de la mitad de las piezas que otras pistolas. La que Ud. sostiene tiene solo 33 piezas, dos pasadores y ni un solo tornillo. Ud. comprende: cuantas menos piezas, menos problemas. Además las piezas son todas intercambiables y puede desmontar el arma para limpiarla sin usar ninguna herramienta. Una maravilla, ¿no es cierto?
Lo cierto es que para nada entendía la dedicación de Maximus en convertirme en experto en pistolas Glock. El tema llamaba mi atención pero no era algo que me produjera deslumbramientos. Sabía que un arma así puede cargar más de una docena de balas y estaba por preguntar cuánta munición hay en cada cargador, cuando comprendí –fue algo así como cuando en lo más oscuro de la noche, mientras uno está convencido de que conoce todo cuanto hay afuera, más allá de la ventana desde donde se mira, repentinamente un rayo cruza el cielo esparciendo luz sobre el campo, y entonces se advierte cosas antes ignoradas y sorprendentes que modifican en absoluto los criterios que hasta ese instante se tenían– que Maximus estaba dirigiéndose a mí en clave simbólica; estaba comprobando si en efecto era yo Antonio Las Heras y no otra persona por muy parecida que fuere; si mi mente se encontraba lúcida para cruzar datos y tener en cuenta todo lo aprendido en décadas de vida esotérica e iniciática.
Entonces me lancé a hablar:
–Así que ahora usa Glock. Estaba convencido de que lo suyo era Smith & Wesson, 38, especial, seis tiros.
–Sigo teniéndola y no la desprecio. No puede compararse. Sus últimas palabras fueron apagándose para permitir que yo completara la frase o agregara aquello que él esperaba.
–Puede compararse. Y si me permite voy a proceder a ello.
–Lo escucharé atento y gustoso –dijo mientras se apoltronaba en un amplio sofá y yo advertía que ponía el cargador completo en la pistola dejándola lista para disparar.
–38, 6 tiros. Tengo que separar el 3 y el 8. Tres, el imperio de lo trascendente y 8, producto de dos veces 4. Cuatro, el universo material intensificado, por eso cuatro más cuatro. La ecuación hasta allí sigue desequilibrada, por esto tengo que atender a la cantidad de tiros: 6, dos veces tres. O tres más tres. El universo espiritual intensificado. ¡La fórmula completa!
–¿Y entonces por qué tengo esta pistola?
–Si recuerdo bien Ud. afirmó: “33 piezas, dos pasadores y ni un solo tornillo. Cuantas menos piezas, menos problemas… las piezas son todas intercambiables y se puede desmontar el arma para limpiarla sin usar alguna herramienta”.
–Eso dije. Muy buen control mental el suyo Las Heras. No está Ud. ahora en un momento común de su vida y, sin embargo, mantiene la calma, atiende el proceso, sigue…
–Con aplomo –lo interrumpí y continué– 33 piezas, la edad de Cristo, la cifra acabada de la obra alquímica una vez completa. Dos pasadores que simbolizan las dos columnas a las puertas del Templo del Rey Salomón; el Templo Transmutador por excelencia. Menos piezas, menos problemas. O lo que es lo mismo, alejarnos de miradas profanas, de personas innecesarias, quitar todo lo superfluo, trabajar solo las esencias. Todas las piezas son intercambiables significa que en la orden, cualquiera de sus miembros se encuentra capacitado en potencia para intercambiar el sitio con otro. El trabajo de limpieza se puede hacer sin necesidad de apelar a algo externo al artefacto mismo ya que esto implicaría solicitar ayuda a un profano. ¿Se encuentra conforme?
–Mucho. En verdad mucho –y mientras decía esto comenzaba a guardar, siempre con esos gestos ampulosos y señoriales que le eran tan habituales, la Glock en la cartuchera, debajo del saco blanco con ciertos destellos amarillo pálidos, gratamente arrugado de lino egipcio–. Tuve elogiosos comentarios sobre su persona que confirmo escuchándolo ahora. Llegó el momento de bajar al bar, tomar lo que nos apetezca, y comenzar a conversar. Tengo mucho de qué hablarle.
–Sí, pero ¿todo lo que me contó sobre esa pistola es cierto?
–Absolutamente.
–Pero entonces… ¡está construida a propósito con esas características! ¿Son claves ocultas?
–Las Heras… quién mejor que Ud. para saber que hay cosas que no se preguntan. Lo que le reitero es que la información que le brindé sobre el arma es verdadera, puede consultar al fabricante si desea. Y bajemos al bar.
Hay una frase de un autor argentino, Marcos Aguinis, que la escribe en aquel libro inicial con que ganó el Premio Planeta cuando solo se otorgaba en España, La cruz invertida se llama el libro, que puede utilizarse para entender qué símbolo oculta la cruz. Y es esta: “Esa cruz era, en realidad, una espada sostenida por el extremo de su hoja.”.
Porque la espada simboliza el poder y la fuerza, es el arma por excelencia reservada al guerrero de la Luz y por extensión a cualquier defensor de las fuerzas de la Luz. No son dos maderos dispuestos de cualquier manera donde cuelgan a Jesús. Es una espada invertida. Y ese es su real valor simbólico. Algo que ni la mayoría de los clérigos han imaginado en toda su vida. Está reservado a quienes trabajan el simbolismo con mucha profundidad.
Relicario de Vera Cruz. Otro tipo de cruz, pero la misma simbología oculta en ella.
Siempre, desde la mirada simbólica, la espada es el poder capaz de quitar la vida, pero también de proveer la energía regeneradora, aquella que disuelve la ignorancia para establecer el bienestar y la Justicia.
La espada está asociada al imperio de lo espiritual y a la etapa final del proceso de purificación. Es por esto que Jesús y quienes le acompañan en su entramado iniciático –quienes tienen conocimiento del plan urdido por el Maestro para completar su transmutación– hacen todo cuanto les resulta posible para que necesariamente se lleve a cabo la crucifixión. Jesús mismo, de brazos extendidos y piernas unidas, con la cabeza hacia el cielo y los pies apuntando el suelo, es la personificación de la espada. Él mismo es la espada.
La espada ha de tener doble filo pues de esa manera expresa la dualidad que, habiéndose originado en una única esencia, el principio, condiciona el mundo manifestado invitándolo a la unidad en la diversidad, concepto evidente en las dos serpientes enroscadas en torno al báculo o caduceo con que se muestra Hermes o Mercurio.
Ese doble filo no es resultado de la acción de la dualidad en sí misma, que sería desarmonizante, sino que son “manifestaciones” del principio.
Veamos.
El eje es el lugar donde las oposiciones se resuelven y concilian en el equilibrio perfecto. Su carácter esencial es la inmutabilidad; en torno de sí se efectúa la revolución de todas las cosas y de la cual la esencia o principio no participa. Este símbolo de dualidad a través de la espada de doble filo no es ajeno a la Biblia. Todo lo contrario. La espada aparece como símbolo del verbo o de la palabra de Dios, con su doble poder creador y destructor:
…y de su boca salía una espada aguda de dos filos. Y su rostro era como el sol cuando resplandece su fuerza. (Apocalipsis 1, 16)
No hay duda de que la espada simboliza igualmente al rayo que cruza los cielos alumbrando brevemente –para que solo puedan ver quienes se hallan preparados– y estremece con su efecto que es el trueno.
Innumerables rituales iniciáticos requieren del uso de la llamada “espada flamígera”. La espada se asocia al rayo solar y al relámpago, o cómo derivada de este último, lo que se representa de modo sensible en la hoja ondulante de la espada flamígera. Esta espada se relaciona con el fuego y es símbolo del poder espiritual trascendente.
En la confitería del hotel, amplia y decorada al estilo típico egipcio, ya había una mesa dispuesta. Para tres. Conociendo la forma de comportarse de Maximus miré alrededor porque fuese quien fuere el otro invitado ya tenía que estar esperando.
En la barra, sentada sobre un taburete, había alguien sola y de espaldas. Si alguna duda hubiera albergado yo sobre de quién se trataba, alcanzó con ver el vaso grande de jugos de fruta que aguardaba a su lado para disiparla. El cabello largo, lacio, renegrido, cayendo sobre los hombros y la figura esbelta, estilizada, algo andrógina, todo en sus apenas superados treinta años de edad. Era K.
Oyó nuestras voces y con esa seguridad en los movimientos, capaz de sostenerlos aún en momentos de extrema gravedad, se levantó, sonriente, con el vaso en su mano derecha y caminó hacia nosotros saludando con un gesto breve lleno de belleza.
Conozco a K desde hace, al menos, una década. Fue iniciada en la Orden de los Guardianes de la Puerta Dorada de los Muros de Jerusalén, fue discípula privilegiada y protegida durante cierto tiempo por la máxima jerarquía de la orden; tenía una mente privilegiada, educada para cruzar gran cantidad de datos en segundos y una peculiar combinación de sádica crueldad con seducción infinita.
Demasiadas cosas habíamos vivido juntos K y yo como para siquiera suponer que nuestras entrelazadas existencias no habrían de encontrase una y otra vez. Además de tan profunda unión a perpetuidad, K había sido instruida por aquella persona sobre la cual suelo decir que “es quien más me ha hecho sufrir pero por quien yo daría hasta la última gota de mi sangre”.
Para entender lo que digo es inevitable haber vivido el campo iniciático en su mayor despliegue y esplendor. Maximus era consciente de todo esto.
–Invité a K a este encuentro. Ud., sabe –dijo Maximus– ella ama Egipto y siempre viaja a este país para recorrerlo, y por las ceremonias esotéricas. Y está a un paso de Jerusalén. Hablar los tres será muy grato.
–No necesito decirle que verla y tener la piel erizada de mi cuerpo es una sola cosa.
–Ya tendrán tiempo de compartir. Ambos pueden quedarse en El Cairo varios días.
–Si, sí, claro.
Cuando estuvimos a punto de sentarnos a la mesa, K y yo nos besamos uniendo con toda suavidad los labios. Siguiendo el ritual gnóstico milenario, K pasó su mano izquierda sobre la piel de mi brazo derecho para acariciar la marca ritual que ella misma había producido en otros tiempos. Ambos sonreímos. Eran recuerdos de tiempos hermosos; exigentes, extremos, cargados de adrenalina; pero plenos y bellos como ningún otro. “Era joven entonces”, dije para que los dos me oyeran y asentimos todos con movimientos de cabeza.
–Fueron los rituales del paso, del tránsito, ineludibles si se anhela la transmutación –expliqué–. Es el símbolo de la Pascua. Dicho sea de paso, otra tergiversación del catolicismo. “El Paso” se remonta en el pueblo hebreo al año 1513 a. C. cuando emprendieron el éxodo desde Egipto en busca de la Tierra Prometida.
–¡La Tierra Prometida! ¡La Fuente de Juvencio! ¡La Ciudad de los Césares! Todo evoca lo mismo –acotó Maximus con un énfasis no habitual, señal inequívoca de que lo hacía feliz compartir esa mesa. Fue en ese momento, recuerdo ahora, que advertí que no estábamos solos. Como no podía ser de otro modo afuera de la confitería se paseaba su chofer y, solitario, en una mesa leyendo un diario en árabe, su eterno asistente–: la transmutación o, en todo caso, el retorno al Paraíso, el reencuentro con los tiempos primordiales.
–Sí, las Pascuas judías se celebraron a partir de entonces cada año para mantener la memoria de su liberación; pero esa es la lectura de superficie, para que todo el pueblo comprenda, y sirve como prenda de unión presente y futura. No es la lectura más valiosa. Lo importante es que “el Paso” remite al estrecho, y a la vez inmensamente libre, sendero iniciático, el que conduce inevitablemente a la armonía; lo que suele llamarse “el Amor”.
–Comienzo y fin son aspectos de una misma unidad. Los profanos se atienen a los “sucesos” lo que les impide entender la magnitud del “proceso” y eso los lleva a la angustia, la ansiedad, la depresión, la desesperación. Plenitud y extinción; vida, muerte, resurrección; todo es parte del uno.
–Pascua en hebreo significa “pasaje o tránsito”. Alude, pues, a la idea de pasar o ir de un lugar a otro, como en la iniciación, la peregrinación desde la oscuridad a la luz; de la ignorancia profana a la comprensión de los principios y sus leyes universales.
–Si queremos ser precisos –aclaró K con parsimonia– Pascua, que en hebreo es Pesah debe traducirse como “pasar más allá”. Lo que mejora la idea de la que estamos hablando hoy.
–Los primeros cristianos celebraban la que se conoce como la Pascua del Señor en coincidencia con la Pascua Judía: durante la noche de la primera luna llena pascual (el 14 de Abib), del primer mes de primavera (14-15 de Nisán). Fue recién a mediados del siglo II cuando la mayoría de las iglesias trasladó la celebración al domingo posterior a la festividad Judía. El Viernes Santo y el día de la Pascua Florida empezaron a celebrarse como conmemoraciones separadas en Jerusalén recién a finales del siglo IV.
–Pero vean Uds. –volvió a interrumpir con entusiasmo Maximus– que estamos refiriéndonos a una celebración que, para determinar el momento en que debe realizarse, hay que atenerse a una fase de la Luna. ¡Luna Llena! ¿A quién se le puede ocurrir que semejante cosa pudo haber sido establecida por Jehová o por Jesús? ¡Es totalmente pagano! Muy anterior al judaísmo mismo. Está íntimamente vinculado a los días próximos al Equinoccio de Primavera y es un canto de júbilo del pueblo, guiado por los sacerdotes que, a su vez, en secreto, hacían rituales iniciáticos, para gozo de la plenitud y exhuberancia de las formas, florecimiento y derroche de luz. No vamos a suponer que esto nace, tampoco, en la Magna Grecia donde tras el equinoccio se rendía culto a Dionisos y los iniciados se abandonaban, como la naturaleza misma, a una jubilosa embriaguez, la cual era considerada como un estado de auténtica posesión divina. ¡Para nada! La Magna Grecia, como digo, tomó todo de otras culturas; muy anteriores y, por ello, mucho más evolucionadas espiritualmente.
–De acuerdo; pero miren Uds. la manera en que contrasta lo que estamos contando con el estado de ánimo que prevalece durante la Semana Santa cristiana: el duelo, la tristeza, el abatimiento temporal… para después encontrarse con la alegría de que quien se creía muerto ha resucitado. Una evidencia de que sin tinieblas previas es impensable cualquier cambio de estado.
–La Pascua es un típico ritual de renovación. Está vinculado al ciclo anual y cósmico; de allí que utilice como eje el Equinoccio de Primavera que implica la regeneración de la naturaleza concebida como entidad viviente y única. Tal “renovación” no es otra cosa que el “paso” de un estado limitado y normativo a la amplitud de otro incondicionado y pleno. Tanto es así que hay quienes remontan los orígenes de estas celebraciones rituales a la fiesta primaveral en honor a la diosa teutónica de la luz y la primavera. El libro Medieval Holidays and Festivals aclara este punto: “La celebración de la Pascua Florida recibió su nombre (Easter), en honor a Eostre, diosa germánica del alba y la primavera”. La mitología relata que Eostre abrió las puertas del Walhalla para recibir a Valder, llamado el “Dios Blanco” debido a su pureza o “Dios Sol” porque se creía que su frente suministraba luz a la humanidad. Originalmente, estos ritos de la primavera fueron concebidos para ahuyentar a los demonios del invierno o, lo que es lo mismo, las fuerzas de la oscuridad. ¡Miren si tiene antigüedad y orígenes nada hebreos ni cristianos la Pascua!
–Allí está en símbolos todo cuanto hay que expresar sobre el proceso iniciático. Las “disoluciones” y “coagulaciones” de los alquimistas. No se trata de un “paso” único, sino que requiere de varias travesías. A fin de cuentas Hércules hizo doce trabajos exitosos y con menos no habría sido digno de la mano de la princesa…
–Buena manera de expresar la auténtica y armónica integración del Héroe Solar (Principio Masculino) con el Principio Femenino (la Reina) porque siempre el resultado de un “pasaje” correctamente realizado implica la liberación de condicionamientos impuestos por la sociedad profana y de limitaciones mentales. Esta integración, esa unidad fruto de la iniciación absoluta, de la transmutación, conlleva una perenne liberación total. Es la realización de la máxima aspiración humana: conocer el lugar y el sitio que a uno le corresponde en el orden universal.
Maximus comenzó a sonreír discretamente; nos miró a ambos, volvió su rostro hacia la taza de té, jugó un poco con la cucharita de plata como si estuviera atendiendo a los tallados que había sobre ella, hasta que con una sonrisa mejor marcada en su rostro, dijo:
–No puedo menos que pensar qué responderá un sacerdote católico al preguntarle de dónde viene la costumbre de regalar huevos en Pascua. ¡Miren que es una buena industria! Huevo de chocolate, roscas con huevos duros de gallina como adorno… ¿Qué responderán? ¿Cómo explicarán que esos huevos, algunos tan grandes ellos, simbolizan, precisamente, el culto a la fecundidad y, más exactamente, a la virilidad. Ocurre que la primavera, como en todas las culturas, era la época sagrada para los adoradores fenicios del sexo. “Astarté”, la diosa de la fertilidad, tenía como símbolos el huevo y la liebre. Incluso en algunas estatuas se la representa con los órganos sexuales toscamente exagerados, mientras que en otras figuras aparece con un huevo en la mano y un conejo a su diestra. Astar en Abisinia (actual Etiopía); Athar, divinidad de la fecundidad y la lluvia en Arabia del sur; Ishtar, divinidad de Mesopotamia; Inanna, la divinidad sumeria del amor, la naturaleza y la fertilidad. En verdad, todas identificaciones simbólicas del planeta Venus. Astarté se corresponde en la mitología griega en parte con la diosa Afrodita y en parte con Deméter. Pero también aparece mencionada en el Antiguo Testamento con la forma plural Ashtaroth. Astarté (en fenicio Ashtart) es la asimilación fenicia de una diosa mesopotámica conocida por los sumerios como Inanna, e Ishtar por los acadios. Representaba el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, así como la exaltación del amor y los placeres carnales. Con el tiempo se transformó en diosa de la guerra y recibía cultos sanguinarios de sus devotos. Se la solía representar desnuda o apenas cubierta con velos, de pie sobre un león. De aquellos huevos, agradeciendo la fertilidad, la multiplicación, ¡estos huevos de Pascua para regalo de hoy en día!
–El huevo fue siempre un elemento muy importante que aparece en todas las cosmogonías más primitivas. Para no hablar del huevo alquímico, por ejemplo. Pero fíjense que en la India y en países semitas de la región oriental, el huevo ha representado el germen primitivo que se encuentra escondido en el agua. Dentro del agua. Los vedas afirman que las aguas originarias se elevaron y dieron origen a un huevo de oro, del cual salió el creador del mundo. Y en este tan especial país que ahora nos alberga –K no puedo evitar su emoción al hacer esta referencia– que es Egipto, el simbolismo del huevo me hace pensar en la Caja de Pandora de los griegos que, como dice Maximus, han de haberse apropiado del concepto. Los antiguos egipcios sostuvieron que Osiris y su hermano lucharon respectivamente e introdujeron todos los bienes y males del mundo en un huevo. Al romperse el mismo, todos los males se distribuyeron por el planeta. Claro que también en Persia, como en Grecia y Roma, era muy común pintar huevos y comerlos en las fiestas, en honor a la primavera. Todo eso llegó a nuestros días y, ahora, la gente deduce que los huevos en Pascua son una creación del cristianismo.
–El tríptico conformado por pasión, muerte y resurrección son estados sucesivos, y a la vez simultáneos, por los que necesariamente tiene que pasar todo aquel que quiera recorrer completo el camino iniciático. El “sacrificio” (sacro oficio, oficio sagrado) permite la recreación el mundo. Sacrificado y sacrificador se identifican entre sí y con el acto mismo del sacrificio. Por eso sostenemos que Jesús en lugar de evitar ser crucificado y todo el Vía Crucis que llegar a ese estado implica, hizo cuanto le fue posible para asegurarse que ocurriera. Tiene que haber sangre. La hay siempre en todas las mitologías que refieren a este proceso. La sangre proveniente del sacrificado fecunda la tierra. Hablar de sangre remite de inmediato al corazón.
–Todos los mitos hablan de un sacrificio en virtud del cual se recrea el mundo: Atis entre los latinos, el de Adonis entre los griegos, el de Tammuz en la Tradición Iniciática de Oriente Medio, llamado el “Universalmente Grande” así como tantos otros que hacen surgir de la tierra fecundada por la sangre a una divinidad de infinita perfección, la que a su vez es sacrificada, retornado así a la unidad primordial.
–Sí, hay mitos en que esta sacra acción implica inclusive la castración del órgano viril pero no de un varón sino de una divinidad que es hermafrodita. Cibeles en el mito de Atis al ser castrada por Dionisios por orden del Olimpo emana un chorro de sangre que fecunda la tierra donde brota una fruta en particular, que es la granada, la que al posarse sobre el regazo de Nana la fecundó, y de esta milagrosa concepción nació Atis, un ser de extraordinaria belleza que se castró en un ataque de locura provocado por Cibeles retornando así a la unidad primordial de la cual había salido.
–Interesante que haya mencionado la granada, una fruta tan apreciada en tantos simbolismos iniciáticos. Los masones siguen exhibiéndola, por lo general en número de tres, sobre la columna de los compañeros.
–Lo que hay que decir es que la castración simboliza el dominio del mundo yetsirático por Atsiluth cuya sangre fecunda Asiyah para que renazca o se renueve cíclicamente lo manifestado. Pero todo ello no sería posible sin la “voluntad divina”, designada en los mitos como “voluntad del mundo olímpico” y en la Biblia en el sentido de que Cristo vino a la tierra a cumplir la profecía, las Santas Escrituras, lo revelado por Dios, su ley. En todos los casos esto hace referencia de manera velada, claro, a que la iniciación requiere de un guía sin la cual el paso perfecto no es posible.
–En algunos casos, en mitologías más modernas, la castración existe pero para decirlo de alguna manera se trata de una manera “desviada”, “desplazada”; por eso es tan importante ese fragmento de los manuscritos del Mar Muerto que refiere a “un Mesías taladrado”. Es un clásico ejemplo de castración desplazada. O, ya en el caso de Jesús, la lanza abriendo el costado.
La misa de San Gregorio. Una síntesis perfecta del sacrificio que realizó Jesús para liberar a los hombres del pecado original. Mientras lo sacrifican, el hijo de Dios celebra una misa.
–Otra forma de castración sublimada puede ser el sometimiento a una vergüenza extrema. ¿Creen Uds. que cuando los Evangelios señalan que a Jesús lo despojaron de las vestiduras le dejaron puesto algo así como un taparrabos? Exhibir desnudo por entero a un hombre impotente para defenderse es una forma moral de castración. No tengo dudas.
–En el esoterismo hindú hay otras modificaciones interesantes para la castración. Así tenemos el relato del sacrificio de Purusha por los Devas que no son otra cosa que partes de él mismo. Son autosacrificios. Jesús que, como ya concordamos todos en esta mesa, se dirige voluntariamente a la pasión y muerte, coincidiendo en la misma persona sacrificador y sacrificio. Ninguno puede efectuar su recorrido iniciático exitosamente si es obligado. Aún con temores o precisamente porque estos existen, tiene que tratarse de una decisión íntima y personal donde el guía está presente pero no interviene.
–En síntesis, podemos acordar que la Pascua celebra, pues, el misterio de la redención en sus dos aspectos, muerte y resurrección. La muerte pascual la vive cíclicamente todo iniciado y forma parte de la simultaneidad en que acontecen los diferentes estados del ser.
Un bel morire tutta la vida honra.