A modo de prólogo

Era una mañana fría, y en un bar de la Avenida Corrientes, en el pleno centro de Buenos Aires, los dos hombres conversaban frente a una taza de café, junto a la ventana. –Ud., hermano mío, necesita pensar con extrema serenidad lo que se propone hacer. Nosotros le prestaremos ayuda, como lo hemos hecho siempre. Pero aparecerán enemigos. Hay muchos que se resisten a que la verdad trascienda. Hay grupos muy influyentes que se encuentran convencidos de que el vulgo, la gente común, normal, debe ignorar las cosas de los iniciados. Y no estoy seguro de que nos sea posible brindarle la protección que pueda requerir –no solo Ud., habría que pensar también en su familia– después de la publicación del libro.

–Disiento. Disiento totalmente. Una vez publicado este libro, yo seré lo menos importante. Las cosas estarán dichas y el libro en manos de sus lectores. ¿Quién va a molestarse por mí, entonces? O por mi familia. Lo hecho, hecho estará. Tendrán que pensar en otra cosa. Ya se me han ocurrido varias: aparecerán libros contradiciéndome, negando los sucesos; habrá programas de radio, televisión y, hasta mesas redondas en las ferias del libro diciendo que soy un charlatán, que no tengo pruebas académicas. Esas cosas; mucho más no conseguirán.

–Vea, Las Heras, no será la primera ni la última vez que digan que Ud. es un charlatán, mentiroso, inventor de patrañas. Y mientras siga tratando y difundiendo cosas como estas, más agresiones de esa índole recibirá. Y hemos olvidado a los autodesignados “escépticos.” Esos querrán que Ud. presente la prueba ta quigráfica del diálogo entre Jesús y José de Arimatea mientras Él se recuperaba aquella noche en la tumba.

–El libro será publicado. Es mi decisión. Tengo editor, un español que no se amilana.

–Querido hermano Las Heras, me gustaría que antes de proseguir con tu plan te retires a la Sala de Reflexiones y pienses si no sería lógico limitarte, por ahora, a un folleto o un libro breve para su difusión solamente entre nosotros. Estoy de acuerdo que El Código Da Vinci abrió muchas puertas. Pero una cosa es una novela –además llena de contradicciones y datos equivocados, que para eso es una novela– y muy otra revelar secretos que tie nen dos mil años. Fíjese que hasta James Cameron y Simca Jacovici, que me parece que tienen un poco más de acceso y pro tección de lo que llamamos “el poder” que Ud., han sido prudentísimos al confeccionar el largometraje –más o menos documental– que intitularon El Sepulcro Olvidado de Jesús y presentaron, muy curiosamente, casi en coincidencia con el equinoccio que anuncia la pri mavera en el hemisferio norte. En un momento el relator afirma que se puede hablar de todos, hasta de Caifás y afirmar que fue hallada su tumba (aunque ya hayan “aparecido” dos o tres tumbas de Caifás), pero que del Crucificado y su seguidores no puede hablarse.

–En el libro no revelo ninguno de los secretos que hemos jurado no difundir. No soy perjuro, jamás lo haría. Me limito a mostrar las historias tal como ocurrieron; y nosotros –ni Ud., ni yo, ni ningún hermano de la orden iniciática que sea, pasada o presente– hemos jurado no transmitir las historias que nos fueron reveladas. Y en cuanto a la película de Cameron y Jacovici, a la que seguí con detenimiento, me queda muy a la vista todo lo que evitaron expresar. El hecho de que se sorprendan y afirmen que no entienden qué pueden ser esas dos figuras grabadas sobre la piedra a la entrada de la tumba supuesta de la familia de Jesús, es más que significativo. Hasta el estudioso de simbología elemental nota de inmediato el compás por un lado y el círculo –el ouroboros– que denota la totalidad, por el otro.

–Es verdad, es verdad… Pero tenga presente Las Heras que por alguna razón hasta los “bendecidos” del séptimo arte proceden de ese modo. No se trata aquí de que Ud. viole juramentos o disciplinas. Eso se encuentra fuera de discusión. Mire que si apenas nos abrimos un poco con el Evangelio de Judas –que se hizo de manera medida, a través de una cadena seria de televisión documental– y ya eso generó una reacción mundial cuyo final estamos muy lejos de imaginar… ¡A Ud. se le ocurre escribir un libro contando las historias reales –las secretas, las que solo conocemos los miembros de las ordenes– de la vida de un Jesús de carne y hueso que, por añadidura, es un iniciado! Además, vea, somos muchos los que tenemos certeza de que hasta los detalles más conocidos de la vida de Jesús fueron tergiversados a voluntad por los interesados. Tome el ejemplo de la cruz: Ud., yo y tantos otros conocemos que Jesús fue prendido a una cruz que tenía dos maderos horizontales y no uno.

–Pero, claro, si hasta en el báculo de San Ignacio de Loyola, nada menos que el fundador de la Compañía de Jesús, puede verse la cruz de dos listones horizontales. La cruz que se conoce desde hace siglos no es en la que fue crucificado Jesús, sino que se adoptó una forma más conveniente –de los tiempos de Constantino– que podía ser comprendida por todos: claramente, la forma de una espada clavada en el suelo. Una forma geométrica que cualquiera podía entender, que tenía relación con lo cotidiano de aquellas culturas.

–Ocurre que, como los jesuitas son, digamos, el brazo científico y racional de la Iglesia, entonces, con esa señal, que solo quienes estamos embebidos en el tema comprendemos, lanzan un aviso. Algo así como un cartel anunciando que no admiten engaños.

–Pues entonces Ud., hermano mío, comprende la necesidad de informar sobre estas cosas, de abrirlas a todos, de que se encuentren accesibles a quienes pueda interesar.

–En modo alguno es lo que yo le estoy diciendo. Por el contrario, lo que busco hacerle entender es que hay que elegir muy bien quién está capacitado para tener El Conocimiento y a quiénes hay que permitirles vivir en estado de infancia hasta el final de sus vidas. Por eso le invito a que posponga la publicación de este libro. Está Ud., Las Heras, derrumbando siglos de historias tergiversadas, creencias impuestas y, lo que es más grave, está derrumbando negocios extraordinarios que tienen que ver con el poder, con el manejo de naciones y, a veces pienso de acuerdo a mis conocimientos, el manejo de la humanidad misma.

–Entiendo, entiendo. Estoy consciente de todo cuanto con tanto afecto me dice. Soy un hombre grande, tengo una misión en esta vida que fuera dispuesta por la arquitectura universal. De manera que el libro se publica y los lectores deciden.

–Puede Ud. estar metiéndose en graves problemas.

–Es una ley universal. Anunciar verdades suele ser sinónimo de futuras dificultades.