Robin de los bosques (1938)

Título original: The Adventures of Robin Hood

Producción: Warner Bros.

Productores: Hal B. Wallis, Jack L. Warner

Directores: Michael Curtiz, William Keighley

Guion: Norman Reilly Raine, Seton I. Miller

Fotografía: Tony Gaudio, Sol Polito

Música: Erich Wolfgang Korngold

Montaje: Ralph Dawson

Intérpretes: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Basil Rathbone, Claude Rains, Patric Knowles

País: Estados Unidos

Año: 1938

Duración: 101 minutos. Color

En el breve período comprendido entre 1935 y 1940, Warner Bros. estrena siete largometrajes que integran una suerte de ciclo de cine histórico de aventuras. La circulación de talentos (intérpretes, directores, técnicos) entre los filmes les confería un cierto aire de familiaridad a ojos del público. A saber: Capitán Blood (Captain Blood, Michael Curtiz, 1935), La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, Michael Curtiz, 1936), El caballero Adverse (Anthony Adverse, Mervyn LeRoy, 1936), El príncipe y el mendigo (The Prince and the Pauper, William Keighley, 1937), Robin de los bosques, La vida privada de Elizabeth y Essex (The Private Lives of Elizabeth and Essex, Michael Curtiz, 1939) y El halcón del mar (The Sea Hawk, Michael Curtiz, 1940), para la que se reutilizó parte del vestuario y de los decorados del film anterior (más cercano al melodrama que al cine de aventuras, dicho sea de paso).

Robin de los bosques, el film en el que nos centraremos, representa la quintaesencia del relato cinematográfico de aventuras. Se articula en torno a una serie de oposiciones que establecen nítidamente una división esencial entre los personajes de la historia: aquellos que representan el bien y aquellos que personifican la maldad. En esencia, el consabido enfrentamiento entre buenos y malos de una pieza. Cada uno de estos dos colectivos posee adheridos unos espacios diegéticos determinados y un tratamiento visual concreto que refuerzan su caracterización y connotan los valores que les son propios al tiempo que se oponen a los del otro: los luminosos verdes del bosque de Sherwood, hábitat exterior y salvaje de Robin y sus compañeros que simboliza la libertad por la que luchan, generan la impresión de un naturaleza desbordante, viva y libre. Al contrario, en los interiores del castillo de Nottingham, residencia de los villanos, reinan unas tonalidades lúgubres que traducen visualmente el mundo de sombras y de oscuridad que los villanos representan. El régimen estético del film responde, pues, a una notoria estilización (regida por fines conceptuales) producto del empleo del Technicolor, proceso de color hegemónico en Hollywood entre 1922 y 1952, cuya saturación de tonalidades característica fue inteligentemente empleada en todas sus posibilidades expresivas en la película que nos ocupa y, un año después, en El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939).

Por lo demás, la aparente sencillez del planteamiento del film descansa en una base mítica: un héroe mesiánico que conduce a una comunidad en crisis hacia la libertad enfrentándose a la injusticia, moldeada sobre un célebre personaje del folclore inglés medieval. Este relato mesiánico de común aparición en el cine de los grandes estudios (y que adopta diversas encarnaciones actanciales: liberadores, salvadores, emancipadores, justicieros) explica el recurrente interés que Hollywood ha experimentado hacia el personaje de Robin Hood, convocado en pantalla en cuantiosas ocasiones desde el período silente —Robin Hood (Allan Dwan, 1922)— hasta la actualidad —Robin Hood (Ridley Scott, 2010)—, sin olvidar largometrajes para los que sirvió de (evidente) modelo —El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow, Jacques Tourneur, 1950).

Además de constituir un efectivo entretenimiento cinematográfico, Robin de los bosques alberga, bajo la apariencia de un film de evasión, una pertinente alegoría de la opresión nazi, constituyendo uno de los primeros filmes hollywoodienses contra el nazismo. Así lo supo ver Javier Coma (1995, págs. 138-139):

«Si los sajones suscitan pensar en los judíos bajo el régimen hitleriano, los normandos constituyen una imagen directa del fascismo. [...] Se erigen en autores de decretos, en componentes de tribunales de justicia y en ejecutores de sentencias, sin respeto alguno a los auténticos derechos de los súbditos. Esclavizan a éstos con impuestos extremadamente abusivos. Y discriminan salvajemente a los sajones. [...] Eran los nazis cuando el público americano prorrumpía en aplausos al final de la proyección del film en los Estados Unidos de 1938».

La conflictiva gestación de la que fue la producción más cara de las emprendidas por el estudio hasta el momento (su coste superó los dos millones de dólares) compromete la noción de autoría del film: un guion sometido a diversas reescrituras por parte de diferentes plumas, una fotografía a cargo de dos operadores jefes y una labor de dirección iniciada por Keighley —probablemente escogido por su trabajo en God’s Country and the Woman (1937), primer largometraje de Warner Bros. filmado en Technicolor— que pasaría poco después a manos de Michael Curtiz, cineasta solvente y todoterreno curtido en el campo del cine de aventuras que ya había trabajado con la pareja protagonista del presente film con resultados óptimos; aunque la opinión de los dos intérpretes sobre el realizador no fuese la mejor de las posibles. Si Errol Flynn afirmó que, en los once filmes en los que trabajaron juntos, «Curtiz intentaba que cada escena fuera tan realista como si no pareciese importarle mi piel. Nada le deleitaba más que la auténtica efusión de sangre», Olivia de Havilland sentenciaba: «Era un tirano, era ofensivo, era cruel. Oh, era un verdadero villano, pero sospecho también que era bastante competente. [...] Sabía lo que hacía, sabía narrar una historia con mucha claridad y sabía cómo llevar las cosas adelante» (Coma, 1995, pág. 111). Por ello, Robin de los bosques se erige en representativo ejemplo de la potencia y eficiencia de la maquinaria narrativa y productiva del cine clásico, capaz de sobreponerse a cualquier eventualidad acaecida durante la producción.