Caballero sin espada (1939)
Título original: Mr. Smith Goes to Washington
Producción: Columbia Pictures
Productor: Frank Capra
Director: Frank Capra
Guion: Sidney Buchman
Historia: Lewis R. Foster
Fotografía: Joseph Walker
Música: Dimitri Tiomkin
Montaje: Gene Havlick
Intérpretes: James Stewart, Jean Arthur, Claude Rains, Edward Arnold, Guy Kibbee, Thomas Mitchell
País: Estados Unidos
Año: 1939
Duración: 129 minutos. Blanco y negro
La perspectiva abiertamente política de una parte de la filmografía de Frank Capra de los años treinta y cuarenta —que dejó obras tan importantes como La locura del dólar (American Madness, 1932), la tardía El Estado de la Unión (State of the Union, 1948) y esa suerte de trilogía que integran El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936), Juan Nadie (Meet John Doe, 1941) y el film que nos ocupa— ha sido recurrentemente despachada con cierta ligereza apelando al hipotético tono almibarado de su cine, construido a partir del patrón de comedia amable de acentuado tono moral y vocación populista. Aunque el optimismo emerja triunfador en las conclusiones de los filmes, sus tramas exponían, amparadas en una comicidad que las hacía parecer inofensivas a ojos de los poderes fácticos, los claroscuros de la realidad política, social y económica de la Norteamérica de la época. Ello era posible gracias a la envidiable posición del cineasta dentro de la industria hollywoodiense a finales de la década de los treinta, pues, amén del éxito comercial de sus obras, Capra había ganado el Óscar a mejor director en tres ocasiones: por Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934), la citada El secreto de vivir y Vive como quieras (You Can’t Take It With You, 1938). La primera y la tercera habían sido coronadas, además, como mejores películas en los premios Óscar de sus respectivos años. Es por ello que el realizador podía ostentar un cierto control autoral sobre sus filmes dentro del mecanismo industrial del Hollywood clásico (como reza el título de su autobiografía, suyo era «el nombre antes del título»).
La historia original de Lewis R. Foster que adapta el film, «The Gentleman from Montana», se inspiraba en los inicios políticos del senador Burton K. Wheeler, presa de ataques y falsas acusaciones cuando se enfrentó a la corrupción de la administración presidencial de Warren G. Harding. La oficina Hays había disuadido a diversos estudios de adaptar la historia a la gran pantalla, pero el interés de Capra hacia ella logró sacar adelante el proyecto en Columbia Pictures.
El cine de Capra comprometido con el New Deal se dirigía a las clases populares para devolverles la esperanza en el proyecto político de superación de los fatídicos efectos de la Gran Depresión comandado por la administración de Roosevelt. Al respecto, recordaba Capra años más tarde:
«Deseaba cantar a los trabajadores, a los hombres y mujeres sencillos y corrientes, a los que habían nacido pobres, a los afligidos. Quería apostar a favor de todos los marginados a causa de su raza o su lugar de nacimiento, de todos los que luchan y tienen esperanza. Y sobre todo, deseaba defender su causa en las pantallas de todo el mundo» (citado en Campos, 1997, pág. 182).
Caballero sin espada «dramatizó la fragilidad de la democracia en un momento de crisis mundial, así como la necesidad de que los ciudadanos defiendan individual y colectivamente sus creencias y las tradiciones democráticas de su nación» (Sklar, 2002, pág. 189). El film elabora una defensa del espíritu democrático en la que el discurso newdealista se cifra en un conflicto edípico: la caracterización del protagonista y adalid de una democracia ajena a intereses partidistas y económicos, Jefferson Smith (interpretado no por casualidad por James Stewart, actor vinculado al personaje-tipo del norteamericano corriente), establece una identificación directa entre los electores y sus representantes. Descrito como un moderno Don Quijote debido a su idealismo apasionado, constituye un mesiánico David que se enfrenta contra el Goliat conformado por la maquinaria política y mediática corrupta. Su visita al Lincoln Memorial (una experiencia mística para el personaje) lo sitúa en la línea descendiente de los padres fundadores de Estados Unidos de América al tiempo que lo establece como representante y defensor de unos ideales democráticos amenazados por la perversión interesada del sistema democrático que parece haberse enquistado en un Senado corrompido. El retrato de la prensa no es más halagüeño: adocenada y servicial a poderes empresariales, su finalidad básica es la de modelar y manipular a la opinión pública (dicho sea de paso, el cineasta ahondará en estas cuestiones en su siguiente largometraje: el imprescindible Juan Nadie).
La evolución de Smith se cifra en un trayecto edípico en el que el nuevo político, representante de la pureza democrática, se enfrenta y termina ganando a su corrupto padre, el senador Joseph Paine (Claude Rains). Este enfrentamiento posee un claro discurso simbólico que posibilita la reconciliación y reparación de la confianza del público en la política tras haber padecido las consecuencias de la depresión económica: es necesario sustituir la clase política viciada que responde a intereses económicos particulares por una nueva generación de políticos puros e idealistas que defiendan y estén al servicio de los valores democráticos. La catarsis y clímax del relato se formula en el discurso final de Smith, oda a la honestidad y a la necesidad de la virtud al tiempo que impugnación del laberinto burocrático que ahoga toda posibilidad de una libre expresión a través de mecanismos diversos de coerción.