La diligencia (1939)
Título original: Stagecoach
Producción: United Artists
Productores: Walter Wanger, John Ford
Director: John Ford
Guion: Dudley Nichols
Fotografía: Bert Glennon
Música: Louis Gruenberg, Richard Hageman, W. Franke Harling, John Leipold, Leo Shuken
Montaje: Otho Lovering, Dorothy Spencer
Intérpretes: John Wayne, Claire Trevor, John Carradine, Andy Devine, Thomas Mitchell, Tim Holt
País: Estados Unidos
Año: 1939
Duración: 99 minutos. Blanco y negro
Es de sobras conocido que la figura de John Ford está indisolublemente ligada al universo del western, género que cultivó desde el período silente, donde ya confeccionó una de sus obras capitales: El caballo de hierro (The Iron Horse, 1924). Sin embargo, el cineasta no rodaría su primer western sonoro hasta una década después de la irrupción del sonido en Hollywood, escogiendo para la ocasión un proyecto personal con el que inauguraría uno de sus períodos más felices —el mismo año del film que nos ocupa se estrenaron El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln) y Corazones indomables (Drums Along the Mohawk), sin ir más lejos. La diligencia supuso asimismo el encuentro entre Ford y Monument Valley, espacio mítico relacionado simbólicamente a partir de entonces de su cine (en él filmaría un total de nueve películas entre 1938 y 1964). La alternancia entre los grandes planos generales, que muestran el avance de la diligencia a través de este majestuoso paraje, y los planos de los personajes que viajan en su interior ejemplarizan la capacidad del director para combinar lo inmediato y concreto de la trama con las implicaciones míticas del relato —como afirma Sarris (1976, pág. 85), la escritura fordiana se mueve «entre primeros planos de intensidad emocional y tomas largas de implicación épica, capturando tanto las contracciones de la vida como la silueta de la leyenda».
Ese trayecto físico de la diligencia que estructura de manera lineal el film implica asimismo un itinerario íntimo: la evolución de los personajes. La diligencia se construye en torno a un conjunto de dicotomías y oposiciones (ideológicas, de clase, de moral) entre un grupo de personajes que condensa, cual microcosmos, la heterogeneidad propia de la sociedad norteamericana. Al objetivo general (atravesar el inhóspito territorio y sobrevivir a la amenaza de los indios, que, planteada ya desde el genérico del film, sobrevuela todo el trayecto de los personajes) se añaden los objetivos individuales y conflictos entre personajes, que enriquecen el modélico libreto de Dudley Nichols, guionista esencial en la construcción del imaginario fílmico clásico —La fiera de mi niña, Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell Tolls, Sam Wood, 1943), Perversidad (Scarlet Street, Fritz Lang, 1945), El correo del infierno (Rawhide, Henry Hathaway, 1951). La construcción de los personajes y su evolución a lo largo del relato generan un desajuste entre el arquetipo que cada uno de ellos encarna y su concreción final en pantalla. En la construcción de todos ellos desempeña un papel determinante un pasado que configura su carácter y condiciona su comportamiento. En el representativo caso del Dr. Boone (Thomas Mitchell), su pronunciado alcoholismo le ha acarreado su devaluación como profesional de la medicina. El viaje en diligencia brindará al personaje la posibilidad de su redención al tener que ocuparse del inesperado parto de Lucy (Louise Platt), para quien, por su parte, la experiencia durante el trayecto la llevará a desterrar los prejuicios que albergaba hacia Dallas (Claire Trevor), prostituta de gran corazón inspirada, al igual que la idea del film, en una creación de Guy de Maupassant —el relato Bola de sebo (Boule de Suif, 1880), que ya había servido de inspiración para El expreso de Shanghai (Shanghai Express, Josef von Sternberg, 1932). El viaje de los personajes es punteado por dos paradas. En la primera, Ford se sirve de la disposición de los personajes en el espacio para representar visualmente la distancia (tanto literal como figurada) que las diferencias ideológicas y de clase establecen entre ellos —véase la secuencia en la que los personajes se disponen alrededor de una mesa, convenientemente analizada por Gallagher (2009). La segunda, refleja, en una atmósfera de mayor intimidad propiciada por el parto de Lucy, el progresivo acercamiento (la atenuación de las diferencias que los separan) entre esos mismos personajes conforme avanza el trayecto.
Entre la red de oposiciones que sazonan las relaciones entre personajes, la que vincula al personaje de Ringo con el marshal Curley (George Bancroft) atraviesa todo el arco narrativo. El deseo de venganza del primero, de tomarse la justicia por su mano, se opone a la justicia civilizada y legal que el segundo personifica. El marshal terminará reconociendo la legitimidad (dramática) de la primera, asumiendo así las convenciones del género. Aunque ya había protagonizado un título de la relevancia de La gran jornada (The Big Trail, Raoul Walsh, 1930), sería el papel de Ringo en La diligencia el que convertiría a John Wayne en estrella —y pareja artística habitual del director: Fort Apache (1948), La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949), El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952), La taberna del irlandés (Donovan’s Reef, 1963). Su entrada en escena (todos los personajes principales del film poseen su propia entrada en escena y su correspondiente salida) parece detener el flujo del relato al monopolizar y atraer la atención del dispositivo (la cámara efectúa un vertiginoso movimiento de acercamiento hacia el personaje mientras este gira su rifle), delineando la figura icónica y heroica que el actor terminaría simbolizando. La aparición de Ringo con el Monument Valley al fondo forja la idea de que este emana del espacio dramático por antonomasia del western (el paraje natural en su estado primigenio y salvaje).
En consecuencia, con la presente película el western conquista el reconocimiento crítico y artístico que, junto con la comercialidad que lo había acompañado desde su formulación cinematográfica primitiva, convence a las productoras cinematográficas de ser merecedor de albergar grandes producciones. La diligencia legitima y reactiva el interés en un género que, con la llegada del sonoro, parecía condenado a ser considerado de simple evasión, motivo por el cual se ha afirmado reiteradamente que es gracias a este largometraje que el western alcanza su edad adulta; no en vano a lo largo del metraje se plantean cuestiones capitales relativas a la democracia, la igualdad, la solidaridad y la responsabilidad, al tiempo que se esboza «un estudio sobre la norma social» (Gallagher, 2009, pág. 221). Así, al final del trayecto narrativo emergen triunfantes los fundamentos sociales, políticos e ideológicos norteamericanos como resultado de lo expuesto en pantalla. Como afirma Eyman (1999, pág. 190), «para Ford, América y la democracia surgieron del encuentro entre lo salvaje y la civilización».