Lo que el viento se llevó (1939)

Título original: Gone with the Wind

Producción: Selznick International Pictures, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)

Productor: David O. Selznick

Directores: Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, William Cameron Menzies

Guion: Sidney Howard, Oliver H.P. Garrett, Ben Hecht, Jo Swerling, John Van Druten

Fotografía: Ernest Haller

Música: Max Steiner

Montaje: Hal Kern, James Newcom

Intérpretes: Vivien Leigh, Clark Gable, Olivia de Havilland, Leslie Howard, Hattie McDaniel, Thomas Mitchell

País: Estados Unidos

Año: 1939

Duración: 238 minutos. Color

Film legendario de la edad dorada hollywoodense, Lo que el viento se llevó representa un ejemplo paradigmático de la importancia medular que la figura del productor desempeñaba en el modelo de producción del sistema de estudios. La adaptación del voluminoso (más de mil páginas) best seller de Margaret Mitchell se convirtió en codiciado proyecto de David O. Selznick una vez este lograra poner en pie su propia empresa, Selznick International Pictures, tras un exitoso paso por MGM, Paramount y RKO. Selznick sería quien coordinaría todo el proceso de elaboración del proyecto, desde sus primeros pasos en la escritura del guion hasta la campaña de promoción de la obra previa a su estreno, pasando por su complicado rodaje, durante el que no solo Victor Fleming (firmante oficial del film) desempeñó la labor de dirección, sino que la silla de director también fue ocupada por Sam Wood, William Cameron Menzies (a la sazón, director de producción de la obra) y George Cukor en diversos momentos del proceso de producción. Podría pensarse, por tanto, que el presente largometraje constituye un producto de evidente aspiraciones comerciales concebido como espectáculo de (sobre)dimensiones épicas —de producción (su coste estimado fue de 4.085.790 dólares, el mayor hasta la época) y de metraje (el film roza las cuatro horas de duración)— que lo convertiría en la antítesis de la expresión autoral. Esta consideración acarreó a Lo que el viento se llevó un estigma para la crítica y la historiografía cinematográficas que durante mucho tiempo resultó insalvable.

Al contrario, la película que nos ocupa constituye un «texto complejo, abierto a la nueva sensibilidad moderna y, al mismo tiempo, impregnado de unas tradiciones folletinescas en fase de superación» (Benet, 2003, pág. 73). Este dualismo se articula a partir del trayecto dramático de Scarlett O’Hara (Vivien Leigh), cuya figura cohesiona y organiza el relato al tiempo que representa «un fuerte punto de anclaje para que las espectadoras de distintas generaciones proyectaran sus afectos y emociones en el filme» (Benet, 2003, pág. 26). Como expuso Helen Taylor (1989, pág. 105), Scarlett «se convierte en el auténtico símbolo de la Nueva Mujer, reconocido como tal por las mujeres trabajadoras y madres al mismo tiempo en los cuarenta, por las liberacionistas e igualitaristas en los sesenta y por las posfeministas en los ochenta».

Lo que el viento se llevó es un texto paradigmático del melodrama cinematográfico, (macro)género que «describe los avatares de sujetos deseantes inscritos en relatos caracterizados por el exceso y la desmesura, porque confieren toda su capacidad semántica a la conversión en texto narrativo [...] de esos sentimientos, y la hacen reposar en personajes dolientes, ensimismados, maltratados»; circunstancia que ha llevado al cine melodramático a ser considerado como «la representación del sufrimiento, aunque en él haya lugar también —siquiera con carácter efímero— para la plenitud, la felicidad y el goce» (Pérez Rubio, 2004, pág. 19). La inscripción del film en el marco reconocible del llamado «cine/de para mujeres» implica que «el deseo y punto de vista que hace avanzar la narración están gobernados por una mujer» (Parrondo Coppel, 1996, pág. 3), Scarlett O’Hara, cuya peripecia dramática de supervivencia reproduce a la par que transgrede las convenciones vinculadas al esbozo tradicional de los personajes femeninos al tiempo que enlaza con la experiencia vital del público de la época: las penurias padecidas por este durante la Gran Depresión y el abandono de fórmulas de producción (trabajos agrícolas) y estilos de vida tradicionales desarrollados en comunidades reducidas para adoptar las mecánicas industriales y sociales de las grandes urbes —no está de más recordar que «el espectáculo melodramático implica en ocasiones una experiencia masoquista» (Pérez Rubio, 2004, pág. 43). El dispositivo narrativo del film incorpora un trabajo simbólico de las transformaciones sociales vividas en Estados Unidos desde los años veinte, procediendo mediante una operación mítico-narrativa que convierte su ficción en crónica histórica al tiempo que desactiva toda interpretación política y conflictiva de su material histórico. En este sentido,

«La destrucción de la civilización del sur no es tratada como producto de unos acontecimientos históricos concretos, sino como resultado de una fatalidad, de un destino inevitable. El filme no refleja claramente el choque de dos modelos sociales y económicos contradictorios en un mismo país, sino algo más diluido y abstracto: la brutalidad de la guerra, o la pérdida de la dorada juventud y del mundo arcádico que la rodeaba. La consecuencia de todo ello es que la fase de reconstrucción, de gestación de una nueva sociedad que sirve para sostener la segunda parte de la película, se presenta como una nueva epopeya fundacional de la cultura americana, la que conduce precisamente a la modernidad» (Benet, 2003, pág. 38).

Ello confiere al relato un evidente tono nostálgico que delata la añoranza hacia un irrecuperable pasado arcádico carente de conflictos, simbolizado por el Sur (el hogar, la tierra de Tara que remite a la palabra paterna). Un Sur, del que Scarlett emerge como figura alegórica, representado a partir de cuadros en expresivo y simbólico Technicolor en los que es rastreable «la presencia de referencias a lo sublime romántico del paisajismo norteamericano del siglo XIX cruzadas con el exceso kitsch» (Benet, 2003, pág. 42).

Film «de consenso», Lo que el viento se llevó es un representativo ejemplo de cómo el cine clásico era instrumentalizado para cauterizar, mediante su formulación narrativa y melodramática, heridas lacerantes de la historia reciente norteamericana, como años después hará De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953) con el ataque a Pearl Harbor.