Cantando bajo la lluvia (1952)
Título original: Singin’ in the Rain
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer
Productor: Artur Freed
Directores: Gene Kelly, Stanley Donen
Guion: Betty Comden, Adolph Green
Fotografía: Harold Rosson
Música: Lennie Hayton
Montaje: Adrienne Fazan
Intérpretes: Gene Kelly, Donald O’Connor, Debbie Reynolds, Jean Hagen, Millard Mitchell
País: Estados Unidos
Año: 1952
Duración: 103 minutos. Color
Si en 1950, como hemos visto, la película El crepúsculo de los dioses transformaba el legado de las películas silentes en una suerte de purgatorio lleno de «muertos en vida» donde los cadáveres de aquellos que no habían sabido adaptarse a las exigencias del sonoro languidecían parapetados tras sus oropeles, dos años después la productora Metro-Goldwyn-Mayer contratacó para reescribir a toda prisa su propia historia.
Como el lector o la lectora ya habrán intuido a estas alturas de nuestro recorrido, el cine surgido de los grandes estudios tuvo mucho que ver con un proceso de borrado (de fantasmas) y de reescritura (de mitos). Allí donde la formación de Estados Unidos había levantado varios genocidios —el indio, pero también el mexicano y el afroamericano—, la ficción había construido una justificación épica. Allí donde el país entero había quedado fracturado por la Guerra de Secesión, Hollywood respondió dotando de dignidad a los vencidos y fortaleciendo los lazos tras el conflicto. Por último, el mismo Hollywood en algún momento tuvo que tomar conciencia de la colección de cadáveres (simbólicos y literales) que su propio ritmo como entramado capitalista creador de mercancías fundamentadas en el fetichismo y la novedad iba dejando en los hoteles de la periferia, en los sótanos mohosos donde inevitables aspirantes a estrellas morían lentamente, envejecidas y traicionadas, empujadas a la prostitución —a veces, explícita; a veces, artística. La crónica negra de Hollywood y su farragosa realidad sexual y económica reprimida emergió, paradójicamente, en paralelo a las celebraciones de los «felices 50», a la cultura pop y al aparente triunfo de las clases medias y la sociedad del bienestar. Ya hemos visto el caso de la película de Wilder, pero también conviene tener presentes obras maestras como En un lugar solitario (In a Lonely Place, Nicholas Ray, 1950) o The Big Knife (Robert Aldrich, 1955).
Pues bien, Cantando bajo la lluvia fue, en cierta medida, la contundente respuesta —el ejercicio perfecto de «reescritura sobre el trauma»— que Gene Kelly y Stanley Donen arrojaron como una precisa carga de profundidad sobre el inconsciente de los grandes estudios. Es el ejercicio represivo por antonomasia; un prodigio de escapismo que logró auparse en los tops cinéfilos hasta que el propio Stanley Kubrick se atreviera a desactivar sus imágenes, casi veinte años después, en la célebre violación de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971).
Lo primero que llama la atención al analizar la película es la manera en la que Kelly y Donen invierten la figura de la Norma Desmond de Wilder a partir de Lina Lamont (Jean Hagen), la caprichosa y malévola figura femenina que no sobrevivirá al cine silente. Allí donde la Desmond era mirada con respeto y una fascinación que trocaba la piedad en terror —y viceversa—, aquí la Lamont no es más que una marioneta para justificar abiertamente que Hollywood tuvo que expulsar a este tipo de figuras repugnantes y malcriadas —en contraposición al triángulo de amigos protagonistas, por supuesto— que habían emergido en las lindes del silente. Muy a la contra, los dos protagonistas masculinos —Don (Gene Kelly) y Cosmo (Donald O’Connor)— son presentados como impecables portadores de los valores liberales norteamericanos: esforzados trabajadores, han logrado superar el hambre y las penurias vividas como trabajadores del music hall, secundarios, extras de acción, por lo que serán finalmente recompensados con el éxito y el amor.
En segundo lugar, es interesante que en ningún momento Cantando bajo la lluvia esconda los mimbres de su discurso ideológico. Su apuesta decidida por la comedia, el gesto liviano y amable que permite huir de una existencia grisácea y asfixiante no admite los dobleces ideológicos que vimos, por ejemplo, a propósito del Sturges de Los viajes de Sullivan. Aquí, la comedia se instituye por derecho propio en el motor mismo de lo cinematográfico, el género privilegiado sobre el que se edifican todas las posibilidades del séptimo arte. Para aprehender esta idea no basta con entender que Cantando bajo la lluvia es un ejercicio de síntesis y consumación de dos décadas de musicales clásicos —de ahí, por supuesto, su perfección formal—, sino también de un cierto discurso que desprecia lo real en busca de un mecanismo de escape. No se nos escapa que esta idea ya estaba presente en el ADN mismo del género, pero, al contrario que en otras propuestas que intentarán seguir esta línea con resultados más discretos —estamos pensando en Brigadoon (Vincente Minelli, 1954) o Ha nacido una estrella (A Star Is Born, George Cukor, 1954)—, lo interesante es que aquí la justificación ideológica viene dada desde un nivel fílmico metarreferencial plenamente consciente de los flujos de amor que recorren la historia del cine. Si tomamos como ejemplo el número músical «Make Them Laugh» veremos cómo la cámara, el montaje y la interpretación están literalmente reconstruyendo toda la constelación de imágenes que van desde el slapstick hasta los hallazgos de las vanguardias y, finalmente, las suturas clásicas de Hollywood. El cuerpo de Cosmo se contorsiona y se impone como significante mayor, utilizando los objetos que le rodean —sillones, tablones, una muy inquietante mujer descabezada con forma de maniquí—, colapsando todos los lugares comunes de la cinefilia menos crítica y sazonándolos con una letra que no deja lugar a dudas sobre la verdad excesiva de su mundo:
«I know we should all be as happy as, but are we? No, definitely, no [...] Make ’em laugh. Don’t you know everyone wants to laugh? [...] Now you could study Shakespeare and be quite elite, And you can charm the critics and have nothin’ to eat, Just slip on a banana peel, The world’s at your feet».
De aquí que, pasados los años, Cantando bajo la lluvia se siga recordando por su amabilidad, su frivolidad y su innegable ingenuidad. Sin embargo, este tipo de musical acabaría por derrumbarse pocos años después, dando pie a anquilosadísimas producciones que intentaban competir —sin éxito— con las cintas de la modernidad que llegaban de Europa. En cierto sentido, es comprensible: frente a textos que tomaban como sentido principal el desvelamiento del mundo, ¿cómo podíamos seguir confiando nuestra fe a espejismos que se regodeaban en el grosor puro y duro de su tramoya?