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Para la formulación de una imagen en la literatura


4.1 PARA LA FORMULACIÓN DE UNA IMAGEN EN LA LITERATURA

Entonces/

Los chilenos esperamos los mensajes

L. Iluminada, toda ella

Piensa en Lezama y se las frota

Con James Joyce se las frota

Con Neruda Pablo se las frota

Con Juan Rulfo se las frota

Con E. Pound se las frota

Con Robbe Grillet se las frota

Con cualquier fulano se frota las antenas.

en que esa en la plaza, toma su cabeza en gestos sucesivos –sentada en el banco– con los pies cruzados sobre el suelo. Interrumpida para el ojo que la mira por los transeúntes y más allá por los automóviles que la obstruyen. Su cabeza se inmoviliza a la izquierda o a la derecha, pero sin perder su regularidad monótona.


4.2 PARA LA FORMULACIÓN DE UNA IMAGEN:

Pasar en una sala de hospital el resto de sus días adormecida y alimentada artificialmente mediante suero, con el cuerpo cubierto y el rostro difuminado por un plástico, que en la cámara lo absorbiese.

Pasar el resto de sus días vegetalizada hasta el instante inefable de su muerte. Expulsando todos los sufrimientos para traspasarlos a los seres que la preceden. Sin mancharlos con la lacra. Por pura voluntad impregnar el deterioro: insania de la pérdida al reaparecer como enferma incurable, para no volver a atisbar Santiago de Chile, olvidando como lápida el porvenir.

Con las piernas apretadas ante el espasmo, para convertirse en la pureza. Enterrar sus obscenos pensamientos. Comprobar que su alma puede desaparecer en ese estado, ya que era un invento que se propiciaba para cada amanecer/ la que tanto cuidaba; su alma elaborada como una gema que se expande en una sala de hospital y que evaporada más allá de la cámara, errática hacia el lumperío, se pegue a otros cuerpos enlodándolos en su ponzoña.

Haciéndoles falta, carente de cuidados, asombrada por su nueva condición, retirada de su invento gemelo a su trasposición, se dice L. Iluminada y crece de asombro. Estirada en la cama con sus cabellos prolijos y sus dientes, o estos ojos que han sabido demasiado de este territorio. Aparentemente vencida para el sueño, aunque el rubor se extiende por sus mejillas y ésos no la tocan.

A ella que no ha desarrollado nada fuera de ese cuadrante.

Sigue inclinada: su manifiesta cabeza en la cerviz de la cinematografía. La han observado desde sus mejores ángulos infundiéndole letra a letra, palabra a palabra, guiones y representaciones, hasta que con la lengua rota e hinchada pudo decir los más claros parlamentos reduciéndolos a memorias, su mente como archivo. Yacer así en una sala de hospital –desprendida de toda alma– alejada de los árboles, con el plástico que de vez en cuando cae sobre su rostro sin que su propia mano pueda alejarlo. Pero en el roce repetir las rebeldes ramas, que más de una vez pudieron ocultarla cuando a solas se preparaba en la plaza para iniciar una de sus acometidas.

Así podría estar –ocupando ese lecho– mientras las miradas le indagan sus signos vitales y el instrumental verifica sus latidos. Voluntariamente en esa condición, posa.

Por las venas surtida, extraída en líquidos por sondas, y esas manos que la limpien de cuando en cuando, alisen sus cabellos, ordenen las mantas.

Hasta que los otros se empapen de su nueva condición y ya no sea más que una huella en la memoria y la naturalidad se apropie de su pieza: aséptica yazga desapegada de toda perfección, mientras los pálidos vuelven a la plaza y tendidos sobre los bancos doblen su estado con los ojos cerrados, cortándole el paso a la luz eléctrica. Diseminados ellos sobre los bancos de madera y piedra sin que el sueño los posesione. Y en cada una de sus imágenes mentales, sea ella con el rostro cubierto, estática e inocente, la que irradie un pensamiento uniforme.

Estén así noche a noche ocupando con incomodidad cada uno de los lechos de la plaza, con respiración rítmica y sus brazos extendidos para el suero, carentes de alma: posando todos.

Mientras ella, entumecida entre las sábanas, un día cualquiera se recoja hasta el otro mundo, que sin duda le develará la falacia total. Repte sábanas blancas sobre las letras hospitalarias y las manos de esos miserables interrumpan el suero, desaten las vendas y dejen el compartimento a oscuras.

(de una de sus imágenes)

Por ejemplo:

Para que se avecine ese amanecer faltan tantas horas como sus más extraños pensamientos; su físico en desmedro, torturado, alucinado por la próxima transformación que adherida al cuerpo le trepana el cráneo.

Cuando se presume el próximo amanecer de su espacio corporal corrompido y aun así se obstina al mismo cuerpo aprensado en esa cabeza rapada, con la máxima sensiblería que le permite ese espectro todavía restringido. Sus átomos que la construyen en una pelada tersa lista. –Quién sabe qué rumbos está tomando esa cabeza disparada– que resulta ineludible que la puso para no salir medio muerta, sino apenas transformada, apenas troquelada, calentada a medias.

Para ese nuevo amanecer de una imagen en la literatura en que se expresa cabeza abajo colgando de su cuerpo luminoso. Una cabeza de perfectas dimensiones rapada a todo lo largo.

Planteando lo que se creía inadmisible; que bajo su pelada estuviese oculta su verdadera belleza

su promiscuidad

todo su talento/ya uno se pierde con tantas vueltas que impiden distinguir lo impostado de lo real.

Se destapa y piensa que la horadan. Se extiende plaza abajo para que le perforen los huesos y hasta por eso le han dejado silente la pelada/ se mete tranquilizantes cuando las punzadas la acosan, ya no recuerda con tanta lucidez y permanece con los sueños más disparatados: que vuela.

Su cabeza asolada por puncetadas rasantes.

Con luces tan poderosas nadie puede eludir su figura. La pelada fosforescente se destapa y una conversación incoherente asoma al lugar del recuerdo/ puras sombras/ las radiografías contra la luz y se suspenden.

En esa sala se elimina cualquier sonido que no sea el de su cabeza horadándose, porque en la abertura del cráneo –bloqueados– sus secretos se van haciendo cada vez más tenues. Ya le van anulando algunos recuerdos.

Pero sigue amarrada a la cama y ante cada movimiento espasmódico se aprietan los cinturones que la rodean. Sus piernas se levantan en movimientos convulsivos/ la acomodan/ sus sueños afloran por movimientos de labios. La sangre de la cabeza tiñe los trapos.

Cambian a trapos albos y retumba.

Pero le van a ordenar los pensamientos, porque los golpes eléctricos sólo la dejaban –antes– orinando y pestañeando bajo la luz del patio cuando le asignaban cama/ le asignaban ficha.

–Fue trasladada a la desesperada cuando ya no se podía más con ella.

Arriba seguía profiriendo los mismos desafinos que ya no impactaban a los observadores.

Cayó en pleno desde la plaza al medio del patio y esperó que la llamaran, que la hurgaran, esperó cualquier cosa en realidad.

Estuvo con las manos caídas lacias a sus costados. Fue la imagen del relajamiento.

Quedó irreconocible en el terror a la electricidad manifestado en gestos primarios –cómo decirlo– apenas pestañeaba en la sala cuando se disponían a acomodarla. Olvidó todo. Hasta a la mujer que le cerró las piernas y de nuevo al patio, donde sobre el mesón se dejaba caer un rayo de sol y los desatinados insistían en la contemplación a nivel de centímetros.

Eso era antes.

Sigue extendida por cirugía/ las radiografías están contra la luz demostrando la falla.

Tal vez por eso le asignaron cama, le asignaron ficha. Lumínica, lo que deja disponible es su cabeza colgante. Para este amanecer aterida en la plaza como un lugar más, metidos de lleno en Santiago; esa que ha levantado su pelada consciente para descubrir después de rapada sus vergüenzas.

La iridiscente, trastornada, mordiéndose los bordes del vestido para estirarse alguna vez sobre el banco, aparentemente concluida.

Pálida hasta el final, con la cabeza colgante y los ojos cerrados, reposa.

Para no extender su cabeza que podría ser masajeada por expertos, indagada hasta el aburrimiento, sometida hasta el espasmo.

Nada más que por eso podría ser posible reposar el mayor tiempo/ vulnerar sus obscenas imaginaciones/tenderse todavía articulada –sábanas blancas– –olores– en el banco de la plaza para nominar como remanentes sus adornados pensamientos.


4.3 SUS REMANENTES:

Entre sus años de nacimiento y muerte pudó/limitarse a tres oficios. Estar éstos condicionados a los sucesos históricos que determinaron acontecimientos por apariciones.

En esos años se dividió entre la ficción y la ficción de sus oficios. Así logró equiparar la ficción deseada para lo externo, otra que no reconocía como tal y la resultante de ambas. Esta última fue designada como la propia.

Desde este lugar se debieron marcar sus preferencias, inscritas en la ficción que ella realizaba sobre los demás, aunque no tenían la plasticidad de sus deseos.

Cayó en constantes equívocos, desconectando los diálogos, rescatando el tiempo en escenografías poco importantes. Se propició el desvarío en el lenguaje para alejar así la solución de la belleza y que no se sostuviera en ninguno de sus rasgos característicos. Se embaló en este indefectible placer, reconociéndolo tan efímero como su imaginación.

Le fue negado.

En la escritura de los otros vitalizó su incapacidad para inscribirla de nuevo, en un proceso igualmente equivocado.

Eso tal vez fuera posible entre sus años de nacimiento y muerte, con la alternativa latente de estructurar otro ciclo, de empezar las cosas de una manera paralela.

(archivos para nombrar biografías)

Sitios eriazos/ rezagos/ víctimas/ desechos humanos/ hospederías abiertas/ atentados.

–Tienes extrañas antenas– ¿has cambiado de forma acaso?

Con toda la pasividad que caracteriza a algunos iluminados, la examinan por sondas para ser publicada: se la consume desde los pensamientos no cotidianos en un posible film, con un medido argumento.

La atraviesan quieta adivinando el depósito de su interior/como trabajo/ como síntesis/ como reflexión/ como falla. Instaurada modelo se ductiliza en cada uno de sus fragmentos para desaparecer después asimilada entre los objetos que promueve la plaza; en todos los lugares/ en sus ruidos/ en algún pensamiento excedido por lasitud. Con sondas y vendas sobre las sondas se aferra a la reclusión. Demudada y silenciosa, cubierta de señales, atosigada de estupefacientes pidió agua porque su cuero estaba reseco. Fue algo así como despertar a mitad de la noche, soñando, con el corazón arrítmico –cerca del fin– y descubrir que su cabeza estaba vendada y nuevas ideas llegaban a la mente.

Para desaparecer después tapada para la vista, por los automóviles sin que alcance a cruzar ninguna mirada/evitando el refrote.

(nota sobre el erial)

Con los ojos abiertos vería en el hueco cóncavo de los que no han desahogado sus sobras. Palpando en la apagada de las luces su erotismo, gimiendo por lo que no tiene en su insaciable búsqueda de luz, al igual que los pálidos que tienden sus quejidos en el paisaje que recorta espejismos. Hermafroditas se tambalean entre los hoyos y protuberancias para autoinferirse heridas, conservando ese estado límite de salivación continua que podría ser la metáfora del brillo de las estrellas contra el cemento mojado.

Se chupan sus pedazos que no tienen la prestancia del original. Reducidos a primitivos esquemas se rehacen traslúcidos en finuras. Esos cuerpos ingrávidos susceptibles de ser traspasados hasta la poza de sus líquidos –pero sin aberraciones– expulsados de referentes, especificando que no se sueña en este espacio solar electrificado. Porque detrás de los árboles no ha ocurrido nada y el pantano que surgía de sus piernas era la penetración de las ramas, del frío que no encontraba protección en su camino. Hasta que surge de pronto el alumbrado público en la plaza y el lumperío es sorprendido con la cara arrasada de lágrimas.

(una acción posible para ser realizada durante el parpadeo de la luz eléctrica)

O tal vez termine entonando una de esas canciones que se cantan por aquí.

Expresando el melodrama de esas letras en gestos faciales y de vez en cuando aflore una de las famosas citas que quiebran el esquema y esa misma se tape la boca y vuelva a recomenzar la tragedia con voz cristalina, tenue: con hermosa voz cantaba.

Lo hizo para la cinematografía: se paró/ ensayó la voz/ carraspeó/ lo intentó de nuevo/ hizo su número/ dijo la letra en francés/ con pronunciación miserable fue/ aprobada y célebre –asilada de stras– con las cintas brillantes sobre la pelada; objeto de celos su canto, envidia su traje, ejemplo de arrojo su gesticulación.

Ella misma podría contonear su cabeza de manera nunca antes pensada, con delicadeza tal podría hacerlo que nadie descubriría su búsqueda de admiración. Lo natural de este ademán convencería a los otros de su absoluta inocencia, de la falta de interés por la complacencia de sus miradas. Este gesto nadie en este país podría igualarlo, o bien este otro; cuando levanta una de sus manos, la mueve simplemente desde una de sus rodillas en que la tiene apoyada, hasta despejar el pelo de su frente.

Gira despacio los dedos y muestra la palma elevada en el aire que le roza apenas la nariz y los pómulos. Sólo entonces pasa su mano sobre la cabeza desordenando su pelo, elevándolo de brillo.

Registra la mirada que recorre su mano sobre la testa, el reflejo de los ojos de los otros producto del relumbre de su pelo. Pero lo hace con la vista escurrida, evitando el cruce directo, para que así puedan seguir con tranquilidad sus facciones descubriendo toda su nitidez; esas extrañas huellas que elabora cuando tiene la mirada perdida. Pero tampoco lo hace.

No alcanza del todo a levantar la mano y el pelo lo ordena con un movimiento de cabeza. No muestra la curva de su mano ni exhibe la palma. Sigue con el pelo achatado. Baja los ojos a menudo porque siente el impulso de chocar con otra mirada que podría descubrirla en su amaneramiento –en sus ensayos– porque es la única que mide en segundos cada uno de sus gestos en esta tremenda y arrastrada producción.

Pero lo hace de modo fino y casi imperceptible, porque si de casualidad su mirada con las otras se cruza, puede precisar de inmediato si ésos llegarán o no hasta la plaza, si permanecerán allí, detectando bajo el maquillaje los grados de palidez que portan sus rostros.

Se baja los ojos sumergiéndolos en el cuadrante donde esos pobres aficionados no tienen ninguna puerta entreabierta.

(componente de una de sus poses)


4.4 DE SU PROYECTO DE OLVIDO:

Las uñas de sus pies son a mis uñas gemelas irregulares con manchas rosáceas veteadas por líneas blancas.

Sus uñas de los pies son a mis uñas gemelas en el carcomido de las puntas.

También resultan escamosas gruesas perfectas cuando marcan la dimensión de los dedos que vuelven a reaparecer en sus bordes. Al tacto parecen graníticas o erosionadas o enfermas si se atiende a las manchas que la cruzan, pero cada una de esas redondeces restablece el equilibrio. Sus uñas de los pies se amplían según la forma extensiva de los dedos, pero conservando cada una de ellas el margen anterior a la carne. Por eso sus uñas más pequeñas comparecen como ínfimas durezas que no protegen en toda su magnitud la carne de los dedos. Sus uñas de los pies son a mis uñas gemelas en la identidad de sus funciones, conservando para el tacto algunos montículos que implican sus formas de caracterización. Sus uñas de los pies son a las mías gemelas en precaver el espanto del césped, al impedir la transparencia.

Sus uñas de los pies son a mis uñas gemelas en lo desordenado de su corte, en lo desgastado de su atención. Más que atavíos, las uñas de sus pies son el elemento que media con el pasto, que evita la disolución de la carne de los dedos que de este modo permanecen fragmentariamente protegidos.

Sus uñas de los pies son a mis uñas gemelas en su absurdidad, en el menoscabo que implantan para el ojo, demostrando así la domesticación de la mirada que no se detiene a clasificar sus funciones. Sus uñas de los pies presagian el abandono de su figura total que ha quedado grabada en los múltiples cortes irregulares que limitan sus bordes.

Sus uñas de los pies son al igual de mis uñas, cortezas. Sus dedos de los pies son a mis dedos gemelos en cada articulación que otorga la movilidad necesaria para ser mostrados en la extrema delgadez que los define. Esta fineza comienza sin duda en la privilegiada conformación ósea que les ha sido dotada, ya que a pesar de la aglutinación natural de sus dedos no se presentan como elementos discordantes, conservando en cambio la definición de su color que, rosados blanquecinos, permanecen como unidad.

Sus dedos de los pies son a mis dedos gemelos en su textura, ninguna imperfección de piel, su ausencia de erosiones los distingue únicos e incluso, la vellosidad natural que los circunda aparece casi imperceptiblemente sólo al tacto.

Apoyados sobre el suelo se abren un poco entre sí y eso permite constatar más claramente la belleza de cada uno de ellos en su perfil. Sus dedos de los pies son a mis dedos gemelos en la hundida sobre el césped, en esa decoración a color en que el placer se manifiesta desembozado. Por eso el césped no impide el roce de cada uno de sus dedos de los pies que buscan incansablemente el refrote con el pasto.

Las plantas de sus pies son a mis plantas ásperas y arqueadas, marcadas a todo lo largo por múltiples estrías que se constatan a pesar de la endurecida piel que las enmarca, pero pese a todo conservan la curva que se mide en el descanso sobre cualquier piso. Las plantas de sus pies son a mis plantas gemelas en su ocultamiento y en la resistencia, que aminorada por el césped, únicamente allí permite el roce diferido con la tierra.

Sus ojos son a mis ojos sufrientes de la mirada, por eso son el escaso nexo que priva del abandono. Mis ojos son a sus ojos la constante que no permite el equívoco del césped con las ramas.

Dilucidando el abandono, sus ojos son a los míos el sostenimiento de los pálidos que cruzan la plaza y que cuando ya no necesiten de sus ojos gemelos, conducirán a los suyos particulares hasta el mismo irreversible fracaso.

Sus ojos son a mis ojos gemelos en su pigmentación, en la perpetua humedad transparente que los protege. Sus ojos generan en mis ojos la misma mirada gemela contaminada de tanta ciudad de Santiago reducida al césped. Sus ojos son a los míos guardianes.

Sus manos son a mis manos gemelas en su pequeñez. Con los dedos extremadamente afilados sus uñas aparecen límpidas filtrando el rosado de la carne que acentúa de esa manera su redondez. Cada uno de sus dedos es cubierto por múltiples granulaciones, intransables líneas que se hacen ineludibles sobre cada articulación que corresponde al propio grosor de los dedos y que marcan, finalmente, el pliegue que los separa del siguiente.

Miradas desde la palma, sus manos son a mis manos sinuosas.

Definitivamente rosadas sus palmas son a las mías el escenario de la quiromancia y que no aportan ningún destino desajustado al acontecer de la plaza. Sus palmas son a mis palmas la verdadera fundación del placer.

Sus manos son a las mías gemelas en la ausencia de sortijas.

Desnudas, entreabren los dedos como los rayos del sol cuando la luz eléctrica no ilumina el oscurecer precoz de la plaza pública. Sus brazos son a los míos gemelos en su simetría. Perfectamente esbeltos muestran en la transparencia de la piel el trazado venoso que los circunda. Recubiertos de vellos, adquieren expuestos a la luz distinta periferia que se ratifica en la delicadeza de sus movimientos cortando el vacío. No obstante, sus brazos son a los míos gemelos en su falla, en su absoluta inutilidad, en la carencia de los brazos que –tal vez– programados para un destino fecundo, se niegan y tocan los desechos enlazándolos con los árboles.

No dependientes de los bancos de la plaza, sus brazos son a mis brazos inconscientes en el pasto, tocando como única piel la suya propia singular que incluso en sí misma evita el roce.

Sus brazos son al igual que los míos sensibles en las muñecas para que ninguna clase de vida se evada por algún hipotético orificio. Las muñecas de sus brazos son por esto obsesivamente custodiadas.

Su cintura es a mi cintura gemela en su desgaste, diversa en su medida. En todo caso irreductible, su cintura se establece provocadora al demarcar zonas erógenas en el balanceo que da cabida al torso y al desplazamiento de los muslos. Pero nadie podría descubrir allí ninguna forma de belleza porque su cintura es connotada por su amorfidad, nada hay en ella que solace la mirada o que la detenga en ese punto y al no proponer el vuelo de la imaginería, su cintura permanece como la mía inexplorada.

Su cintura es a la mía gemela en su inexistencia.

Su cintura es un punto definitivo de abandono.

Su cintura es la penitenciaría/ es el éxtasis del final.

Su cintura es gemela a la mía en la pertinaz insistencia en esta vida, es marginación.

Su cintura ¡ay su cintura! es gemela a la mía en la transparencia al alma.

Su alma es material.

Su alma es establecerse en un banco de la plaza y elegir como único paisaje verdadero el falsificado de esa misma plaza.

Su alma es cerrar los ojos cuando vienen los pensamientos y reabrirlos hacia el césped.

Su alma es este mundo y nada más en la plaza encendida.

Su alma es ser L. Iluminada y ofrecerse como otra.

Su alma es no llamarse diamela eltit/ sábanas blancas/ cadáver.

Su alma es a la mía gemela.


4.5 Así es como traspone su primera escena: la cámara y su vértice, el muslo en desacato

L’arva loca paterna superficie

Así posó, así mismo posó de raja abierta en surcos de megalómano sonido se hizo parte del juego

palo pelo pezuña todo para execrar el nombre de salvajes coceos: ¿qué padres? ¿qué raza más bien posee el animal?

¿qué padre?

¿Qué nombre le inscribieron?

L’incesto actúa de indolora forma. Funda y precisa el continuo apellido, animal detestable que avala su hundida superficie, en el gris de su untada salivar especie. Suda sedimenta sala su entramado: la destetan a temprana hora, madre más impía su madona master para dejarla en el cemento de la plaza. Oculta su matriz se abre

feto y figura se expanden en los huecos del cuadrante

su padre entra gime su ignominiosa mater

sus absurdos registros la encarcelan, la entran con la fuerza de la dominancia y se encarga de su antiguo plagio. La dobla, la repiten en sus ansias, de entregada mujer que la antecede. El varón, ese potro indecente que la inscribe:

su ciudadano lastre que lo hereda

esa carne incubada en otra carne tiembla y presta su anca: como larva se repta hasta la plaza +

L’incesta su casta reconoce en su faz, la faz del padre, que la faz de su padre le remite cuando l’anca la misma forma de su insaciable padre.

Animaloide ancada a su mala matermadona, que se levanta su matriz en la tierra descascarada por impulso del pater.

le retira

la teta, esa voluminosa porción láctea le roba y su hocico hambriento chupa del padre su producto que le presta para continuarla.

la salvaje mater se oclusiva y aprieta su teta con deleite

salta el chorro

le inunda la cerviz

La láctea l’inunda la pelada de pegajoso líquido que alisa. El padre cuida la raza. Miden sus genéticas neuronas, por semental partido se la juegan: se la trazan esos apetitos, anal para la madre, la madona del ano que se raja + así el padre hijo de la madre, en el anal túnel su túnel figlio deposita para solidificar este semblante.

L’incesta el apellido. La procacidad del nombre propio que la gime el pater consolándola; oscuramente se la traman cuando la mater deja sus entrañas a la libre potestad del padre + huye del estigma, el animal pierde su rasgo distintivo; esta potranca falla mas no el anca que remite a su carta ciudadana, sólo entonces l’anca de verdad

cuando el pater potestad recorre en la misma entrada la monta conocida

la patria potestad que le da ojos

cejas/ pestañas/ iris

& luz

le da espuela ya sin marcas nítidas.

¿Qué más verídica fuente que el metal?

Se yerra su primera escena del nombre, los alias de su padre se los echa probados/ el argentino/ el otro

los incluye en espasmos de revuelta. No caerá otra vez, no llegará a la primera plana

el rostro de su padre que le hunde el costado: se multiplica, se sobra el rostro de la madre

víctima se inyecta

se abre las venas con la aguja. Se clava espuela.

Maldice la entraña que la encorva. No trotará su madre con la carga, no llegará la mula al semental: la mular no incuba más que el lomo seco pelado el lomo, llagado.

feto y desplaza el larvario síntoma más que censos, ayuntará sus diversos alias.

Donará sus vestigios.

césped l’acoge de materno modo

árbol la abraza

luz la descubre

Se ha alimentado de la leche fría, se robustece del hocico macho

¿la Scena? la Scena de su ancar anquilosado, la toma de su orfandad curiosa

L’incesto del robo de su alias/

la mugre

la suciedad de tanto revolcarse que le han contaminado sus antepasados y era más y más, y más la perjuraban hasta que la dejaron lacia en aquel hueco

y dale todavía el agua se alteraba

y ella la potranca fetal que se incomoda

¿Otra vez la perforan?

No la estática plaza, la perenne costra que le oculta sus terrores diurnos. No existe la noche de su padre, la fiesta de su madre

se acoge a lecho duro

su cordón en su ombligado curso la ata en el banco de la plaza. El cordón es fino y no la acepta moverse, si lo hace

estallará en sangre umbilicancia

por el ombligo cordón que la detiene, la perra más que ladrar aúlla. La perra se detiene, no será ahorcada por su propio cordón umbilical

lo corta/ sangra/ la perra está en período.


4.6 Brusca la fina raza se enraíza con su metal collar al cuello:

la correa sostiene

la tira la correa cuando su olfato la rinde de la presa. Si macho huele también l’hostiga + el tronco del árbol + el césped + la presa huye

De su cepo cae herida la manceba y se humilla al replegar sus patas. No se cruza y no la cruza

quiltrerío langue/ quiltrerío

popular sierpe de la tropa.

Su cordel cuero la ciñe del pescuezo. La plaza recorre, la plaza se finita pa sus patas

l’agilidá l’imposible. El trote la contubernea al lazo, la imbrica al cuero.

Y corta, quiere cortar con su colmillo el cuero animal ya procesado. Afila L’diente pa huir del grueso tronco que la agarra

su garra

misma hace huecos pa tapar sus reductos

la perra fina es perseguida por los quiltros. La sarna de la perra se mejora

la inflamación de la perra/ la infección de esos quiltros

¿Pa qué cosa la lleva la correa? ¿qué hermandá se establece? ¿qué bondá

exuda su ladrido?

¿S’entiende la fina raza con el quiltro?

labrada tan estudiada forma su correa fina, elaborada en talabartero oficio emerge: collar pa la perra/ señó pa ella/ amo/

Trompa o patrón pa la perra

su custodio que la protege de esos quiltros que la siguen. Que arranca la jauría. A sus olore llega y aúlla el perraje suelto que ladra a la cuidada perra perra cuidada apenas en el cuero, perra

que sin collar, liberta especie se encontraría en la hermandá del quiltro ¿lo haría?

¿rajaría la perra sus olore?

el collar que le incrusta no es el cuero, las puntas de metal,

indoloro si frena

pero no si corriera. Su señó es implacable

el amo d’esta perra –si tuviera– pa qué la incita en esa plaza que no cierra la puerta al quiltrerío +

la cruza entre ellos es evidente que son el puro callejeo, el desmigajarse entre la plaza.

Comen los restos

pero en cambio la perra huele en perversidá este alimento

su olfato se arrastra en el cemento, su puntudo hocico/su rosada lengua perruna en la lambida

lánguenla los otros pa que la correa y sus puntas de fierro se l’hundan en la garganta

frena la perra en seco

espanta

al quiltrerío la misma perra pa escapar del lazo

¿modifica acaso lo quejido?

ladridos, ruidos que semejan

quena o trutruca, el quiltrerío

adorna, perfora, conquista y ronda/ danzante machitú

collar de plata al cuello

la frente en plata

los tobillos metálicos en plata

las ojotas de suela

cuero animal tambié los pie

machi

mater se encumbra pa los quiltros

trompa pa los perros

bozal pa los animales

bozal tambié pa esta perra

sonidos

de reunión

toqui toque tocada en plata fina l’oscura

su hocico sus pómulos

los ojos estirados

la bailan en rueda ya esos quiltros. La raza

la raza encumbra sin el privilegio de las otras razas emerge el lánguido sonido

la plaza se puntea. El altiplánico espacio se refiere a sí mismo y a la perra

sáltenla del collar/ pierda la plata

el pecho se l’electrifica la ruca asola

la perra entrega su collar de plata:

el toqui al señó/ al amo al trompa

danza su trutruca en festival

la perra también amaestrada danza

la quiltra

sin collar de plata

¿pa qué vaga?