Luis García Berlanga

Nació el 12 de junio de 1921 en Valencia, España. Hijo de un importante terrateniente de la región valenciana con varios hijos más, lleva en su niñez y juventud la vida propia de la gran burguesía española de provincias. Estudia en Valencia, en un colegio de jesuitas, primero, después en centros de enseñanza particulares, en Suiza y en Valencia. Para el muchacho de quince años, la guerra son las grandes vacaciones. En aquel país luminoso, exuberante, mediterráneo, de gentes activas y emprendedoras, Berlanga es un muchacho inadaptado, desorientado, imaginativo, soñador, indolente, irresoluto, tímido, enamorado de las pequeñas y bellas cosas de la vida; parece llevar dentro el espíritu de uno de esos vagabundos de la «huerta» valenciana pintados por Blasco Ibáñez que representan la reacción contra un ambiente de iniciativas y dinamismo. Empieza la carrera de Derecho, y la abandona; después, la de Filosofía y Letras, y tampoco la sigue. Se dedica a la pintura con los maestros valencianos Ballester y Zamorano. A .la vez, escribe en revistas estudiantiles, en el diario «Las Provincias», en la radio de la ciudad…El film Don Quijote, de Pabst, constituye para Berlanga la revelación del cine y decide dedicarse a él. Toda una época, confusa y vacilante, de lenta formación de una personalidad, queda atrás.

En 1947 el ingeniero Victoriano López García funda y dirige el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), llamado después Escuela Oficial de Cinematografía (EOC), y en la primera promoción entra Berlanga. Allí conoce a Bardem, y entre los dos futuros grandes realizadores españoles brota una amistad y la colaboración profesional, quizá por complementarse dos caracteres bien opuestos. Aquellos años de la escuela de cine y sus primeras armas como profesional son los mismos de Bardem, puesto que lo hacen juntos: argumentos sin salida, la productora Altamira, Esa pareja feliz, en colaboración, y la entrada en la productora UNINCI. En esta empresa Berlanga realiza solo la película que pensaban hacer en colaboración: Bienvenido, Mr. Marshall, escrita por ambos, a fines de 1942. Obtiene un premio en el Festival de Cannes y abre el camino del cine español en el mundo, en el sector de la categoría artística, que el cine español más ha necesitado siempre. En el extranjero obtiene un notable éxito, pero en España su influencia sobre la realidad del cine es pequeña. En cambio, le abre un crédito de confianza y esperanza entre la crítica y los jóvenes. Sin embargo, Berlanga encontrará en su camino las mayores dificultades para continuar su obra, hasta dársele a veces por borrado del cine nacional. La mayor parte de sus argumentos propuestos no pudieron ser filmados o lo fueron en difíciles condiciones o posteriormente las películas quedaron desmanteladas. Berlanga, hombre sin preocupaciones económicas, sin una lucha material por la vida, ha debido mantener una dura batalla por su obra.

Esa pareja feliz –con Bardem– tiene la ingenuidad e indecisión adolescentes de una primera obra, pero también su espontaneidad y su gracia, más una atención hacia el hombre medio, venida del neorrealismo. Los principales caracteres de Berlanga están aquí.

Desde aquí su obra marcha como un soterrado laberinto de intentos, búsquedas, cambios y anchos vacíos de inactividad, capaces de anular a cualquier director en esta carrera sin tregua que es el cine. Puede decirse que las películas realizadas son los puntos de referencia visibles de ese camino subterráneo. Sus numerosos argumentos inéditos, por una razón o por otra, que llenan esos lapsos de años trazan su auténtica trayectoria desconocida, y por eso la que se aprecia en sus films aparece trazada por hitos. Con él han colaborado casi siempre otros guionistas –Soria, Martín, Colina, Neville, Bardem, Muñoz Suay, Flaiano, Azcona–, pero las películas de Berlanga tienen unos temas y unos personajes de Berlanga. Su giro más notorio queda marcado desde su colaboración con Rafael Azcona –uno de los grandes guionistas españoles–, pero es seguramente el surgir de ese camino secreto. El trazo de sus películas hechas va desde Bienvenido, Mr. Marshall (1951) hasta ¡Vivan los novios! (1969), con dos cumbres señeras: Plácido (1961) y El verdugo (1963). La primera y estas dos últimas son las grandes películas de Berlanga, verdaderamente extraordinarias, que señalan con claridad la evolución de su obra.

Bienvenido, Mr. Marshall es la pintura cabal, graciosa, intencionada, de un pueblecito castellano, lejos de todo y encerrado en sus propios límites. Una vida oscura, mediocre y atrasada que se mantiene de inconfesados sueños quijotescos, que estallan a la primera ocasión y convierten la aldea en un pequeño país de locos, enardecidos por la quimera de la prosperidad regalada. En este caso la llegada de los norteamericanos, con su famoso «Plan Marshall» de reconstrucción de la Europa devastada por la guerra mundial. La pintura de la vida pueblerina y sus gentes en tono de farsa es espléndida, llena de agudeza, sátira y ternura. Todo lo esperan conquistar con una fiesta en honor de los americanos, la fiesta española como piedra filosofal de todas las cosas. Es el opuesto de las grandes películas del esfuerzo humano, desde Hombres de Arán, de Flaherty, o La isla desnuda, de Shindo. Bienvenido, Mr. Marshall es el poema del antitrabajo y del inacabable sueño hispánico desde Don Quijote.

Novio a la vista resume los recursos cómicos y la facultad de descripción del realizador: fina película, un tanto maltrecha por exigencias de la productora. Calabuch es el ensueño profundo de Berlanga, su confesión más íntima. Huir del mundo, como ese sabio, y refugiarse en la nadería de la vida más simple, casi paradisíaca, bajo un cielo azul: la gran indolencia como idea de vida, la soledad bajo el anónimo del hombre insignificante. Casi una confesión personal, y esto pesa en el film, donde se quieren decir muchas cosas contradictorias, dispersas, intimistas. Los jueves, milagro parte de una idea propicia a la gran sátira y la gran ternura –el falso milagro–, pero el film estrenado apenas es un resto de lo que se hizo. Y Plácido constituye la salida de este pequeño laberinto, ondulante, intrincado. Si, en los comienzos, Bienvenido, Mr. Marshall es la pintura rural y está hecho con gracia y despreocupación, con intenciones de farsa pura, Plácido es la descripción exacta, perfecta y dura de la clase media española, en su cúspide de la vida provinciana, y debió llamarse Siente un pobre a su mesa. Si aquél es el alegre ensueño de prosperidad venido de un mundo lejano, éste es ya el drama de la caridad como expresión de distinción social, que no sirve para nada. Ambos son la sátira del menor esfuerzo y de la ineficacia. La primera, aún sonriente, aunque amarga; la segunda, ya implacable, seca, sin piedad para nada, hasta el dolor y la protesta. Plácido pone de manifiesto el enorme camino recorrido por Berlanga, aunque cada film de este itinerario no lo muestre en particular.

Esta dureza y sarcasmo destacan claramente y por contraste en el film internacional de sketches Las cuatro verdades. Los otros tres están dirigidos por René Clair, Blasetti y Bromberger; el de Clair y el de Berlanga son los mejores. El verdugo está tratado en el mismo tono y altura tragicómica de Plácido, pero el tema le da un tremendo acento acusatorio: la pena de muerte. Está en la línea del gran sainete español y en la tradición de la picaresca más clásica. Y la muerte, gran tema español, predilecto de Berlanga y del guionista Azcona. Es el empleado de pompas fúnebres que se enamora de la hija del verdugo y acepta el puesto de éste para conseguir un piso y poder casarse. Plena de momentos extraordinarios, llega en la secuencia final de la ejecución a una cumbre del horror burlesco. Obtiene diversos premios, entre ellos el de la FIPRESCI, en el Festival de Venecia de 1963. La boutique, hecha en Argentina, es una película fallida, como Los inocentes, de Bardem –en el mismo país– y por causas semejantes. ¡Vivan los novios! tiene un tema de gran magnitud poética y humana, centro de las ideas del realizador: la liberación del hombre frente a la vida y la muerte. El ambiente de una playa internacional de veraneo, en España, es el medio propicio por sí mismo. Tiene escenas bellas y certeras, pero se han querido decir demasiadas cosas distintas y la película resulta confusa, débil en su conjunto.

Berlanga es un artista creador en busca de un mundo propio hecho a su imagen y semejanza. Ha dicho: «Hay un personaje, el pintor de Calabuch, que quizá responda a cómo yo quisiera vivir y trabajar. Haciendo mis eses -películas, por ejemplo– lentamente y a gusto, con tiempo para pararme a meditar o para no hacer nada, que es también un modo de autocriticarse; perezoso, lento, mediterráneo, pero enamorado de mi profesión y de todo aquel paisaje que justifique el esfuerzo de mirarlo». Todo un verdadero personaje español, de infinitas perspectivas, se vislumbra en esta y otras muchas frases de Berlanga sobre sí mismo. Su ideología es igualmente vigorosa y certera: «No quisiera creer en ninguna violencia. Apoyo incondicionalmente todo lo que se haga en cualquier sector para mejorar la condición humana». «Como artista, sigo estando al margen de cualquier secta, partido, asociación, comunión o grupo; por lo tanto, mi concepto de lo social es individualístico, mudable y sentimental.» Posición que responde a una raíz ibérica, también genuina, aunque no corriente, sino excepcional: la de las grandes individualidades españolas, en una actitud muy semejante a la generación del 98, como ejemplo inmediato. Su actitud capital es concreta: independencia absoluta, hasta la soledad y aislamiento si es preciso. Siempre hay en él, en su obra y su vida y en su modo de ser diario, algo de hombre perdido, de «náufrago voluntario y algo inconsciente, muy contento de estar solo en su isla», pero que, de vez en cuando, tiene necesidad de arrojar una botella con un mensaje cifrado, ha dicho muy bellamente Pérez Lozano.

De este sentirse al margen de todo lo que no sea «su mundo» –que es su propia personalidad– brota el humorismo de Berlanga. Un humorismo sin acritud ni saña ni apenas crítica, pero combativo a su modo. Humorismo suave, sonriente, tierno, emocionado, desprendido…pero amargo, como todo alto humorismo. Y cuando toca temas hondamente ibéricos se torna violento, duro –sin perder esos caracteres–, como en Plácido. Humorismo variable, de muchas dimensiones, como su personalidad y su mundo. Sus películas suelen partir de una situación peculiar y extraordinaria, montada como un truco cómico, pero que es un revulsivo para provocar la desintegración y el análisis de todo lo que hay y sucede alrededor. Y cuando esta situación inicial básica muestra su inconsistencia o falsedad, todo el mundo de Berlanga se mueve en el vacío, sin sentido, y por eso causa risa, medio de expresión del drama para el humorista.

Este punto de arranque y ataque de sus películas no es caprichoso o inventado, sino un valor fundamental de lo español: el milagro, lo mágico, lo imprevisto, que todo lo ha de solucionar. Sentido milagrero de la vida, que es la eterna esperanza de la indolencia ibérica. Berlanga lo siente como expresión de su mundo y su personalidad, y por eso lo pone siempre como piedra clave para construir sus films. El concurso, en Esa pareja feliz; la llegada de los americanos, en Bienvenido, Mr. Marshall; la aparición del supersabio atomista, en Calabuch; el milagro religioso falsificado, en Los jueves milagro…Todo va a cambiar por este hecho prodigioso, pero en realidad nada cambia, y el final es pesimista, a veces catastrófico. Aunque siempre queda en pie, íntegra, la eterna esperanza del español. Porque en los films de Berlanga está expresada la gran cualidad esencial de lo español y del español: su gran calidad humana, para todo, para bien y para mal. Con ella está hecho también el senequismo ibérico, «El no importa de España», que escribía el satírico Francisco de Santos en el siglo XVII. Pero cuando el prodigio, el «milagro», se ve del revés, desde los que lo hacen –como esas gentes acomodadas de Plácido–, ya no hay salvación, la sátira se torna terrible y el humorismo llega a la tragedia, sin paliativos. Como en El verdugo, que también es otra milagrería: la del «enchufe», el empleo que no hay que desempeñar, la misión que no se piensa cumplir. Pero resulta que hay que hacerlo y se salta hacia lo horrible. Detrás del humor de Berlanga y sus temas hay hondos y legítimos valores de lo español más puro. Siempre. Pero Berlanga no quiere exponerlos directamente, como una ideología, con sus soluciones y sus programas de reforma. Tampoco que sus personajes tomen conciencia de sí mismos y sus problemas para comportarse según eso. Le gusta vagabundear por su mundo y mostrar al espectador lo que hay y pasa allí, y las gentes que lo pueblan, para que éste saque sus consecuencias y piense como guste de todo ello. Que, al fin, es la actitud del propio realizador ante la existencia y ante sí mismo. Todo el mundo de Berlanga está en Berlanga, aunque además, y por añadidura, esté ahí de verdad. Es el realismo-idealismo de la mejor tradición artística española.

Estos temas ibéricos, este concepto hispánico de todas las cosas, es lo que Berlanga ha ofrecido al mundo en sus films. Son temas y valores universales de nuestro momento, pero traducidos a lo español, real o imaginario. Todo el problema de la ayuda norteamericana a la Europa de la inmediata posguerra está visto en una aldea española típica, con sus pequeños problemas, rivalidades, cazurrerías, sueños, esperanzas, poesía y dura realidad. La tremenda cuestión –vida o muerte, para la humanidad entera– de las armas atómicas, el espionaje científico, las fugas, persecuciones y condenas de sabios…se reduce en Calabuch al hombre de ciencia fugitivo, que acaba haciendo fuegos artificiales para las fiestas de una aldea marinera, dormida al sol, junto al mar azul y el pasar sin fin de todas las cosas: aunque esta aldea pertenezca al mundo de Berlanga. La más aguda cuestión social del siglo –las reivindicaciones populares, el nivel de vida, etcétera– se convierte en la fiesta de beneficencia navideña, en la capital de provincia española, con sus pobres y sus gentes distinguidas, y sus frases publicitarias de la caridad falsificada e inútil…O la gran cuestión, debate del mundo actual, de la pena de muerte, en El verdugo, con esa frialdad ejecutora de oficinista de la muerte. Pero cualquier tema, sea el que fuere y venga de donde venga, caído en el devorante crisol ibérico, se convierte –hoy como siempre– en algo tan genuino, con caracteres tan propios, que es un asunto español, cargado de valores y caracteres españoles inconfundibles. Desde este españolismo, sin españolada ni españolería –real o imaginario, pero verdadero–, Berlanga se dirige al mundo actual para decir su palabra de universalidad, sin la cual hoy nada tiene sentido.

FILMOGRAFÍA: 1951: Esa pareja feliz (codirigida con Juan Antonio Bardem). 1952: Bienvenido Mr. Marshall. 1953: Novio a la vista. 1956: Calabuch. 1957: Los jueves, milagro. 1961: Plácido. 1962: Las cuatro verdades (un episodio). 1963: El verdugo. 1967: La boutique. 1971: Vivan los novios. 1973: Grandeur nature-Life Size (Tamaño natural). 1977: La escopeta nacional. 1980: Patrimonio nacional. 1982: Nacional lll. 1985: La vaquilla. 1987: Moros y cristianos. 1997: Todos a la cárcel. 1999: París-Tombuctú.