Robert Bresson

float image 02 EL AZAR DE BALTASAR (Au hasard, Balthazar)

FICHA TÉCNICA: Francia-Suecia: Argos, Parc y Athos Films (París) y Svenks Filmindustri, Svenska Filminstitutet (Estocolmo), 1966. Guión y dirección: Robert Bresson. Montaje: Raymond Lamy. Música: Frank Schubert y Jean Wiener.

FICHA ARTÍSTICA: Annez Wiazemski, François Lafarge, Philippe Asselin, Walter Green.

El camino de Robert Bresson (1907-1999) es lento y concluyente: Los ángeles del pecado (1943), Las damas del bosque de Bolonia (1946), El diario de un cura de aldea (1950), Un condenado a muerte se ha escapado (1956), Pickpocket (1959), El proceso de Juana de Arco (1962). Cuatro años después, El azar de Baltasar, que muy bien puede ser el resumen más significativo de su obra, para continuar con Mouchette (1967) y Una mujer dulce (1969). Una obra inesperada en un hombre que empieza como guionista, ayudante de dirección y autor de cortometrajes, en un cine abierto y comercial.

Bresson es un solitario del cine y más aún en el cine latino. A pesar de su estricto racionalismo francés, su entronque está en el cine nórdico, quizá con Dreyer más que con ningún otro. Pero sin las oscuras y poderosas fuerzas que mueven a ese realizador danés: el gran misterio especialmente. Dreyer y Bresson han hecho, con muchos años de intervalo, el proceso de Juana de Arco, y la comparación de estos dos films muestra, a la vez que su relación, la inmensa distancia que los separa. En el de Dreyer todo es pasión, al fin, enorme humanidad, incluso para los seres más esquematizados por el dogmatismo. En el de Bresson, un cartesianismo exacerbado lo reduce todo a esquemas, abstracciones, signos verdaderamente descarnados. Pero en ambos había, como denominador común, el gran afán de llegar al fondo de ese tema mítico, en una forma o en otra.

Bresson ha dicho que «un film debe ser la obra de uno solo y hacer penetrar al público en la obra de uno solo». «Solo» es su consigna, su norma, su definición. Pero precisamente lo difícil frente a Bresson es entrar en cada uno de sus films. Bresson puede ser explicado, comprendido, analizado, según sus propias interpretaciones o según las ajenas. Lo que apenas se logra es participar en su obra, en su soledad; si esto se alcanza, se entra en el sector de sus apologistas. Si no…La obra de Bresson en general y cada uno de sus films están construidos minuciosamente y funcionan en circuito cerrado. Este realizador católico hace sus películas con clave, como un jeroglífico, como un laberinto. Su secreto es una constante transposición de la Pasión de Cristo a personas y hechos actuales, una transcripción a la vida moderna de ese hecho cristiano fundamental. Cada momento y cada personaje están apoyados y siguen esa historia cristiana, pero con transposiciones tan misteriosas que son muy difíciles de descifrar. Por eso sus películas se espacian por años, porque son una construcción esotérica, profundamente secreta, donde no se manejan símbolos, sino más bien signos de una rigidez atroz. Sus personajes apenas son humanos, a pesar de que –como Dreyer o Bergman– el centro de atracción de Bresson es el rostro humano. Sus personajes son casi impasibles, se mueven rígidos como autómatas, y sus diálogos están dichos en el mismo tono, breves, concisos, esenciales, al modo de un cuestionario de preguntas y respuestas. Sus imágenes son también sencillas, químicamente puras, limitadas a lo indispensable, pero su valor no está en sí mismas, sino en la relación de unas con otras, como declara el mismo Bresson. Todo ello da a sus películas una sequedad tremenda, inhumana, de una limpieza de armazón. También por eso son casi impenetrables, porque es por el hombre por lo que los hombres se comprenden.

Y es que los hechos y las figuras de sus films apenas son humanos, a pesar de que el realizador se lo propone, porque lo que se propone más aún es que cada personaje sea una encarnación del mal, de cada uno de los grandes pecados capitales. Por ese camino, a lo largo de su obra, lo que Bresson ha acabado por encontrar es la desesperanza. En el estado actual del mundo, dominado por el mal, no hay solución para nada. Y tampoco hay piedad en los films de Bresson, precisamente porque no hay contradicciones humanas, que al fin vienen a explicarlo todo, a hacerlo todo comprensible y, si se quiere, perdonable. Para Bresson no hay hombres, sino verdugos y víctimas, y de aquí creo que parte fundamentalmente la terrible y despiadada sequedad de Bresson. José Maria García Escudero, con su gran autoridad en la materia, dijo: «De veras, sólo puedo citar como realizadores auténticamente religiosos a Bergman, Bresson y Dreyer. Y la película sobre Cristo de un marxista: Pasolini». Y exclama: «¡Qué lástima que la representación del catolicismo haya corrido a cargo de Bresson, cuya conformación espiritual es jansenista, es decir, la más sombría que un católico podría tener!».

Baltasar es un asno que viene a representar la fatalidad del destino en el mundo presente, arrastrado en la vida por los diversos dueños que tiene, que ineludiblemente deben dominarlo. Pero este mundo es una aldea, que muy bien pudiera definirse como el pueblo del pecado, de todos los pecados, que el realizador señala con mirada implacable, acusatoria. Incluso la muchachita que cede a los requerimientos de la pasión. Nadie se salva allí, excepto el medio tonto del pueblo, borracho impenitente, que por eso viene a ser la víctima de todos los demás, aprovechándose de que no se acuerda de lo que hace cuando está bebido. Pero ni siquiera a éste perdona Bresson y le hace morir solo, al borde de una carretera, cuando ha recibido una herencia que lo puede salvar; es el avatar fatalista del clásico cine negro francés. Al final, todo parece resumirse en la escena en que el asno, ahora en manos de unos jóvenes maleantes, muere en un campo con su carga de contrabando –las culpas de todos–, rodeado de un rebaño de blancas ovejas simbólicas.

Lo que no hay jamás en este film es un átomo de comprensión para el ser humano, un resquicio por donde penetrar en él y explicar, humanamente también, el pecado en que yacen. Esta ideología abstracta de Bresson, aplicada como un férreo aparato sobre los hombres, es lo que los transforma en muñecos, y sus películas tienen siempre un acento de farsa ideológica –como toda farsa representativa–, pero sin ese rasgo de humor que viene a ser una absolución suprema. También el humor es liberación, y para Bresson esta liberación no existe en el mundo. De aquí ese helado clima que domina la película, a pesar de los muchos incidentes tremendos, folletinescos, que la van puntuando de violencia y desolación. Ese mundo de Bresson, el mundo de uno solo, creado por uno solo, según sus únicas ideas, es un universo de soledad.