Alexander Dovchenko

float image 8 LA TIERRA (Zemlia)

FICHA TÉCNICA: URSS: Visfku, 1930. Argumento y dirección: Alexander Dovchenko. Fotografía: Danilo Demutski. Decorados: Vasili Krichevski. Música de acompañamiento: L. Revutski. Ayudante de dirección: Yulia Sontzeva.

FICHA ARTÍSTICA: Stepan Chkourtat, Simein Svachenko, Ielena Maximova, Mila Nademski, Piotr Masoja, Yulia Solntbeva, I. Franko.

Toda la obra de Dovchenko pudo tener una enorme unidad, desde esta película hasta El Desna encantado, ya realizada por su viuda, Yulia Sontzeva, en 1964. Este ucraniano (nació en Sosniza el 1 de septiembre de 1894 y murió el 25 de noviembre de 1956 en Kiev), hijo de campesinos, luego pintor, caricaturista, poeta, no dejó nunca de ser un hijo de su tierra, de la tierra rusa en general, a la que buscó cantar en un gran poema lírico y épico. Quería compaginar ese sentido telúrico de labrador eterno con los nuevos ideales de renovación, introducidos en su país por la revolución soviética. Pero también fue uno de los grandes realizadores más postergados, coaccionados y perseguidos por unas variables directrices estatales. Era el gran poeta de la pantalla, y por ello fue la víctima más propiciatoria de la lucha entre lo que se dio en llamar los «prosistas contra los poetas», representantes los primeros del «realismo socialista», con intenciones didácticas de «héroe típico». Triunfaron aquéllos, desde arriba, y la obra de Dovchenko, prohibida muchas veces en sus mejores proyectos, es desigual, constreñida siempre por unas normas burocráticas. Suelen ser películas grandiosas, extraordinarios poemas, donde se aprecia constantemente lo que querían ser y no podían ser. El arsenal (1929) ya busca esa exaltación poética de la realidad inmediata de su país, que tanto le preocupaba en aquellos años: «Soy el caballero y el defensor de los problemas contemporáneos. No se hablará nunca bastante de nuestra vida de hoy». Y añadía: «Pero no tratemos el tema del hombre corriente como un tema corriente. Un film que no hace vibrar los sentimientos humanos es como un planeta sin atmósfera». Toda su concepción del cine está en estas frases.

Y La tierra es este poema exaltado, lírico, panteísta y místico del terruño natal. Es la época en que la colectivización de los campos constituía el problema y la batalla central del país. Así, pinta la lucha de los jóvenes campesinos por implantar los métodos de colectivización, contra la oposición de los kulaks, los aldeanos ricos y tradicionales; tema semejante al de La línea general, de Eisenstein. Pero sobre esta actualidad y este problema, crea la gran visión del campo ucraniano, con sus girasoles –una de sus imágenes predilectas, casi simbólicas–, los enormes bueyes blancos y negros, tomados desde abajo, para marcar su pesadez y lentitud; la muerte del viejo campesino entre las manzanas, el idilio de los enamorados a la hora de la siesta en la época de la recolección; la danza del joven campesino en la noche, ebrio de una alegría biológica y cósmica; el entierro del joven asesinado, con sus siluetas sobre el cielo y sus figuritas marchando en el lomo del horizonte; el frenético correr del demente por los campos en flor…Todo está tratado con un sentido pictórico maravilloso, con una delectación por la imagen, que se torna tantas veces estática, incluso inmóvil, pero que por un juego del montaje acaba por dar a todo el film un ritmo justo, pausado, verdaderamente poético. Es la gran película del campo, de cualquier campo y cualquier campesino del mundo, con esos o con otros problemas, pero con la tierra debajo y el cielo encima. Sin embargo, ya en su aparición, la película fue atacada, sin comprender que era el germen maravilloso de un cine soviético de la tierra y el campesino, quizá de un cine rural para el mundo entero, que no se ha hecho apenas.