John Ford

Toda la película es un gran poema, el eterno canto que Flaherty hace a la lucha del hombre por la vida, que aquí es la batalla contra la naturaleza en su más grandiosa manifestación. Por eso, pocas veces el hombre aparece más sencillo, más directo y más grande. Y desde la cumbre de este film, Flaherty sigue dominando el cine documental de la máxima categoría.

float image 12 LA DILIGENCIA (Stagecoach)

FICHA TÉCNICA: Estados Unidos: Walter Wanger, John Ford, United Artist, 1939. Dirección: John Ford. Guión: Dudley Nichols, basado en el relato «Stage to Lordsburg», de Ernest Haycox. Fotografía: Bert Glennon, Ray Binger. Música: Richard Gageman, Franck Harling, John Leipol y Leo Sulkin, según temas folclóricos de Nuevo México. Registro: Boris Morrow. Decoración: Alexander Toluboff.

FICHA ARTÍSTICA: Claire Trevor (Dallas), John Wayne (Ringo Kid), Thomas Mitchell (doctor Boone), John Carradine (Hatfield), Andy Devine (Buck), Donald Meck (Samuel Peacock), Louise Platt (Lucy Mallory).

Entre los miles de films de toda clase, largos y cortos, de pasatiempo infantil y de gran espectáculo en las pantallas panorámicas, entre los innumerables breves episodios que constituyen la base de la televisión norteamericana, con sus veinte mil horas de programas anuales y los millares de horas que estas mismas películas ocupan en las pantallas pequeñas del mundo entero, entre todas las películas que durante más de sesenta años se han realizado sobre el tema del Oeste americano, La diligencia es la cumbre del cine del Far West. Porque es una de las grandes películas de la historia del cine, realizada por uno de los máximos maestros de este arte. Pero, sobre todo, porque en ninguna otra están representados y tratados tan magistral y perfectamente combinados todos los elementos que constituyen el Far West del cine, género básico en la formación del cine presente, de permanente interés y actualidad. El western es uno de los temas fundamentales e inaugurales del cine.

La gran aventura de la marcha hacia el Oeste es una más, quizá no la más grande, de la fabulosa aventura histórica que es la formación de los Estados Unidos y su transformación desde lejana y olvidada colonia de cazadores hasta primera potencia mundial, en menos de 180 años. Y en su corta historia general, el Far West es una pequeña historia local, realmente doméstica. Sin embargo, el cine norteamericano ha sabido convertir el Oeste en una verdadera canción de gesta, saga, romancero, poema, leyenda, aventura sin igual que ha apasionado a todo norteamericano y desde allí ha dominado el mundo. Hoy el Far West norteamericano ha pasado a ser un patrimonio mundial de todos los hombres de cualquier raza y país. Ha influido en las costumbres de todo el mundo de manera mucho más profunda y decisiva de lo que pueda suponerse: el primer golpe asestado a la arcaica, ridícula e injusta caballerosidad del duelo fue el primer puñetazo con que el cowboy derribó a su enemigo en una película. De las muchas realizaciones extraordinarias que los Estados Unidos han logrado en tantos órdenes, una de las más asombrosas, verdaderamente increíbles, es esta de haber creado el western y haberlo impuesto en el mundo y en el espíritu del hombre moderno. Una obra colectiva, en gran parte anónima, que es verdaderamente genial.

Y se ha logrado e impuesto porque en ella se compenetran, de manera genial también, los elementos de un arte popular, eterno desde los bardos que recitaban sus poemas en las plazas de los mercados. Y se ha hecho por medio del arte popular por excelencia del siglo XX, el cine. Pocas veces en la historia del mundo se ha llegado a una compenetración tal entre lo que se dispone como material y la manera maestra de realizarlo. Quizá más que en ningún otro arte y género puede verse aquí claramente el genio creador de los Estados Unidos: la adecuación entre lo que se tiene y lo que se hace.

John Ford ha realizado en La diligencia esta síntesis de manera única: es la summa del Oeste americano. Convertido en aventura y en leyenda ideal, lógicamente. Como lo fue desde su decisiva creación en manos del primer maestro del género, Thomas H. Ince. Discípulo de éste, John Ford tiene en el western su gran tema favorito: en él se forma y a él vuelve continuamente en su larga y desigual carrera. La diligencia está situada en ese grupo –aguda cumbre de su obra– con Las uvas de la ira y Hombres intrépidos (Long Voyage Home) al año siguiente. Aquí pone al máximo el lema de su arte: tomar un asunto sencillo y tratarlo de la manera más sencilla. Y así La diligencia es un prodigio de sencillez y de realización. Todo lo que es el Far West y su leyenda, con sus hombres y su aventura, está metido en una diligencia y puesto a andar, a correr, a galopar por los grandes paisajes del Sur de los Estados Unidos donde se filmó: Kernville, Dry Lake, Victorille, Fremont Pass, Calabazas, Chatsworth, Kayenta, Mesa Monument Valley…El sistema del narrador clásico que viene del mundo antiguo, con una línea por donde pasan las sucesivas aventuras. Simplemente esto, y en esto los tipos del Oeste americano, ya también clásicos en el cine. Por eso La diligencia es un clásico del cine.

Las damas distinguidas y puritanas de un pueblo de Texas (Tonto) expulsan a una muchacha de vida ligera, Dallas, y le obligan a tomar la diligencia de la Oberland Stage Line que marcha al Oeste. En la diligencia se encuentran un médico, borrachín jovial (Thomas Mitchell); un jugador profesional en busca de fortuna, con aire de caballero del Sur (John Carradine); un viajante de licores (Donald Meeck), con aire de clérigo, hombre circunspecto y tímido; una dama, hija y esposa de militares, que va a reunirse con su marido, el sheriff Wilcox, que va a intentar la captura de Ringo Kid (John Wayne); un cowboy fugitivo, del que se sospecha va a matar a los asesinos de su hermano; un banquero que finge un viaje de negocios para huir con el dinero de sus clientes en una maleta que vigila celosamente. La situación parte de «Bola de sebo», de Maupassant, pero tanto ésta como los personajes son otros, más abiertos a la vida y a sus azares en el nuevo país. Tampoco pretende Ford la acritud y aguda violencia de Maupassant contra los «burgueses» de su tiempo. Pero el candor de la vida americana se pone inmediatamente a favor de sus personajes, sin distinción, porque son los que representan al país. Desde el primer momento hay una burla irónica contra las damas puritanas y una mano tendida a la aventurera del amor y al médico beodo. Y la diligencia comienza su peligroso camino a través de los desiertos de Nuevo México, donde los pieles rojas del cacique Jerónimo merodean en pie de guerra. En el pescante, el mayoral, que es el inevitable tipo cómico, el alguacil con su rifle (George Bancroff), y junto a la diligencia el escuadrón de los soldados azules que galopan a su lado como escolta de protección, pero solamente hasta la frontera del Estado. La diligencia, que marcha y marcha por los grandes panoramas vacíos, desolados, carcomidos por la erosión, atraviesa ríos turbulentos y cruza desfiladeros altos y resonantes; la diligencia negra con sus caballos negros en los paisajes blancos, en un gran juego fotográfico. En toda esta primera parte Ford presenta la diligencia siguiéndola en su marcha, corriendo con ella, como vista por los soldados de la escolta, en inmensos travellings de su conjunto y sus detalles. Y esta marcha está representada por un motivo musical verdaderamente extraordinario, tomado del folklore de Nuevo México. Esta música representa en adelante la interminable marcha de la diligencia, aunque las imágenes sean otras. Con ello alterna lo que sucede dentro del vehículo, para pintar los tipos humanos que representan al Oeste, tanto como las grandes imágenes de la diligencia galopante bajo el peligro del ataque indio.

Ringo, el cowboy perseguido, es capturado y entra en la diligencia, detenido bajo palabra. Se establece el idilio entre el hombre y la mujer, ambos al margen de la sociedad, bajo la mirada reprobatoria de la dama. El médico beodo se dedica a seducir con sus atenciones y bromas al tímido viajante de licores, para írsele bebiendo las muestras; el caballero jugador revela, por el detalle de un vaso que maneja, su noble origen y ello merece la atención de la dama. Los mundos afines se encuentran en el pequeño mundo efímero de la diligencia. Y todos son el Oeste. En una parada, el idilio entre el cowboy y la muchacha se establece definitivo. La dama va a tener un niño, el médico está borracho y lo espabilan con café y agua fría. Todos tienen que ayudar al parto, sobre todo la muchacha, que así presta un servicio a la dama que la desdeña. Aquel nuevo ser surgido en tales circunstancias establece una unión más entre todos. Ringo ha desaparecido, el sheriff sale en su persecución, pero en realidad ha ido a explorar el terreno y hace notar al sheriff las columnas de humo en el horizonte; están rodeados por los pieles rojas enemigos. Toda esta parte y las secuencias siguientes apenas dejan ver la diligencia sino en cortos planos generales siempre fijos. Ya no hay movimiento real en la película, sino sugerido por la música de la marcha o establecido por el juego de planos en el albergue o dentro de la diligencia. Una extraordinaria muestra de realización cinematográfica.

Pero la secuencia suprema, máximo exponente en toda antología cinematográfica, es la persecución de la diligencia por el pelotón de indios a caballo. Como hay un «toque Lubitsch», prodigio de finura, insinuación y sutileza, hay un golpe Ford, maravilla de violencia, precisión y emoción. Se ve correr a la diligencia por el gran valle vacío, negra en el blanco desierto, a lo lejos; la cámara hace un movimiento y en primer término entran de golpe, vistos de espaldas, los indios que la acechan. Un prodigio de síntesis narrativa. La diligencia galopa furiosamente por la blanca planicie, con los jinetes indios detrás, que se acercan y acercan hasta ponerse a los lados. El relato de esta persecución está hecho alternando los largos travellings que siguen a la diligencia, unas veces en conjunto y otras en detalle, con los planos fijos de lo que sucede en ella. Cada personaje reacciona a su manera, mientras se defienden a tiros por la ventanilla. Es una de las maravillas del movimiento cinematográfico, pero no logrado por el clásico montaje, cada vez más corto para hacer ese ritmo cada vez más rápido. Los planos tienen cada uno la longitud que necesitan para el hecho fundamental de narrar lo que sucede. Pero el ritmo viene de dentro, de la naturaleza misma de cada uno de los hechos que se suceden. Esta larga secuencia no tiene igual en el cine del Oeste, quizás en ningún otro cine de cualquier género, por sus características: ritmo creciente, emoción, tensión, angustia, lucha, y a la vez un aliento de alegre epopeya, de gran aventura en la que aquellos hombres se sienten como tales, quizá felices. Es el espíritu norteamericano, que Ford quiere pintar en toda su obra, hecho loca cabalgata clásica del Far West. Esta cabalgata es la película, es el Oeste mismo.

En el momento en que el caballero jugador cae muerto de un flechazo, suenan los clarines que anuncian la llegada del escuadrón de tropas salvadoras, con sus sables en el aire y su bandera al viento. La esperanza, que siempre se cumple para el optimismo americano. La escena cumbre se remata de manera cumbre, el momento clásico se cierra de manera también clásica. Después viene la venganza de Ringo sobre sus rivales, en la típica pelea callejera en el pueblo que los abandona, como en Solo ante el peligro. Dallas, la muchacha, sigue desde dentro de una casa los ruidos de la lucha, tratando de adivinar el final, que también es de vida o muerte para su felicidad. Y entra el enemigo de Ringo, gesticulante, sonriente, avanza unos pasos y cae muerto. El gran recurso de Ford vuelve a funcionar hasta el último instante. Pero todo este final es demasiado largo, demasiado pequeño a pesar de su altura, en comparación a la gran cabalgata de la persecución anterior; un «segundo final», siempre defecto de un film.