Volker Schlöndorff

float image 26 EL JOVEN TÖRLESS (Der junge Törless)

FICHA TÉCNICA: Alemania-Francia: Seltz Film Nouvelles Editions de Films, 1966. Argumento: basado en la novela de Robert Musil. Guión, diálogos y dirección: Volker Schlöndorff. Fotografía: Franz Rath. Música: Hans-Werner Henze. Montaje: Claus von Boro. Decorados: Maleen Pacha.

FICHA ARTÍSTICA: Matthie Carrière, Bernd Tischer, Marian Seidowsky, Alfres Dietz, Barbara Steele, Jean Launay, Fritz Gehlen, Hanne Axmann-Rezzori, Herbert Asmodi.

El régimen hitleriano procedió a la reforma del cine alemán –que fue uno de los primeros del mundo– en dos frentes: un dirigismo implacable y metódico, como arma ideológica, y un racismo exterminador, que aniquiló o llevó fuera del país a sus mejores figuras. El resultado fue la anulación completa y profunda del cine germano. Al acabar la guerra, con la caída del nazismo, se intenta encontrar un camino, y unas cuantas películas pudieron abrirlo: La balada de Berlín (Berliner Ballade, 1949), de Stemmle; En aquellos días (In jenen Tagen, 1947), de Helmut Kautner; Los asesinos están entre nosotros (Die Mörder sind unter uns, 1946), de Wolgang Staudete. Pero no se hizo, salvo algunas imitaciones de estos y otros films, realizadas sin fortuna, y el cine alemán acabó por dedicarse al más simple y llano comercialismo sin horizontes, a base de películas policíacas, comedietas o el más vulgar erotismo. Las «nuevas olas» y luego los «nuevos cines», que aparecen en muchos países, tienen su reflejo allí hacia 1962, y los nuevos cineastas acaban por formar la «Fundación del Joven Cine Alemán», con un apoyo económico estatal. Así surgen nuevos nombres, con películas de gran interés y propósitos renovadores, que obtienen premios en diversos festivales: los hermanos Schamoni, con La veda del zorro (Schönzeit für Füchse, 1966), de Peter, y Es y Wir-Zwei, de Ulrich; Alexander Kluge, con La muchacha sin pasado (Abschied von Gestern, 1966) y Artistas bajo la carpa del circo: perplejos (Die Artisten in der Zirkuskuppel: ratlos, 1968), y Escenas de caza en la Baja Baviera (Jadgszenen aus Niederbayern, 1970), de Peter Fleischmann…Un grupo creciente, de gran interés.

Pero creo que la película de mayor trascendencia es El joven Törless, porque está plena de cuestiones que van desde la psicología a la política. El realizador y guionista Volker Schlöndorff lo ha visto claro y lo dice expresamente: «Toda psicología va a desembocar en la política». Lo que quiere decir es que es un film histórico, en el sentido de abarcar los múltiples aspectos espirituales, sociales, costumbristas, idealistas, raciales y de toda otra índole, que acaban por formar el trazado visible de la política y de la historia. Es la adaptación de una novela del gran escritor austríaco Robert Musil, publicada en 1906, que se desarrolla en el Imperio austrohúngaro de Francisco José. El realizador ha mantenido el momento y el lugar, filmando los exteriores en los mismos lugares de la novela, en los límites de Austria y Hungría, en palacios y colegios auténticos, con actores naturales de los ambientes juveniles de Múnich. Respeta la época, porque considera que ahí radica precisamente uno de los puntos de apoyo fundamentales de la idea del film.

Con aquella Austria de Francisco José se han hecho, en todas partes, las películas de la alegre Viena, dominada por una aristocracia culta, distinguida, refinada, dotada de una benevolencia paternalista y una tradición de ocio, elegancia y saber vivir. Sus dramas lo eran de amores románticos y duelos caballerescos por una mujer, fraguados al son de los valses célebres. Pero detrás de los valses de Viena había otra cosa: un coloso nacional formado por una amalgama de pueblos distintos y sustentado en una sociedad podrida hasta sus raíces. El emperador Francisco José vivió 86 años y reinó 68, desde las revoluciones de 1848 hasta 1916, cuando la Primera Guerra Mundial –que él desencadenó materialmente– estaba en su apogeo. Dos años después, el Imperio no existía, pero en verdad no era más que un fenomenal anacronismo que había vivido con el espíritu reaccionario de Metternich y de la Santa Alianza. Aquellos vistosos militares de casacas blancas nunca ganaron una sola guerra, que no fuera la de represión contra las minorías raciales que trataban de independizarse en el seno del país. Stroheim hizo su cine con esta disgregación íntima y profunda del país donde había nacido. Todo aquello es ya un recuerdo, nostálgico para unos y lamentable para otros.

Lo que el joven realizador Schlöndorff –tiene entonces 29 años– presenta en su película es otra cuestión mucho más amplia, honda y, sobre todo, que nos afecta directamente. Ese cine alemán, recién surgido, tiene que tratar los mismos problemas generales que los de cualquier otro cine joven del mundo, porque la juventud es hoy una internacional. Pero los alemanes se encuentran constantemente ante una cuestión específica y tremenda: la del origen y consecuencias del nazismo. Cuando un país se ve sumido en una catástrofe de magnitud incalculable, se tiende a no hablar de ella, a darla por pasada y superada, como un incidente esporádico y trágico. Pero el nazismo no fue algo que nació sin antecedentes ni pasó para siempre, sin dejar huella. Nada de lo que acontece una vez pasa sin dejar un rastro. De un modo u otro está ahí, para siempre. El nazismo fue una manifestación profunda de los peores aspectos de un país y de unos hombres, como en otros países y en otros hombres lo ha sido y seguirá siendo todo momento histórico del que luego tienen que avergonzarse, que renegar de él, renegando así de una parte oscura y terrible de sí mismos.

El joven Törless es un documental del espíritu germano en su raíz negra, una entrada valerosa en esa cuestión tan peligrosa de tocar, tan evitada por todos. Schlöndorff se ha formado en Francia, ha estudiado en París, ha sido colaborador de directores franceses como Resnais, Melville, Malle…, ligados a las formas y temas del nuevo cine francés. Ésta es su primera película argumental, y lo que hace –contra todos sus antecesores– es un film de forma clásica y de espíritu netamente germánico. Es la ventaja del emigrado, que puede ver su país desde fuera comprendiéndolo muy desde dentro. Pero su trascendencia es mucho mayor, porque este espíritu germánico, que aquí se analiza y lleva a sus últimas consecuencias, ha determinado la forma social y política de un país poderoso, que cambió la faz del mundo por medio de la mayor guerra que ha conocido la historia. Y todo nace de ahí, del alma de esos adolescentes en la vida del extinguido Imperio Austro-Húngaro de 1906. Pero nada de eso había pasado cuando el nazismo llegó al poder, y lo que el realizador quiere preguntarse es si eso subsiste todavía, si es una manifestación consustancial del país al que pertenece. La actitud no puede ser más valerosa y el propósito más importante.

El adolescente Törless es internado en un colegio de provincias por sus padres, que le recomiendan a dos compañeros, formales, estudiosos, en los que les parece poder confiar. Así son, pero también resultan dos verdaderos monstruos, sin que lo uno excluya a lo otro. Descubren el robo cometido por un compañero, de espíritu débil, y deciden apoderarse de él. Le obligan a que haga todo lo que ellos quieran, de manera ciega, con sumisión total. Es la expresión ciega de la voluntad de poder. Algo que domina el espíritu germánico y que ya había sido decididamente acusado por otras películas, desde El gabinete del doctor Caligari. De aquí se pasa, sin transición, al sadismo, que conduce a torturas implacables y a una aberración sexual como expresión de ese poder, no como desorientación de un impulso erótico. Todo ello está luego en la historia del nazismo alemán. Pero la otra actitud más compleja es la del joven Törless, que trata de observar y comprender. Comienza preguntando al profesor de matemáticas por el aparente absurdo de los números imaginarios, que le preocupan, y acaba siendo testigo impasible de las aberraciones y crueldades de sus dos amigos, sin intervenir, también sólo por afán de comprender. La más pura expresión de lo inhumano, en nombre de la inteligencia y del método, está expuesto aquí. De los números imaginarios se puede pasar a los campos de exterminio, porque los caminos de la barbarie y de la degradación son múltiples. Cada país y cada tipo de gentes tienen el suyo. Lo que el realizador ha querido presentar es ese itinerario en el alma de los alemanes, desde el afán intelectual hasta todas las degradaciones del espíritu y del cuerpo. Es, pues, un tremendo problema de tipo universal, visto aquí por un alemán frente a los alemanes, pero que todo hombre de cualquier país y raza debe considerar, meditar y prever. Es decir, encontrar el camino que debe evitarse aunque esté bañado por las mejores palabras y las más brillantes ideas.

La película es sencilla, directa, reposada, muy al estilo del mejor cine germano. A veces se nota un cierto envaramiento en los actores, como en todos los que no son profesionales, cuando se trata de expresar difíciles procesos psicológicos. Sólo Barbara Steele, en el papel de la prostituta, es actriz profesional. En la relación de esta mujer con los estudiantes existe otro juego de tensiones, complementario de la acción principal. Sirvienta que tuvo un hijo natural, fue expulsada de la casa donde servía y arrojada así a aquel oficio. Entonces se venga de los hijos de los que la hundieron, contándoles su historia, tratándoles con el mismo desdén y desprecio con que a ella la trataron. Por todas partes, empezando por los sórdidos y lóbregos ambientes del colegio, aparece ese clima de descomposición, de pugnas oscuras y terribles, que en el caso concreto de la película son psicológicas, a veces sociales, pero que acabarán por tomar inesperados vuelos y largas resonancias, hasta llegar a configurar la política y la historia, no ya de un país, como aquí se pinta, sino de toda una etapa. El realizador y guionista ha transformado la novela, psicológica e introspectiva, en simples hechos objetivos y concretos, porque ahí radica su objetivo. Musil (1880-1942) intuyó en esta obra juvenil y menor el origen de las tiranías, y Schlöndorff parte exactamente de este punto, donde el novelista termina. No es una película perfecta, a veces resulta incipiente, pero constituye un valioso testimonio de valor universal y permanente.

Otros films suyos, realizados con mayores medios, señalan aspectos del despotismo y la rebelión como consecuencia: El rebelde (Michael Kohlhass, der Rebell, 1969) y La inesperada riqueza de los pobres de Kombach (1970). Ambos, sobre hechos verdaderos, son excelentes reconstituciones de época, desde dentro, mejor realizadas. Pero, frente al nuevo cine alemán, ante un cine de problemas actuales, El joven Törless ostenta valores más directos y eficaces.