Nació el 24 de mayo de 1894 en Viena, Austria. Murió el 22 de diciembre de 1969 en Hollywood. Se ha dicho que su verdadero nombre era Joe Stern, aunque lo negaba siempre, de familia judía húngaro-polaca, que emigró a Estados Unidos cuando el niño tenía siete años. Puede ser un caso como el de Stroheim, difícil de aclarar, porque Sternberg da distintas versiones de los hechos de su vida y nunca ha querido hablar de muchos de ellos. Siguió los estudios primarios en Nueva York y volvió a Viena para doctorarse en Filosofía. Estableció contacto con el cine hacia 1917, en la World Company, desempeñando diversas profesiones, entre ellas la de ayudante de dirección, tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra. El actor George K. Arthur le dio la oportunidad de dirigir su primera película, que costó 5.000 dólares y tenía como protagonista a George Hale: Salvadores de almas (1925), film vigoroso y anticonformista. Chaplin vio el film y le dio la oportunidad de dirigir el segundo, La gaviota (1926), que por una serie de circunstancias no llegó a exhibirse nunca públicamente. Tras alguno más realiza La ley del hampa, film magistral que crea el cine de gánsters, cuyo éxito le coloca entre los primeros directores mundiales. Siguiendo esta línea, hace otras películas del género, aunque ya no tan logradas como ésta. Pero, sobre todo, Los muelles de Nueva York (1928), asunto psicológico, realista, al que la magia de Sternberg, principalmente en las iluminaciones típicas del cine alemán, logra dar un clima de irrealidad casi fantasmagórico y esa atmósfera que será siempre el punto fuerte de su obra. Es lo que salva La última orden (1928), melodramático asunto donde Emil Jannings cumple uno de sus más estentóreos y folletinescos papeles. Pero esta obra, importante en conjunto, es realmente el prólogo a la que llevará a cabo después, sobre una figura única: Marlene Dietrich.
Descubierta por Sternberg en Alemania, la convierte en la gran vampiresa –competidora de Greta Garbo– en El ángel azul.
Esta figura de mujer es indudablemente su obra maestra y a ella se va a circunscribir en adelante su propia obra de creador: Marruecos (1930), Fatalidad (1931), El expreso de Shangai, La Venus rubia (1932) y Capricho imperial (1934). Todo lo que es Sternberg está en las películas de Marlene Dietrich: su magnífico barroquismo, su erotismo, la mujer ídolo, el ambiente cerrado, pesado, delirante y poético…Sternberg es un artífice de naturalezas muertas, con esos objetos que cobran vida secreta, como en el expresionismo germano, llenando la pantalla de una manera abrumadora, hasta fascinar al espectador. Y en ese orbe cerrado, cercado de barroquismo, como una extraña prisión fantástica, el realizador coloca a esa mujer casi imaginaria, ensueño y delirio amoroso, para hacer girar obsesivamente la pasión erótica. Ese barroquismo viene de dentro, brota desde la concepción misma del film, y no de sus accesorios materiales: la legión que desfila en Marruecos, en el momento decisivo del film, está hecha con unos pocos soldados que pasan con sus fusiles al hombro muy cerca de la cámara. Pero la sensación de la marcha de un ejército, frente al desierto africano, es perfecta y subyugante. Sternberg, gran montador de profesión, descubridor de muchos grandes iluminadores americanos, es ante todo el maestro de la imagen, el último cultivador de la fotogenia en su máxima evolución. El problema Sternberg-Dietrich ha sido cuestión de constante polémica. Parafraseando a Flaubert, Sternberg gustaba decir: «Marlene Dietrich soy yo». Hombre de carácter violento y difícil, de grande y variado talento, despreciaba a mucha gente, y solía eliminar de los títulos de sus películas a colaboradores que no consideraba. El gran crítico Alfonso Sánchez ha señalado muy bien la situación: «La revisión de su obra nos muestra que nunca estuvo al servicio de Marlene, sino que la utilizó sabiamente como el principal objeto de su escritura. Marlene, con su deslumbradora personalidad, está siempre en escena en función del film. La leyenda de Marlene no lo ha dejado ver hasta que el tiempo la ha enfriado». Marlene ha venido a ser así, en manos del realizador, lo que después se ha llamado «la mujer como objeto erótico». El principal, sin duda, entre todos los objetos que constituían aquel magnífico mundo de su creación. Pero también, quizás, el núcleo viviente, humano, de su inspiración. Hombre intransigente, propenso a escenas de cólera y peleas celebérrimas en los estudios, negándose a las exigencias de los productores, no puede repetir con otras actrices lo que ha hecho con Marlene Dietrich, seguramente por aquellas causas extraartísticas. Sus películas posteriores, a veces muy bien hechas, carecen de aquel espíritu; la mejor quizá sea Crimen y castigo, según Dostoievski. El cine, al que ama y desdeña a la vez, se pierde rápidamente para él.
Se dedica a otras actividades, muy diversas, desde la antropología, en la que es un gran especialista, a la escultura en madera, a temas orientalistas…Tiene una cátedra de cine en la Universidad de California. En 1965 publicó su libro de memorias «Diversión en una lavandería china» (publicado en esta misma editorial), pleno de anécdotas y de ataques virulentos y desdeñosos.
Sternberg es, sin disputa y por sí mismo, uno de los maestros del cine, con películas fascinantes que perviven por completo.
FICHA TÉCNICA: Alemania: Ufa-Paramount, 1930. Argumento: De la novela de Heinrich Mann «El profesor Unrat». Dirección: Joseph von Sternberg. Guión: Karl Vollmoeller, Robert Liebmann y Karl Zuckmayer. Fotografía: Gunther Rittau y Hans Schneeberger. Música: Friedrich Hollaender.
FICHA ARTÍSTICA: Marlene Dietrich (Lola Frohlich), Emil Jannings (profesor Immanuel Rath), Kurt Gerronn (Jiepert), Rosa Valenti (Guste), Hans Alberts (Mazeppa), Eduard von Winterstein (director del colegio), Reinhold Bernt (el clown), Hans Roth (el bedel).
La novela de Heinrich Mann es fundamentalmente un ataque a los métodos educativos alemanes con todas sus consecuencias. Pero el asunto, bajo influencias del gran productor Eric Pommer, se convierte en un drama psicológico, sobre el fondo de una vieja ciudad estudiantil alemana. Rath, respetado y autoritario profesor de un colegio de muchachos, es el prototipo del maestro germano, minucioso, metódico, ordenancista, partidario de la disciplina a todo precio…Ya maduro, vive con una vieja criada, que contempla sus manías y le cuida un poco como a un muchacho. Rath se entera de que algunos de sus discípulos frecuentan una taberna-cabaret de bajos fondos, «El ángel azul», atraídos por la cantante Lola-Lola. Dispuesto a defender la honorabilidad de la escuela e imponer su autoridad en todos los órdenes, Rath va al cabaret para sorprender y castigar a sus alumnos. Tras ellos, llega al camerino de la bella Lola-Lola, que lo envuelve con sus artimañas femeninas y, sin saber cómo, el honorable profesor se encuentra ayudándola a vestirse. El dueño del cabaret lo conduce a la sala, orgulloso de tener entre su público a tan alta personalidad local y, a la vez, molesto contra el puritano burgués que viene a darle lecciones de honestidad. La presencia del profesor en aquel espectáculo produce el escándalo y la burla de sus discípulos; empiezan a apodarle «Unrat» (basura). Todo ese convenio de jerarquías que se respetan y presionan a sí mismas en la sociedad alemana está perfectamente dado aquí. El profesor se siente trastornado por las canciones de Lola-Lola, sus actitudes provocativas y su belleza plena de sugestiones eróticas. En adelante no perseguirá a sus alumnos, que asedian a la cantante, por moralidad y honorabilidad, sino por celos. La mujer, en complicidad con el dueño, decide apoderarse de aquel hombre, que siente indefenso, porque le supone dueño de una pequeña fortuna acumulada con su trabajo a lo largo de años de vida mediocre. El profesor no duda en casarse con Lola-Lola, abandonar su cátedra, irse por el mundo con la pequeña compañía de variedades. Cuando se le acaba el dinero debe trabajar. Soportará las infidelidades de Lola-Lola con el apuesto Mazeppa. Y por mísera venganza de seres inferiores, le visten de clown, le espachurran huevos en la cabeza y le hacen cantar el «kikirikí» ante públicos burlones y soeces. Para mayor escarnio, acaban por ir a la vieja ciudad donde fue el respetado profesor, para que todos contemplen aquel número extraordinario, más valioso allí que en ningún sitio. Pero el profesor Unrat, de noche, huye hasta su antiguo colegio, sube a su mesa, desde donde dictaba sus lecciones, y allí muere silenciosamente, solo.
La película tiene, vista hoy, los mismos defectos y cualidades que cuando se estrenó, hace más de sesenta años. El argumento se recarga de tintes melodramáticos, de insistencias en lo cruel un tanto burdas, de sentimentalismos fáciles hasta llegar a esa muerte simbólica sobre la mesa de su cátedra. El pesado estilo germano produce este barroquismo de la narración cuando se aplica al drama Emil Jannings, gran actor de gesto profuso que representa un poco en falso, en guiñol, pero acaba imponiéndose por algo verdadero, que es la creación de un personaje auténtico, debajo de las líneas, a veces gruesas, de una caracterización y una composición.
Marlene Dietrich constituyó la gran revelación de la película y del primer cine sonoro alemán. Descubierta por Sternberg –que iba al teatro en busca de un galán–, éste se dio cuenta inmediatamente de que con ella podía hacer un nuevo «ídolo del cine»; así lo decía a todo el mundo antes de acabar la película. Marlene Dietrich, de líneas aún no estilizadas por el gusto norteamericano, domina la película con su sombrero de copa, su media negra en la pierna perfecta, su voz ronca y sus canciones graves y picarescas, que van imponiéndose en el mundo entero, por muchos años, como un nuevo estilo. El ángel azul se estrenó en Berlín el 31 de marzo de 1930 y recorrió el mundo con inmenso éxito.
Aparte de sus propios valores, El ángel azul representó entonces un hecho concreto: la continuidad de un gran tema cinematográfico. El cine sonoro había constituido un cataclismo que devoró realizadores, guionistas, técnicos y, sobre todo, actores. Las dificultades para hablar un idioma que no era el suyo barrieron de Hollywood y de cualquier otro país a numerosos comediantes, en un mundo cinematográfico internacionalizado por la imagen muda. Otros, por el tipo de su voz, no registrable en aquellos momentos de técnica incipiente y sin la existencia del doblaje. Los principales, por un sentido más importante y difícil de sortear. Aquellos personajes de una mítica popular –como Charles Chaplin o Greta Garbo– quizá no pudieran mantener su personalidad, el espíritu de sí mismos y de sus actos en cuanto tuviesen que hablar. La palabra podía destruirlos.
Quizá los dos temas máximos que el cine había logrado levantar de forma más completa y perfecta hasta entonces eran lo cómico y el amor. Lo cómico estaba representado por aquella gran constelación de bufones de todo género, encabezados por el genio de Chaplin. Salvo a éste, el sonoro los hizo desaparecer y borró de la pantalla una de las grandes conquistas de la cinematografía americana. El amor estaba representado, sobre todo, por mujeres. Los grandes galanes –Valentino o John Gilbert– eran en realidad sus antagonistas. Y estas mujeres habían llegado a tipificarse en un gran ídolo de las multitudes, legítima conquista del cine: la vampiresa. Greta Garbo, la «divina», era la «vamp» por excelencia, la gran atracción de público del mundo entero. El sonoro podía acabar con estas mujeres legendarias como con otros personajes y temas.
Marlene Dietrich, en este film de Sternberg, es la vampiresa que habla, la vampiresa que canta, la nueva vampiresa del nuevo cine con sonido. El gran mito de la vampiresa continuaba, volvía a nacer. También en Norteamérica se hacía el ensayo decisivo de Greta Garbo hablando, en Anna Christie, por aquellas mismas fechas: «Greta talks» fue la frase publicitaria del momento. Greta Garbo hablaba y su personaje subsistía. La mujer fabulosa del cine se había salvado, como no se salvaron las maravillosas figuras tipificadas del cine cómico. Marlene Dietrich fue contratada inmediatamente por la Paramount para oponerla a Greta Garbo, máxima estrella de la Metro.
También El ángel azul trae al cine un nuevo sentido del erotismo cinematográfico. Hasta entonces, las figuras de la vampiresa se habían movido preferentemente en ambientes distinguidos y brillantes, entre gentes refinadas…Marlene Dietrich aparece en un cafetucho de puerto, un medio sórdido, al borde de los bajos fondos. El coro de mujeres que la rodea en el escenario es lamentable, desagradable, un tanto repulsivo. Y Marlene no es una gran dama, de pasiones ardientes y delicadas, sino una mujer de mala nota, hermosa, de una atracción animal, oscura y morbosa. La misma Greta Garbo inicia este nuevo camino con el personaje de O’Neill, en su primer film sonoro. Y Marlene Dietrich volverá sobre él en su inmediata película, ya en Hollywood, Marruecos, con su papel de una ramera en un puesto de la legión. Como en los comienzos del cine, desde Dinamarca, como hoy desde Suecia, bajo el genio de Bergman, entonces el erotismo cinematográfico fue renovado desde Alemania; siempre desde un país nórdico. Ésta fue, entonces, otras de las razones del completo éxito y de la influencia de este film.
FILMOGRAFÍA: 1925: The Salvation Hunters. 1926: The Exquisite Sinner (La elegante pecadora); A Woman of the Sea. 1927: Underworld (La ley del hampa). 1928: The Last Command (La última orden); The Dragnet (La redada); The Docks of New York (Los muelles de Nueva York). 1929: The Case of Lena Smith (El mundo contra ella); Thunderbolt. 1930: Der Blaue Engel (El ángel azul); Morocco (Marruecos). 1931: Dishonored (Fatalidad); An American Tragedy (Una tragedia humana). 1932: Shanghai Express (El expreso de Shanghai); Blonde Venus (La venus rubia); The Scarlet Empress (Capricho imperial). 1935: The Devil is a Woman; Crime and Punishment (Crimen y castigo). 1936: The King Steps Out (La princesa encantadora). 1939: Sergeant Madden. 1941: The Shanghai Gesture (El embrujo de Shanghai). 1950: Jet Pilot (Amor a reacción). 1951: Macao (Una aventurera en Macao). 1953: The Saga of Anathan/The Last Woman on Earth.