Capítulo 8

 

 

 

 

 

CUANDO comprobó su agenda a las nueve de la mañana del miércoles, Candida arrugó el ceño. Un nuevo cliente había llamado para pedirle que fuera a su casa después del almuerzo, lo cual significaba que su cita con Max tendría que ser a las cuatro y no a las dos y media como habían quedado. Candida mordió el lápiz. No creía que le importase demasiado, pero sería mejor llamar a su secretaria ahora para asegurarse de que no iba a ser un inconveniente.

Esperaba oír la voz de Janet, pero fue otra mujer quien contestó. ¡Fiona! ¿Qué estaba haciendo en casa de Max a las nueve de la mañana? Pero ¿para que preguntarse tal cosa?, pensó luego.

–Hola… quería hablar con Janet.

–Janet no ha venido hoy –dijo Fiona–. ¿Puedo ayudarla en algo?

–Soy Candida Greenway…

–Ah, sí, Max me dijo que vendría esta tarde.

–¿Está él ahí? –preguntó Candida, con un nudo en la garganta. Fiona había pasado la noche en su apartamento y eso sólo podía significar una cosa.

–No, me temo que no. Ha salido con el perro –contestó ella, bostezando ruidosamente–. Perdone… es que me acosté muy tarde. Max volverá dentro de una hora, imagino, porque querrá desayunar. ¿Quiere dejar un mensaje?

–Sí, por favor –suspiró Candida. ¿Qué le importaba a ella con quién se acostase Max?–. Dígale que no puedo ir a las dos y media como habíamos quedado, que iré alrededor de las cuatro.

–Muy bien, seguro que no le importará –dijo la mujer, como si ella conociese los detalles de la vida de Max y pudiese hablar por él.

–Gracias. Dígale que…

–Adiós –se despidió Fiona.

Candida se quedó mirando el auricular, atónita. Bueno, ésa era una prueba más que suficiente, si le hicieran falta pruebas, de la actitud de Max hacia las mujeres. Para él todo era una broma. ¿Por qué había pensado otra cosa? ¿Por qué había pensado que aquel beso podía haber significado para él tanto como para ella?

Max no era más que un mentiroso y un mujeriego, como Grant. Y si había tenido alguna duda sobre la dirección que tomaría su vida si decidía seguir viéndolo, ya no la tenía. Porque el mensaje estaba bien claro.

 

 

Esa tarde, Candida volvió a encontrarse en su apartamento con las muestras de tela para las cortinas. Y Fiona no estaba por ninguna parte.

–Supongo que Fiona te dio el mensaje de que llegaría más tarde.

–Sí, lo hizo. Gracias –dijo Max.

Luego entró en su estudio mientras ella colocaba las muestras de tela sobre la mesa. Eligiera las que eligiera quedarían fabulosas. Cómo le gustaría elegir esas cortinas para su propia casa, pensó.

Estaba sentada en el suelo comprobando las muestras de las alfombras, con Ella tumbada a su lado, cuando Max salió del estudio. Por su pensativa expresión, era evidente que estaba preocupado por algo. Sin fijarse en las muestras, se quedó mirando por la ventana, con las manos en los bolsillos del pantalón. Ah, aquél era Maximus Seymour, el famoso autor. Aquél no era el hombre que la había abrazado en un momento de pasión, en medio del campo.

Haciendo un esfuerzo, Candida apartó esos pensamientos. Tenían que hablar de negocios.

–Tienes que elegir entre estas tres opciones para las alfombras. Y cualquiera de estas telas para las cortinas irían bien… ¿lo ves? –preguntó, poniéndolas a la luz–. Yo creo que estas dos se complementan estupendamente y… ésta en concreto quedaría perfecta en la habitación…

–Sí, cualquiera de ellas iría bien –dijo Max, sin mirarla–. Elígelas tú, Candida. Elige las que más te gusten.

–Pero a lo mejor mi gusto no coincide con el tuyo. Esto es una cuestión de gustos personales y…

–Pues entonces haz que sea un caso de tus gustos personales –la interrumpió él–. Eso es lo que hiciste para Faith. Te lo dejó todo a ti, ¿no? Y mira qué bien ha quedado su casa. Confío en ti para que modernices un poco la mía y, no te preocupes, eso es justo lo que quería. No tengo tiempo de ponerme a elegir telas… especialmente en este momento, con la fecha de entrega en noviembre.

Max se pasó una mano por el pelo y Candida se dio cuenta de que sus pensamientos estaban en otro sitio, de modo que podía elegir las telas que le pareciesen más adecuadas. O las que más le gustaban a ella.

–Bueno, si eso es lo que quieres… Aunque te va a salir caro.

–Ya imagino –Max se volvió y, por primera vez aquel día, lo vio sonreír.

Candida empezó a guardar las muestras, pensando que al menos podría hacerlo rápido. No tener que esperar su aprobación sería una gran ayuda. Y entonces podría por fin decirle adiós a Max Seymour.

–Voy a hacer un té, ¿te apetece? –preguntó él.

–No, lo siento, no puedo quedarme. Tengo que preparar algunas cosas para mañana y…

–Pero si sólo son las cinco. Aún queda mucho día, ¿no?

–No, tengo que volver a…

–Por favor, quédate, Candida –le rogó Max. Pero ella no se sentía bien predispuesta hacia él en aquel momento–. Por favor…

¿Cómo iba a decir que no?

–Muy bien, pero sólo media hora –suspiró, siguiéndolo a la cocina.

–Estaba pensando… ¿me harías un favor?

Probablemente no, pensó ella.

–¿Qué favor?

–He tenido una idea. Creo que tú podrías ser la respuesta a todos mis problemas.

–¿De qué estás hablando? –preguntó Candida, intentando imaginar qué iba a pedirle y buscando excusas para decir que no.

–Mi agente me ha recordado que tengo que calificar un concurso de narraciones cortas… tendré que elegir entre una docena. Y todas serán buenas. Un ganador y dos finalistas, con un considerable premio económico.

–¿Y qué tengo yo que ver con eso?

–Podrías leer las historias y darme tu opinión –dijo Max entonces–. Juzgar el trabajo de otra gente es una responsabilidad que odio. Siempre temo meter la pata.

Candida se puso colorada; todos los sentimientos que creía tener controlados saliendo a la superficie de nuevo. De modo que odiaba juzgar el trabajo de otra gente… Eso sí que era nuevo para ella. Pues parecía disfrutar de cada palabra cuando juzgó el suyo. Y ahora le estaba pidiendo que lo ayudase… ¿sería un sueño? ¿Cómo iba a decirle que sí? Ella no quería destrozar el sueño de otra persona como Max había destrozado el suyo.

–¿Y cómo crees que yo voy a poder juzgar el trabajo de un escritor?

–Estoy seguro de que lo harías muy bien. Eres imaginativa, intuitiva, te piensas mucho las cosas… por supuesto hay aspectos técnicos en una narración corta que no conoces, pero yo puedo encargarme de esos detalles menores. Me gustaría saber cuál es tu respuesta. Si la historia es especial, si te llama la atención, si se queda en el recuerdo. Lo que tú pienses será lo que piense cualquier lector inteligente. Y esa historia será la que gane.

Candida se sintió abrumada. ¿Cómo iba ella, una escritora que sólo había publicado un libro que no se vendió, a juzgar el trabajo de otro? Que su opinión pudiera pesar en el juicio profesional de Max era una carga demasiado grande. No podía hacerlo.

–Creo que se lo estás pidiendo a la persona equivocada. Deberías pedírselo a otro escritor…

–Eso es lo que estoy haciendo. He visto potencial en ti, Candida. Empiezo a conocerte bien y creo que entiendo cómo respondes a las cosas… incluso tu manera de comentar mi libro el otro día me convenció –Max se quedó un momento pensativo–. Nunca me has dicho si has escrito algo, pero me sorprendería que no lo hubieras hecho…

¿Era aquélla otra oportunidad para decírselo?, se preguntó ella.

–Sí, bueno, escribo algo, como casi todo el mundo. Gané el premio literario en el colegio dos años seguidos y…

–Entonces yo tenía razón –la interrumpió Max–. Creo que tú podrías escribir algún día. Y no dudo que tendrías éxito.

Candida lo miró a los ojos. ¿Qué había hecho para estar en aquella situación?, se preguntó. Tener y no tener parecía ser el caso. De modo que Maximus Seymour pensaba que podría ser una escritora de éxito… pues ésa no había sido su opinión, públicamente aireada, ocho años antes. No eran ésas las palabras que usó en su columna para echar un jarro de agua fría sobre sus sueños.

–Tendré que pensármelo –dijo por fin–. Depende del trabajo que tenga. Ya te lo diré.

–No hay mucho tiempo –insistió Max–. Estamos a mediados de octubre y quieren mi decisión para el treinta y uno. Y luego tengo que promocionar mi libro… en fin, recibiré los manuscritos el sábado, así que tendremos dos semanas.

¿Tendremos dos semanas?

«No, tendremos no. Tienes, Max».

Daba por sentado que iba a hacerlo. Pero, aunque eso la molestaba un poco, no podía dejar de sentirse halagada. Que Max Seymour pensara que su opinión podía ayudarlo a tomar una decisión era alentador. Y, si era sincera consigo misma, la verdad era que le encantaría hacerlo. No sería una tarea en absoluto, al contrario. El único problema: que ella querría que ganasen todos. Descartar una buena historia para darle el premio a otra sería muy difícil…

En ese momento sonó el timbre.

–Qué raro. No estoy esperando a nadie.

Con Ella trotando ansiosamente delante de él, Max fue a abrir la puerta.

–¡Vaya, qué sorpresa! ¿Qué haces aquí, Faith?

Un segundo después se reunieron con Candida en el salón.

–¡Candida! Qué alegría, no sabía que estuvieras aquí –exclamó Faith, poniendo a su hija en brazos de Max–. Ay, Dios mío, ¿qué te ha pasado en la cara?

Ella hizo una mueca.

–No es nada. Me pinché mientras estaba buscado moras, pero ya estoy bien.

Max no le había preguntado cómo estaba de sus heridas, por cierto. Se preguntó entonces si habría vuelto a pensar en la merienda… y en su apasionado beso. A pesar de sus buenas intenciones, ella sí lo recordaba. Pero, claro, para Max no había significado nada. Sólo era una más en una larga lista.

Candida apartó la mirada para que no pudiera leer sus pensamientos. Porque a veces tenía la impresión de que estaba dentro de su cabeza… y de su corazón.

Max también se había percatado de que aquel día no se rozaban siquiera. Cuando llegó, había tenido que hacer un esfuerzo para no abrazarla, pero sabía que eso habría matado su relación… o el principio de esa relación para siempre. Después de sucumbir momentáneamente a sus avances lo había rechazado y él no sabía cómo iba a superar sus objeciones. La única esperanza era ir despacio mientras buscaba razones para convencerla de que debían estar juntos.

Candida se dio cuenta de que, mientras ella estaba perdida en sus pensamientos, Faith había seguido hablando animadamente…

–Emmy pregunta mucho por ti.

La niña alargó las manitas hacia Candida, que inmediatamente la tomó en brazos.

–Oye, que es mi chica favorita, no la tuya –protestó Max–. ¡Devuélvemela ahora mismo!

–Enseguida, ahora es mi turno.

Faith tiró su bolso sobre el sofá y se acercó a la ventana.

–Qué vista tan bonita. No vengo por aquí a menudo, pero me encanta…

–¿Qué haces en Londres?

–Hemos comido con Rick y luego pensé que no podía volver a casa sin venir a verte. Menos mal que estabas aquí. Y podrías ofrecerme un té, por cierto.

–Estoy encantado de verte –dijo Max.

Y Candida se quedó sorprendida de cómo había cambiado su humor en un momento. Debía de adorar a su familia, pensó. ¿Y por qué no? Faith era encantadora y tenía una alegría de vivir contagiosa.

–Si hubieras llamado antes, habría ido a comprar unos pasteles…

–Yo sabía que no tendrías nada de comer –rió su hermana–. Así que he traído los pasteles conmigo –dijo entonces, abriendo una bolsa–. Me enteré hace poco de que mi hermano te había pedido que redecorases su casa, Candida. Fue una sorpresa porque le cuesta un mundo interesarse por las cosas domésticas. Y no tengo la menor duda de que no ingiere suficiente cantidad de frutas y verduras.

Candida sonrió, intentando no mirar a Max. Seguramente todos los famosos serían así. Alejados de su trabajo y de su éxito eran personas normales, parte de una familia, con las mismas preocupaciones que todo el mundo. Pero Faith no debería preocuparse por su dieta porque era un hombre fuerte, fibroso, acostumbrado a pasear con su perro todos los días.

Emily pidió entonces que la dejara en el suelo y se puso a jugar con Ella mientras Candida colocaba los pasteles en una bandeja que sacó del armario.

–Tienen una pinta estupenda.

Faith, con los ojos brillantes, se había percatado de la pequeña «escena familiar». Una cosa era evidente: Candida no era una extraña en aquella casa. ¿No sería maravilloso que su hermano y ella se convirtiesen en una pareja? Desde el principio había esperado que le gustase a Max porque lo que faltaba en su vida era una relación con alguien a quien pudiese amar y en quien pudiera confiar.

Mientras tomaban el té, Emily se apoyó en las rodillas de su tío, que acariciaba su pelo con una sonrisa en los labios.

–Una pena que no sea el cumpleaños de alguien –murmuró–. Así podríamos soplar velas o algo.

Cuando sonó el teléfono, Max se levantó para contestar.

–Me alegro mucho de que hayas venido, Faith –sonrió Candida–. Max parece otra persona cuando está con Emily y contigo. Supongo que se apoyará mucho en vosotras.

–No, la verdad es que no. Mi hermano es… bueno, muy especial. Siempre está ahí cuando lo necesitas, pero no le gusta pensar que está molestando. Aunque nosotros le decimos que siempre es bienvenido en casa –Faith miró un momento hacia la puerta–. Hace unos años, Rick pasó un momento muy malo. Tenía problemas en el trabajo y tuvo que despedir a algunos empleados… lo pasó fatal. Pero Max estaba ahí, como una roca, hablándole, convenciéndole de que estaba haciendo lo que tenía que hacer. Mi hermano no podía cambiar nada, ni hacer que el problema desapareciera, pero apoyó a mi marido en todo… hablaban durante horas. Naturalmente, yo también lo hacía, pero él estaba distanciado del problema y podía ser más objetivo que nosotros –Faith se detuvo un momento, pensativa–. Siempre le estaré agradecida por su apoyo. Aunque sé que es una persona complicada. Especialmente cuando está a punto de publicar un nuevo libro. Yo intento venir a verlo siempre que puedo porque así se olvida del trabajo durante un rato. Y conmigo nunca es antipático.

–No debería tener miedo de las críticas –murmuró Candida, pensativa–. Al final, siempre consigue un éxito de ventas. Supongo que tiene una gran influencia de tu madre, ¿no?

Faith esperó un momento antes de hablar:

–No, Max y mi madre nunca se llevaron bien. Había mucha tensión entre ellos. Maxy es un hombre orgulloso… demasiado como para pedirle ayuda si tenía algún problema. Siempre ha hecho las cosas a su manera –Faith suspiró–. Y mi padre era tan tolerante… con los dos. Tan bueno…

Sí, Max era un hombre orgulloso, sin duda. Candida estaba empezando a pensar en él de esa forma y no como el monstruo arrogante que había creído al principio. Y podía imaginar que no había querido pedirle favores a su famosa madre.

–No, no puedes tomar otro pastel, cariño –estaba diciendo Faith, acariciando la carita de su hija–. No quiero que te pongas malita esta noche.

Max entró en la cocina y tomó a la niña en brazos.

–Las narraciones cortas llegarán mañana… unos días antes de lo que esperaba. Acaban de llamar para decírmelo.

Candida abrió la boca para decir algo, pero se contuvo.

–Así que, entre los dos, creo que tendremos tiempo suficiente para resolverlo, ¿no te parece? –Max se volvió hacia su hermana–. Le he pedido a Candida que me ayude a seleccionar las narraciones para el concurso literario.

–Ah, se me había olvidado que tenías que hacer eso también. Yo creo que deberías despedir a tu agente literario –suspiró Faith–. Es muy amable por tu parte hacerle ese favor, además de redecorarle el apartamento…

–En realidad…

–No pienso preguntar qué vas a hacer aquí. Esperaré hasta que esté terminado para llevarme una sorpresa.

La alegría de Faith era evidentemente. Parecía pensar que entre Max y ella había algo más que una relación profesional y Candida se sintió atrapada. ¿Cómo iba a desilusionarla? Max la había arrinconado y, aunque una parte de ella se sentía molesta, otra parte estaba encantada. ¿Cómo no iba a disfrutar estando con una persona tan agradable como Faith? Después de todo, aquello no duraría para siempre. En cualquier caso, leer esas historias y darle su opinión podría ser el momento que esperaba. Cuando, por fin, encontrase valor para decirle a Max Seymour lo que le había hecho.

Entonces sonó el móvil de Faith.

–Hola, cariño… Es Rick –dijo en voz baja–. Sí, me iba a casa ahora mismo –Faith miró su reloj–. Te veo en… diez minutos, en la puerta. Adiós, mi amor.

–¿Qué dice tu marido?

–Va a salir de la oficina un poco antes para que podamos irnos juntos a casa.

–¿Quieres que te lleve? –preguntó Max.

–No hace falta. Puedo ir en el metro –sonrió su hermana, levantándose–. En fin, no ha sido el cumpleaños de nadie, pero a mí me ha parecido una fiesta familiar.

Candida sonrió.

–Hablando de cumpleaños, dentro de poco hay una fecha importante en mi familia… mi padre cumple sesenta años el día dos de diciembre y estoy organizando una fiesta con dos de sus amigos para celebrarlo.

–Qué bien. ¿Hay sitios bonitos para celebrar una fiesta en tu pueblo?

–Sí, pero a mi padre no le gustaría que lo llevase a un sitio elegante. No, la haremos en el salón del Ayuntamiento. El coro en el que canta pondrá la música… y seguramente haremos un baile. El problema va a ser mantenerlo en secreto, pero sus amigos me han prometido no decir nada. Mi padre cree que sólo vamos a estar él y yo… es una persona muy sencilla.

–Es su día, de modo que tendrás que hacer lo que a él le guste –sonrió Faith–. Nosotros siempre celebrábamos las fiestas familiares en hoteles y restaurantes, ¿verdad, Maxy? Pero a mí me habría gustado celebrarlas en casa, con los amigos de siempre…

–¿Y en el menú del cumpleaños habrá cordero al estilo de Gales? –sonrió Max.

–No, por la noche no. Pero lo tomaremos en el almuerzo, supongo.

–¿De qué estáis hablando?

–Cordero al estilo galés –dijo Max–. Un estofado hecho con cordero, patatas, zanahorias y mucho perejil. Ah, y cebollitas pequeñas. Se sirve muy caliente, en una fuente de barro, sazonado generosamente con sal y pimienta. No sé por qué yo me imagino un cordero entero dando vueltas en un palo… aunque Candida me ha asegurado que está delicioso.

Candida soltó una carcajada. No sólo se acordaba de todo lo que le había contado, sino que debía de haber buscado la receta en alguna parte porque ella no había entrado en detalles. Y viéndolo sonreír tuvo que sacudir la cabeza. ¿Qué era ella para aquel hombre?, se preguntó. ¿Cómo iba a librarse de Max? Sabía que podría hacerlo físicamente, pero… ¿podría olvidarse de él?

Entonces, con un escalofrío, recordó a la mujer con la que había pasado la noche. Y eso fue suficiente para que pusiera los pies en el suelo.

–A mí me suena de maravilla –dijo Faith, tan entusiasta como siempre–. ¿Por qué no vas un día a Farmhouse Cottage y lo preparas para nosotros? Mi carnicero conseguirá cordero galés si se lo pido.

–Muy bien, a ver si encuentro tiempo –sonrió Candida.

Faith le dio un abrazo.

–Me alegro mucho de haberte visto. Y gracias, por todo. Te llamaré mañana y buscaremos un día para vernos todos en casa, ¿te parece?

–Muy bien, lo que tú digas.

–Maxy, tienes que salir más. No puedes estar encerrado aquí todo el día –dijo luego, tocando su brazo–. Estás pálido. Acuéstate temprano por una vez.

–Te preocupas demasiado –sonrió él.

–Si no me preocupo yo, ¿quién va a preocuparse?

–En realidad, lo de anoche fue excepcional –dijo Max entonces, apoyándose en el quicio de la puerta–. No nos dormimos hasta las cinco de la mañana.

–¿A las cinco de la mañana? ¿Y qué estabas haciendo hasta esas horas?

Candida se mordió los labios. No quería oír el resto, no quería saber nada. ¡Esperaba que no se pusiera a relatar su noche de pasión con Fiona!

–Tuve una reunión con mi agente literario hasta las diez y estábamos casi terminando cuando llamó Rob Winters…

–Ah, sí, tu amigo –sonrió Faith–. Max fue el padrino en su boda –le contó a Candida.

–Eso es. Tienes buena memoria.

–Rob y Max son amigos de toda la vida. Fueron juntos al internado.

–Hacía mucho que no hablábamos. Ha estado viviendo fuera del país pero, aparentemente, su mujer ha tenido un hijo, un niño de cuatro kilos. Sabía que estaban esperando un niño, pero no sabía para cuándo. En fin, Rob quería celebrarlo y me llamó para tomar unas copas. Así que fui a su casa después de la reunión, bebí más champán del que debería y nos quedamos dormidos a las cinco de la mañana. Y luego, cuando volví aquí, a las ocho, llevé a Ella a pasear para ver si conseguía despejarme un poco.

De modo que no había dormido allí… entonces, ¿qué hacía Fiona contestando al teléfono?

Cuando levantó la cabeza, Max estaba mirándola, burlón. Debía de saber que había malinterpretado la situación y estaba disfrutando al verla tan confusa.

–Fiona necesitaba una cama anoche porque vive fuera de Londres y no le apetecía conducir tan tarde –siguió él–. Y como yo no iba a dormir en casa, le dejé mi llave. Al final, resolvimos el problema de Fiona, yo celebré el primer hijo de Rob y los Jarrett se encargaron de Ella porque a Fiona no le gustan los perros –Max se inclinó para acariciar la cabeza del animal–. Y todos sabemos lo que yo pienso de esas personas, ¿verdad que sí?

Cuando Faith y Emily se marcharon, volvieron a quedarse solos, los pensamientos volando por la habitación como libélulas.

–Me pondré a leer esas historias mañana y pasado. Luego puedes venir tú para echar un vistazo… Sé que vamos a discutir, pero eso es bueno. Y, al final, nos pondremos de acuerdo. Tenemos que ponernos de acuerdo.

Candida, de repente, se sentía mucho más animada. Aún no le había dicho que sí, que lo ayudaría a leer esas historias para el concurso literario, pero no hacía falta. Porque iba a hacerlo. Y Max lo sabía.