ROBERT condujo a Hester a la casa de Albany Square justo antes de las ocho y media de su primer día de trabajo y no sólo insistió en llevar las maletas hasta la entrada principal, sino en esperar con ella hasta que apareció Sam Cooper.
–Buenos días, Sam –saludó Hester con una sonrisa–. Le presento a mi padrastro, Robert Marshall.
Sam extendió una mano.
–Sam Cooper, señor.
Robert lo miró a los ojos mientras se la estrechaba, luego sonrió, evidentemente satisfecho con lo que veía.
–Encantado de conocerlo. Estoy seguro de que dejo a Hester en buenas manos –le dio un beso, le recordó que llamara luego a su madre y regresó al coche, saludando con la mano al alejarse.
–Es evidente que su padrastro la quiere –comentó Sam mientras llevaba las maletas dentro.
–Por suerte para mí, así es –convino ella con afecto–. Jamás ha tenido hijos propios y tiende a mostrarse bastante protector conmigo.
Sam asintió con aprobación.
–Parece que tienen buena relación. Subiré las maletas a su habitación. Connah y Lowri se han quedado con la madre de Connah el fin de semana y aún no han regresado, de modo que dispone de tiempo para establecerse antes del almuerzo.
–Hablando de comida, ¿quiere guardar esto en la nevera por mí? –Hester le entregó un paquete–. ¿O se requiere que prepare algo caliente?
–Sólo sopa y sándwiches, y Connah me dijo que comprara algo para una cena fría –Sam sonrió–. No es necesario que aparezca por la cocina hasta mañana.
–¡Es un alivio! Por las dudas, traje un pollo asado, pero puedo usarlo para unos sándwiches. Una vez que deshaga las maletas, ¿me mostrará dónde se guarda todo?
–Luego le enseñaré los armarios de la cocina –prometió Sam antes de subir sus maletas.
Hester lo siguió, aliviada de que a Sam Cooper pareciera caerle bien. Guardó sus cosas con rapidez y luego bajó a la cocina. Con ayuda de Sam, exploró los armarios y los encontró bien aprovisionados y equipados con todo lo que podría llegar a necesitar.
–¿Connah lleva mucho tiempo viviendo aquí? –preguntó ella.
–No. La casa se terminó de remodelar unas pocas semanas antes de que nos trasladáramos. Hubo mucho que hacer. Data aproximadamente del siglo xviii, y como es un edificio protegido, tuvo que rehabilitarse despacio. La residencia principal de Connah es un ático en Londres, pero tiene negocios en esta zona, de modo que cuando esta casa se puso en venta, ni lo dudó. La preferida de Lowri es la de tomate –añadió mientras ella inspeccionaba las latas de sopa.
–Gracias. A propósito, ¿hubo muchas más candidatas a mi puesto?
–Tres.
Pero Connah la había elegido a ella.
Sam contestó su pregunta antes de que la formulara.
–Al parecer las otras eran mayores y con ideas preconcebidas. Connah quería una compañera para Lowri, no una niñera severa y rígida.
Hester se puso a preparar sándwiches con la velocidad y la eficacia que brindan la práctica.
–Pero oficialmente soy un ama de llaves, no una niñera, ¿recuerda?
–Lowri estará encantada de tener de compañía a alguien de su edad, sin importar la descripción del trabajo –le aseguró–. Por lo general, pasa las vacaciones con la abuela en Bryn Derwen, pero ahora que Alice está casada, allí se siente sola –masticó un sándwich–. Esto está delicioso.
–Espero no haberlos preparado demasiado pronto.
Él negó con un gesto de la cabeza.
–Connah dijo que llegaría al mediodía, así que estará a esa hora… –calló cuando sonó su teléfono–. Se lo dije –expuso al comprobar quién llamaba–. Sí, jefe –tras un breve intercambio, cortó–. Llegarán al mediodía, Hester, y Lowri quiere comer en el jardín. La ayudaré a sacar las cosas.
Sintiéndose mucho más nerviosa que antes de la entrevista con Connah, puso la sopa a calentar y preparó una bandeja.
–Mesa para tres –indicó Sam–. Connah espera que se una a ellos en el almuerzo.
–Oh, bien –con celeridad añadió otro plato–. ¿Qué bebe Lowri?
–Cualquier bebida gaseosa está permitida, leche o zumos no.
–No ha habido tiempo de preparar un pudin. ¿Servirá helado? ¿O fruta, quizá?
Sam sonrió con ánimo de tranquilizarla.
–Pregúntele cuando la vea. No se preocupe, Hester. Es una niña agradable.
El parecido de Lowri con su padre era leve. se veía que iba a ser alta, como Connah, y su boca era una versión más pequeña de la de él, pero el cabello largo y lacio era más claro y sus ojos de un azul asombroso.
–Hola –dijo la pequeña, extendiendo la mano con cortesía.
Hester se la estrechó.
–Encantada de conocerte.
Los ojos brillantes la miraron con franca curiosidad.
–Papá me ha dicho que vas a cuidar de nosotros durante las vacaciones. Pensé que serías como la señora Powell, el ama de llaves de la abuela, pero eres realmente joven.
Connah le lanzó a su hija una mirada de advertencia.
–Cuida tus modales, jovencita. Recuerda lo que dijo la abuela. Debemos hacer que la estancia de Hester sea lo más agradable posible.
–Y he de portarme bien –añadió Lowri, resignada y le dedicó una sonrisa tan traviesa que él no pudo contenerse, soltó una carcajada y la abrazó.
–Un trabajo duro, lo sé, pero puedes hacerlo.
–Claro que puedo –dijo ella con altivez, y le sonrió feliz a Sam cuando éste entró en la cocina–. ¿Has traído mi mochila del coche?
–Está en tu habitación con el resto de tus cosas.
–Gracias, Sam –miró a Hester esperanzada–. Me muero de hambre. ¿Falta mucho para comer?
–Ahora mismo. Sam ya ha llevado la bandeja al jardín, de modo que si se adelantan, yo llevaré la comida.
–Usted se unirá a nosotros, por supuesto –indicó Connah con cortesía.
–Gracias –Hester vertió la sopa en un termo, sacó de la nevera la bandeja cubierta con los sándwiches y lo siguió al jardín.
A pesar del calor del día, Lowri se tomó el plato de sopa con fruición, pero Connah sólo se centró en los sándwiches.
–Un pollo excelente –comentó–. ¿De la tienda local?
Hester negó con la cabeza.
–Lo preparé en casa junto con el asado del domingo de mi madre. No estaba segura de lo que se quería hoy para el almuerzo, así que me aseguré de tener algo preparado –miró a la joven, que parecía disfrutar con la comida, y le preguntó–: ¿Cómo está tu abuela?
Los ojos azules se ensombrecieron.
–Muy cansada.
–Pero recobrándose despacio –le aseguró Connah.
Lowri le dedicó a su padre una mirada preocupada.
–No se la ve más fuerte. No sabía que necesitara una enfermera que la cuidara.
–Insistí en contratar a una durante un tiempo. A la edad de la abuela, requiere tiempo recuperarse de una operación –le informó–. No te preocupes. Se recuperará pronto ahora que ha empezado a comer con normalidad.
–Eso espero. ¿Se habrá recuperado a tiempo de que celebremos la Navidad en Bryn Derwen?
–Santo cielo, sí –le revolvió el pelo–. Falta todo un semestre escolar para eso.
Lowri sonrió cuando Sam se acercó con una bandeja con café y una jarra de zumo de naranja.
–¿Eso es para mí?
–Sí. ¿Has terminado el almuerzo? –inquirió.
–Hasta la última miga –sonrió con orgullo.
–¿No me has dejado nada a mí? –bromeó, y cambió al ver la expresión arrepentida de ella–. Sólo bromeaba, pequeña. Me comí el mío antes de que llegaras.
–¿Tomaste alguno con pollo? –preguntó ella entusiasmada.
–Desde luego –Sam depositó la bandeja sobre la mesa e inclinó la cabeza en dirección a Hester–. El mejor que jamás he probado.
Connah terminó su café y se puso de pie para seguir a Sam a la casa.
–Muchas gracias, Hester. Sé buena, Lowri; señoras, las veré para la cena.
Lowri suspiró mientras lo observaba marcharse.
–Papá siempre esta tan ocupado –comentó desconsolada–. Y mañana se tiene que ir a Londres. Dijo que era urgente, o no se marcharía.
–Tendremos que pensar en cosas para hacer durante su ausencia –indicó Hester, sirviéndole más zumo.
–Gracias –Lowri bebió y la miró por encima del borde del vaso–. Pero, ¿no estarás demasiado ocupada con la casa?
–No –repuso con firmeza–. Con la ayuda de Sam, no me llevará mucho. El resto del tiempo lo pasaré contigo.
Lowri le lanzó una mirada muy adulta.
–¿Me dirás la verdad?
«Ayuda», pensó Hester.
–Lo intentaré. ¿Qué quieres saber?
–¿Eres de verdad un ama de llaves y no una especie de niñera?
–Eh, ¿me parezco a Mary Poppins? –preguntó, recurriendo a la indignación para evitar una mentira directa.
–No. Pero tampoco pareces un ama de llaves –Lowri rió entre dientes, luego suspiró–. Además, Mary Poppins tenía que cuidar de dos niños, y yo sólo soy una. Me encantaría tener una hermanita… incluso un hermanito.
–Quizá eso suceda algún día.
–No lo creo –comentó con pesar, luego se animó–. Pero he hecho un montón de amigas en el colegio.
–Eso es estupendo.
–Algunas chicas echan de menos sus casas, pero yo no.
«Porque no tienes mamá», pensó Hester con compasión.
–Bien. He de llevar esto dentro. ¿Me ayudas con la jarra, por favor?
En cuanto la cocina estuvo ordenada, le dijo a la pequeña que era hora de sacar las cosas de las maletas.
Lowri hizo una mueca.
–El baúl estará hecho un desastre. Se me da muy mal guardar las cosas.
–Entonces, ataquémoslo de inmediato. Tú puedes decirme dónde guardar todo.
–No lo sé. Sólo he estado aquí una vez –explicó Lowri–. Por lo general en las vacaciones voy a la casa de la abuela, pero en las del semestre pasado me quedé con Chloe Martin. Maravilloso. Tiene dos hermanos y una hermanita y su madre es muy agradable.
–¿Su padre también es agradable? –preguntó Hester mientras subían juntas las escaleras.
–Oh, sí, pero no lo vi mucho. Es policía. Comisario o algo así.
No le extrañó que dejara a Lowri quedarse en la casa de esa amiga.
Al llegar a la habitación, la niña miró ceñuda el baúl.
–Odio esta parte –pareció culpable mientras Hester alzaba la tapa–. Tengo algunas cosas limpias en mi mochila, pero todo está un poco revuelto ahí dentro –suspiró–. Si fueras Mary Poppins, podrías hacer que las cosas volaran a los armarios.
–Como no lo soy, tú puedes colgar las cosas de tu mochila y yo bajaré todo esto para ponerlo en la lavadora. Tu chaqueta y falda tienen que ir a la tintorería –Hester estudió a la niña alta y esbelta–. Aunque creo que necesitas un uniforme nuevo. Éste ya te queda pequeño.
–¡Sí! –Lowri golpeó el aire en gesto de triunfo–. ¿Cuándo podemos salir de compras? Quiero vaqueros nuevos, montones de camisetas, zapatillas, una minifalda como la de Chloe…
–Tranquila –rió Hester–. Primero he de hablar con tu padre.
Después de ocuparse de la ropa y dejar a la pequeña con una merienda de leche y galletas, llevó una bandeja con té al estudio.
Connah alzó la vista sorprendido.
–¡Hester! Sam podría haberla traído.
–Se supone que soy el ama de llaves –le recordó–. Lowri eligió las galletas, así que, por favor, coma una o dos.
Divertido, miró el plato.
–Oh. Bien. Gracias.
–Si dispone de unos minutos, me gustaría hablar con usted.
–¿Problemas? –preguntó de inmediato.
–En absoluto. Pero necesito saber algunas cosas. Es evidente que ahora está ocupado, así que quizá pueda volver dentro de un rato –sonrió con cortesía y salió, cerrando a su espalda.
Encontró a Lowri pegada ante el televisor viendo un programa de cocina, y Sam se levantó para irse, mirando a Hester con algo parecido a la timidez.
–A propósito, yo ceno abajo solo.
–Entonces, le prepararé algo. ¿Preferencias?
–Usted lo sirve, yo lo como –le aseguró–. Gracias, eso sería estupendo, Hester. Connah cena a las siete cuando Lowri está con él, de modo que pasaré a recoger mi cena unos minutos antes, si le parece bien.
–Por supuesto. Lo llamaré en cuanto esté lista.
Lowri apartó la vista del televisor cuando él se fue.
–Este programa me está dando hambre.
–Entonces veamos qué hay en el menú –fue a la nevera gigantesca y descubrió que Sam había comprado todo tipo de ingredientes para servir una cena fría.
–¿Podemos tomar más pollo? –preguntó la pequeña con ganas.
–Desde luego. Pondré la mesa en el comedor.
–¿Podemos cenar aquí?
Hester movió la cabeza.
–Estoy segura de que tu padre preferirá el comedor –al menos eso esperaba; de esa manera, al igual que Sam, ella podría relajarse cenando sola.
–¡Iré a preguntárselo! –salió disparada de la cocina antes de que Hester pudiera detenerla.
Pensó en seguirla para disculparse, luego se encogió de hombros. Si Connah lo desaprobaba, luego podría comentárselo en privado. Sacó algunas patatas y tenía peladas unas cuantas cuando Lowri regresó, concentrada en la bandeja que portaba.
–Papá ha dicho que sólo usa el comedor para las visitas, y que pongas la cena aquí para tres, por favor.
Otra pregunta que obtenía respuesta.
–Gracias, Lowri. Y antes de cenar, debemos bañarnos y cambiarnos de ropa –a veces había que ser una niñera–. Aunque primero acabaré con estas patatas, luego lavaré algo de lechuga y coceré unos huevos. Si quieres, te enseñaré cómo se rellenan.
Lowri asintió con énfasis.
–La madre de Chloe nos deja ayudarla, pero la señora Powell es quien cocina en la casa de la abuela y odia el desorden, así que no entro mucho en la cocina en Bryn Derwen.
–Si quieres, prepararemos algo juntas algún día –ofreció Hester–. Y si ensucias, lo limpias, ¿de acuerdo?
–¡Sí! –aceptó la pequeña encantada.
Sam se había marchado agradeciendo su apetitosa cena y Hester colocaba patatas con mantequilla y hierbas aromáticas en una bandeja cuando Connah entró en la cocina con unos vaqueros y una camisa, el pelo aún mojado por la ducha. Se parecía tanto al hombre que diez años atrás la había dejado sin aliento, que el pulso se le desbocó cuando el olor a piel cálida y limpia le puso firmes todas las hormonas.
–Se te ve muy bien, papá –dijo Lowri, corriendo hacia él.
–Gracias, cariño, y a ti también –la abrazó, sonriéndole a Hester por encima de la brillante cabeza morena de la pequeña–. Buenas noches –miró los platos que había sobre la mesa–. Tentador manjar.
«Serénate», se ordenó ella.
–Gracias. Lowri ayudó a prepararlo –sonrió mientras la niña enumeraba las cosas que había hecho para la cena, incluido poner la mesa y rellenar los huevos.
–Un festín tan espléndido merece un poco de vino –dijo Connah–. ¿Quieres sacar tres copas del armario? En la tuya puedes tomar limonada, y Hester y yo beberemos un poco de vino de Nueva Zelanda.
–Hester ha dicho que un día podía cocinar con ella –anunció Lowri una vez sentados a la mesa mientras se servía patatas.
–Es una valiente –comentó el padre.
–Oh, está bien, papá –le aseguró su hija–. Si ensucio, me ha dicho que luego tenía que limpiarlo.
Connah le sonrió a Hester con respeto.
–Excelente política.
Lowri charló sin parar mientras comían, pero aun así, a Hester le costó relajarse en compañía de su nuevo jefe, quien todavía surtía el mismo efecto sobre sus hormonas, a pesar de ser muy diferente del hombre que había idealizado en sus sueños adolescentes. Sin importar lo cortés y educado que pudiera ser, en el presente Connah Carey Jones irradiaba una cualidad remota e intocable que sólo desaparecía cuando se dirigía a su hija. Como resultado de ello, Hester comió de manera frugal y, aunque disfrutó del intenso sabor afrutado del vino, declinó una segunda copa cuando él se la ofreció y notó que Connah lo aprobaba.
–Mañana prepararé un pudin –dijo mientras comenzaba a recoger los platos vacíos–. Pero esta noche hay una selección de frutas y quesos.
–Por una vez en su vida, creo que Lowri está llena –indicó Connah–, y yo prescindo del queso en favor del café.
–Desde luego. Le subiré una bandeja.
–Mejor aún, esperaré mientras lo prepara, luego lo llevaré yo mismo –afirmó él.
Le dio las gracias y encendió la cafetera.
–Cuando el café esté listo, Lowri, dejaremos tranquila a Hester durante un rato –comentó Connah–. ¿Qué te parece una partida de ajedrez?
Ella asintió entusiasmada.
–¿Juegas al ajedrez, Hester?
–Un poco, pero por desgracia me falta práctica –se volvió para sonreírle a la niña–. Cualquier día que llueva puedes ayudarme a mejorar.
–A propósito, Hester –comentó Connah–. Por lo general, me gusta que Lowri se acueste a las nueve, pero esta noche puede hacer una excepción. Ponga un vaso con leche en la bandeja, luego estará lista para acostarse cuando vaya a recogerla.
Suspiró aliviada cuando se marcharon, envidiando a Sam la cena solitaria. Era una experiencia agotadora estar en compañía de Connah sin revelar ni un ápice de cuánto la afectaba. Miró el reloj y descubrió que casi disponía de una hora, por lo que se puso a trabajar. Cuando la cocina quedó ordenada, subió a su habitación y se sentó en el sillón de terciopelo junto a la ventana para estar unos minutos sin hacer absolutamente nada, consciente de que con diecisiete años se habría sentido en una nube ante la idea de vivir en la misma casa que el hombre de sus sueños.
Bostezó y deseó poder meterse en la tentadora cama de latón. Con un suspiro, se levantó, se acomodó la blusa blanca bajo la estrecha falda negra y fue a llamar a la puerta del despacho.
Abrió Lowri con una amplia sonrisa en la cara.
–Le estoy ganando –comentó con voz triunfal, acercando a Hester al escritorio.
Connah alzó la vista del tablero con una sonrisa irónica.
–Me ha salvado de la humillación de la derrota, Hester.
–Aún no has perdido –lo consoló la pequeña–. Podemos continuar con la partida cuando vuelvas y tal vez al final termines por ganar.
Pero era evidente que lo consideraba tan improbable que Connah tuvo que reír.
–A la cama, campeona. Dame un beso.
Lowri le rodeó el cuello con los brazos y él la sentó sobre las rodillas y le dio un beso.
–Buenas noches, papá.
–Buenas noches, cariño, duerme bien –se levantó y la puso de pie–. Me marcharé a primera hora de la mañana, Hester, así que si necesita hablar conmigo, acueste a Lowri y luego baje.