Capítulo 3

 

 

 

 

 

CUANDO Hester volvió a bajar, Connah le indicó uno de los sofás que había junto a la chimenea.

–¿Lowri se acostó contenta?

–Sí. Estaba lo bastante cansada como para no protestar por irse a la cama.

–Ha sido un día largo para ella –convino Connah al sentarse frente a Hester–. Bien, parece que a Lowri le ha gustado. ¿Cree que usted disfrutará con ella?

–Mucho. Es una niña deliciosa… adulta en muchos aspectos, pero infantil en otros –sonrió–. Hasta ahora he trabajado con niños de cinco años para abajo, de modo que es toda una experiencia estar con alguien de la edad de Lowri. Aunque hubo un momento delicado –añadió–. Me preguntó directamente si era una niñera.

–¿Y qué le contestó? –enarcó una ceja.

–Para evitar mentirle, le pregunté, muy indignada, si me parecía a Mary Poppins –lo miró seria–. Pero si vuelve a sacar el tema, preferiría no tener que mentirle.

–Probablemente, no lo haga. Es que a Alice, su anterior niñera, jamás se le exigió que cocinara –hizo una pausa–. Gracias otra vez por la cena. Por lo general ceno fuera o pido que nos traigan algo de un restaurante. Pero no espero que cocine para todos nosotros de forma regular.

–Eso no me importa. Me gusta cocinar. No soy una cocinera de élite, pero mi madre cocina muy bien y me enseñó algunos platos. Y a Lowri le gusta ayudar en la cocina, así que es una buena manera de mantenerla ocupada.

–Gracias, Hester. Le subiré el sueldo, por supuesto –la miró expectante–. Bueno, ¿de qué quería hablar?

–Primero, de la ropa. Antes de llevar a Lowri de compras, necesito tener una idea clara de lo que usted quiere, y no quiere, para ella.

Connah pareció desconcertado.

–Pensé que usted sabría de eso más que yo.

Hester sonrió.

–Para empezar, quiere vaqueros, camisetas y zapatillas, y, se lo advierto, una minifalda como la de Chloe.

Él rió.

–Entonces, cómprele una. Estará preciosa –la estudió de forma impersonal–. A juzgar por su gusto en ropa, mi hija se encuentra en buenas manos.

Hester sintió una sensación cálida en su interior.

–Gracias. La lista es bastante larga. Cuando desembalé su baúl, descubrí que prácticamente ya todo le estaba pequeño, incluido el uniforme.

Connah se levantó y fue a su escritorio.

–Eso lo pido a través del colegio. Le daré el número y podrá hacerlo de inmediato. Lo añadirán a la factura mensual –regresó junto a ella con un fajo grueso de billetes–. Para las compras en la ciudad, preferiría que pagara en efectivo, Hester.

–Como desee. Haré un recibo de lo que gaste –calló un momento–. Hablando de ropa, hoy me he vestido de forma sobria por motivos obvios. Pero para los paseos y los picnics me sentiría más cómoda con algo informal, si a usted no le importa.

–Póngase lo que le apetezca –comentó, sorprendido–. De hecho, cuanto menos se vista como una niñera, mejor.

–Gracias –lo miró–. Ahora me gustaría pedirle un favor. ¿Podría tener su permiso para llevar algún día a Lowri a casa a ver a mi madre? Cuando saqué el tema, la pequeña se mostró entusiasmada.

Durante un instante, tuvo la seguridad de que iba a negarse. Luego sonrió con expresión cansada.

–Debo parecerle un ogro al mantener a mi hija aislada del mundo.

–Estoy segura de que tiene buenos motivos para ello.

–Sí. Pero Lowri disfrutará de una visita a su casa. Recuerdo a su madre muy bien –sus ojos se suavizaron–. ¿Tendrá ganas de aguantar a una niña revoltosa de diez años?

–Le encantará. Lo mismo que a Robert, mi padrastro. Puede comprobarlo con Sam. Se conocieron cuando Robert insistió en traerme aquí esta mañana.

–Ya lo he hecho. Su familia pasó el examen cuando John pidió informes –fue al carrito de las bebidas–. Tome una copa antes de subir, Hester.

–No, gracias –se levantó, controlando su resentimiento–. Le echaré un vistazo a Lowri y luego iré a acostarme.

–En ese caso, buenas noches –la acompañó hasta la puerta–. No la veré por la mañana, pero si necesita hablar conmigo en cualquier momento durante mi ausencia, Sam sabrá dónde encontrarme.

–Gracias. Buenas noches.

–Buenas noches, Hester.

Se obligó a subir despacio, para controlar parte de su irritación. Connah Carey Jones podía pagarle muy bien, pero recibía un servicio excelente por cada céntimo. Era una niñera con experiencia y altamente cualificada, que también sabía cocinar y podía llevar una casa. Y como guinda del pastel, su familia había pasado la inspección de seguridad de John Austin con sobresaliente. Era no haberlo sabido lo que la crispaba, sin importar lo que sus hormonas sintieran por él.

Lowri estaba profundamente dormida. Fue a su habitación y llamó a su madre para informarle de su primer día en la casa. Le contestó detalladamente todas las preguntas antes de mencionarle la posible visita con la pequeña. Ésta fue recibida con tanto entusiasmo que Hester le prometió llevarla a tomar el té lo más pronto posible.

Hester se despertó a la mañana siguiente a las seis, como de costumbre, y se levantó para darse una ducha antes de que Lowri se levantara. Bajó en silencio a la cocina para prepararse una taza de té y a punto estuvo de dar media vuelta y salir corriendo al encontrar allí a Connah bebiendo café, vestido para marcharse y parecido a la personificación de los sueños que siempre había tenido con él.

–Buenos días, Hester –saludó, sorprendido–. Es madrugadora.

Se recobró, irritada por el efecto que no dejaba de tener en ella. Era demasiado para iniciar el día.

–Buenos días. Los bebés madrugaban, de modo que es un hábito que ya no puedo dejar. Lowri sigue dormida, así que decidí dejarla tranquila un rato.

Él le dedicó una de sus miradas penetrantes.

–De hecho, me complace verla antes de irme. Anoche me di cuenta de que no le gustó que su familia fuera investigada, Hester, pero en lo que concierne a Lowri, debe comprender que no puedo correr riesgos.

–Y ahora que ya sabe que mi padrastro acaba de jubilarse como director de escuela y que mi madre es hija de un clérigo, estará tranquilo dejando a Lowri a mi cuidado –dijo sin inflexión alguna en la voz, pasando a su lado para llenar la tetera.

–De usted, estuve seguro en cuanto la vi con John en el Chesterton –comentó.

Ella giró, sorprendida.

–¿Estaba allí cuando él me entrevistó?

–Antes, no durante la entrevista. Me senté en la sala, ocultándome detrás de un periódico –se encogió de hombros–. Empezaba a desesperarme cuando usted llegó. Supongo que las otras tres podrían haber sido apropiadas para bebés, pero eran demasiado mayores para acompañar a Lowri.

–¿O sea que mi edad fue la razón principal de que me contratara?

–En parte, sí –le dedicó una sonrisa que sin saberlo la desarmó–. Pero al verla hablar con John, supe que Lowri la aceptaría. Y, para serle franco, estoy seguro de que las otras habrían huido espantadas si les hubiera pedido que se hicieran pasar por mi ama de llaves –ella sonrió y él dejó la taza en el fregadero–. Entonces, ¿estoy perdonado por la comprobación de seguridad?

Cuando sonreía de esa manera, le podía perdonar cualquier cosa.

–Esperaba que me investigara a mí. Pero nadie ha investigado jamás a mi familia.

–¿Me hará un gran favor? –preguntó él.

–Si puedo –repuso con cautela.

–Doy por hecho que su madre sabe que soy el hombre que llamó a su puerta años atrás bajo la nieve.

–Por supuesto. Fui a casa a contárselo después de la primera entrevista –calló–. A propósito, si me vio en el Chesterton, ¿puedo preguntarle por qué me entrevistó dos veces?

–La primera vez fue para asegurarme de que mi primera impresión era correcta y usted era exactamente lo que andaba buscando. Pero tuve que esperar la comprobación de seguridad antes de poder llamarla de nuevo para ofrecerle el trabajo.

–Comprendo. Bueno, ¿qué favor necesita?

–¿Le ha contado a su familia que la hice investigar?

–Por supuesto que no.

–Bien. En ese caso, ¿podría mantener esa información en secreto? Su padrastro probablemente se pondría furioso, pero su madre se sentiría dolida. No deseo que eso ocurra, Hester.

–Entonces no se lo contaré –miró el reloj–. ¿Puedo prepararle algo para desayunar?

–Es una oferta tentadora, pero no, gracias. He de irme. Si necesita hablar conmigo en mi ausencia, llámeme.

–Espero que no sea necesario.

Se marchó, dejándola con el té.

–Buenos días –dijo Sam, entrando en la cocina unos minutos después–. ¿Ha visto al jefe antes de marcharse?

–Sí. Buenos días, Sam –terminó el té–. Hay más en la tetera, si quiere. Será mejor que vaya a ver a Lowri. Estaba dormida cuando me levanté.

La pequeña seguía dormida. La observó unos momentos y luego le dejó una nota en la que le decía que bajara a desayunar cuando se levantara. Con la radio por compañía, llevaba planchado la mitad del contenido del baúl cuando la niña finalmente entró bostezando, vestida aún con el camisón.

–Buenos días –le sonrió Hester–. ¿Te apetecen unos huevos revueltos?

Lowri asintió somnolienta.

–Sí, por favor –se sentó a la mesa, mirando a Hester plegar la tabla de la plancha–. ¿Papá se ha ido?

–Sí, se fue muy temprano.

–¿Sabes cuándo va a volver?

–No lo dijo –le sirvió zumo de naranja–. Pero anímate. Dijo que podíamos visitar a mi madre y a Robert.

La carita de Lowri se iluminó como un árbol de Navidad.

–¿Cuándo? ¿Hoy?

–No, mañana para tomar el té. Hoy iremos a comprar ropa. Luego almorzaremos e iremos al supermercado.

–¡Al fin! –exclamó Lowri cuando Hester salió de su habitación con una camisa azul marino y una falda vaquera–. Se te ve muy bien. ¿Puedo llamar ya a Sam y decirle que estamos listas?

La mañana resultó agotadora pero entretenida. En el centro comercial lleno de tiendas de ropa, Lowri miró cada artículo en cada boutique a la que entraban antes de tomar una decisión final. Pero aunque Connah le había entregado una generosa suma de dinero, Hester trató de evitar las tiendas caras de marca.

Cuando terminaron, le entregaron las bolsas a un paciente Sam y fueron a una cafetería a esperarlo mientras él iba a guardar todo en el coche.

Insegura de cuál era el protocolo, se sintió aliviada al oír que Sam siempre había comido con Lowri y Alice durante las salidas de compras cerca de Bryn Derwen.

–Pero Alice se ha casado con el padre de Owen –dijo Lowri mientras bebía su refresco sedienta–. La madre de Owen murió cuando éste era pequeño y su abuela lo crió, igual que yo. Pero ahora tiene artritis, de modo que el señor Griffiths se casó con Alice.

–Eso es estupendo para Owen –comentó Hester.

Alzó la cara con una sonrisa cuando Sam se unió a ellas.

–Bien –dijo Lowri–. ¡Comamos!

 

 

Cuando esa noche subió a su habitación, Hester suspiró mientras contemplaba las estrellas a través de la ventana.

Después de trabajar en una casa de unos actores, su siguiente puesto sería diferente.

George Rutherford, al que tendría como nuevo jefe, era propietario de una próspera empresa de transportes. Su esposa Sarah, en el séptimo mes del primer embarazo con cuarenta y un años, aún lo ayudaba a llevarla, y tenía toda la intención de volver al trabajo después de dar a luz, dejándola a ella para ocuparse literalmente del bebé.

Sin embargo, se recordó que antes de todo eso tenía que trabajar seis semanas en el hogar de Connah Carey Jones, lo que en un sentido no sólo era un sueño hecho realidad, sino una manera muy agradable de ganar dinero antes de pasar a un nuevo cometido. Uno de los aspectos negativos de su trabajo era separarse de los pequeños que tenía a su cargo cuando llegaba el momento.

Volvió a suspirar en la oscuridad. Conocía a Lowri desde hacía muy poco, pero ya sabía que no sería más fácil separarse de ella después de seis semanas que de los otros niños pasados varios años. Y en esa ocasión el dolor se incrementaría al separarse del padre de Lowri.