Capítulo 4

 

 

 

 

 

SU TELÉFONO la despertó a la mañana siguiente.

–Soy Connah. Buenos días.

Con el corazón latiéndole desbocado al oír su profunda voz, Hester respiró hondo.

–Hola. ¿Sucede algo?

–Me siento culpable. Ayer tuve un día frenético. Cuando al fin dispuse de un momento libre, era demasiado tarde para llamar a Lowri o a usted. ¿Se enfadó?

–Si lo hizo, no lo mencionó. Tuvo un día maravilloso. Después de ir de compras, estaba cansada y al acabar la cena se fue a la cama. ¿Quiere que la llame para que hable con usted?

–No, no la despierte. Cuando se levante, discúlpese en mi nombre. ¿Ir de compras fue divertido?

–Mucho. Cuando la vea, prepárese para una lista detallada y extensa de toda la ropa nueva que tiene. A propósito, esta tarde la llevaré a tomar el té con mi madre.

–Ojalá pudiera acompañarlas. Por favor, salude a su madre de mi parte.

–Lo haré. Adiós.

Cerró su teléfono y se levantó de la cama para ir al cuarto de baño. Media hora más tarde, se asomó a la habitación de una dormida Lowri y bajó a la cocina para disfrutar de un desayuno tranquilo. Había sido un error decirle a Connah que estaba habituada a levantarse temprano. De no haber sido por la llamada, por una vez habría podido quedarse un rato más en la cama.

Después de desayunar, Lowri pasó una hora entretenida enviando mensajes de texto a sus amigas mientras Hester se ocupaba de las obligaciones mínimas de mantener la ficción de que era el ama de llaves antes de llevársela al parque para hacer un poco de ejercicio.

Para su sorpresa, en esa ocasión Sam quiso acompañarlas.

–Me gusta correr de vez en cuando –anunció.

Lowri lo miró con expresión dubitativa.

–Yo corro deprisa –advirtió.

–Entonces hoy correrá un poco más despacio, para que Sam pueda mantener el ritmo –pidió Hester, sonriéndole a él.

Cuando regresaron una hora después, Sam bajó a sus aposentos a prepararse el almuerzo y la pequeña y ella comieron solas.

–Sólo un sándwich –dijo Hester–. Debemos dejar espacio para el té de mi madre.

–Tiene que ser maravilloso tener una madre –suspiró Lowri–. O incluso una madrastra como Alice. Owen es tan afortunado.

–¿Los viste el fin de semana?

–Sí. Papá me llevó a la granja a recoger huevos y todos tomamos el té y comimos tarta de frutas. La preparó Alice. Le pidió la receta a la abuela de Owen.

Lowri estuvo lista mucho antes de la hora, con una minifalda vaquera y una camiseta rosa a juego con sus zapatillas rosas y blancas.

–¿Cómo estoy? –le preguntó a Sam.

–¡Muy adulta!

La pequeña sonrió feliz.

–Me muero de ganas de enseñarle a Chloe mi ropa nueva.

El entusiasmo de Lowri aumentó cuando Hester le dio a Sam la dirección. Al llegar a la casa, Robert los esperaba junto a la cancela. Abrió la puerta de atrás del vehículo y le dedicó a las pasajeras su sonrisa amable e irresistible.

–Hola. Me llamo Robert y tú debes ser Lowri. Bienvenida –extendió la mano para ayudarla a bajar y la pequeña le sonrió con timidez.

–Hola. Es muy amable de su parte haberme invitado a su casa.

«Bien hecho», pensó Hester, abrazando a su padrastro.

–Hola, Robert. Ya conoces a Sam, por supuesto.

Sam le estrechó la mano y luego le preguntó a Hester a qué hora debería regresar para recogerlas, pero Robert movió la cabeza.

–Insistimos en que se quede a tomar el té, Sam. Mi esposa ha dedicado casi todo el día a cocinar.

Hester sonrió.

–Y se sentirá mortalmente ofendida si no prueba algo.

Moira los saludó desde el umbral mientras subían la cuesta hacia la casa. Abrazó a su hija, luego se volvió hacia Lowri con una sonrisa cálida y extendió los brazos.

–Ven a abrazarme, cariño.

Lowri estuvo encantada de ser abrazada. Luego recordó sus modales y presentó a Sam. Moira los condujo por la casa hacia el jardín de atrás, donde la mesa para el té estaba puesta bajo una gran sombrilla y rodeada de sillas de exterior.

–Qué jardín tan precioso –alabó la pequeña–. Nosotros tenemos una especie de patio en la casa de la ciudad.

–Esto debe suponer mucho trabajo –comentó Sam con respeto y Robert asintió.

–Pero me gusta la jardinería, y, gracias a Dios, también a mi mujer.

–Por eso se casó conmigo –bromeó Moira, mirando a su marido con cariño–. Y ahora os dejaremos a los hombres para que arregléis el mundo mientras nosotras preparamos el té. ¿Me ayudarás a traer la comida, Lowri?

–¡Sí, por favor! –entró en la casa con Moira, hablando sobre huevos rellenos y los platos que iba a preparar con Hester.

Al poco rato la mesa quedó cubierta con una gran cantidad de pastas y sabrosas tartas.

–Si come así, ¿cómo se mantiene en forma, señor? –preguntó Sam asombrado a Robert.

–Un jardín en distintos niveles se ocupa de eso –aseguró Robert con ironía–. Además, se trata de una ocasión especial, no es lo que comemos todos los días.

El té fue un éxito. Y como los adultos se esforzaron en incluir a Lowri en la conversación general, fue un placer contemplar el deleite de la pequeña.

–Y ahora –anunció Hester después de ayudar a Moira a recoger–, te llevaré a ver mi casa, Lowri, pero ten cuidado con los escalones.

La pequeña la siguió por la escalera de hierro y abrió mucho los ojos al entrar en el apartamento.

–¡Esto es maravilloso! ¿Es sólo una gran habitación?

–Más o menos. Hay un cuarto de baño pequeño detrás de aquella puerta en el extremo.

–Es perfecto –suspiró asombrada–. Algún día me encantaría tener un lugar así. ¿Podría traer a papá para que lo viera?

–¿Crees que querrá? –preguntó con dudas, insegura de si deseaba la presencia abrumadoramente masculina de Connah invadiendo su espacio privado.

–Yo quiero que vea lo que me gustaría tener.

–Es hora de volver con los demás –afirmó Hester–. Cuidado con los escalones –reiteró.

A última hora de la tarde Lowri se despidió y agradeció efusivamente a sus anfitriones que la invitaran.

–Ha sido maravilloso.

–Para nosotros también. Tienes que volver pronto, cariño –dijo Moira y le entregó una caja grande–. He puesto algunas pastas para tu té de mañana.

–¡Oh, gracias! –le dio un beso espontáneo en la mejilla.

Robert también recibió otro.

–De acuerdo –dijo Hester–. Os llamaré al final de la semana. Gracias por la invitación.

–Mi agradecimiento también –dijo Sam–. Ha sido un placer conocerlos.

Cuando se hallaban de vuelta rumbo a la ciudad, Lowri suspiró con pesar.

–Qué casa tan bonita. Debe ser maravilloso vivir ahí, Hester.

–Lo es, aunque la verdad es que no paso mucho tiempo en ella. Con mi tipo de trabajo, vivo en la casa donde… estoy empleada. No vengo a casa tanto como me gustaría.

–Tienes que echarlo mucho de menos.

–Sinceramente, echo de menos a mi madre.

Para consternación de Hester, de pronto las lágrimas cayeron por las mejillas de Lowri.

–Si yo tuviera una mamá como la tuya, también la echaría de menos –musitó con desolación.

Hester le pasó un brazo por los hombros y la pegó a su costado reconfortándola durante todo el trayecto a casa.

 

 

Era tan tarde cuando llegaron, que Lowri se sintió feliz de irse directamente a la cama, donde se quedó dormida rápidamente.

Hester fue a la cocina, donde se preparó una taza de té y se sentó a leer el periódico, y entonces se dio cuenta de que, a diferencia de Lowri, un sándwich y una de las tartaletas de su madre habían sido todo lo que había comido en el día.

Se hizo dos tostadas de pan integral, las untó con mantequilla y mermelada y volvió a sentarse para disfrutarlas mientras se ponía al día con las noticias. Más tarde, cuando preparaba un segundo té, oyó pisadas en los escalones de piedra que subían desde el sótano. Se volvió con una sonrisa en los labios, esperando ver a Sam. Pero el corazón le dio un vuelco cuando el que apareció fue Connah, con cara agotada que se iluminó al verla. Hester se quedó traspuesta.

–Hola –dijo al final, quebrando el hechizo.

–Buenas noches, Hester –carraspeó y dejó el maletín en el suelo–. Sam pensaba que ya se había acostado.

–Aún no. Aunque Lowri está dormida –explicó, recuperándose. Indicó la tetera–. Acabo de prepararlo. ¿Le apetece una taza de té?

Colgó la chaqueta en el respaldo de una silla y se sentó a la mesa.

–Venía con la idea de servirme un whisky, pero ahora que lo menciona, creo que sí me gustaría un té.

–No sabía que regresaría hoy –comentó ella, aturdida por el júbilo de su inesperada presencia.

Connah se pasó una mano por el pelo.

–Cuando hablé con usted esta mañana, no tenía pensado hacerlo. Pero las cosas salieron mejor de lo esperado, así que pensé por qué iba a ir a un piso solitario cuando podía estar en casa con mi hija en un par de horas –sonrió–. Por supuesto, ahora está dormida, pero al menos podré verla a primera hora de la mañana.

–Estará encantada. ¿Ha cenado? Podría prepararle algo.

–He tomado un almuerzo alto en colesterol, así que gracias por el ofrecimiento, pero no la molestaré con una cena –la observó–. ¿Quizá podría ofrecerme una o dos galletitas?

–Por supuesto –abrió la caja con los dulces de su madre–. O tal vez quiera algo de esto –colocó una selección en un plato y lo depositó delante de él–. Mi madre se las dio a Lowri.

Connah le dio un mordisco a un bollo de almendras.

–Delicioso –alabó–. ¿Qué tal ha ido el té?

–Ha sido un éxito –Hester sonrió–. Pero dejaré que sea Lowri quien le cuente todo por la mañana. Me costó convencerla de que nos marcháramos… de hecho, vinimos tarde.

–¡Espero que su madre no terminara extenuada!

–Disfrutó muchísimo, igual que Robert. Y también Sam –añadió–. Su intención era dejarnos allí y pasar a recogernos luego, pero mis padres insistieron en que se quedase.

–A pesar de lo poco que conozco a su madre, me lo creo –se encogió de hombros–. Supongo que debería haberle dejado las cosas más claras desde el principio en lo concerniente a Sam, Hester, pero su papel en la casa es algo difícil de definir.

–No es ningún problema, porque el mismo Sam es muy claro al respecto. Comió con nosotras cuando fuimos de compras y en la casa de mis padres esta tarde, pero cena solo en sus aposentos –lo miró a los ojos–. Yo estaba preparada para hacer lo mismo, hasta que usted me indicó lo contrario.

–Carece de sentido que usted coma sola aquí mientras Lowri y yo cenamos solos en el comedor… que es la única habitación de la casa que no me gusta, a propósito. Puede echarle un vistazo mañana y decirme en qué me equivoqué.

Sin saber si se atrevería a hacer eso, se sentó a beber el té.

–¿Contrató a una decoradora?

–En un principio, sí, pero tenía unas ideas tan opuestas a las mías, que decidí prescindir de sus servicios. El despacho, el comedor y el dormitorio principal son míos. Su dormitorio también –añadió–, razón por la que tiene un toque sombrío.

–Para mí, no. Está exactamente a mi gusto.

–Bien. A propósito, ¿se disculpó con Lowri por mí?

–Sí, pero no le dije que llamaría por si algo se lo impedía –lo miró pensativa–. Estaba un poco triste de camino a casa esta noche.

Él frunció el ceño.

–¿Por qué?

–Estar con mi madre resaltó el hecho de que ella no tiene. Le gustaría tener una hermanita. Incluso se conformaría con un hermanito.

Connah se quedó atónito.

–¿Ella le contó eso?

–Sí. Siente mucha envidia de su amigo Owen porque ha conseguido una madrastra –sonrió–. Prepárese. También querría una.

–¡Santo cielo! Jamás me lo mencionó.

–Son cosas de chicas. Por favor, no le diga que se lo he contado.

–No lo haré, pero me alegro de que me lo haya advertido. Intento darle casi todo lo que quiere, pero en este caso tendrá que aceptar la decepción.

Posiblemente el momento íntimo fue lo que la impulso a formularle una pregunta tan personal que lamentó hacer nada más salir de su boca.

–¿No tiene planes de volver a casarse?

Contuvo el aliento, pero para su gran alivio, Connah sólo negó con un gesto de la cabeza.

–Ni siquiera por Lowri me casaría para proporcionarle una madrastra, Hester. Mi hija deberá conformarse con lo que tiene. Pero durante el fin de semana mi madre me informó de que Alice espera un bebé, de modo que en vista de lo que acaba de contarme, supongo que habrá fuegos artificiales cuando Lowri se entere de eso. Al parecer, Owen aún no lo sabe, pero dudo de que un niño de su edad se muestre encantado.

–Puede que sí, si Lowri lo envidia.

–Cierto –miró el plato vacío sorprendido–. Parece que me he comido todos los bollos.

–Hay muchos más en la caja. ¿Está seguro de que no quiere que le prepare algo para cenar?

Él movió la cabeza y se levantó con renuencia.

–Será mejor que vaya al despacho a tomarme ese whisky que mencioné –le dedicó una sonrisa–. Seguro que está deseando irse a la cama. Mañana pediré que nos traigan algo para darle la tarde libre. Y yo mismo acostaré a Lowri –añadió, recogiendo el maletín–. No le mencione que estoy en casa cuando despierte por la mañana. Quiero darle una sorpresa.

–Por supuesto. Buenas noches.

 

 

Lowri se mostró encantada cuando su padre entró en la cocina durante el desayuno del día siguiente.

–¡Papá! No sabía que estabas en casa –gritó, saltando para darle un abrazo.

–Llegué anoche tarde y le pedí a Hester que no te dijera nada para poder darte una sorpresa –la sentó sobre una rodilla, le dio un beso y le sonrió–. Estás creciendo tanto que pronto ya no podré hacer esto. No tendré espacio en mi regazo.

Ella le sonrió.

–¿Te contó Hester lo bien que lo pasé ayer en su casa?

–Todavía no; me dijo que querrías contármelo tú misma.

–Antes de que Lowri empiece con su historia –apuntó Hester con rapidez–, ¿qué desea para desayunar?

Connah le sonrió con calidez.

–Simplemente, un café y una tostada.

Mientras Lowri se lanzaba a su narración, ella preparó café, sirvió zumo de naranja, llenó una cesta con tostadas de pan integral y lo distribuyó todo en la bandeja que había preparado para el desayuno que Sam le había informado que Connah tomaba en el despacho. La subió y la dejó sobre el escritorio, pero Connah frunció el ceño al entrar con Lowri.

–Podría haberla subido yo mismo, pero gracias, Hester.

–En absoluto. Es mi trabajo. Lowri me puede indicar cuando haya terminado.

–Le estaba hablando a papá de tu apartamento, Hester –comentó la niña entusiasmada–. Estoy impaciente porque lo vea.

–No podemos invadir la casa de Hester, cariño –le dijo Connah, mirándola a ella con curiosidad.

–Son bienvenidos en todo momento –indicó con normalidad–. Aunque no hay mucho que ver –dejó a padre e hija juntos y regresó a la cocina a prepararse una taza de café.

Al rato bajó Lowri y le informó de que su padre había terminado de desayunar.

–No dejó que yo bajara la bandeja –se quejó la pequeña.

–Sólo porque no deseaba que pudieras tropezar en los escalones y te hicieras daño –explicó Hester–. Ve pensando en lo que te apetecería hacer hoy mientras subo a buscarla.

Connah giró de la pantalla del ordenador cuando ella llamó a la puerta.

–Adelante. Siéntese.

Lo hizo y lo miró con cautela.

–Lowri puede ser ajena al verdadero papel que usted cumple en esta casa, pero yo no –soltó él sin rodeos–. Lo que significa que no espero que me sirva a mí, Hester.

–Es evidente que prefiere que lo haga Sam.

Él frunció el ceño.

–Yo no lo diría exactamente de esa manera; sólo pienso que él debería hacerlo. A usted se la contrató para cuidar de Lowri, no para servirme a mí. El hecho de que cocine para nosotros es más que suficiente.

–Como desee –aceptó, sintiéndose rechazada y poniéndose de pie–. Pero ya que estoy aquí me llevaré la bandeja.

Durante todo el día, mientras preparaba el almuerzo y paseaba con la pequeña por el parque, se preguntó por qué la orden de Connah la había irritado. Se sentía dolida porque no quisiera que entrara y saliera de su despacho de forma regular. Era evidente que la comunicación de la noche anterior había sido un invento de su imaginación.

–¿Qué sucede, Hester? –preguntó Lowri, mirándola preocupada.

–Nada, ¿por qué?

–Estás ceñuda.

–Es que el sol está fuerte hoy.

–¡Lo sé, tengo calor! ¿Podemos ir a comprar unos helados, por favor?

–De acuerdo –buscó cambio en el monedero–. Pero estaba vez tomémoslos fuera.

–De acuerdo.

Lowri corrió hacia la cafetería, pero antes de que Hester pudiera encontrar un banco vacío, vio a un hombre que hablaba con la pequeña y corrió hacia ellos. Acababa de apretar la tecla de llamada al teléfono de Sam cuando vio a Lowri que caminaba hacia ella con dos cucuruchos en las manos. El hombre había desaparecido.

–¿Quién era ese hombre, Lowri? –jadeó Hester con el corazón en un puño.

–No lo sé. Quería comprarme un helado –sonrió al ver la expresión de indignación en la cara de Hester mientras le entregaba un cucurucho–. No te preocupes, muy educadamente le dije que no, que gracias, y se marchó. No pasa nada –la tranquilizó–. Nos insisten mucho con esas cosas en el colegio.

–¿Qué cosas? –quiso saber ella.

–Jamás hablar con desconocidos, y nunca, jamás, dejar que te vendan o te compren algo.

–O sea que conoces las normas. Bien –Hester trató de calmarse–. ¿Qué te dijo?

–Me preguntó si eras mi madre… vaya, Sam tiene prisa –añadió al verlo correr hacia ellas.

–¿Qué sucede? –demandó, y Hester se lo explicó mientras la pequeña se devoraba su helado–. Antes de volver al coche –dijo Sam con mirada dura–, ¿qué te parece si damos un paseo por el parque, Lowri? Si ves al hombre, nos lo indicas.

La niña se encogió de hombros.

–No le presté mucha atención, Sam. Pero llevaba ropa elegante. Y era agradable –suspiró–. Si se lo cuentas a papá, ya no me dejará volver al parque.

«O despedirá a la niñera en el acto».

Pero Connah se mostró sorprendentemente sereno cuando Hester le informó del incidente en cuanto llegaron a casa.

–¿Conocía usted a ese hombre?

–No.

–¿Lo reconocería si volviera a verlo?

–Lo dudo. Cuando lo vi, eché a correr. Pero había desaparecido cuando llegué junto a ellos. Le ruego que me disculpe. No se repetirá –lo miró a los ojos–. Si es que hay otra vez. Para mí, me refiero.

–Por supuesto que la habrá –aseguró él desconcertado–. Mi hija está tan feliz con usted, que me mataría si intentara sustituirla.

–Y yo con ella –le aseguró–. Después de lo de hoy, quizá Sam debiera llevarnos a otro parque para el paseo de mañana.

–Buena idea. Vayan de picnic mañana –los ojos de Connah se suavizaron un poco–. Relájese, Hester. No ha pasado nada grave.

Ella suspiró.

–Supongo que no. Pero en el futuro estaré el doble de alerta.

 

 

Connah tardó tanto en conseguir que su hija se durmiera esa noche, que sintió un respeto renovado por Hester, y por Alice antes, quienes, como su madre, lograban llevar a cabo el proceso con tanta facilidad.

Al bajar y pasar por la ventana del rellano inferior, vio aparecer la figura grácil y atlética de Hester, lo que lo impulsó a quedarse quieto mientras la observaba dirigirse hacia la casa, consciente de pronto de lo vacía que había parecido sin ella durantes esas pocas horas. ¿Vacía, con Lowri y Sam? Incompleta resultaba más exacto. Después de apenas unos de días, Hester Ward se había convertido en una parte vitalmente necesaria de la vida en Albany Square. Tuvo que reconocer que tanto para él como para Lowri. Lo cual era ridículo en tan poco tiempo. Pero cierto. Quería más de la compañía de Hester que los ratos durante las comidas con su hija o unos pocos minutos cuando la pequeña se hallaba acostada. Con súbita decisión, pensó en la forma ideal de conseguirlo, luego entrecerró los ojos al verla detenerse al pie de los escalones para hablar con un hombre que había estado siguiéndola por la acera. Estiró el cuello, pero lo tenía fuera de la vista. Pasados unos momentos, Hester subió y llamó al timbre, momento en que bajó a toda velocidad para interceptarla cuando ella se dirigía a la cocina.

–Llega temprano –comentó Connah.

Ella le sonrió.

–Pasan una película por la tele que me perdí cuando la estrenaron en el cine, así que me marché después de cenar para volver a tiempo. Robert quería traerme, pero me apetecía hacer ejercicio… algo siempre conveniente después de una de las comidas de mi madre.

–La vi desde el rellano –le informó él.

–¿Me estaba esperando? –los ojos azules se enfriaron–. ¿Llego tarde?

–Claro que no. Bajaba en ese momento cuando noté que un hombre la seguía. ¿Era alguien que conocía?

–No. Sólo alguien que me preguntó cómo llegar a Chester Gardens –respondió con frialdad y pasó ante él para entrar en la cocina.

–Si va a preparar café, también me apetece una taza –apretó la mandíbula cuando ella depositó una bandeja con una taza solitaria–. Quiero su compañía mientras la bebo –le informó con sequedad.

Hester lo miró largo rato, luego asintió.

–Muy bien.

–Ponga otra taza en la bandeja y suba a mi despacho conmigo. Por favor. Quiero hablar de algo con usted.

Le quitó la bandeja de las manos y con la cabeza le indicó que fuera por delante.

–¿Es algo sobre Lowri? –pregunto ella, y de inmediato lo lamentó. ¿De qué otra cosa podía tratarse?

–En realidad, es acerca de Sam. Siéntese, Hester –dejó la bandeja en la mesilla y se sentó en el sillón de enfrente mientras la observaba servir el líquido caliente–. Hace tiempo que se merece unas vacaciones. Si supiera que Lowri se encuentra a salvo conmigo, quizá aceptara tomarse unos días libres.

El rostro de ella se despejó.

–En cuyo caso, yo podría asegurarme de que ella no lo interrumpiera cuando usted estuviera trabajando, si ése es su problema.

–No –la miró fijamente–. Hester, ¿había visto alguna vez a ese hombre?

–¿Qué hombre?

–Al que le preguntó por Chester Gardens.

Ella se puso tensa al darse cuenta hacia dónde iba la conversación.

–¿Cree que podía tratarse del mismo hombre del parque?

–¿Usted?

Ella reflexionó.

–Sinceramente, no lo sé. Sólo lo vi fugazmente. Ya había desaparecido cuando llegué junto a Lowri.

–Descríbame al hombre de esta noche.

–Alto, delgado, bien vestido, puede que de su edad… –dejó su taza de café sin tocar–. Podría haber sido el mismo hombre, pero no puedo jurarlo.

–Probablemente me considere paranoico en este tema, pero no me gustan las coincidencias –se bebió la taza de café y se reclinó–. Volvamos al tema de las vacaciones de Sam.

Ella movió la cabeza.

–Si Sam piensa lo mismo acerca de las coincidencias, se negará en redondo a tomarse unos días ahora.

–Lo sé, de modo que no le diré nada –la miró cuando decidió proponer lo que había pensado–. Pero si usted y yo nos llevamos a Lowri de vacaciones, estaremos lejos de ese hombre misterioso, quienquiera que sea, y Sam podría disfrutar de un descanso sin preocupaciones. Lowri estaría encantada –añadió. Mientras él podría pasar mucho más tiempo en compañía de Hester del que resultaba posible allí.

Ella lo miró, preguntándose si se daba cuenta de lo atractiva que le resultaba la idea.

–¿Suele llevarse a Lowri lejos durante sus vacaciones de verano?

–Sí. Mi madre nos acompaña.

–Pero a mí sólo me conoce de unos pocos días –señaló ella, haciendo de abogada del diablo–. ¿Está seguro de que quiere que los acompañe? ¿No preferiría estar a solas con su hija?

Connah movió la cabeza.

–Lowri no vendría si no nos acompaña. Esta noche usted fue el tema principal de conversación.

–Qué aburrido para usted –comentó con ligereza–. ¿Más café?

–Gracias –la miró mientras le rellenaba la taza–. Entonces, ¿vendrá?

Claro que iría. A cualquier parte.

–¿Tiene algún sitio en mente?

–Italia. Un amigo mío tiene una villa en Chianti, en la Toscana. Hablaré con él y espero que la casa esté libre un par de semanas. Es un lugar precioso, con jardines escalonados y piscina. A Lowri le encantará.

«Y a mí», pensó Hester. Sería como un sueño.

–Suena idílico.

–Entonces, acepta –comentó él satisfecho–. ¿Tiene el pasaporte en vigor?

–Sí. ¿Lowri sabe algo de esto?

–Primero quería consultarlo con usted. No tenía sentido que se hiciera ilusiones por si usted se negaba.

¡Como si hubiera podido hacerlo!

–Me contrató para trabajar con usted durante seis semanas –Hester sonrió–, pero no especificó dónde, así que no tengo derecho a negarme… aunque lo quisiera, que no es el caso. Gracias. Me encantará ir.

–Bien. Arreglado, entonces. Hablaré con Jay –se levantó y fue hacia el carrito de las bebidas–. ¿Le apetece una copa?

Hester se levantó con celeridad.

–No, gracias.

Él giró para mirarla.

–Claro, lo olvidaba. Había vuelto temprano para ver una película.

–Sí –convino ella–. Aún puedo verla casi entera.

Connah fue hacia la puerta y se la abrió.

–Buenas noches, Hester. No le diga una palabra a Lowri mañana, por si no llegara a concretarse.

–Claro. Buenas noches –se marchó despacio, deseando haber podido quedarse un rato más para charlar con él. Pero se sentía tan atraída por Connah, que cada vez le costaba más ocultárselo.