Capítulo 5

 

 

 

 

 

LOWRI quedó tan extasiada con la idea de las vacaciones que incluían a Hester, que no paró de hablar durante el desayuno que por una vez su padre compartió con ella a la mesa de la cocina para contarle que Jay Anderson estaba encantado de que se alojaran en la villa que tenía en la Toscana, no sólo por quince días, sino por un mes entero.

«Cuatro semanas», pensó Hester.

–Mientras vosotras vais a comprar todo lo que os haga falta con Sam, yo iré a Bryn Derwen a contarle los planes a mi madre.

–¿No debería ir yo también? –preguntó Lowri.

–Esta vez no. La visitaremos cuando volvamos.

–También Hester, así podré llevarla a ver a Alice y a Owen.

Connah le revolvió el pelo.

–Después de unas vacaciones persiguiéndote por la Toscana, Hester necesitará un descanso. Además –añadió–, querrá visitar a su madre en cuanto regresemos de Italia.

–Y luego, cuando vuelvas de ver a la abuela, Lowri –dijo ella con tono vivaz–, nos ocuparemos de prepararte para el colegio antes de que yo me marche.

Lowri se mostró abatida.

–Entonces supongo que serás el ama de llaves de otra persona.

Hester evitó los ojos de Connah.

–Tengo otro trabajo, sí.

–¿Dónde será su siguiente destino, Hester? –preguntó él.

–En Yorkshire.

–¿Está demasiado lejos para que vengas a vernos en tu día libre? –preguntó la niña desanimada.

–Me temo que sí –confirmó Hester con tristeza.

Lowri se animó.

–Pero cuando vengas a casa a ver a tu madre y a Robert, ¿podrías hacerlo en las vacaciones de mitad de curso? Entonces también podrías verme a mí.

–Pasarás esas vacaciones con tu abuela –le recordó ella.

–Cierto –dijo Connah, poniéndose de pie–. Pero será bienvenida a ir a visitar a Lowri allí siempre que le apetezca hacer un viaje a Gales, Hester.

Le dio las gracias con educación, convencida de que era una muestra de cortesía con el fin de consolar a su hija.

–Recogeré la mesa y luego nos prepararemos para ir de compras, Lowri.

–Y yo –dijo Connah, incorporando a su hija para darle un abrazo–, he de irme para llegar a Bryn Derwen a tiempo para comer.

–¿Vas a volver hoy a casa?

–Sí –le aseguró–, pero no antes de que te hayas acostado. Si ya estás dormida, te veré por la mañana. Y ahora dame un beso, luego corre a ordenar tu habitación mientras Hester termina aquí.

–Muy bien. Dale un beso grande a la abuela de mi parte.

Cuando la niña se marchó, Connah le dedicó a Hester una sonrisa irónica.

–Se ha encariñado mucho con usted.

–Es mutuo –admitió ella, cerrando la puerta del lavavajillas–. Ésta es la parte más dura de mi trabajo. Es muy doloroso despedirme de los niños a los que cuido.

–¿Nunca ha pensado en tener hijos? –le preguntó mientras ella se movía por la cocina.

Lo miró sorprendida.

–Por supuesto, pero todavía es pronto.

–¿Por lo que he de entender que jamás ha conocido a alguien a quien considerara adecuado para ser el padre de esos hijos?

–Es una manera muy fría de mirarlo.

–¡Ah, primero tiene que estar enamorada del posible padre!

–Desde luego, deberá ser alguien del que me enamore –indicó con rigidez–. Y viceversa. Le brinda seguridad al niño. Usted debería entenderlo. Es un padre cariñoso.

Él se puso serio.

–Ser cariñoso es fácil, pero he de actuar como padre y madre de Lowri, lo cual a veces resulta difícil. Nunca me ha preguntado qué me pasó con la madre de Lowri –la mirada de él adquirió una expresión vaga, como si mirara lejos hacia el pasado–. Cuando murió, sentí como si una mitad de mí hubiera muerto con ella y no quiero volver a sentir eso jamás.

Lo miró atónita ante una revelación tan íntima.

Él miró el reloj, de vuelta en el presente.

–Se me hace tarde. De camino al garaje llamaré a Sam para informarle de que se prepare para otra sesión de compras. Él tiene el número de Bryn Derwen si necesita ponerse en contacto conmigo.

¿Por qué no podía confiarle el número a ella? Sonrió con educación.

–Que tenga un buen viaje. Espero que encuentre mejor a su madre.

–Gracias. A propósito, como estas vacaciones han sido idea mía, por favor, emplee parte del dinero que le di para comprarse algo.

Ella movió la cabeza.

–Es muy amable, pero ya tengo todo lo que necesito.

–Qué espíritu independiente el suyo, Hester –le dedicó una sonrisa burlona–. La veré esta noche.

 

 

El estado de ánimo de Lowri mejoró mucho en cuanto se encontraron de vuelta en el centro comercial.

Después de un par de horas de compras compulsivas, Sam se ocupó de las bolsas que ellas le fueron dando, pero en vez de llevarlas al coche aparcado, se quedó con ambas cuando decidieron buscar un sitio donde almorzar.

–Papá te dijo que no te separaras ni un momento de nosotras, ¿verdad? –suspiró Lowri mientras estudiaba el menú de la cafetería que habían elegido.

–Exacto –confirmó Sam de buen humor–. Y ahora, ¿qué hay para comer?

–Yo pediré ensalada, luego iré a la perfumería que hay allí mientras vosotros elegís lo que queréis –indicó Hester–. Olvidé comprar más protección solar.

–Nos quedaremos aquí, Lowri –dijo Sam, luego la miró a ella–. No tarde mucho.

Cruzó el amplio vestíbulo para realizar las compras, y al regresar deprisa unos minutos más tarde, chocó con un hombre que se disculpó profusamente mientras le recogía la bolsa que a ella se le había escapado de la mano.

–¿Le he hecho daño? –inquirió.

–En absoluto –repuso, aceptando la bolsa.

–Permita que la invite a una taza de café para compensárselo.

–No, gracias. Me están esperando.

–No lo dudo –comentó él con pesar.

Cuando Hester esperó deliberadamente que se fuera, el hombre le obsequió con un saludo irónico y se marchó.

Lo observó con ojos entrecerrados. Deseó haber podido aceptar la invitación para que Sam pudiera investigarlo, porque estaba segura de que se trataba del hombre que le había solicitado información de una calle en Albany Square, y, posiblemente, el mismo que también había aparecido en el parque. Pero no podía permitir que se acercara a Lowri. Regresó con celeridad a la cafetería y los encontró comiendo despacio.

–Menos mal que pidió ensalada –comentó Sam–. Nos preguntábamos dónde estaba.

–Lo siento. La perfumería estaba llena. ¿Está rica la pizza, Lowri?

Lowri asintió con entusiasmo.

–¡Está deliciosa! Sam dijo que podíamos empezar o se iba a enfriar.

–Por supuesto.

Cuando regresaron a casa, Hester envió a Lowri arriba a su habitación con algunas de las bolsas y le contó a Sam el incidente con el extraño, que pensándolo fríamente comenzaba a alcanzar proporciones alarmantes.

–Pensé que pasaba algo cuando tardó tanto –convino él con tono lóbrego–. ¿Lo volvería a reconocer, entonces?

–Sí –ella frunció el ceño–. Es extraño… hay algo familiar en él.

–Es natural si lo vio anoche.

–No. Aparte de eso. Sin embargo, estoy segura de que nunca antes lo había visto.

–¿Podría ser el hombre del parque?

–Posiblemente. Pero no podría jurarlo –hizo una mueca–. ¿Se lo cuento yo a Connah o lo hace usted?

–Hágalo usted, Hester. Fue usted quien llegó a verlo, de modo que podrá ofrecerle una descripción detallada.

–O todo podría ser una coincidencia.

Sam la miró a los ojos.

–No creo en las coincidencias.

–Tampoco Connah –recogió el resto de las compras–. Se quedará tranquilo cuando nos encontremos a salvo de camino a Italia. ¿Piensa ir a algún sitio interesante?

Sam rió.

–Mi madre solía decir que su idea de unas vacaciones era que mi padre y yo nos marcháramos y la dejáramos en paz una semana, y ahora entiendo lo que quería decir. De modo que cuando los tres se vayan, me quedaré aquí para cerciorarme de que no pase nada raro en la casa. Tendré unas bonitas vacaciones sin otra cosa que hacer que abrir la puerta, mantener el móvil cargado y escuchar los mensajes. Ver unas películas, leer un buen par de libros y pedir la comida que más me apetezca en ese momento… ¿qué más puede pedir un hombre?

–¿Compañía?

–Una cerveza esporádica en el pub se ocupará de eso –le palmeó la mano–. Usted disfrute en Italia con Lowri y el jefe. Yo estaré bien.

 

 

Connah llegó a casa antes de lo esperado y la preocupación de Hester de poder sentirse incómoda con él resultó infundada. Preparó una cena fría y la mesa en el jardín.

Mientras disfrutaban de la ensalada César, charlaron de las compras que habían hecho y de los bañadores que se había comprado Lowri.

–Después de cenar me gustaría ir a visitar a mi madre, si le parece bien –comentó ella–. Necesito recoger algunas cosas de mi apartamento.

–Por supuesto.

–¿Puedo ir? –pidió la pequeña con vehemencia, luego suspiró con rebeldía cuando su padre negó con la cabeza.

–Dejemos que Hester disfrute de una hora tranquila con su madre.

–Te llevaré cuando volvamos –le prometió–. Entonces, podrás contarles a Robert y a mi madre todo sobre tus vacaciones en Italia. Ellos fueron allí en su luna de miel hace cuatro años, de modo que les encantará que les cuentes cosas.

–¿Hace sólo cuatro años? –preguntó Lowri, distraída–. Creía que llevaban siglos casados –se quedó pensativa–. Entonces, ¿las personas mayores van de luna de miel cuando se casan?

–Claro –confirmó su padre–. Recuerda que Alice lo hizo al casarse con Mal Griffiths.

Lowri asintió.

–Fueron a París. Alice me trajo una Torre Eiffel de plata para mi brazalete.

Hester le sonrió.

–Robert se llevó a mi madre un mes a Italia. Y en una ocasión tan especial y memorable yo fui su madrina.

Los ojos azules se abrieron mucho.

–¿En serio? ¿Tienes fotos?

–Claro. Esta noche cuando vuelva traeré algunas –se levantó para empezar a recoger.

–Hablando de eso –intervino Connah–, deje todo esto, Hester. Llame a Sam. Él la llevará a casa de sus padres.

–No hace falta. Es una tarde preciosa. Puedo dar un paseo…

–No, Hester –afirmó con rotundidad–. Sam la llevará. Y luego puede recogerla.

A pesar de las ganas que tenía de protestar, cedió para no inquietar a Lowri.

–Aunque esto no era necesario –le dijo a Sam durante el trayecto corto.

–Si ese payaso la vigila a usted, podría serlo –le recordó–. Y aunque es posible que sólo le atraigan sus ojazos azules, si es el mismo hombre del parque, es probable que la vea como un medio para llegar hasta Lowri.

Lo miró horrorizada.

–¿Para secuestrarla?

–O podría tratarse de un pederasta atraído por la inocencia de la pequeña. Sea como fuere, no va a suceder si yo puedo evitarlo. De modo que la dejaré ante la cancela y pasaré a buscarla una hora después. Mientras tanto, recogeré la mesa del patio.

–¡Sam, es usted una joya!

–Lo sé –le sonrió de lado–. No se preocupe, Connah me paga bien.

–Gracias, Sam –dijo al llegar a la casa–. Lo veré en una hora, entonces.

Encontró a Moira y a Robert sentados a la mesa en el jardín con unas copas de vino. Se mostraron encantados de verla, pero sorprendidos cuando les dijo que iría a Italia con Lowri y su padre durante un mes entero.

–Es un poco repentino, cariño –dijo su madre.

–Idea de Connah. Podría haberos llamado, pero me pareció mejor venir a veros.

–Mucho mejor –dijo Robert–. Toma una copa. Hemos abierto un buen vino tinto para la cena.

–Sí, por favor. ¿Te enfadarías si te pidiera que le añadieras un poco de limonada?

–Puedes beberlo como más te guste –fue a la casa a buscarla.

–¿Te apetece el viaje? –le preguntó Moira, mirándola pensativa.

–Por supuesto –asintió–. Hoy me llevé a Lowri de compras y está muy entusiasmada.

–Es una niña encantadora. Nuestro señor Jones la ha educado muy bien.

–Cierto, aunque hasta hace poco ha dispuesto de la valiosa ayuda de su madre. Pero ahora se está recuperando de una operación de corazón. Razón por la que yo cuido de Lowri. Y no hay que desdeñar un viaje a la Toscana. Podré enviarte postales de algunos de los sitios que visitasteis –le sonrió a Robert cuando regresó con la limonada–. A propósito, a Lowri le sorprendió oír que mamá y tú tuvisteis luna de miel.

Él rió entre dientes.

–Claro, pensó que éramos demasiado viejos –besó la mano de su esposa.

–Le prometí llevarle fotos de la boda. ¿Podríais sacarlas mientras yo recojo algo de ropa del apartamento?

–Primero bébete el vino –pidió Moira–. Relájate un rato y permítenos disfrutar de tu compañía, cariño, mientras podamos.

El tiempo voló para Hester en compañía de sus padres. Al final, le costó levantarse para ir a su apartamento a recoger la ropa que había comprado para las vacaciones en Francia que nunca pudo realizar. Luego, cuando bajaba la maleta, se detuvo en seco al oír una nueva voz masculina. Connah, no Sam, había ido a recogerla. Y no tuvo sentido negar que no estaba encantada.