Capítulo 6

 

 

 

 

 

CONNAH cruzó el césped para tomar la maleta de Hester.

–Sam está jugando al ajedrez con Lowri –le informó con una sonrisa–. Y como vamos a estar fuera del país, he venido a saludar a su madre y al mismo tiempo a presentarme ante su padrastro.

–Ven a sentarte, Hester –dijo Moira–. Connah va a tomar algo antes de llevarte de vuelta.

–Sólo una tónica –le aseguró.

Se sentó y dejó que Robert le rellanara la copa.

–Es una sorpresa –comentó.

–He venido para asegurarle a sus padres que cuidaré bien de usted en Italia –repuso.

–Y nos complace mucho que lo hiciera –Moira le sonrió cálidamente–. Me alegro mucho de volver a verlo. He pensado mucho en ustedes después de su estancia con nosotros.

–Jamás he olvidado lo amable que fue –aseveró con seriedad.

–A propósito, tiene una hija deliciosa, señor… quiero decir, Connah –sonrió–. He de confesar que aún tiendo a pensar en usted como en nuestro misterioso señor Jones.

Sonrió y miró a Hester.

–¿Y usted también?

–Al principio, pero ya lo he dejado atrás –mintió, ruborizándose–. A propósito, mamá, a Lowri le gustaría venir a visitaros cuando regresemos para contaros todo sobre el viaje.

–La esperaremos ansiosos –dijo Robert, palmeando la mano de su esposa–. Sólo dale a Moira un par de horas para preparar tartaletas y bollos.

–Mi hija jamás deja de hablar de lo bien que lo pasó aquí –comentó Connah–. No para de decirme cuánto le gusta el apartamento de Hester y que algún día quiere tener uno igual.

–Lo sé –rió Moira–. Quería que usted viniera a verlo. Y ahora que está aquí, bien podría hacerlo. Robert se siente bastante orgulloso de él, ya que se encargó de casi toda la decoración.

–En ese caso, no puedo marcharme sin echarle un vistazo –aseguró él–. Con su permiso, por supuesto, Hester.

–Por aquí –dijo, resignada, y lo condujo por el jardín y la escalera–. Como ya le he dicho, no hay mucho que ver.

Connah la siguió al espacio largo y poco atestado, llenándolo, tal como Hester había temido, con su presencia varonil dominante.

–Ahora comprendo por qué se siente como en casa en su habitación en Albany Square –comentó él al rato–. Es notablemente similar a este apartamento.

–Soy afortunada de tenerlo –le aseguró, irritada por lo jadeante que sonaba–. Yo elegí la pintura y los muebles un fin de semana que pasé aquí, y la siguiente vez que vine Robert ya lo había dejado preparado para ser habitado.

–Comprendo por qué a Lowri le gusta tanto –sonrió con ironía–. Por otro lado, si hubiera elegido una moqueta y papel de pared con motivos de repollos, probablemente habría sentido lo mismo, sólo porque es suyo. La adora.

–Y yo a ella –lo cual resultaba preocupante, porque en unas semanas tendrían que separarse.

–Siempre puede ir a visitarla cuando quiera –musitó él, como si le leyera la mente–. Sería bien recibida, se lo prometo.

Ella contuvo el impulso de retroceder.

–Gracias. Pero será mejor que ahora vaya a acostar a Lowri.

El regreso se produjo en silencio, que ninguno rompió hasta que Connah entró en el camino privado que ascendía hasta la casa de Albany Square.

–¿Le ha molestado mi presencia hoy en su casa, Hester? –preguntó él de repente.

–Claro que no. Mi madre se mostró encantada de volver a verlo.

–Me dio la impresión de que usted no.

–Me quedé sorprendida –manifestó cuando el coche se situó al lado del de Sam en el garaje–. Esperaba a Sam.

–¿Habría preferido que fuera él?

Lo miró sorprendida mientras bajaba del coche.

–No especialmente –entrecerró los ojos–. ¿Desaprueba la amistad entre sus empleados?

Connah rió.

–Veo que hay algo de fuego debajo de ese caparazón distante. Vamos, Hester. Sabe perfectamente que usted y Sam son más que simples empleados. Para mí, Sam es tanto un amigo como una ayuda, mientras que usted… –calló, reflexionando– la verdad es que no sé en qué categoría ponerla. Me cuesta pensar en usted como en un ama de llaves o una niñera.

Lo miró alarmada.

–¿Quiere decir que mi trabajo no es satisfactorio?

–Dios, no, todo lo contrario –la miró por encima del techo del coche–. Cuida muy bien de mi hija, cocina de maravilla y no sólo es agradable, sino que me encuentro a gusto en su compañía. Lo difícil es pensar en usted como en una empleada.

–No obstante, lo soy –expuso con claridad–, y ahora mismo debo hacer aquello para lo que me paga y acostar a su hija –dio la vuelta y él la siguió por las escaleras–. Luego me gustaría hablar con usted.

–¿Por qué me preocupo cuando dice eso, Hester? –suspiró–. De acuerdo, cuando termine baje a tomar una copa. Y esta vez no diga que no. Una charla seria se lleva mejor con una copa de vino.

 

 

Después de mostrarle las fotografías de la boda que le había pedido a su madre, arropó a la pequeña y se quedó al lado de ella hasta que se quedó dormida.

Bajó y llamó a la puerta del estudio. Connah leía el Financial Times, con una copa medio vacía en la mesita que tenía frente a él. Se puso de pie con una sonrisa y se dirigió al carrito de las bebidas.

–¿Qué va a tomar, Hester?

–Agua mineral con gas, por favor. A propósito, Lowri se ha quedado dormida enseguida.

–No me extraña. En cuanto usted subió a arroparla –le sirvió el agua y añadió hielo, un chorro de lima y unas rodajas de limón y se lo entregó con mirada sombría–. Le va a costar aceptarlo cuando usted se vaya.

–Se adaptará pronto, en cuanto vuelva al colegio. Me a dicho que le gusta.

–Sí, menos mal. Y ahora siéntese y dígame por qué necesita hablar conmigo.

Le describió el incidente en el exterior de la perfumería.

–Fue el mismo hombre que me pidió que lo orientara la noche pasada.

–¿Sí? –el rostro de Connah mostró unas líneas sombrías–. ¿Qué hizo usted?

–Rechacé cortésmente su ayuda y no me moví hasta que se fue. Me habría gustado que Sam le echara un vistazo, pero no podía arriesgarme a permitir que se acercara a Lowri.

–Quizá fue algo inocente y el hombre sólo intentaba seducirla –sonrió–. ¿Quién podría culparlo?

Ella se ruborizó.

–Posiblemente. Pero me pareció familiar, lo que me preocupó. Aunque estoy segura de que no lo había visto antes de la noche pasada, a menos que sea el hombre del parque, a quien no pude distinguir muy bien.

–Si volviera a verlo, ¿lo reconocería?

–Desde luego. Me mostré tan firme acerca de no moverme hasta que él lo hiciera, que tuve tiempo de estudiar su cara, también su espalda mientras que se alejaba. Iba vestido de sport, pero con ropa cara, de marca, igual que sus zapatos. Y llevaba un Rolex –añadió.

La miró con respeto.

–Es muy observadora.

–En este caso sólo porque lo consideré necesario –lo miró preocupada–. Realmente me alegro de que nos marchemos mañana. Quienquiera que sea este hombre, estaremos fuera de su alcance.

–Uno de los motivos por los que organicé estas vacaciones –se terminó la copa y se reclinó–. Mientras estemos fuera, quiero que se olvide de ese hombre y que se relaje. La casa se encuentra a un kilómetro y medio del pueblo, así que no habrá mucha gente a nuestro alrededor para molestarnos. Tiene una piscina privada, una doncella que se encargará del trabajo en la casa y de hacer las compras, de modo que no tendrá nada que hacer salvo ocuparse de Lowri. No es tarea fácil, lo sé por experiencia, aunque usted hace que sí lo parezca.

–En mi último destino, tuve que cuidar de gemelos de tres años –le recordó–. Después de esa época con Seb y Viola, a pesar de que eran unos niños muy dulces, cuidar de Lowri es algo sencillo.

–¿Estuvo mucho tiempo con el primer matrimonio para el que trabajó?

–Tres años, hasta que la familia se marchó a Australia. Antes me habían recomendado a su amiga, Julia Herrick, la actriz, y me fui con ella un mes antes de que diera a luz a los gemelos.

–Y cuando nos deje a nosotros se irá a Yorkshire –afirmó Connah con ojos sombríos–. Ya empiezo a temer el día en que se separe de Lowri.

También ella.

 

 

La pequeña estaba profundamente dormida con la cabeza apoyada en el hombro de Hester, perdiéndose la increíble vista mientras Connah conducía por la Chiantigiana, el famoso camino que serpenteaba por las colinas y los viñedos de la Toscana. Para cuando tuvieron a la vista el pequeño pueblo hacia el que iban, Hester se hallaba acalorada y cansada. Para su decepción, Connah se desvió y se adentró en un camino estrecho y pedregoso que subía entre pinos y altos cipreses hacia unos muros altos y rosados en la cima de la colina.

–¿Es la Casa Girasole?

–Así es.

Él introdujo el coche entre unas altas puertas de hierro y frenó en el patio delante de una casa de paredes rosadas con balcones en las ventanas superiores. Hester disfrutó encantada del calor, el sol y las flores que crecían con profusión. Unas diminutas rosas del mismo color se mezclaban entre el verdor que se enroscaba por las columnas hasta formar una pérgola de jazmines, geranios violetas y rosados y los girasoles que le brindaban el nombre a la casa.

Él giró en el asiento y le sonrió.

–¿Y bien?

–Es preciosa –musitó ella, y Lowri se movió y se irguió, frotándose los ojos que de repente se abrieron entusiasmados.

Se le iluminó la cara al vislumbrar un destello azul en la distancia.

–¡Vaya! ¡Es la piscina? ¿Podemos nadar un poco antes de cenar?

–Después de haber guardado la ropa, sí –ayudó a Hester a bajar del coche–. Pero primero hemos de encontrar a Flavia, si no, nos será imposible entrar.

Signore! –una mujer joven y regordeta apareció corriendo por el lateral de la casa.

No hizo falta traducción alguna para su cálida bienvenida mientras expresaba su placer al verlos. Los condujo por la casa hasta un salón con un lustroso suelo de terracota y muebles tapizados con un brillante chintz amarillo.

–¿Qué está diciendo, papá? –demandó Lowri ante ese torrente de conversación.

–Que debemos sentarnos a beber algo mientras Flavia lleva nuestro equipaje arriba, sólo que no voy a permitírselo –dijo Connah con firmeza, y con un italiano fluido, le pidió a Flavia unos refrescos mientras él llevaba las maletas.

–Yo llevaré la mía –dijo Hester en el acto, pero Connah la paró con un gesto de una mano.

–Por una vez, quédese sentada –ordenó con una contundencia que provocó la risa de Lowri.

–Cuando papá habla de esa manera, tienes que hacer lo que dice o se enfada, Hester.

–Y usted no querrá eso, ¿verdad? –se burló Connah.

Sonrió vencida, aunque agradecida de poder sentarse en una habitación fresca.

Connah le quitó a Flavia una bandeja enorme de las manos y la llevó hasta una mesa con superficie de cristal delante de Hester.

–¿Cómo se dice gracias en italiano, papá? –preguntó Lowri, la vista centrada en un plato con pastas pequeñas.

Grazie –dijo Connah, y fue a vaciar el coche.

Grazie, Flavia –dijo Lowri, y la mujer sonrió feliz, palmeó la mano de la niña y señaló la tetera.

–luego indicó el otro recipiente y una jarra llena de hielo–. Caffè, limonata –entonces se marchó a buscar a Connah.

Al rato Connah entró en la sala, con aspecto inusualmente acalorado y molesto.

–¿Flavia insistió en ayudarlo? –preguntó Hester con una sonrisa.

Él asintió de mala gana.

–Cuando intenté disuadirla, fingió que no podía entenderme.

–Bebe un poco más de café, papá –lo consoló su hija–. Te he dejado unos bollos.

–Gracias, cariño –Hester le sirvió una taza de café–. En cuanto nos hayamos recuperado, saldremos a explorar –comentó–. Al parecer, Flavia se marcha a las cinco, pero hoy se ha quedado hasta tarde para darnos la bienvenida. Me ha mostrado la cena fría que nos ha dejado preparada y promete cocinarnos lo que nos apetezca para el almuerzo de mañana.

Lowri quedó encantada con la casa, desde el espacioso dormitorio contiguo al de Hester hasta la cocina grande y soleada en la que los tres podían tomar las comidas en una mesa en un rincón, y la mesa del patio cubierto para las comidas al aire libre que su padre le había prometido. Pero lo mejor eran los hermosos jardines en desnivel, que conducían hasta la enorme piscina rodeada por un césped cuidado y cómodos muebles de jardín, con sombrillas y una vista de las colinas de la Toscana que suplicaban ser fotografiadas.

Connah sonrió al ver a su hija correr de un lado a otro encantada en su afán de explorarlo todo.

–Su amigo tiene mucho gusto –comentó Hester.

–Y el dinero para permitírselo. Jay Anderson fue mi socio hasta que le vendí mi parte de la empresa de gestión de activos que fundamos juntos. Aún conservo unas acciones, pero en la actualidad dedico mi tiempo y mi dinero a la rehabilitación de propiedades como la casa de Albany Square. La adquirí con la intención de usarla como mi cuartel general en las Midlands. Pero ahora la casa me parece tanto un hogar, que ya no estoy seguro de querer dedicarla a eso.

–Todavía podría usarla para algunas reuniones –sugirió Hester–. Desde luego, el comedor parece más una sala de juntas, con todas esas sillas y mesa alargada. Sería fácil servir comidas allí si tuviera almuerzos de negocios.

Connah la observó con respeto.

–Tiene razón. La sala podría tener mucha más utilidad para eso que para celebrar cenas.

–¿Podemos nadar? –preguntó Lowri, corriendo hacia ellos–. Todavía hace calor.

–¿Qué cree usted, Hester? –preguntó él.

–Sólo un rato, entonces. Iremos a sacar los bañadores, pero después tenemos que colgar el resto de la ropa antes de cenar.

Lowri estaba dispuesta a aceptar lo que fuera mientras pudiera meterse en la piscina, pero Connah declinó la invitación de unirse a ellas.

–Subiré a mi habitación en el desván, sacaré la ropa de mi maleta y me daré una ducha. Me reuniré con vosotras luego, para la cena.

A Hester la agradó oír eso. Su traje de baño era negro y bastante discreto. Sin embargo, prefería disfrutar de su primer chapuzón con la única compañía de Lowri.

La piscina se hallaba incrustada en piedra natural y construida con tal destreza, que parecía haber estado allí siempre y no ser obra del hombre. El agua fue como un contacto sedoso y cálido en la piel de Hester al sentarse en el borde y meter los pies dentro, sonriéndole a Lowri cuando ésta entró con un salto que salpicó agua por doquier y nadó hacia ella con elegancia. Se irguió, con el agua llegándole a la cintura y se echó el cabello mojado hacia atrás con expresión feliz.

–¿No es maravilloso? –jadeó–. Me encanta. Métete. Te echo una carrera hasta el otro extremo.

Lowri contó hasta tres, luego se lanzaron hacia la otra punta, con Hester teniendo cuidado de no alcanzarla. Nadaron varios largos, hasta que Hester pidió un alto cuando vio a Connah acercarse y observarlas.

–¿Nos has visto, papá? –preguntó Lowri, saludándolo con un gesto de la mano–. Creo que Hester me ha dejado ganarle.

Connah la ayudó a salir y luego extendió una mano hacia Hester.

–Las dos teníais demasiado energía para mí –le entregó una toalla a Hester y después envolvió a su hija con otra–. Daos prisa para ducharos y vestiros. Tengo hambre.

–Si me da media hora, pondré la cena –dijo Hester casi sin aliento. Al final no había podido evitar que la viera en bañador.

–Yo ayudaré –dijo Lowri, adelantándose a ellos en subir los escalones.

–Todos ayudaremos –afirmó Connah–. También son las vacaciones de Hester.

Cuando las dos bajaron, Connah se había adelantado y sacado la cena a la mesa del patio.

–No es más que pavo frío y jamón ahumado, con tomates, pan y queso, como le pedí a Flavia. También nos ha preparado pudin.

–Gracias –dijo ella, desconcertada por ese cambio en sus papeles habituales.

–De nada.

Al sentarse, el sol comenzó a ponerse y Connah encendió la lámpara protegida de la mesa. Llenó dos copas con vino blanco espumoso y una con limonada, luego alzó su copa en un brindis.

–Felices vacaciones, señoritas.

–Para ti también, papá –dijo Lowri feliz.

–Por supuesto –convino Hester–. Muchas gracias por invitarme.

Lowri la miró boquiabierta.

–¡No podríamos haber venido sin ti!

Fue una noche mágica. Connah Carey Jones era un hombre diferente de vacaciones. La trató como si fueran dos personas que disfrutaban de la compañía de la pequeña y de la del otro, sin atisbo alguno de ser jefe y empleada. La sensación se acentuó cuando insistió en que Lowri y él recogieran la mesa y llevaran el pudin mientras Hester miraba las estrellas.

Permanecieron de sobremesa mientras anochecía, tornándose las estrellas más brillantes. El aire templado olía a flores y a césped recién cortado.

Connah se reclinó en la silla, relajado.

–Debo decirle a Jay que si alguna vez piensa vender esta villa, que me lo diga primero a mí.

Lowri lo miró con los ojos como platos.

–¿De verdad la comprarías, papá?

–En el caso improbable en que Stella y él quisieran venderla, sí. Pero no lo harán, cariño. ¿Y quién podría culparlos?

Por una vez, Lowri no protestó cuando le dijo que ya era tarde y que debía ir a dormirse para que Hester pudiera volver al patio y relajarse un rato bajo la noche cálida.

–Puedes leer otro capítulo de ese libro que tanto te está gustando –comentó Hester.

La niña abrazó fuerte a su padre, pero un bostezo la dominó cuando entró con Hester.

–Me apetece acostarme en esa bonita habitación junto a la tuya –reconoció somnolienta–. Anoche estaba demasiado nerviosa para dormir.

A los pocos minutos de lavarse la cara y los dientes y de que la arropara, volvió a bostezar.

–Estoy demasiado cansada para leer hoy. ¿Me das un beso de buenas noches, Hester?

Emocionada, se inclinó para darle un beso en la mejilla y apartarle el cabello sedoso de la frente. Le dio las buenas noches y salió en silencio de la habitación para bajar junto a Connah.

Sintió un momento de puro placer ante la idea de pasar tiempo a solas con él bajo ese maravilloso cielo estrellado. Dedicó unos minutos en su habitación a cepillarse el cabello y aplicarse un poco de carmín en los labios. Su fino vestido de algodón era viejo, pero la tonalidad azul resaltaba el color de sus ojos. El rostro que la miró a través del espejo se veía encendido por el sol, la natación y la feliz velada.

«Cuatro semanas», se dijo con firmeza.

No quiso pensar en la separación que se produciría después.