DESPUÉS de un silencio cómodo en el que ambos disfrutaron de sus copas de vino, él le preguntó qué le apetecería hacer al día siguiente.
–Las tiendas locales estarán cerradas el domingo, pero si quiere, podríamos ir a alguna parte con el coche.
–Bajo mi punto de vista como niñera –indicó ella–, creo que un día de inactividad sería bueno para Lowri después del viaje de hoy. Puede nadar y tomar el sol, tal vez ver un DVD o incluso dormir la siesta cuando el sol esté muy fuerte, y si se siente animada, puedo llevarla a dar un paseo cuando refresque. Quizá el lunes usted pueda llevarnos hasta Greve y tomarse un café en la plaza mientras Lowri y yo miramos las tiendas.
–Iré de compras con vosotras –afirmó Connah, sorprendiéndola–. Y luego os llevaré a comer a alguna parte.
–Gracias, a Lowri eso le encantará –y también a ella.
–Y mañana disfrutaré con vosotras del ocio… incluida la piscina.
A Hester le encantó aún más.
–Dígame –quiso saber él, como si la respuesta no fuera de especial importancia–, ¿por qué tiene estas semanas libres entre su anterior trabajo y el siguiente que va a tener?
–No fue algo planeado. Cuando Leo y Julia obtuvieron los papeles principales para una serie en Los Ángeles, me puse a buscar otro puesto en el acto y conseguí con rapidez el de Yorkshire. Pero los Herrick tuvieron que salir para Los Ángeles mucho antes de lo esperado, y el bebé de los Rutherford no llegará hasta primeros de octubre, de modo que un trabajo temporal parecía idóneo para llenar el tiempo.
–¿No le habría gustado disfrutar de unas vacaciones antes de volver a trabajar?
Ella guardó silencio unos momentos.
–Me habían invitado a ir al sur de Francia –repuso al fin, con la vista clavada en el jardín iluminado por las estrellas–, pero las vacaciones se cancelaron en el último momento.
–¿Qué salió mal?
–El amigo que me invitó no podía tomarlas?
–¿Por qué?
–Recibió una oferta de trabajo y apenas tuvo tiempo de disculparse antes de subir al avión para ir al oeste en busca de fama y fortuna.
–¿Eso la entristeció, Hester? –la miró intensamente.
Ella movió la cabeza.
–Sólo en lo referente a las vacaciones canceladas.
–Ha mencionado fama y fortuna, de modo que doy por hecho que se trataba de un actor. ¿Lo conocía desde hacía mucho?
–Más o menos durante los tres años que trabajé para su hermana. Pero en la época anterior al que los Herrick consiguieron el papel protagonista en la serie, él estaba sin trabajo y fue a «descansar» una temporada a su casa. Leo y Julia trabajaban por las noches, actuando en sus respectivos programas, de modo que Keir se quedaba conmigo todas las noches después de que yo acostara a los gemelos. Nos llevábamos tan bien que me preguntó si me apetecería pasar unas vacaciones con él en la casa de campo que los Herrick tenían en Dordogne en cuanto Julia y Leo se fueran a Los Ángeles. Pero entonces, inesperadamente, recibió una oferta de trabajo que sólo aparece una vez en la vida y se cancelaron las vacaciones.
–¿Volverá a verlo? –inquirió Connah, imaginándose la cara de ese actor.
–Lo dudo. Si Keir obtiene éxito con su papel en la serie, que conseguirá, ya que es un actor brillante, recibirá más ofertas. Si las cosas van bien, dudo de que vuelva a este país en el futuro inmediato –sonrió–. Créame, no fue un romance. Keir estaba sin trabajo, escaso de dinero y yo estaba allí, acompañándolo todas las noches.
La miró.
–Si se hubiera ido con los Herrick a Los Ángeles, podría haber seguido viéndolo. ¿Por qué no aceptó?
–Estaba demasiado lejos de mi familia. Además, en esa época Keir estaba más centrado en el Reino Unido y queríamos vernos de vez en cuando. Pero al final también él se fue a Los Ángeles –se encogió de hombros–. Momento en el que decidí contestar a varios anuncios para trabajos temporales de verano, y uno de ellos fue el suyo.
–Buena suerte para mí… y para Lowri –frunció el ceño–. Hace mucho más que cuidar de ella, así que debería pagarle un sueldo mucho más alto.
–Desde luego que no –aseveró en el acto–. Unas vacaciones gratuitas en un lugar como éste es suficiente recompensa.
–Yo no las llamaría gratuitas –corrigió él–. Cuidar de Lowri no es una ganga.
–Pero disfruto con ello. Si no, ¡estaría en el trabajo equivocado, Connah!
–Al fin –comentó él con tono triunfal–. Finalmente ha decidido usar mi nombre de pila.
El nombre se había deslizado por su lengua con facilidad. Probablemente, porque en ese jardín fragante e iluminado por las estrellas, el mundo que habían dejado atrás podría haber estado en otro planeta.
Para su bochorno, se vio dominada por un enorme bostezo.
Él sonrió.
–Está cansada. Lamento perder su compañía, pero creo que es hora de que vaya a acostarse, Hester. Mañana tendrá un día ajetreado… como de costumbre.
Se levantó y recuperó su papel de ama de llaves antes de dejar de mirar la verdadera razón de su estancia allí.
–De camino, me llevaré estas copas a la cocina. Buenas noches, señor Jones.
–Buenas noches, Connah –corrigió él.
–Buenas noches, Connah –repitió obediente.
–Mucho mejor.
Le dedicó una sonrisa que le desarmó por completo las defensas.
El día siguiente lo pasaron según lo planeado… nadando, leyendo o, simplemente, holgazaneando bajo el sol. Connah se unió a ellas para nadar un poco por la mañana, luego se retiró a su habitación para llamar a su madre.
Ésta le aseguró que se sentía mejor y pidió hablar con la pequeña. La llamó desde la terraza y la niña subió a la carrera para charlar alegremente con la abuela sobre la villa y lo bien que lo estaba pasando con su padre y Hester.
–Lowri parece muy feliz, Connah –le dijo su madre después de que la pequeña hubiera regresado al jardín–. Es evidente que la señorita Ward está realizando un trabajo excelente con ella.
–Tanto, que no me apetece que llegue el día en que nos deje.
–Lowri regresará al colegio poco después. Y en las siguientes vacaciones, si Dios quiere, ya estaré bastante recuperada como para ocuparme yo de mi nieta.
–Claro que sí –afirmó, y deseó poder creerlo–. Con eso en mente, céntrate en cuidarte, madre. Te volveré a llamar mañana.
Regresó a la pequeña terraza. Hester se hallaba en una tumbona bajo una sombrilla, escuchando a Lowri sentada a sus pies mientras leía uno de los libros que el colegio había recomendado para las vacaciones de verano. Lowri había empezado a leerlo sin ofrecer protesta alguna. Se dio cuenta de que hacía lo que Hester le mandara. Era un pensamiento inquietante.
Su hija le había tenido cariño a Alice, quien había sido una presencia constante en toda la vida de la pequeña y que siempre había dado por hecho. Pero como se había adaptado tan bien a su nueva vida, en el colegio, no surgió ningún conflicto cuando Alice se había marchado para casarse.
La situación con Hester era muy diferente. Lowri se había encariñado con ella tan rápidamente que la echaría mucho de menos cuando llegara el momento de la separación. ¡Y también él! Desterró ese pensamiento de su cabeza, guardó el teléfono en el bolsillo y bajó para decirle a Flavia que podía tomarse el día siguiente libre; comprarían comida en Greve para la cena.
Ella se lo agradeció, ya que eso le brindaría la posibilidad de ir a ver a su sobrino.
Luego Connah salió para contarle el plan a su hija.
–Fantástico –exclamó ésta encantada–. Podré comprar postales para enviarle a la abuela, a Moira y a Robert, a Chloe y a Sam. Cielos, tengo la garganta seca. He estado leyendo tanto rato que me muero de sed. Iré a practicar mi italiano con Flavia.
Se marchó a la carrera y Connah ocupó su sitio al lado de Hester.
–Está creciendo muy deprisa. Asusta. A propósito, le he dicho a Flavia que mañana se tomara el día libre.
–No hay problema. Yo puedo cocinar.
–Nada de eso. Compraremos algo para una cena fría mientras estemos en Greve.
Ella se lo agradeció con una sonrisa.
En ese momento Lowri regresó a su habitual carrera y les anunció que Flavia tendría la comida lista en diez minutos.
–¿Cómo entendiste lo que dijo? –preguntó Connah divertido.
–Empiezo a entender una o dos palabras, así que el almuerzo estará al mezzogiorno –explicó–. Esa palabra significa mediodía, y para eso faltan diez minutos –añadió, mirando el reloj–. Espaguetis con una deliciosa salsa de tomate… Flavia me dejó probarla. Y para la cena habrá pollo cacciatore. Tenemos que calentarlo cuando queramos cenar. Huele de maravilla.
Su padre rió entre dientes.
Hester se levantó.
–Muy bien, Lowri. Tenemos el tiempo justo para lavarnos y prepararnos antes de comer.
Después del excelente almuerzo de Flavia, los tres se sintieron algo somnolientos sentados a la mesa en el patio.
–Dios sabe que no me apetece nada, pero he de trabajar un poco esta tarde –anunció Connah con un bostezo.
–Yo también tengo sueño –indicó Lowri, sorprendida.
–Entonces, ¿por qué no te echas un rato en la cama y dejas a Hester libre un par de horas?
–Luego nadaremos –le prometió ésta.
–De acuerdo –Lowri se levantó–. Leeré un rato. No tienes que subir conmigo –añadió, pero Hester ya se había puesto de pie.
–Voy a buscar mi libro. Me apetece leer al aire libre –entraron en la casa y subieron las escaleras–. Cuando hayas descansado, ponte el biquini y reúnete conmigo junto a la piscina.
–¿Tienes biquini tú? –preguntó Lowri mientras empezaba a desvestirse.
–Sí.
–¡Póntelo esta tarde!
–Ya veré.
–Por favor, Hester. Apuesto que estás muy bien con él.
–Lo pensaré. Disfruta de tu libro y te veré luego.
En su cuarto, se cambió los pantalones cortos y la camiseta por un biquini verde mar que había comprado para Francia. Se miró en el espejo y pensó por qué no. Añadió una camisola larga y tenue a juego con el biquini, recogió su libro, sombrero y gafas de sol y el bolso que contenía todo lo demás y bajó para felicitar a Flavia por la comida. El sol de la tarde estaba ardiente al dirigirse hacia la piscina y agradeció la sombra de un parasol al sentarse con el libro que había empezado la noche anterior.
Se hallaba absorta en la novela cuando una sombra cayó sobre su libro y alzó la vista con una sonrisa, esperando a Connah. Pero vio que un completo desconocido le estaba sonriendo. De hecho, un desconocido muy atractivo.
Se irguió de golpe y se cerró la camisola.
–Perdóneme, la he asustado –se disculpó el hombre–. Pensé que era la signora Anderson. Permita que me presente. Soy Pierluigi Martinelli.
–Hester Ward –dijo con formalidad.
–Piacere. ¿Ha venido de vacaciones?
–Sí –miró hacia la casa y se sintió aliviada al ver que Connah estaba a punto de unirse a ellos, con la mano extendida hacia el visitante.
–Hola, Luigi. No sabía que estabas aquí.
–¡Connah, come estai! –se estrecharon las manos–. Acabo de llegar. Vine por el bosque y por el camino privado. Estoy en el Castello por unos días.
–¿Conoces a Hester?
–Nos hemos presentado, sí –confirmó Luigi, sonriéndole a ella–. ¿Están los Anderson?
–No. Sólo Hester, mi hija y yo –tomó la mano de ella–. Cariño, ¿serías un ángel y le pedirías a Flavia que nos trajera café?
¿Cariño? Hester recogió sus cosas.
–De paso, despertaré a Lowri.
Agradecida de tener la camisola larga que cubría casi toda su silueta de la mirada complacida del italiano, subió con rapidez por el jardín para anunciar como mejor pudiera que tenían visita.
–Caffè, per favore, Flavia, per signore Martinelli.
El nombre surtió un efecto drástico en la mujer regordeta.
–¿Il Conte? Maddonnina mia… ¡subito, subito! –comenzó a preparar con celeridad una bandeja de plata con la mejor vajilla de los Anderson.
Divertida, Hester subió y comprobó que Lowri ya se había cambiado para nadar.
–Tu padre tiene visita, así que ponte una camiseta encima. Voy a cambiarme, no tardo nada.
El rostro feliz se puso serio.
–¡Pero dijiste que ibas a nadar conmigo!
–Y lo haré, luego, no ahora. Voy a vestirme. Si quieres, baja a saludar al visitante. Yo lo haré en cinco minutos.
–Te esperaré –ofreció la pequeña.
–Flavia está preparando café. ¿Por qué no vas a preguntarle si puedes ayudarla en algo?
–De acuerdo. Pero no tardes mucho.
Hester se puso un jersey blanco de algodón mientras la palabra «cariño» reverberaba en su cabeza. Se recogió el pelo en una coleta, se calzó unas sandalias doradas, gafas de sol y bajó a la cocina, donde Flavia le explicó con muchos gestos y palabras de disculpa, que los bollos para el postre de la cena le habían sido servidos a Il Conte con el café.
–Non importa –indicó Hester, y aceptó la jarra de limonada con hielo que le entregó Flavia.
Al bajar hacia la piscina, observó a los dos hombres de pie juntos, con Lowri entre ambos como un pequeño árbitro. Los dos eran hombres morenos, maduros, pero el signor Martinelli, o Il Conte, como lo llamaba Flavia, era innegablemente latino. Vestía elegante ropa informal, de corte caro. Su cabello negro brillaba bajo el sol e irradiaba un aire pomposo. Mientras que Connah era visiblemente celta. Era el más alto de los dos, con un atisbo de rudeza y poder en sus hombros anchos que atraía a Hester mucho más que la elegancia más urbana del italiano.
–Ah, Hester –sonrió Connah al quitarle la jarra–. ¿Nos puedes servir mientras Lowri pasa los bollos?
–Desde luego –miró a Luigi Martinelli, quien de inmediato se sentó junto a ella–. ¿Quiere el café solo?
–Grazie –la miró con abierta admiración–. ¿Le gusta mi país, señorita Hester? ¿Había venido antes?
–No aquí. He estado en Venecia, pero es la primera vez que visito la Toscana. ¿Cómo no gustarme semejante belleza? Por favor, disfrute de uno de los bollos de Flavia.
Tomó uno de la bandeja que le ofreció Lowri y le sonrió con ternura.
–¿Cuántos años tienes, carina?
–Diez –musitó, tímida en presencia del exótico visitante.
–Estás muy alta para diez años –comentó él con admiración.
–¿Te acompaña Sophia? –preguntó Connah.
–No. Mi esposa se encuentra en Roma. ¿Dónde si no? No le gusta la campagna –se encogió de hombros–. Pero de vez en cuando siento la nostalgia de la tranquilidad de mi viejo hogar. Al enterarme de que había ocupantes en Casa Girasole, di por hecho que habían llegado los Anderson y vine para invitarlos a cenar esta noche. Pero lo consideraré un gran privilegio, Connah, si tus damas y tú me honrarais con vuestra presencia.
Connah movió la cabeza con determinación.
–Lo siento, Luigi. Nos acostamos temprano para acoplarnos al horario de mi hija. Quizá en otra ocasión.
–Por supuesto –Luigi se acabó la taza y se puso de pie–. Ha sido un gran placer conocerla, señorita Hester, y también a ti, señorita Lowri. Un nombre encantador –añadió–. Nunca antes lo había oído.
–Es Laura en galés –explicó con timidez.
Sorprendió a la niña al inclinarse con elegancia sobre su mano antes de despedirse de los demás.
–Espero veros otra vez pronto. Ciao.
Luigi Martinelli se marchó por donde había aparecido, sabiendo, y quizá disfrutando de ello, que tres pares de ojos lo observaban irse.
–Qué hombre tan amable –comentó Lowri, sentándose junto a Hester–. ¿Puedo tomar un poco de limonata, por favor?
Connah observó a Hester con una ceja levantada mientras la miraba servir el refresco.
–¿Qué piensa de nuestra nobleza local? Debería haberlo presentado como el conde Pierluigi Martinelli. El Castello pertenece a su familia desde hace siglos.
–Flavia mencionó el título mientras se apresuraba a preparar el café.
–¿Es un castillo de verdad, con torres y esas cosas? –inquirió Lowri, fascinada–. Me habría gustado verlo, papá.
Él sonrió pesaroso.
–Lo siento, cariño, debería haberlo consultado contigo antes de declinar la invitación de Luigi.
–Aunque tampoco podríamos haber ido esta noche –le recordó ella–. Tenemos el pollo especial de Flavia para la cena.
–Desde luego –Connah recogió la bandeja–. Dejaré la limonada, pero le llevaré el resto a Flavia, luego creo que me cambiaré y nadaré un rato.
–Yo también –se apuntó Lowri, quitándose la camiseta–. ¿Vas a volver a ponerte el biquini, Hester?
–No lo creo. Puedes nadar con tu padre –indicó ella, evitando la mirada de Connah.
–Aguafiestas –murmuró él mientras su hija se tiraba a la piscina.
Hester se sintió satisfecha de permanecer sentada donde estaba, mirando cómo padre e hija disfrutaban del agua. El cuerpo musculoso de Connah ya estaba bronceado.
Al rato, después de mucho chapoteo y risas, los dos entraron en la casa para ducharse y cambiarse de ropa.
Cuando Connah anunció que trabajaría un poco antes de la cena, ellas pasaron una hora divertida en la cocina con Flavia, quien disfrutó tanto como sus estudiantes de la clase improvisada de italiano. Después de despedirse, les deseó que lo pasaran bien en Greve al día siguiente y se marchó montada en su bicicleta.
Como Flavia ya había puesto la mesa en el patio y sólo había que calentar la cacerola con pollo cuando fueran a comer, Hester sugirió que podía ser una buena idea que se sentara en el salón a leer un rato hasta la cena.
–¿Te sentarás conmigo? –pidió de inmediato Lowri.
–Por supuesto –pero al hacerlo, se sintió atribulada. La pequeña empezaba a depender demasiado de ella. Lo cual resultaba agradable por un lado, porque ella misma le había tomado mucho cariño. Pero cuando llegara el día de despedirse, como sucedía siempre, la separación sería más dolorosa que de costumbre, porque a diferencia de Lowri, los otros niños siempre habían tenido el consuelo y el apoyo de sus respectivas madres.
La cena estuvo deliciosa, pero resultó tan copiosa que cuando sacó la selección de bollos y tartaletas de postre, ni siquiera Lowri pudo hacerle espacio.
–Dios, estoy llena –comentó, bostezando.
–En ese caso, para ayudar a la digestión deberías pasear un rato por el jardín con tu papá mientras yo recojo la mesa –dijo Hester, poniéndose a recoger los platos–. Puedes observar salir la luna por encima de la piscina.
–Yo prepararé café para cuando usted baje después de acostar a Lowri –comentó Connah–. Vamos, entonces, cariño –tomó la mano de su hija–. Un paseo rápido.
Cuando todo estuvo recogido y Lowri en la cama, Hester bajó a reunirse con Connah. El aroma a café recién hecho se mezclaba deliciosamente con la fragancia del jardín.
–Qué hermoso es esto –se sentó con un suspiro de placer.
–Pero hace mucho frío en invierno. A propósito, me lanzó una mirada muy significativa al sugerir el paseo con Lowri por el jardín.
–Sí. Disculpe si piensa que me entrometo, pero creo que debería pasar más tiempo con ella a solas. No porque yo desee más tiempo libre o porque no disfrute de la compañía de la pequeña –se apresuró a explicar–. Todo lo contrario. Tanto que no será sólo Lowri quien se sienta triste cuando nos despidamos. Pero en vez de tenerme siempre a mí a su alrededor, sugiero que debería salir con ella a solas de vez en cuando. Tal vez para llevarla a ver el Castello o a pasear por el pueblo.
–¿Fue ésa la razón por la que parecía distraída durante la maravillosa cena?
–Sí. Antes no quería sentarse a leer si yo no lo hacía también –lo miró con ojos preocupados–. Si está conmigo todo el tiempo, le resultará incluso más doloroso cuando me marche.
Connah permaneció en silencio unos momentos, bebiendo el café.
–Si esta parte del trabajo le resulta tan dolorosa –comento él al final–, ¿no es hora de que encuentre otro modo de ganarse la vida?
–Últimamente he pensado mucho en ello, pero aunque soy muy buena en lo que hago, no estoy cualificada para nada más. Además –añadió con un suspiro–, para mí siempre ha sido una vocación en vez de una manera de ganarme la vida.
–¿De modo que ése es el motivo por el que estaba tan seria esta noche? Pensé que podía deberse a algo distinto –preguntó él con tono casual–. Como que esta noche la llamara «cariño».